lunes, 23 de septiembre de 2013

La Encomienda

Capítulo 1.
La mirada de la mujer sigue de manera obstinada las vistas que pasan vertiginosas a través de la ventanilla del elegante automóvil en el que va sentada en la parte trasera.
Ni siquiera parece oír las indicaciones del conductor comunicándole la inmediata llegada a su destino. Permanece absorta aunque sin perder detalle del paisaje que no difiere mucho del que recuerda de su niñez.
Los tendidos eléctricos se le asemejan gigantes con sus enormes estructuras de hierro y recuerda los anteriores tendidos compuestos por palos de madera.
El precio de la modernidad diría su querida tía Pepa. El inexorable paso del tiempo, piensa ella.
El cielo tiene la misma tonalidad azul y el rojo de la tierra mantiene la misma intensidad que recordaba.
Más...sabe que es una quimera, nada es ya lo que fue un día y la emoción estrangula su garganta impidiéndole tragar la saliva y obligándola a mantenerse fuerte para evitar el llanto que pugna por anegar sus ojos.
-Estamos llegando al desvío, señora....
Insiste de nuevo el conductor sabiendo perfectamente que antes ni siquiera reparó en sus palabras. Y no le extraña en absoluto porque a pesar de su juventud, el hombre que ya roza la treintena conoce de primera mano el significado de este regreso y las emociones que se han desatado en el interior de la mujer sentada a su espalda.
-Discúlpame......David, estaba distraída.
El joven asiente con la cabeza al tiempo que lanza una mirada furtiva por el espejo retrovisor y nuevamente la admiración en sus ojos, admiración indisimilada y agradecimiento.
-Se puede quitar el cinturón, ya entramos en el camino.
Así lo hace al notar que el coche reduce la velocidad y gira para comenzar a circular por el camino de tierra mucho más despacio y sorteando algunos baches que pueden resultar ciertamente molestos.
Abre la ventanilla ya libre del cinturón que la mantenía sujeta al asiento y sus ojos se empapan del paisaje que aparece ante ella como un fantasma del pasado.
La tierra rojiza se extiende hasta el infinito formando una línea recta sin rastro de vegetación hasta adentrarse varios kilómetros y encontrarse con los majestuosos maizales que forman un enorme manto verde.
También la sorprenden los artefactos de riego que se encuentran por doquier. Grandes armatostes de hierro aupados sobre ruedas que recorren los campos sedientos surtiéndolos del liquido elemento.
El cartel que da nombre a la propiedad aparece antes de adentrarse en los maizales y su visión la retrotrae al principio de su vida y provoca una sacudida en la mujer que vuelve el rostro hacía el lado contrario.
La Encomienda”
Propiedad Privada, prohibido el paso a toda persona ajena a dicha propiedad.
La indicación de restricción de paso es la que provoca una amarga sonrisa en ella y piensa en sus padres. Lamenta que no puedan ver este momento aunque tiene la esperanza de que sí puedan hacerlo desde algún lugar al que no puede poner nombre.
Mucho ha cambiado todo desde la última vez que puso un pie en estas tierras, veinte largos años hará en diciembre y el motivo todavía le duele en el alma.
Veinte años hace ya que murió su madre y a pesar de jurar que no volvería. Regresó para acompañarla en su último y definitivo viaje.
No se arrepiente, le hubiera resultado imposible seguir viviendo sin estar presente en su despedida y se tragó su asco y su bilis. Bajó la cabeza ante lo único que consideraba más importante que cualquier otra cosa y rompió su juramento, juramento arrastrado durante tantos años que ya se va diluyendo en su memoria.


159 comentarios:

  1. Capítulo 2.
    El coche continúa su marcha a una velocidad prudente durante lo que parece un periodo interminable. Atraviesan kilómetros y kilómetros entre el maíz que flanquea ambos lados del estrecho camino y que a veces consigue causar claustrofobia en la mujer.
    Al fin salen a campo abierto y abandonan la muralla verde formada por miles de cañas que impiden disfrutar del resto del paisaje para desembocar en una nueva llanura que permite divisar a lo lejos la silueta inconfundible de la casa que da nombre a la finca.
    La casa de la Encomienda se mantiene erguida y majestuosa en lo alto de una suave ondulación del terreno. Sus ocho buhardillas se distinguen claramente pese a la distancia y el torreón del norte apunta orgullo hacía el claro cielo de agosto.
    También pueden divisar parte de los jardines delanteros y los coches esperando pacientes en el empedrado de la entrada.
    Unos dos kilómetros antes de la llegada a la casa se encuentran con una serie de edificios distantes pocos metros del camino principal y situados en lado izquierdo.
    Sus paredes encaladas ofrecen oscuros desconchones y los ojos de la mujer observan los tejados de teja gris que han comenzado a derruirse y ofrecen un espectáculo desolador.
    Llama su atención el viejo pozo con su gran brocal que apenas mantiene algunas huellas de la cal de antaño y su grueso tronco de madera con la manivela de hierro para hacerlo girar y un trozo apenas visible de soga que pende del centro exacto.
    -Detente aquí, David.
    -Pero, señora.....nos están esperando....
    -¡Qué esperen!
    Obedece el joven de inmediato ante la enérgica orden y las ruedas del automóvil quedan clavadas en el suelo entre el ruido del chinarro ocasionado por la brusca frenada.
    La puerta trasera del coche se abre sin darle tiempo a ofrecerle su ayuda para abandonar el vehículo. Las piernas largas y y bien torneadas toman contacto con el polvoriento suelo rematadas por unos elegantes zapatos negros con punteras blancas y un vertiginoso tacón de aguja.
    La mujer puede por fin estirar sus entumecidos músculo tras tres horas largas sentada inmóvil en el asiento y alisa la delicada seda de su vestido que bordea sus rodillas sin llegar a taparlas.
    Posee un cuerpo elástico y juvenil. Espalda recta y un torso no muy exuberante pero perfectamente moldeado.
    Cintura breve y caderas estrechas con las redondeces justas. El cabello lo lleva muy corto y de un color castaño claro salpicado de mechas rubias muy claras, casi ceniza.
    A sus cincuenta años, Virginia Román Mansilla todavía provoca admiración a su paso y en todos y cada uno de los rasgos de su rostro se puede advertir el rastro de una belleza delicada y poco común que ella no siempre ha sabido o querido mostrar.
    Se abre paso entre los numerosos cascotes diseminados ante ella hasta alcanzar una de las casas que menos ruina presentan.
    -Debería tener cuidado, doña Virginia, esto está en muy mal estado.
    La voz a su espalda no consigue detenerla e impide con un gesto de su mano que el joven continué tras ella y vigilando cada uno de sus pasos.
    -Vete al coche, David......podría recorrer todo esto con los ojos cerrados, despreocúpate.
    Obedece a regañadientes y regresa hasta apoyarse en el capo del brillante coche negro, arremanga las mangas de su camisa blanca hasta más arriba de los codos y afloja el nudo de su corbata azul marino en busca del aire que parece faltarle.
    El calor es infernal pero no parece afectar a la mujer que empuja la puerta de madera que un día estuvo pintada de verde pero que en la actualidad apenas guarda vestigios de dicho color.
    La puerta no cede a sus intentos por abrirla y la ve arrodillarse muy cerca del umbral y buscar bajo una gran piedra que simula ser un escalón.

    Una exclamación de júbilo se escucha en la plácida tarde cuando la ve levantarse y apuntarle con una llave de hierro que consigue devolver la ternura a una cara endurecida por las circunstancias.

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  2. Capítulo 3.
    Introduce la llave en la cerradura que está cubierta de herrumbre y trata infructuosamente de conseguir que gire en su interior manchándose las manos con el óxido que se ha acumulado durante dos décadas exactas.
    La alegría inicial al alzar victoriosa la llave, se convierte en decepción y nuevamente la tristeza se adueña de ella hasta que David abre el maletero y acude hasta donde ella se encuentra con algo en sus manos y le pide que se retire a un lado.
    Introduce el aceite lubricante en la cerradura y le pide esperar dos minutos para que haga efecto. Vuelve nuevamente al coche y regresa con un envoltorio de toallitas húmedas que le va ofreciendo para que limpie sus manos teñidas de un curioso color ocre oscuro.
    La observa mientras pasa las toallitas por sus delicadas manos, de dedos largos y finos rematados con unas uñas perfectamente cuidadas con una discreta manicura.
    Resalta en su mano derecha la sencilla alianza de oro y en su mano izquierda, un fino aro rematado
    por un pequeño diamante lanza destellos cegadores al recibir la luz de forma directa.
    Instantes después, el muchacho hace girar la llave en la cerradura hasta conseguir con cierta dificultad que de las dos vueltas completas.
    Empuja entonces la puerta que aún se resiste al estar encajada en el umbral a consecuencia de las lluvias del invierno para ceder finalmente ante la insistencia del joven.
    Se abre entre ruidos que semejan lamentos tétricos y el muchacho tiene tiempo de retirar a la mujer para evitar que reciba de lleno el polvo acumulado y que al contacto con el exterior se desprende del quicio y cae al suelo justo donde segundos antes se encontraba ella.
    -Ya puede pasar, señora ¿de verdad no quiere que la acompañe?
    Niega con la cabeza suavemente y presiona levemente el antebrazo del joven invitándolo con un gesto para que salga de allí.
    -No...gracias, David pero esto tengo que hacerlo yo sola, no te preocupes, estaré bien y por favor.....sabes lo mucho que me molesta que me llames señora ¿por qué lo haces?
    Consigue arrancar su sonrisa y la explicación no tarda en llegar por su parte con la sensatez que siempre lo ha caracterizado.
    -Hoy tenemos una cita importante, Virginia. Una cita con buena parte de tu pasado y no quiero que nadie te ningunee, eres una gran señora y así debes ser tratada ante todos ellos.
    -Pierde cuidado, David......hace ya mucho tiempo que perdí el miedo a muchas cosas y ahora por favor...déjame sola.
    No insiste más y y desiste de su empeño de vigilar cada uno de sus pasos como su madre le hizo prometer.
    “No la pierdas de vista, hijo, no te separes de ella a pesar de lo que diga”
    No ha podido ser, sabe las emociones que azotan a la mujer en este preciso momento aunque comprende perfectamente los temores de su madre y su empeño porque sea su sombra a todas horas.
    Virginia traspasa la puerta abierta y trata de acostumbrar sus ojos a la semipenumbra que domina en un primer momento la pequeña habitación.
    Sus ojos se adaptan progresivamente al cambio que supone la luminosa luz del exterior en contraste con el oscuro interior pero en cuestión de segundos se difuminan las sombras y aparecen poco a poco ante ella los humildes pero añorados enseres de su niñez.
    Un haz de luz se abre paso en la oscuridad y se refleja sobre un trozo de suelo. Virginia dirige su mirada hasta el techo y comprueba consternada que proviene de una brecha en el tejado que ya ha comenzado a hundirse.
    Se acerca hasta la única ventana con la que cuenta la habitación y pelea con ella hasta conseguir abrir la compuerta de madera que pierde varias astillas al forzarla.
    Se ilumina mucho más la pequeña cocina y el elegante zapato arrastra la capa de polvo dejando ver el dibujo de los antiguos ladrillos.

