Capítulo 1.
La
mirada de la mujer sigue de manera obstinada las vistas que pasan
vertiginosas a través de la ventanilla del elegante automóvil en el
que va sentada en la parte trasera.
Ni
siquiera parece oír las indicaciones del conductor comunicándole la
inmediata llegada a su destino. Permanece absorta aunque sin perder
detalle del paisaje que no difiere mucho del que recuerda de su
niñez.
Los
tendidos eléctricos se le asemejan gigantes con sus enormes
estructuras de hierro y recuerda los anteriores tendidos compuestos
por palos de madera.
El
precio de la modernidad diría su querida tía Pepa. El inexorable
paso del tiempo, piensa ella.
El
cielo tiene la misma tonalidad azul y el rojo de la tierra mantiene
la misma intensidad que recordaba.
Más...sabe
que es una quimera, nada es ya lo que fue un día y la emoción
estrangula su garganta impidiéndole tragar la saliva y obligándola
a mantenerse fuerte para evitar el llanto que pugna por anegar sus
ojos.
-Estamos
llegando al desvío, señora....
Insiste
de nuevo el conductor sabiendo perfectamente que antes ni siquiera
reparó en sus palabras. Y no le extraña en absoluto porque a pesar
de su juventud, el hombre que ya roza la treintena conoce de primera
mano el significado de este regreso y las emociones que se han
desatado en el interior de la mujer sentada a su espalda.
-Discúlpame......David,
estaba distraída.
El
joven asiente con la cabeza al tiempo que lanza una mirada furtiva
por el espejo retrovisor y nuevamente la admiración en sus ojos,
admiración indisimilada y agradecimiento.
-Se
puede quitar el cinturón, ya entramos en el camino.
Así
lo hace al notar que el coche reduce la velocidad y gira para
comenzar a circular por el camino de tierra mucho más despacio y
sorteando algunos baches que pueden resultar ciertamente molestos.
Abre
la ventanilla ya libre del cinturón que la mantenía sujeta al
asiento y sus ojos se empapan del paisaje que aparece ante ella como
un fantasma del pasado.
La
tierra rojiza se extiende hasta el infinito formando una línea recta
sin rastro de vegetación hasta adentrarse varios kilómetros y
encontrarse con los majestuosos maizales que forman un enorme manto
verde.
También
la sorprenden los artefactos de riego que se encuentran por doquier.
Grandes armatostes de hierro aupados sobre ruedas que recorren los
campos sedientos surtiéndolos del liquido elemento.
El
cartel que da nombre a la propiedad aparece antes de adentrarse en
los maizales y su visión la retrotrae al principio de su vida y
provoca una sacudida en la mujer que vuelve el rostro hacía el lado
contrario.
“La
Encomienda”
Propiedad
Privada, prohibido el paso a toda persona ajena a dicha propiedad.
La
indicación de restricción de paso es la que provoca una amarga
sonrisa en ella y piensa en sus padres. Lamenta que no puedan ver
este momento aunque tiene la esperanza de que sí puedan hacerlo
desde algún lugar al que no puede poner nombre.
Mucho
ha cambiado todo desde la última vez que puso un pie en estas
tierras, veinte largos años hará en diciembre y el motivo todavía
le duele en el alma.
Veinte
años hace ya que murió su madre y a pesar de jurar que no volvería.
Regresó para acompañarla en su último y definitivo viaje.
No
se arrepiente, le hubiera resultado imposible seguir viviendo sin
estar presente en su despedida y se tragó su asco y su bilis. Bajó
la cabeza ante lo único que consideraba más importante que
cualquier otra cosa y rompió su juramento, juramento arrastrado
durante tantos años que ya se va diluyendo en su memoria.