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  3. Capítulo 4.
    Aparece el cuadrado completo de la baldosa pero ella sabe que es insuficiente. Son necesarias cuatro baldosas para poder ver el dibujo en su totalidad y sus manos continúan frenéticas retirando el polvo hasta conseguir su objetivo.
    No repara en la suciedad acumulada en sus manos ni la mancha que queda en su cara cuando esas mismas manos limpian furiosa el llanto que cae libremente mejillas abajo.
    Se encuentra ante su pasado, un pasado que ha dejado cicatrices en su alma pero al que jamás renunciará y que por supuesto, no ha olvidado.
    Se pone en pie y la visión delos objetos familiares atenazan su garganta provocándole un dolor sordo. La viaja máquina de coser de su madre la atrae como un imán y se acerca hasta ella para quitar la capucha de madera en la que todavía se puede leer la marca a pesar de tener dos letras borrosas “Alfa”
    Apoya uno de los pies en el pedal de hierro y comprueba que al igual que la cerradura, la máquina también está completamente oxidada.
    Todo está como ella recordaba y sus pasos recorren las tres estancias que componen la humilde vivienda empapándose de los recuerdos tantas veces añorados, tantas veces...llorados.
    En el dormitorio de sus padres se conserva la cama de matrimonio y al lado otra más pequeña en la que dormían dos de sus hermanos.
    En el cuarto de al lado también siguen las dos camas gemelas, una de ellas compartida durante años con su tía Pepa y con su recuerdo se recrudece el llanto que segundos antes había conseguido dominar.
    Nuevamente la nostalgia consigue doblegarla y la imagen de las camas con sus armazones desnudos le recuerda que ahora la situación es muy diferente. Ahora tiene la potestad de la reparación y la reconstrucción de todo cuanto la rodea será la primera decisión que tome como nueva dueña de La Encomienda.
    David abandona el coche al verla salir y sale a su encuentro, espera a que ella cierre la puerta con sus dos vueltas de llave correspondientes y le ofrece el bolso que ella le solicita.
    Lo abre e introduce la llave en su interior bajo la atenta mirada del joven que no puede evitar la carcajada al ver su cara llena polvo, regueros de rimel provenientes de sus pestañas y que bajan hasta la barbilla, las manos totalmente negras.
    -¿Qué es eso que te causa tanta risa, David?
    -Perdona.......¿Te has visto?
    Permite que la sujete por el codo y se deja conducir hasta el coche. Coloca uno de los espejos para que se mire en él y la exclamación que brota espontánea de su boca consigue recrudecer su risa.
    -¡Santo cielo, David! Estoy hecha un fenómeno que diría mi tía Pepa.......
    -Esto no lo arreglan las toallitas, Virginia ¿tendrá agua el pozo?
    Se desprende de los zapatos y corre seguida muy de cerca por el joven hasta llegar a la boca del pozo, se asoman los dos al brocal y la placidez del agua les devuelve la imagen de los dos con sus cabezas muy juntas.
    -Agua...hay, el problema será extraerla.
    -Espera......
    La ve correr descalza hasta la parte posterior de la casa y entrar en un pequeño habitáculo cuya puerta permanece colgando de sus goznes. Regresa triunfante con un viejo cubo de hojalata y una soga como de unos tres metros de larga.
    Jadea por el esfuerzo pero no se amilana, se arrodilla para hacer un fuerte nudo doble al asa del cubo y rechaza la ayuda de David cuando pretende sacar el agua en su lugar.
    -No....déjame a mí, todavía no he olvidado cómo se hace.
    Le fascina el empuje del que hace gala, su fuerza interior y le parece estar escuchando de nuevo a su madre.
    “Ella es una fuerza de la naturaleza, hijo, nunca vi una mujer que resurgiera de sus cenizas y consiguiera recomponer sus pedazos y emprender una vida nueva”

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  4. Capítulo 5.
    Comprueba que la soga esté bien anudada al asa y se pone en pie apoyándose en el brocal para lanzar el cubo al interior del pozo.
    Maniobra con habilidad hasta conseguir que el agua entre en el cubo y antes de permitir que se hunda tira con fuerza de la soga ayudándose de las dos manos.
    Lo alza con facilidad hasta depositarlo en el brocal sin derramar una gota de agua y entonces lo mira triunfante enarcando una de sus bien depiladas cejas.
    -¿Has visto? No he olvidado cómo hacerlo.
    Deja el cubo en el interior del viejo pilón de piedra situado junto al pozo y pide al joven que la ayude con la cremallera de su vestido.
    -Vigila que nadie merodee por aquí, David.
    Así lo hace oteando los alrededores y descartando la presencia de intrusos. La observa desprenderse del caro vestido de seda negra con ribetes blancos en el escote y las sisas y quedarse vestida con una suave combinación de raso también negro.
    Recoge la prenda cuando ella se la entrega y la mantiene cuidadosamente doblada en uno de sus brazos para evitar que se arrugue.
    Virginia introduce sus manos en el cubo y comprueba la frialdad del agua a pesar del bochorno reinante.
    Frota vigorosamente sus manos y sube hasta los codos para después proceder a retirar los rastros de suciedad de su cara e intentar hacer desaparecer el pertinaz y resistente color negro del rimel de sus pestañas.
    La escucha rezongar por lo bajo lamentando no tener ni una toalla para secarse y regresa al coche para sacar algo del maletero sin dejar de vigilar los alrededores.
    Vuelve de nuevo junto al pozo y la ve sentada en el pilón de piedra en un intento de secarse sin entrar en contacto con la molesta tierra.
    -Toma, esto me lo dio mi madre para ti.
    ¡No! ...Mi neceser, esta madre tuya vale un imperio.
    -Me dijo que lo echase en el maletero porque nunca se sabe lo que puede pasar.
    Virginia guarda silencio y extrae una suave toalla de mullido rizo blanco y entierra su cara en ella. Le arden los ojos por los esfuerzos para limpiar sus pestañas pero también por efecto del detalle de la previsora Gloria.
    ¡Gloria! ¡Qué sería de ella si no hubiese estado a su lado en tantos y tantos momentos en los que decidió que su vida no valía la pena.
    Retira la toalla de su cara y sus ojos se dirigen hasta la casa que dista unos cincuenta metros de la humilde vivienda de sus padres. Por un instante cree ver a varios niños jugando en la explanada delantera y entre ellos surgir la figura escuálida de una niña pelirroja que arrastra ligeramente su pierna izquierda al caminar.
    Nuevamente el llanto acude a sus ojos y David deja cuidadosamente el vestido sobre el asiento del coche y regresa junto a la mujer que de nuevo presiona la toalla sobre sus ojos.
    Presiona con delicadeza uno de sus hombros y la obliga a levantar la cabeza al tiempo que toma asiento junto a ella.
    -Virginia.....mi madre me pidió que no te dejase sola, también me hizo prometer que impidiese lo que ahora está sucediendo.... que te hundieras.....
    Sus ojos enrojecidos no se esconden ahora y lo mira de frente,sujeta una mano del joven entre las suyas y le habla bajito, como temiendo alzar la voz al igual que sucedió hace ya tantos años.
    -Gloria... ella mejor que nadie sabe el significado de este regreso......

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  5. Capítulo 6.
    David tiene que hacer verdaderos esfuerzos para escuchar las palabras que se deslizan de su boca en susurros. Pareciera que todavía el miedo presidiera su vida cuando él sabe que no es así desde hace mucho tiempo.
    -No os entiendo, Virginia.......ni a mi madre ni a ti, a ninguna de las dos.
    Cesa en su letanía en voz baja y su mano libre acaricia con ternura la mejilla perfectamente rasurada del joven como hacía cuando era niño y lo miraba fascinada durante horas mientras dormía.
    Es ya un hombre, cumplirá veintiséis años el próximo mes de septiembre y se ha licenciado en derecho y económicas con notas brillantes.
    -No queremos que nos entiendas, David, nos conformamos con que nos quieras.
    Consigue arrancarle una sonrisa y da por terminada la conversación poniéndose en pie y buscando los zapatos que permanecen tirados de cualquier manera.
    Con ellos en la mano se dirige hasta el coche y se pone el vestido solicitando su ayuda para subir la cremallera.
    Se sienta en la parte delantera y pasa la toalla por las plantas de sus pies para retirar la tierra y procede a calzarse de nuevo los zapatos.
    Busca en el neceser una pequeña bolsa de aseo y saca de su interior sus utensilios de maquillaje que va colocando en el salpicadero.
    Apenas cinco minutos más tarde no queda rastro alguno del desastre ocasionado por el acceso de llanto mezclado con el polvo y la rabia que ha logrado superarla claramente.
    Emerge una nueva mujer, perfectamente maquillada y segura de sí misma que parece haber dejado atrás el episodio de debilidad experimentado un rato antes.
    -¡Vaya! Parece que no estás dispuesta a renunciar a tu maquillaje.
    Virginia sale de la parte delantera del coche y mete el neceser en el maletero que permanece abierto, hace un guiño pícaro al joven y lo invita a darse prisa.
    -Vamos, se nos hace tarde y esta gente estará de los nervios.
    El coche reanuda el camino y entra de inmediato en otro tramo más cuidado y ancho que conduce en línea recta hasta la imponente mansión que divisaron en cuanto dejaron atrás los campos sembrados de maíz.
    Se encuentran a la entrada varios coches aparcados aunque no hay rastro de presencia humana por ningún sitio.
    Virginia espera, ahora sí a que David abra la puerta del coche y acepta la mano que le ofrece para salir con más comodidad del interior y el joven observa el cambio experimentado en la mujer que un rato antes se encontraba destruida para asistir a la presencia de una mujer totalmente distinta.
    Una mujer algo distante, con una cierta dureza en la cara y que avanza con paso firme y seguro hasta traspasar el gran arco de hierro cubierto por completo de una especie de rosal que se retuerce una y otra vez entre sus vericuetos y que se encuentra en plena eclosión de rosas rojas como la sangre.
    Corona el arco el nombre de la finca en grandes letras de hierro negro "La Encomienda"

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  6. Capítulo 7.
    Y traspasa el arco con la cabeza erguida y pisando firmemente el camino empedrado que conduce a las escaleras de entrada a la casa y que desembocan en dos galerías frontales que se asoman a los jardines como suspendidas en el aire.
    David la sigue a un metro escaso de distancia y desobedeciendo su orden de esperarla fuera. No piensa dejarla sola en un momento tan trascendental para ella.
    Un hombre elegantemente vestido sale en ese preciso instante a la galería y enciende un cigarrillo que apaga apresuradamente al percatarse de la presencia femenina.
    Se deshace en disculpas que nadie le ha pedido por no encontrarse nadie en el exterior para recibirla y ofrece su mano que Virginia estrecha levemente.
    -Discúlpenos, Señora....este endemoniado calor nos ha obligado a buscar refugio en el interior.
    No recibe réplica alguna a sus disculpas y Virginia espera pacientemente a que el hombre le indique con un gesto que pueden acceder a la casa y terminar de una vez por todas con los trámites que ya se han alargado por espacio de casi seis meses.
    Don Anselmo Alcántara Villaseca ha sido el intermediario entre ella y los anteriores propietarios de La Encomienda para llevar a cabo la negociación de la adquisición de la finca.
    Solamente ha tratado con él en todo lo relativo a alcanzar un acuerdo satisfactorio para ambas partes y muchas han sido las horas invertidas en discusiones que muchas veces no les llevaban a ninguna parte.
    Pero un mes antes recibió su llamada informándole de la conformidad de sus clientes respecto a su última propuesta y firmaron un preacuerdo que hoy se disponen a ratificar de forma definitiva.
    A la pregunta que Gloria le hizo expresando su preocupación por si los dueños se echaban atrás y se negaban a ratificar la compra. Virginia le contestó de forma burlona destilando a su vez un veneno que pocas veces antes se había permitido exteriorizar.
    -Descuida, querida, están en un callejón sin salida.
    No lo veía así la mujer que sentada frente a ella se dedicaba a tejer un grueso jersey de lana azul marino a una velocidad endiablada.
    -Das demasiadas cosas por supuestas, lo mismo les puede más el orgullo y en el último momento deciden no desprenderse de la finca.
    -¿Y entregar la señal que se les entregó duplicada por dos?.....No lo creo, Gloria, no están en situación de andarse con muchos remilgos.
    Ahora ha llegado el momento de comprobar si el trato sigue en pie, cosa de la que ella no alberga duda alguna por ser conocedora en profundidad de la situación financiera de la familia Sagasta-Bris.

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  7. Capítulo 8.
    El rumor de una conversación llega hasta la puerta principal por la que en esos momentos acceden a la casa Virginia y el abogado seguidos de David que prefiere mantenerse en un segundo plano aunque siempre pendiente de cualquier detalle que necesitase de su intervención.
    La conversación proviene de un grupo compuesto por cinco personas entre las cuales no ve a ninguna mujer.
    La charla cesa cuando la ven entrar acompañada de don Anselmo y abandonan los mullidos asientos del hall de la entrada para ponerse en pie al tiempo que colocan sus corbatas que habían aflojado debido al calor.
    El primero en acercarse es un viejo conocido y el único del grupo que pese a guardar el decoro en su indumentaria, no lleva la encorsetada corbata ni la chaqueta del traje.
    -¡Virginia....cuánto tiempo.....!
    Ignora deliberadamente la mano tendida del hombre que ya está próximo a la jubilación y echa mano de todo su autocontrol para no abofetearlo allí mismo.
    -Para usted soy doña Virginia, no lo olvide, Eufemiano.
    El desaire inicial no parece afectar al hombre que esboza una sonrisa una tanto forzada y procede a las presentaciones de los demás componentes del grupo que asisten al tenso momento un tanto desconcertados.
    -Caballeros, permítanme presentarles a doña Virginia Román, señora de Valdemoro.
    Estrecha la mano de un hombre de unos sesenta años que será el encargado en su condición de notario de hacer oficial la adquisición de la finca.
    Lo acompaña un secretario que al parecer ha sido el encargado de redactar toda la documentación pertinente y otro hombre más joven al que le presentan como abogado.
    El cuarto hombre al que es presentada consigue que el autocontrol que se ha impuesto se tambalee
    a pesar de haberse convencido a sí misma de que no lo conseguiría.
    Moisés Sagasta Bris es junto con su padre el propietario hasta el día de hoy de La Encomienda. Es ya un hombre hecho y derecho que cumplió treinta y tres años a principios de junio.
    Virginia demora unos segundos más de los convenientes el contacto con la mano que estrecha la suya trasmitiéndole una sensación que jamás creyó experimentar.
    -Encantado de conocerla, señora.
    Se limita ella a un leve gesto con la cabeza al comprobar que su voz ha quedado estrangulada en su garganta.
    También trata de analizar de manera disimulada los rasgos físicos de Moisés. Guarda un enorme parecido con su padre, algo que no puede pasar por alto pese al rechazo que ese hecho le produce.
    Es un hombre de buena estatura, delgado, pero fibroso por efecto posiblemente del ejercicio físico, y guapo, muy guapo.
    Nada más separarse de él, Virginia experimenta un vacío frío que hacía años no había vuelto a sentir y ante la posibilidad de venirse abajo, respira profundamente con rabia y determinación.
    El último de los integrantes del grupo es con diferencia el mayor de todos ellos y tan solo un esfuerzo hercúleo por su parte impide que le escupa en la cara.
    Apenas roza la mano que el anciano le adelanta dejando de lado una de las muletas con las que se ayuda al caminar. Ya nada queda del altivo hombre de antaño pero a pesar de su vulnerabilidad, la mujer no puede sentir piedad.


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  8. Capítulo 9.
    El desprecio y el resentimiento se reflejan perfectamente en el rostro lívido de la mujer, incapaz de sentir nada que no sea un odio visceral que va más allá de su propio raciocinio.
    El hombre lo sabe y sin embargo cree llegado el momento de ajustar cuentas con un pasado del que no se siente orgulloso pero que volvería a repetir una y mil veces.
    -Señores, les rogaría que esperasen un rato más antes de proceder a la firma. Necesito conservar unos minutos a solas con la señora de Valdemoro.
    Ninguno de los presentes pone objeción alguna y regresan a sus asientos para proseguir con la conversación mantenida antes de la llegada de la nueva propietaria.
    Una mujer que ya ha pasado la barrera de los sesenta años hace entonces su aparición portando una gran bandeja en la que se pueden apreciar diversos aperitivos perfectamente presentados y que comienza a servir a los invitados en completo silencio.
    Su mirada casi furtiva se cruza con la de la mujer elegantemente vestida y que permanece de pie un tanto desconcertada.
    La sorpresa es mutua al reconocerse, tan solo un leve parpadeo se puede apreciar en los ojos vivaces de la sirvienta pero que da paso inmediatamente después a un gesto totalmente inescrutable.
    Virginia accede a regañadientes a la indicación de don Moisés para dirigirse al despacho que se encuentra situado en la primera planta y comienza a andar sintiendo en su espalda las miradas lascivas de buena parte de los hombres que comienzan a dar buena cuenta de los suculentos aperitivos.
    El hijo de don Moisés también les sigue a corta distancia para encontrarse con la negativa de su padre al llegar a las puertas abiertas del despacho.
    -No, hijo, tú quédate con los demás, éste.... es un asunto privado entre la señora y yo.
    -¡Pero....papá!
    -Obedece, hijo, por favor.
    Así lo hace, se da la vuelta sin comprender la actitud de su padre pero sí ha podido captar la súplica en la mirada que le ha dirigido.
    Virginia escucha el golpe de la puerta al cerrarse a su espalda y se maldice por este momento de debilidad. Años y años soñando con poder estar frente a frente con el hombre que le destrozó la vida y a la hora de la verdad siente que las fuerzas la abandonan y las piernas se niegan a sostenerla.
    Más, es una sensación pasajera y toma asiento en el sillón que él le indica con el ánimo bastante más entero que unos segundos antes.
    Don Moisés toma asiento frente a ella al otro lado de la mesa tras desprenderse de las muletas y sus ojos apagados se clavan en la atractiva mujer sentada frente a él.
    -Me imagino que habrás soñado con este momento en infinidad de ocasiones.
    La indignación al escucharlo casi le hace perder los estribos pero recuerda las palabras de Gloria la noche anterior y nuevamente hace acopio de toda la fuerza de voluntad de la que se cree capaz.
    "No te alteres, Virginia, conserva la calma y recuerda que la venganza es un plato que se sirve...frío"
    Sabio consejo, como todos los que le ha dado a lo largo de su vida.
    -¿Qué quiere? Prefiero evitar en lo posible compartir el mismo espacio que usted.
    Sus desabrida pregunta parece obrar el efecto contrario de lo que pretendían porque el hombre esboza una sonrisa acompañada de las palabras que tanto teme escuchar.
    -¡Ah....! La señora prefiere no compartir espacio conmigo. Te recuerdo que compartimos algo mucho más importante que eso aunque por lo que veo, sigues negándote a admitirlo.
    -¡Cállese!
    -No....a estas alturas de mi vida no tengo miedo a nada.

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  9. Capítulo 10.
    Claro que no tiene miedo a nada. Dueño y señor de vidas y haciendas en otra época de su vida. Don Moisés no parece haber aceptado que ya están a finales de los años ochenta y las cosas no son ni de lejos como lo eran entonces.
    Pero para eso está ella aquí, para recordarle las vueltas que puede dar nuestra vida con el trascurrir de los años y ella es una buena muestra de ello.
    -Espero que diga lo que tenga que decir y me libere de su repugnante presencia.
    -¿Eso es todo lo que se te ocurre decirme después de tantos años? Dime......¿Qué has sentido al conocer a tu hijo?
    La náusea sube hasta su garganta amenazando con ahogarla como le sucedió tantos años atrás y mira durante un enloquecedor instante el unicornio de hierro macizo usado como pisapapeles.
    No le pasa desapercibida la mirada a su interlocutor que nuevamente sonríe porque sabe que la está llevando al límite de su aguante y eso es lo único que puede resarcirlo de la humillación que supuso conocer la verdadera identidad de la mujer que había adquirido el bien más preciado de su familia.
    Una propiedad que había pasado de generación en generación y ha sido él precisamente el que ha tenido la desdicha de tener que desprenderse de ella.
    -Doña Concha murió el año pasado ¿lo sabías?
    Lo mira incrédula, resistiéndose a creer lo que está escuchando. El estallido no se hace esperar y abandona el asiento violentamente derribando el pequeño sillón que termina volcado a sus pies.
    -¡Me importa una mierda, usted.....doña Concha y todo lo que tenga que ver con ninguno de ustedes¡
    Ahora sí parece incomodarle su demostración de ira y dirige una mirada preocupada a la puerta cerrada como esperando la irrupción de su hijo para averiguar el porqué de las voces subidas de tono.
    Le indica en un tono conciliador que vuelva a tomar asiento para retomar una conversación que había tomado unos derroteros poco convenientes.
    -Siéntate...por favor ¿acaso pretendes que se entere Moisés de lo que sucede?
    La sola mención del nombre de su hijo es suficiente para conseguir tranquilizarla. Levanta el sillón volcado y se sienta de nuevo convenciéndose a sí misma de que será la última vez que tenga que soportar una situación tan desestabilizadora para ella.
    -Bien, discúlpame si me he excedido en mis comentarios, convendrás conmigo en la consternación que me supuso enterarme de a quién iban a parar mis tierras......
    No le contesta, comienza a respirar pausadamente hasta comprobar que los latidos de su corazón adquieren un ritmo más lento, lejos del desbocado ritmo que alcanzó unos minutos antes.
    -Te preguntarás la causa por la que me desprendo de La Encomienda y quiero explicarte el motivo por el que hago semejante cosa.
    Con el pulso más firme. Virginia busca en el interior de su bolso hasta encontrar una elegante pitillera de piel de cocodrilo, enciende un cigarrillo rubio y expulsa el humo con fuerza en dirección al techo al tiempo que vuelve a fijar su mirada en el hombre sentado al otro lado de la mesa.
    -No es necesaria ninguna explicación por su parte. Estoy al corriente de sus problemas financieros.

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  10. Capítulo 11.
    Parece no haber escuchado sus envenenadas palabras y comienza un monólogo que por momentos parece dirigido a justificarse a sí mismo.
    -Como habrás podido comprobar, Moisés es ya todo un hombre y ha vivido fuera de España durante bastantes años.
    Su madre se empeñó en darle una educación más liberal de la que este país podía ofrecerle y completó su formación en Estados Unidos.
    Naturalmente.....ella le acompañó durante la mayor parte de su estancia allí y yo tuve que vivir a caballo entre América y España.
    Ciertas operaciones bursátiles no salieron como era de esperar y me ocasionaron un agujero financiero que he tenido que cubrir con la venta de la finca.
    Virginia lo escucha sin interrumpirlo una sola vez. Está al corriente de las desastrosas inversiones que lo han llevado a esta situación y que le han dado a ella la oportunidad de golpearlo donde más le duele.
    Pero cree llegado el momento de poner fin a sus explicaciones y dar por concluida su reunión. Le interesa ratificar la firma de adquisición de la finca y dar carpetazo a una parte de su pasado que la ha perseguido sin tregua durante la mayor parte de su vida.
    -Ya es suficiente, todo eso que me está explicando es de conocimiento público en los círculos financieros y no es necesario que se justifique ante mí
    También sé que no se queda en la indigencia ni muchísimo menos.
    -¡Vaya! Has aprendido mucho del hombre con el que llevas conviviendo más de.....¿cuánto......veinticinco años?
    La mención a su marido vuelve a despertar su lado más salvaje al considerar que no tiene derecho a involucrarlo en una historia a la que es totalmente ajeno.
    -No vuelva a nombrar a mi marido, nada tiene que ver con lo ocurrido entre nosotros.
    -¿Estás segura? Yo creo que sí tiene que ver, de hecho pienso que es él quien te ha servido mi cabeza en bandeja de plata.
    No piensa permitirle que le haga más daño y abandona el asiento definitivamente obligándole a él a hacer lo mismo.
    Observa sus dificultades para levantarse con la ayuda de las muletas y acercarse trabajosamente hasta el otro lado de la mesa hasta situarse a escasos centímetros de ella.
    -Veo que has dado por concluida la conversación, será mejor que terminemos con esto de una vez pero quiero que le des un mensaje a Ricardo de mi parte. Espero y deseo que no haya tenido nada que ver con mis problemas en bolsa.
    Le replica indignada por lo que de desconfianza llevan implícitas sus palabras y se retira para aumentar el espacio que los separe.
    -Ricardo es un caballero, es un hombre de honor que jamás utilizaría esas sucias artimañas que usted quiere atribuirle....
    -Puede ser...el honor y la decencia se las doy por supuestas, siempre ha sido así pero también ha llegado a mis oídos que ha estado locamente enamorado de ti desde que te conoció y el amor nos puede llevar a cometer muchas locuras.
    Pero bueno.....eso es algo que tú sabes muy bien porque fuiste víctima de una de esas locuras que se cometen por amor ¿no es cierto?

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  11. Capítulo 12.
    Cierto....pero no por su propia locura de amor, sino por la de otros en la que ella nada tenía que ver.
    El agotamiento parece haber abotargado sus sentidos y reconoce que está en inferioridad de condiciones respecto al hombre que a pesar de su edad se encuentra en plenitud de facultades mentales.
    Quiere acabar con todo de una buena vez y ni se molesta en rebatir su planteamiento. Una manera muy simple de presentar la tragedia que le supuso poner su granito de arena en una historia de amor, que ni era la suya y muchos menos, de su incumbencia.
    -No tengo nada más que hablar con usted, le agradecería que se procediera a la firma y que cada uno de nosotros podamos continuar con nuestras vidas como hasta ahora.
    El hombre sujeta con fuerza las dos muletas y comprende las emociones que luchan en el interior de la mujer adulta erguida a su lado.
    No es la inocente adolescente de hace más de treinta años. Es una mujer fuerte a la que sólo ha podido doblegar mediante los dolorosos recuerdos que al parecer permanecen vivos en su mente como el primer día.
    -¿Me odias....verdad? Con un odio irracional que no puedes controlar por mucho que lo intentes.
    Vuelve sobre sus pasos al escucharlo sin llegar a tocar el pomo de la puerta para abrirla. Sus ojos parecen dos brasas y le escupe las palabras que parecen quemar su boca.
    -Creo que el odio es mutuo, don Moisés ¿O acaso no supone una humillación para usted el cambio de papeles en La Encomienda?
    Recibe el golpe como una bofetada en pleno rostro pero consigue descolocarla con una respuesta que jamás hubiese esperado de su parte.
    -¡Ah, querida Virginia! En cierta forma sigues siendo aquella joven soñadora de antes de tu marcha. La pretendida pátina de dureza con la quieres cubrirte es tan solo una fachada que engañará a otros.....pero no a mí.
    ¿Piensas que me has vencido? Permíteme sacarte de tu error y decirte lo equivocada que estás en ese aspecto.
    Dices que te odio....mentira ¿Cómo odiar a quién te dio lo que más has amado en tu vida?
    Porque tú me lo diste, me diste un hijo que lleva la mitad de cada uno de nosotros.
    Y créeme, Moisés es un hombre maravilloso, lástima que tu rencor te impida ver una cosa tan simple como esa.
    No quiere escuchar más, abandona el despacho con paso rápido aunque no tan seguro como lo hizo a su llegada.
    Aún así, su voz no tiembla al indicar a los hombres que se han puesto en pie a su llegada que no quiere dilatar más la firma de los documentos.
    -¡Señores! Les rogaría celeridad con los últimos trámites.
    Don Moisés llega instantes después con su caminar renqueante e indica con un gesto de su cabeza en dirección a unas puertas dobles que dan paso a un enorme salón en cuya mesa central encuentran perfectamente colocados una serie de documentos listos para su firma.
    Se sienta con la ayuda de su hijo en la cabecera de la mesa e invita a los demás para que hagan lo mismo.
    Parece haber entrado en un mutismo absoluto que solo rompe para dar las indicaciones pertinentes.
    -Procedamos a dar por concluida esta transacción, señores. Doña Virginia tiene prisa por hacerlo y a nosotros nos espera un largo viaje de regreso.


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  12. Capítulo 13.
    En unos escasos quince minutos terminan con todo lo relativo a las firmas necesarias para hacer realidad la compra de la finca denominada "La Encomienda"
    Con la última rubrica de don Moisés Sagasta- Bris, la propiedad pasa a las manos de Virginia Román Mansilla que busca en su elegante bolso de Chanel un sobre color crema del que hace entrega al anterior propietario.
    -Aquí tiene el cheque con el importe convenido. Los honorarios del señor notario serán debidamente satisfechos cuando pasen la factura al despacho de mi marido.
    -Y ahora...si no tienen inconveniente, me gustaría que se retirasen cuanto antes.
    Ninguno de los presentes parece tener intención de prolongar más su estancia en la casa. Una especie de incómodo silencio parece haberse adueñado de los componentes del grupo venido expresamente desde Madrid para asistir a la reunión que estaba programada desde hacía más de un mes.
    El notario es el primero en abandonar la finca acompañado de su secretario. El abogado de los Sagasta junto a Eufeminano Martín Roca que ha sido el administrador de la encomienda desde que ella tiene memoria, también se dirigen al coche dejando a los dueños despedirse a solas de la nueva propietaria.
    Don Moisés parece recrearse con el paisaje por última vez y recorre con un halo de tristeza en los ojos lo que a partir de este mismo instante pasará a formar parte de sus recuerdos. Propina una palmada cariñosa en el hombro de su hijo y da las últimas indicaciones a Virginia.
    -Quedan algunas cosas debidamente empaquetadas que serán retiradas a la mayor brevedad posible, recuerdos familiares en su mayor parte, del resto puedes disponer como mejor te plazca aunque imagino que querrás imprimir aquí tu sello personal.
    -Imagina bien, don Moisés, tengo intención de hacer varios cambios, sobre todo en Las Casillas.
    -¿En Las Casillas.....? Están prácticamente en ruinas.
    -Lo sé, antes de mi llegada he estado echando un vistazo y será lo primero que se reforme.
    -Bien, eso es cosa tuya, es tu dinero.
    -Así es.... usted se lleva de aquí sus objetos personales y sus recuerdos familiares, los míos se encuentran allí.
    Asiente levemente con la cabeza y tiende la mano esperando quizá un rechazo por su parte, rechazo que no se produce y estrecha la mano con educación en tanto sus ojos se desvían sin poder evitarlo al hombre que asiste entre desconcertado y divertido a una conversación de la que apenas ha conseguido entender nada.
    El parecido con su padre es evidente pero también tiene algo que le recuerda a ella en su primera juventud.
    Una especie de velo melancólico en sus ojos almendrados y de gruesas pestañas. Y el lunar, un lunar muy cerca de la comisura de su boca que se oculta cuando ambos sonríen.
    También él le tiende la mano de dedos finos y largos como los suyos. Esta vez el contacto es más intenso y profundo removiendo todas las fibras de su ser.
    -Un placer haberla conocido, señora, espero que disfrute de la tranquilidad que se respira en este lugar.
    No cruzan más palabras, los cuatro hombres se acomodan en el coche e instantes después desaparecen por el camino empedrado para enfilar la pista de tierra levantando una intensa nube de polvo a su paso.
    Virginia espera a perder de vista el automóvil y regresa sobre sus pasos hasta las escaleras. David espera sentado en uno de los sillones de madera que adornan la galería. La ve subir los escalones con paso vacilante y espera a que se siente a su lado para preguntarle por sus planes.
    -¿Regresamos a Madrid esta misma tarde?
    No le contesta de inmediato, enciende un nuevo cigarrillo y expulsa la primera bocanada de humo antes de comenzar a hablar.
    -Yo me quedo aquí, David, el que te vas a marchar eres tú.

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  13. Capítulo 14.
    -¿Regresar yo solo? No eran esos los planes, Virginia y lo sabes perfectamente.
    Está cansada, lo puede notar en su cara y también está nerviosa. El tic de su ojo izquierdo la delata claramente y consigue despertar su alarma.
    -Haz lo que te digo, vete a casa y regresa con tu madre y con tu tío Ricardo en cuanto les sea posible.
    Apaga el cigarrillo en uno de los numerosos ceniceros de hierro forjado que se encuentran a lo largo de toda la galería y que simulan la rama de un rosal con sus rosas y sus correspondientes hojas y espinas.
    Obra sin duda del marido de la mujer a la que pasa a buscar al interior de la casa y que encuentra enfrascada en tareas de limpieza en la cocina.
    La observa desde el umbral de la puerta, algunos kilos más pero la misma inconfundible figura de su juventud. Maneja con nervio el estropajo y la bayeta sin percatarse de su presencia silenciosa.
    -Veo que no has perdido tu vitalidad, Emilia........
    La voz a su espalda provoca un respingo en la mujer que suelta los útiles de limpieza y se da la vuelta de inmediato secándose el agua de las manos con un paño que pendía de uno de sus hombros.
    -¡Virginia! No podía creerlo...pensé que era una alucinación de mi mente cuando te he visto.
    No es una alucinación, las dos mujeres se abrazan en la mitad de la cocina acortando la distancia que las separaba por ambas partes.
    Al fin Virginia puede encontrarse con una parte de su pasado, abrazarse a ese pasado y comenzar a recomponer una parte de su vida que ha permanecido en muchos momentos envuelta en una nebulosa que poco a poco va disipándose.
    Se miran a los ojos, buscando en ellos tantas y tantas explicaciones que necesitarán de muchas horas para conseguirlo.
    La arrastra hasta la mesa y consigue sentarla en una de las sillas al tiempo que ello también lo hace a su lado, cerca, muy cerca de ella, con las manos entrelazadas y sin dejar de mirarla.
    -¡Dios santo, chica! Eras tú la compradora de la finca y la zorra de Gloria no me ha dicho ni pío en sus cartas.
    Arranca su carcajada por la espontaneidad que tan bien recordaba pero que llevaba tantos años sin disfrutar.
    -No se lo tengas en cuenta, han sido meses de negociaciones y no estaba nada claro que la operación terminase con éxito. Yo misma le exigí prudencia.
    Lo entiende perfectamente, le parece mentira que don Moisés consintiera que La Encomienda fuese a parar precisamente a sus manos.
    -¿Qué va a pasar ahora con nosotros, Virginia?
    -¿Con vosotros? Todo seguirá como hasta ahora, no tienes que preocuparte por nada. Y dime ¿cómo está ese marido tuyo?
    Sonríe tiernamente al mencionarlo, lo recuerda desde que era una niña de unos ocho años y ya andaba rondando Las Casillas esperando a una jovencísima Emilia a la que no desagradaba en absoluto.
    También recuerda el día de su boda como si fuese hoy mismo. El baile posterior al convite que como siempre, era amenizado amenizado por el acordeón de Gonzalo Moragón, incansable y desgranando todo su repertorio hasta dejar agotados a todos los invitados.
    -Está bien, en dos años más conseguirá la jubilación, ya es hora de descansar ¿ no te parece?
    -Claro que se lo tiene merecido ¿y tus hijos?
    La sonrisa se amplía y sus ojos se iluminan con el brillo que provoca el amor maternal. Un amor que ella no ha podido experimentar completamente aunque sí lo ha sentido por David desde el mismo día de su nacimiento.
    -Trabajan aquí con su padre desde hace muchos años, puedes estar tranquila cuando Bernardo se jubile, han aprendido perfectamente el funcionamiento de las tierras.

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  14. Capítulo 15
    Virginia asiente con la cabeza y su mirada analiza la moderna cocina que nada tiene que ver con la que ella conoció.
    Muchos cambios se han producido en la casa durante los treinta y tres años que ella ha permanecido ausente y la nostalgia acude de nuevo al echar la vista atrás y encontrarse que queda muy poco de la decoración original.
    -¿Cuándo han reformado la casa?
    Emilia suspira profundamente ante la confusión que muestra Virginia y tiene que hacer un esfuerzo para recordarse a sí misma que lleva lejos de allí desde que tenía diecisiete años.
    -Hará unos diez años que acometieron las obras, pusieron todo esto patas arriba pero mereció la pena. Hicieron cuartos de baño en las habitaciones de la planta alta y ya ves la estupenda cocina que me pusieron.
    Virginia se enternece ante el entusiasmo que muestra y le viene a la mente la imagen de su madre. Se parece mucho a ella a pesar de ser ya bastante mayor cuando ella la conoció.
    Casilda era la encargada de todo lo relacionado con la casa principal. Era criada en la casa de los padres de doña Concha y se vino con ella cuando ésta contrajo matrimonio con don Moisés.
    Venía en el lote, le gustaba decir. Era en esa época una solterona porque ya había cumplido los treinta y cinco años y a las mujeres de esa edad se las calificaba así si no habían contraído matrimonio.
    Algo a lo que puso remedio uno de los jornaleros de la finca que andaba ya sobrepasados los cuarenta años.
    Casilda y Lorenzo pasaron por el altar ante las chuflas de los demás trabajadores que les dedicaron una sonora cencerrada la noche de bodas hasta conseguir que Lorenzo abandonase la alcoba y armado con una pequeña escopeta, disparase un tiro al aire y consiguiese dispersar a los molestos gamberros.
    Fruto de esa unión tardía nació Emilia cuando ya nadie la esperaba y a la vuelta de los años ocupó el lugar que su madre dejó vacante en el servicio de la casa.
    -Doña Concha murió el año pasado ¿lo sabías?
    La voz de Emilia la saca de sus reflexiones y la obliga a volver a la realidad. Realidad que parece mezclarse con el pasado desde que pusiera los pies en el lugar donde nació.
    -Perdona...estaba distraída.
    -Te decía que doña Concha murió el año pasado.
    -Ya lo sé, me lo dijo don Moisés.......
    Se arrepiente en ese mismo momento de haberle recordado a la señora. También se muerde la lengua para no preguntarle por el joven Moisés e intenta cambiar de conversación pero ya es demasiado tarde.
    -Le dije que me importaba una mierda lo que hubiese sido de sus vidas........
    -Perdóname, no debí nombrarla....lo siento.
    Golpea cariñosamente una de sus rodillas y enciende un nuevo cigarrillo. No suele fumar más de tres cigarros al día y sin embargo hoy lo está haciendo de forma compulsiva.
    Emilia abandona la mesa y busca en uno delos muebles un pequeño cenicero que pone a su lado al tiempo que le ofrece un café que ella rechaza.
    -Había pensado quedarme aquí ¿Se queda alguien por la noche?
    -Sí, cuando están...bueno, cuando estaban aquí los señores nos quedábamos Bernardo y yo a dormir. Si no hay nadie nos marchamos a dormir al pueblo.
    -¿Os podéis quedar esta noche?
    -Por supuesto ¿se quedará también el chico que te acompaña?
    Virginia se relaja al escucharla porque no se atrevía a quedarse sola y le agradece su buena disposición al tiempo que llama a David que permanece medio adormilado en uno de los cómodos sillones del hall.
    -¿No imaginas quién puede ser este guapo chico?

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  15. Capítulo 16.
    Emilia mira con atención al muchacho que entra en la cocina aún somnoliento y con su cabello rubio oscuro revuelto y desordenado.
    Una media sonrisa ocupa su cara algo sonrojada al reconocer en el chico, los rasgos nunca olvidados de su madre.
    -¡Santo cielo! Tú eres el hijo de Gloria, eres igualito a tu madre.
    David no puede evitar el efusivo abrazo acompañado de numerosos besos que recibe por parte de la mujer. Una muestra de afecto sin medias tintas, rotundo y que sale del fondo de su alma.
    Virginia asiste con una mezcla de sentimientos encontrados al retorno a los primeros años de su vida. Al reencuentro con personas que formaron parte de esa vida y que ahora se encuentran de nuevo junto a ella.
    -David, Si no te apetece conducir ahora, Emilia te puede preparar una habitación y mañana regresas a Madrid.
    El muchacho consigue tranquilizarse al comprobar el cambio operado en Virginia. Ya no se muestra tan nerviosa como a su llegada y piensa que se queda en buenas manos.
    -Creo que lo mejor será que me ponga en camino, prefiero llegar a casa esta misma noche.
    No intenta hacerlo cambiar de opinión y ambas lo acompañan hasta el automóvil para despedirlo. David busca el pequeño maletín en el maletero y se lo entrega para a continuación ponerse frente al volante y accionar la llave de contacto.
    Tras pedirle que conduzca con prudencia, Virginia presiona con cariño su antebrazo y se retira junto a Emilia para verlo marchar. El coche abandona la casa dejando a las dos mujeres de pie bajo el arco de entrada y enfila la pista de tierra a una velocidad moderada.
    Ya comienza a anochecer cuando puede encontrarse con Bernardo y sus dos hijos que han dado por concluida su jornada diaria y cenan los cinco en la cocina en animada conversación.
    Se retira alrededor de las doce de la noche alegando un agotamiento que va más allá del cansancio físico y agradece a Emilia sus desvelos para prepararle una de las habitaciones de invitados de la planta superior.
    Cierra la puerta y deja encendida la luz de la mesilla de noche para a continuación meterse bajo la moderna ducha y refrescarse del la larga jornada.
    Se seca vigorosamente con la mullida toalla de rizo blanco y se enfunda el camisón que Emilia le ha prestado a la espera de que Gloria le traiga sus útiles personales y varias mudas de ropa.
    El calor es sofocante a pesar de la llegada de la noche y Virginia enciende el último cigarro del día y sale al balcón de la habitación que ocupa.
    El silencio reinante consigue sobrecogerla por su intensidad. La oscuridad es casi total y tan solo el reflejo mortecino de unos faroles en los jardines consiguen que sus ojos se habitúen a la oscuridad y poco a poco pueda reconocer el paisaje que le resulta tan familiar.
    En unos minutos comprueba que su cabello va perdiendo la humedad de la ducha y una ligera brisa comienza a refrescar el tórrido ambiente.
    Le gustaría tener a Ricardo a su lado en este preciso momento, poder apoyarse en su hombro y abandonarse en sus brazos protectores como lo ha hecho durante los últimos veinticinco años.
    Pronto estará con ella, quiere recorrer de su brazo estas tierras que ahora son de su propiedad y de las que tanto le ha hablado a lo largo de innumerables noches en las que le era imposible conciliar el sueño.
    Su mirada se pierde más allá del horizonte, allí donde horas antes se ha ocultado el sol y su mente se abre a los recuerdos. Parece viajar en el tiempo y regresa sin poder evitarlo a través de las brumas de la noche, a un lugar que permanece marcado a fuego en su memoria.

    Guadalajara Mayo de 1955.

    -¡Gloria....Gloriaaaaa...... ¿Dónde demonios se habrá metido esta chiquilla?





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  16. Capítulo 17.
    La mujer continúa gritando el nombre de la chica al mismo tiempo que intenta atar el haz de leña que permanece a sus pies perfectamente apilado.
    Nadie contesta a su llamada y decide cargarse sola el gran fardo en su espalda. Lo consigue tras varios intentos y lo acomoda al fin apoyándolo sobre sus hombros y comenzando a caminar un tanto insegura hasta conseguir la verticalidad e imprimiendo seguridad a sus pasos.
    Apenas ha avanzado unos doscientos metros cuando escucha la voz nerviosa de su hija suplicando que se detenga para poder alcanzarla.
    Se olvida de su enfado anterior y se da la vuelta con dificultad debido a la pesada carga para esperar la llegada de la muchacha que camina a paso rápido tratando de llegar lo antes posible.
    Su indomable cabello pelirrojo parece una llamarada en el tranquilo atardecer y sus dificultades con la pierna izquierda se hacen más evidentes debido al esfuerzo.
    Llega al lado de su madre casi sin resuello, hablando atropelladamente en un intento por pedir todas las disculpas posibles que interrumpe para regresar sobre sus pasos y buscar una de sus zapatillas que había perdido unos metros atrás.
    -¿Se puede saber dónde te has metido?
    La muchacha se sienta en el suelo para atarse los cordones de la zapatilla y contempla la estampa de su madre con el gran haz de leña sobresaliendo más de medio metro sobre la cabeza. El pañuelo negro atado bajo la barbilla apenas deja ver su cara y el resto de la ropa también negra la hacen parecer mucho más mayor de lo que es en realidad.
    -Lo siento, madre......se me escabulló el Curro y me hizo ir hasta los lavajos a buscarlo.
    La mujer mueve la cabeza impotente. Mil veces ha tratado de que entienda que los perros tienen un instinto de caza que los obliga a a recorrer los campos en busca de algún conejo o liebre a los que dar caza.
    Pero no hay forma, a veces tiene la impresión de que su hija quiere más a los animales que a las personas que la rodean.
    -Está bien, vamos para la casa que se nos pone el sol y llegan tu padre y tu hermano y se encuentran sin la cena hecha.
    La sigue a corta distancia pero volviendo la cabeza una y otra vez con la esperanza de ver aparecer por el camino al revoltoso perro que al poco de encontrarlo ha salido disparado de nuevo tras la estela de otro conejo.
    Las Casillas aparecen ante madre e hija cuando ya el sol es un enorme círculo rojo que empieza su proceso para ser tragado por el horizonte. Los gritos de tres niños que juegan en la explanada delantera de las casas se interrumpen al verlas llegar y acuden corriendo a su encuentro.
    Dos de los niños son gemelos y acaban de cumplir diez años, el otro tiene siete y los tres son morenos y muy menudos, aparentando menos edad de la que en realidad tienen.
    Rodean a madre e hija poniéndolas al corriente de las novedades ocurridas en su ausencia mientras ayudan desde su corta estatura a que Adela se desprenda de su carga de leña.
    Entre los tres se encargan de arrastrar el fardo de ramas finas hasta una de las leñeras y regresan para seguir poniendo al corriente a una acalorada Gloria de la visita de don Eufemiano a Las Casillas.
    -Gloria, Gloria.....esta tarde vino don Eufemiano y estuvo hablando con mi madre, al irse él, mi madre estuvo llorando en el cuarto.
    Adela escucha a los niños sin dejar de asearse en el pilón lleno de agua y mueve pesarosa la cabeza. Ya estaba tardando mucho la sabandija del administrador para ir a llamar la atención a Lucía sobre la situación de su marido.
    Se seca la cara y los brazos con un pañuelo que extrae de uno de los bolsillos de su delantal y entra con paso decidido a la casa que está frente a la que ella ocupa.
    Encuentra a Lucía enfrascada con la cena frente a la lumbre y ni siquiera vuelve la cabeza al escuchar sus pasos.
    Observa sus ojos hinchados y enrojecidos, no necesita más explicaciones para sospechar los motivos de su congoja.

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  17. Capítulo 18
    Acerca una silla pequeña hasta situarse a su lado y comprueba los rastros del llanto en su cara cansada y ajada por el sufrimiento.
    -Me han dicho los chicos que has tenido visita esta tarde ¿qué quería esa rata?
    Parece reaccionar al escuchar su voz y prosigue con la tarea de remover las migas en la sartén aunque retira algunas ramas a medio arder para bajar la intensidad del fuego.
    Ahora, sí presta atención a su vecina y saca un pañuelo de la manga de su jersey y lo pasa por sus ojos una vez más antes de ponerla al corriente de lo sucedido.
    -Se presentó Eufemiano a media tarde y volvió a la carga con la amenaza de echarnos de aquí. Dice que Pascual no se gana el jornal y aquí se necesitan hombres en perfectas condiciones.
    Adela maldice en voz baja sin saber muy bien la manera de consolarla. Ella mejor que nadie sabe del calvario que ha sufrido el matrimonio desde que dos años antes sufriera Pascual el accidente que dejó prácticamente inútil su brazo derecho.
    Desde entonces han luchado desesperadamente por mantener el puesto de trabajo que también les otorga el derecho a tener un techo sobre sus cabezas.
    -¿Dónde vamos a ir si nos echan de aquí, Adela?
    No quiere ni pensar en esa posibilidad, su marido y su hijo han estado estos dos años tratando de ayudar en todo lo posible y el trabajo que no puede realizar Pascual, lo llevan a cabo ellos dos para que nadie pueda llamarles la atención.
    -¿Qué te dijo exactamente?
    -Lo de siempre.....que sobran manos para ocupar nuestro lugar y no pueden darse el lujo de mantener a un lisiado.
    ¡Un lisiado! Toda la vida dejándose la piel trabajando de sol a sol y, a consecuencia de un accidente producido en el desempeño de su trabajo ya es considerado un estorbo.
    La rabia y la indignación no le permiten permanecer sentada y recorre la pequeña cocina con pasos nerviosos tratando inútilmente de ofrecer algún consuelo a la amiga.
    -¿Se lo vas a decir a Pascual?
    Nuevamente se humedecen sus ojos y sabe perfectamente la respuesta.
    -Tengo que hacerlo....y me da miedo, miedo y pena por él.
    -¿Dónde está Virginia? No la he visto por ningún sitio.
    Parece recomponerse tras expresar el dolor que le provoca tener que decirle a su marido la amenaza que pesa sobre ellos y regresa a la realidad que están viviendo.
    -Acompañó a Eufemiano a la casa, parece ser que doña Concha quería hablar con ella.
    El sobresalto de Adela no le pasa desapercibido, también a ella le ha extrañado el recado de la señora pero no se ha atrevido a preguntar.
    -No me gusta un pelo nada de lo que estoy oyendo.....algo se traen entre manos.
    Consigue alarmar a Lucía que retira la sartén del fuego y se acerca hasta sujetar el brazo de Adela y obligarla a darle la cara.
    -¿A qué te refieres? Estás consiguiendo ponerme más nerviosa de lo que ya estaba.
    Ni ella misma lo sabe, es un presentimiento que no obedece a ningún razonamiento pero que cuando se instala en su pecho, pocas veces le ha fallado.
    Insiste de nuevo Lucía, conoce de sobra los pálpitos que asaltan a su vecina y que siempre terminan haciéndose realidad.
    -No me hagas caso, mujer.....ha sido simplemente un comentario sin importancia.
    Pero sabe que no es así, la mira expectante a la espera de una explicación que sencillamente no puede darle.
    Los dos golpes en la puerta del salón obtienen una rápida respuesta desde el interior y la muchacha empuja lentamente la hoja de madera con el susto todavía en el cuerpo.
    Tiene muy presente el episodio ocurrido un rato antes cuando el administrador ha comunicado a su madre la intención de echarlos de allí.
    Va a cumplir diecisiete años y ya puede comprender las consecuencias que eso ocasionaría a su familia.

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  18. Capítulo 19
    Las consecuencias y el sufrimiento que le supone ver a su padre día a día luchar contra los elementos. Sobre todo, le duele verlo mermado físicamente, con un brazo prácticamente muerto y aún así, mordiéndose la lengua para no gritar su impotencia.
    Desecha por un momento los malos presagios de su imaginación y se pregunta el motivo por el que es requerida en la casa principal.
    Tiene pocas ocasiones de andar fisgando por el interior de la imponente vivienda. Si acaso cuando los señores no se encuentran allí y Gloria y ella acompañan a Emilia sin que se entere su madre.
    Pensaba encontrar sola a la señora pero ve que se equivoca al observar en uno de los sillones frente a la biblioteca a don Moisés.
    Doña Concha Zavala Toledo es una mujer que ya ha cumplido los treinta y siete años. Proveniente de una adinerada familia madrileña, lleva casada con el dueño de La Encomienda unos quince años y durante todos estos años ha tenido que vivir el calvario de no poder darle un hijo a su marido.
    Se casaron locamente enamorados y eso es algo que no ha cambiado con el paso del tiempo. Sigue el mismo brillo en sus ojos cuando se miran y la misma química de siempre.
    La decepción que experimentan cada vez que un nuevo embarazo se malogra, es compartido por los dos con la misma intensidad hasta que lo intentan nuevamente con los mismos resultados.
    Los médicos les han desaconsejado intentarlo más veces para preservar la salud de la frustrada madre y la advertencia ha sido más seria esta vez.
    El último aborto le provocó una hemorragia que pudo haber tenido consecuencias irreparables y don Moisés por fin tomó consciencia de la gravedad de la situación.
    No atendió a sus ruegos y le insinúo la posibilidad de adoptar a una criatura. Algo a lo que ella se opuso, negándose en redondo y contraatacando con otra opción.
    -¿Has pensado alguna vez en tener un hijo con otra mujer que no sea yo, Moisés?
    Consigue herirlo con sus palabras y quiere pensar que está tratando de poner a prueba el amor que le profesa, quiere un hijo, sí pero no a costa de perderla a ella.
    -Concha......¿te das cuenta de lo que me estás diciendo?
    La mujer pasea nerviosa porque no está bromeando en absoluto. Con la última visita al médico terminó por rendirse a la evidencia, nunca lograría experimentar la maternidad.
    Fue en esos difíciles días cuando una idea comenzó a tomar cuerpo en su mente. Quería a su marido con una intensidad que rayaba la locura y perderlo era algo que no podría soportar.
    Fantaseaba en las aburridas tardes de invierno con un niño que sólo les perteneciera a ellos y una inocente conversación entre su marido y el administrador le sirvió en bandeja un plan que empezó a idearse en su cabeza hasta tenerlo todo bien atado y perfectamente planificado.
    El administrador estaba poniendo al corriente de todos los pormenores de la finca a su marido. También le expuso la conveniencia de despedir a Pascual, no podía llevar a cabo su trabajo a consecuencia del accidente y ellos no eran una casa de beneficiencia.
    Sin embargo la sorprendió las objeciones que puso al administrador y que ella en cierta forma podía entender.
    -Eso puede espera, Eufemiano.....no debemos olvidar que el accidente ocurrió durante el desarrollo de su trabajo y las secuelas no le permitirán encontrar empleo en otro lugar.
    Tampoco está en una buena situación, sus hijos son pequeños todavía.
    Eufemiano no puede vitar fruncir el ceño debido a la contrariedad que le supone el fracaso de sus planes. Ya tenía apalabrada a otra familia de parientes de su mujer para ocupar la casa y apropiarse del puesto de trabajo de Pascual.
    -Todo eso está muy bien, don Moisés pero los chicos crecen rápido y la chica mayor ya es toda una mujer, la pueden emplear en el servicio de alguna casa en la capital.
    Estuvo toda esa noche dándole vueltas a la idea y a la noche siguiente se decidió a proponérsela a su marido.
    -Moisés.....sé perfectamente lo que te estoy diciendo, podemos tener un hijo, si no puedo parirlo yo....por lo menos que sea tuyo.

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  19. Capítulo 20
    Su marido la miró dudando de su cordura. La ausencia de hijos era algo que les dolía a los dos por igual pero no podían permitirse el lujo de que ese dolor les amargase la vida o los distanciase.
    -Concha.....podemos vivir sin un hijo, no permitas que eso te haga desgraciada, nos tenemos uno al otro ¿no lo entiendes?
    No, no podía entenderlo porque un amor como el suyo debería haber dado sus frutos y ella se sentía como un terreno baldío.
    -Moisés, lo tengo todo previsto, tu conversación con el administrador me dio una idea que nos puede proporcionar la felicidad que nos falta.
    La mirada interrogadora que le lanza no es suficiente para hacerla replantearse su loca iniciativa. Horas y horas a solas con sus pensamientos la han llevado a trazar un plan perfecto.
    -Escúchame, Moisés.....tengo a la madre perfecta para concebir a nuestro hijo.
    Está comenzando a preocuparlo y deja sobre una pequeña mesa el libro que instantes antes ojeaba sin prestar mucha atención a su mujer, creía que sería algo pasajero como tantas otras veces y sin embargo, algo en su forma de expresarse le indica lo contrario.
    -Te has vuelto loca, Concha ¿qué mujer en su sano juicio se prestaría a semejante disparate?
    Sabía que le contestaría algo así y pasa al contraataque para hacerle ver la posibilidad de culminar con éxito su plan.
    -No quiero una mujer adulta para alumbrar a nuestro hijo....he pensado en la hija de Pascual.
    Definitivamente piensa que ha perdido la cabeza y se acerca hasta poder establecer contacto visual con ella. Le sorprende el fuego de sus ojos, una mirada enfebrecida que le hace temer por su salud mental.
    Intenta por todos los medios que razone con cordura pero fracasa en el intento. Llega a la triste conclusión de que un hijo es más necesario para ella de lo que está dispuesta a confesar.
    -Concha.....¿y tú piensas que la chica se va a prestar a semejante barbaridad?
    Intuye que al menos ha conseguido captar su atención y lo arrastra de una mano hasta tomar asiento ambos en el sofá de la biblioteca.
    No suelta su mano mientras lo pone al corriente de sus intenciones. Le confiesa haber barajado otras posibilidades pero piensa en ésta como la mejor solución.
    -Mira, Pascual no puede realizar su trabajo como debería...cierto que el accidente fue fruto del desempeño de sus funciones y tampoco me pareció correcta la intervención de Eufemiano insinuando que se le despida.
    Podemos ofrecerle la garantía de seguir ganando su sueldo a pesar de sus limitaciones. Una seguridad para que él y sus hijos sigan viviendo aquí sin la amenaza de ser despedido en cualquier momento.
    No sabe muy bien hasta dónde pretende llegar, se limita a guardar silencio escuchando sus planteamientos que al parecer tiene perfectamente controlados.
    -No sé, Concha....ya le dije al administrador que no me parecía justo el despido de Pascual pero tampoco entiendo bien lo que quieres decir, nunca aceptarían sus padres lo que tú estás proponiendo.
    Lo sorprende con una amplia sonrisa que por fin asoma a su cara inundándola de felicidad.
    -¿Quién te ha dicho a ti que sus padres tengan que aceptar nada? Mañana Enviaré a Eufemiano a las Casillas para que meta presión a su mujer con la amenaza del despido.
    Le encargaré encarecidamente que cuente con la presencia de su hija para ver su reacción, tenemos que limitarnos a esperar, querido.
    Ahora sí comprende al fin lo que pretende su mujer y una ligera aprensión le impide articular palabra.
    Necesita de unos minutos para recomponerse y entonces sus palabras apenas audibles rompen el silencio que se ha producido entre los dos.
    -No sé....Concha, es una idea descabellada....
    -Tú déjame a mí, lo tengo todo perfectamente atado.

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  20. 21
    A pesar de estar al corriente de todos los pormenores del plan ideado por su mujer. Don Moisés Sagasta-Bris tenía muchas reservas cuando los tímidos golpes en la puerta les anunciaron la presencia de la joven.
    El administrador se había limitado a llevarla hasta allí para después abandonar la finca tal y como se lo indicó doña Concha.
    No quería testigos de su encuentro, ni oídos indiscretos que pusieran en peligro la proposición que tenía en mente ofrecer a la muchacha.
    También alejó a Casilda de la casa y la envió al pueblo con la excusa de visitar a su hija Emilia que estaba a punto de dar a luz a su primer hijo.
    Más adelante tendría que contar con su ayuda y complicidad pero sería ya demasiado tarde para que pusiera ningún tipo de objeción.
    Se adelanta para recibir a una desorientada Virginia que todavía conserva el susto en el cuerpo. Primero, por ser testigo de las duras palabras del administrador respecto a su padre y la consiguiente desesperación de su madre.
    Segundo, por el recado de doña Concha para que se personase en la casa principal.
    Le tiemblan ligeramente las piernas al adentrarse en la biblioteca aunque le sorprende la actitud amable y un tanto protectora de la señora.
    -Pasa....por favor.
    Obedece su indicación y avanza unos pasos titubeantes a la espera de malas noticias respecto a la situación laboral de su padre. Hace ya tiempo que viene siendo testigo del enorme sacrificio de su progenitor y su juventud no le impide ser plenamente consciente de las dificultades a las que se enfrenta toda la familia.
    La acompaña hasta uno de los sofás y duda de tomar asiento aunque la señora la invita a ello. Lo hace finalmente sobre uno de los bordes con el riesgo de caer al suelo en cualquier momento.
    -Te preguntarás el motivo por el que te hemos llamado ¿verdad?
    Asiente afirmativamente con la cabeza y comprueba alarmada que don Moisés ha abandonado el sillón que ocupaba para sentarse frente a ellas.
    La presencia del hombre la intimida más que la de su mujer. De él espera la noticia de la obligación de marcharse del único lugar que ha conocido desde su nacimiento.
    Pero no la tortura eso, piensa en su padre sobre todo y en los demás miembros de su familia. Difícil panorama el que se les presenta y por primera vez en su vida tiene unos enormes deseos de desaparecer de la faz de la tierra.
    -Verás.....como ya sabrás por don Eufeminiano, nos vemos en la obligación de pedir a tus padres que se marchen de Las Casillas, tú mejor que nadie conoce las limitaciones de tu padre para realizar su trabajo.
    Se lo temía, la amargura de su madre que trataba por todos los medios de ocultar a sus hijos. La tristeza e impotencia de su padre que le resultaba imposible mantener guardado en su interior.
    Suplica, suplica en busca de una clemencia que aleje de ellos los negros nubarrones que se ciernen sobre sus cabezas.
    -Por favor, señora.....mi padre es un hombre bueno y pronto mis hermanos podrán ayudarle. Yo también puedo hacerlo.
    Vuelve a sorprenderla la aparente amabilidad de doña Concha y el mutismo de don Moisés que asiste en silencio sin intervenir en ningún momento.
    -Virginia......¿qué estarías dispuesta a hacer para arreglar esta desgraciada situación?
    Un hilo de esperanza se abre paso en su confundida cabeza al escuchar la posibilidad de una solución y del fondo de su ser parecen salir las palabras que cambiarán su vida para siempre.
    -Haría lo que fuese, señora............
    -¿Seguro?
    -Sí, pídame lo que quiera pero deje que mis padres sigan en Las Casillas como siempre.

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  21. Capítulo 22
    Algo muy dentro de don Moisés quiso rebelarse en ese mismo momento. La angustiosa respuesta de la chica prestándose a cualquier cosa para ayudar a su padre le conmovió en lo más íntimo.
    A punto estuvo de zanjar de una vez por todas aquella locura que pretendía su mujer.
    Pero algo le detuvo, quizá la determinación en el rostro aparentemente inexpresivo de Concha y la posibilidad de tener un hijo, se le antojó en aquel momento al alcance de su mano.
    Decidió permanecer en un segundo plano a la espera de una más que probable espantada de la muchacha cuando se enterase de lo que se pretendía de ella.
    -Virginia, quiero que escuches con atención lo que te voy a decir, piénsalo con detenimiento, no estás obligada a responder de inmediato pero en caso de una negativa por tu parte.....espero discreción absoluta.
    Mi marido y yo no hemos conseguido tener un hijo....tras mucho pensarlo he...hemos llegado a la conclusión de necesitar la ayuda de otra persona para lograrlo.
    En un primer momento, Virginia no consigue entender la verdadera dimensión de la propuesta, mira desconcertada a la mujer distante de siempre para encontrarse con alguien cercano y cálido.
    -Pero, señora....¿cómo podría yo ayudarles en algo así?
    El silencio planea durante unos instantes en la antigua biblioteca permitiendo escuchar hasta sus respiraciones. Doña Concha sabe que ha llegado la hora de la verdad y no tiembla su voz al exponer lo que espera de ella.
    -Llegados a este punto no hay marcha atrás, niña. Quiero que seas el vientre que acoja un hijo para nosotros.
    Virginia salta como impulsada por un resorte y abandona el filo del sofá donde estaba sentada.
    Su primera intención es la de huir y se dirige hasta las puertas cerradas aferrando el pomo con todas sus fuerzas cuando la voz gélida a su espalda inmoviliza su mano.
    -No es necesario que huyas....simplemente expresas tu negativa y nosotros lo entenderemos perfectamente. Nadie tiene porqué enterarse de lo que suceda de ahora en adelante y tu familia tendrá una vida sin sobresaltos.
    Su familia, únicamente por ellos permanece aún en la casa y no se ha lanzado a correr campo a través hasta perderse en busca de la calma que sólo la naturaleza puede ofrecerle.
    Regresa lentamente sobre sus pasos hasta enfrentar a doña Concha que se ha puesto en pie y la mira con cierta condescendencia. Su marido no puede por menos que admirar su astucia y esa rara intuición que la llevó a asegurarle la colaboración de la muchacha.
    -¿Qué tengo que hacer?
    Claudica, las opciones a las que se enfrenta le ofrecen pocas garantías para ayudar a los suyos. Si los señores le han ofrecido seguridad para su familia, ella cumplirá su parte del trato.
    Nuevamente se deja llevar hasta quedar sentada al lado de doña Concha y escucha con atención las indicaciones precisas que ésta enumera con total frialdad.

    Adela escruta el camino que lleva a la casa principal ayudada por su mano derecha a modo de visera. La puesta de sol inminente le impide ver con claridad pero ella fuerza su vista hasta que la figura inconfundible de su hija aparece en la distancia.
    Consigue tranquilizarse y un suspiro hondo sacude su pecho. Dos horas de angustia desde que su hija acompañó al administrador y la falta de noticias la tenía rozando el histerismo.
    Avanza un trecho del camino con pasos apresurados y sale a su encuentro incapaz de permanecer quieta por más tiempo.
    -¿Qué querían, hija?
    Virginia intenta por todos los medios ocultar a su madre la angustia que casi le impide respirar. Su decisión se ve reforzada al verla consumida por la preocupación y logra disipar las reservas que momentos antes tenía.
    -Tranquila, madre....doña Concha me ha ofrecido trabajar en la casa.
    -Pero el administrador quería echarnos de aquí.
    -Ya no...madre, hablé con los señores y permitirán que nos quedemos.

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  22. Capítulo 23.
    Lucía sigue a su hija hasta el interior de la casa intentando entender el cambio de opinión de los señores.
    Bien clarito se lo dijo el administrador durante su visita de la tarde y ahora no entiende absolutamente nada de lo que su hija le está diciendo.
    Con algo más de sosiego, la mujer observa a su hija rebuscar algo en el baúl de su habitación ayudándose de un pequeño candil de aceite. Ya escasea la luz solar y el cuarto se encuentra casi en penumbra.
    -¿Qué buscas.....no puedes esperar a mañana?
    Encuentra al fin lo que busca y se vuelve hacía su madre con un envoltorio blanco en sus manos que deposita sobre la cama.
    Quiere hablar lo menos posible con ella para no despertar sus sospechas y también para no flaquear en su determinación.
    -Doña Concha me ha pedido que esta noche duerma allí.
    La cara de su madre es todo un poema al escucharla y agradece la falta de luz que le permite ocultarle el estado de nervios en que se encuentra.
    -¿Qué falta le haces tú? No creo que estén de pies en ningún charco ¿no?
    Arranca una sonrisa a su hija por su afición a buscarle punta a todo y su facilidad para los refranes.
    -Le ha dado permiso a Casilda para que se marche al pueblo unos días. Emilia salió ayer de cuentas.
    Con tantas preocupaciones se le había olvidado que la muchacha estaba a punto de parir aunque le extraña que permitiera a su madre acompañarla sin haberse puesto de parto.
    Depende absolutamente de Casilda hasta para respirar y esa generosidad le escama por no ser habitual.
    Intenta pensar mejor de la señora, igual ahora está perdiendo algo de su egoísmo y considera llegado el momento de agradecer los desvelos de una mujer que le ha dedicado la casi totalidad de su vida.
    También la habilidad de Casilda como partera habrá tenido mucho que ver para permitirle acompañar a su hija ante la inminencia del alumbramiento.
    -No sé, hija.....todo esto me ha cogido con el pie cambiado, toda la tarde he estado con el corazón en un puño por las amenazas del maldito Eufemiano.
    Virginia continúa buscando alguna muda que coloca en el centro de un pañuelo grande extendido en la cama junto al camisón, añade un vestido de algodón y una chaqueta de lana porque aún refresca a primera hora de la mañana y al anochecer.
    Anuda el pañuelo formando un pequeño fardo y sale del cuarto seguida por su madre. Coloca el envoltorio en una silla y el olor que desprenden las migas estimula su apetito.
    Busca un plato de porcelana en la alacena y se sirve una generosa ración de migas dulces. Blancas y densas, salpicadas con los chicharrones de pan frito que tanto le gustan.
    Cena en silencio y sin levantar la vista en ningún momento, intentando por todos los medios no dejar traslucir el torbellino de sensaciones que la atenazan.
    Pero no se arrepiente del paso que está a punto de dar. Mucho menos cuando las voces de sus hermanos les anuncian la llegada de su padre.
    Todos los días se acercan hasta las cuadras para ayudarle a quitar los aperos a los animales. Se encargan a pesar de su corta edad de mantener limpios los establos y sacar a diario el estiércol, mantener los pesebres llenos de forraje y los pilones rebosantes de agua.
    Pasan los pequeños en primer lugar con la algarabía propia de su edad y reclamando la cena a su madre. Después lo hace su padre que previamente se ha lavado en el pilón de piedra del pozo aprovechando la llegada del buen tiempo.
    Es un hombre de mediana estatura, magro en carnes y prematuramente envejecido. Su pelo negro está salpicado de canas y su rostro afilado mantiene un rictus de dolorosa resignación.
    Deja las alforjas en la percha de la entrada y su mirada repara en el fardo de la silla provocando una mirada de interrogación que dirige a su mujer.

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  23. Capítulo 24
    -Pascual....Virginia ha sido requerida por doña Concha para para trabajar en la casa principal. Casilda estará unos días en Viñuelas hasta que Emilia de a luz.
    Parece recordar en ese momento que la chica está al final de su embarazo y asiente lentamente con la cabeza al tiempo que se sienta frente a la mesa con gesto cansado.
    Sujeta cuidadosamente el brazo derecho que apenas le responde y se ayuda del otro para colocarlo encima de la madera.
    Con el tiempo ha llegado a manejar con destreza el brazo izquierdo aunque la merma en sus facultades físicas es más que notable.
    Cena en silencio acompañado del resto de la familia a excepción de su hija que lo hizo con anterioridad y a la que escucha en el cuarto contiguo trasteando en busca de unas alpargatas que parecen haber desaparecido.
    Finalmente las encuentra y deshace el nudo del hatillo para incorporarlas al resto de pertenencias.
    -Madre, voy a despedirme de Gloria, no tardo.
    La ven salir por la puerta y algo en su comportamiento despierta la alarma en su padre que dirige una mirada de soslayo a su mujer.
    -¿Es cosa mía o la chica está rara, Lucía?
    También a ella le ha dado esa impresión al verla regresar por el camino al final de la tarde. Parecía haber perdido la alegría desbordante propia de la juventud.
    -Al medio día se presentó Eufemiano con la misma cantinela de siempre y ella estaba aquí. Ya es una mujer, Pascual y entiende las cosas.
    La palidez se extiende por el rostro curtido del hombre que deja de lado la cuchara y retira el plato de las migas como si el apetito lo hubiese abandonado de repente.
    Lucía le insiste para que las termine todas y vuelve a poner el plato en el mismo lugar.
    -No te hagas mala sangre, me ha contado Virginia que les contó a los señores las amenazas del administrador y le garantizaron que nosotros seguiremos aquí.
    No parece confiar del todo, son ya casi dos años los que tiene que cargar con las amenazas veladas en unas ocasiones y abiertamente explícitas en otras.
    -Yo no sé qué pensar, Lucía.......ojalá y nos dejen tranquilos aunque la idea de mandar a la chica a trabajar a la casa principal me produce tristeza.
    Lo entiende perfectamente, también a ella le ha sucedido lo mismo pero ha tenido que disimular ante su hija y ahora lo hace frente a su marido.
    -Ya es grandecita, Pascual.....en la casa estará bien y Casilda le puede enseñar muchas cosas.
    Les interrumpe la llegada de Virginia acompañada de Gloria que la sigue sin dejar de hacerle preguntas. La muchacha no ha querido darle muchas explicaciones y se ha limitado a comunicarle su nueva situación.
    Ya no podrán estar juntas como lo han hecho hasta ahora, de la mañana a la noche inseparables desde que apenas podían caminar.
    No le ha sentado nada bien la noticia y Virginia ha cortado por lo sano ante sus innumerables quejas y lamentos.
    Mete prisa a su madre para que la acompañe hasta la casa principal y trata de eludir a una histérica Gloria que no se resigna a perder a su amiga más querida, a su compañera de juegos y confidencias.
    Pero las cosas han cambiado y Virginia ya no puede confiarle todas sus cuitas. Hoy se ha encontrado con la dura realidad que la rodea y ha tomado consciencia de su situación.
    Una situación que la obliga a tomar una decisión de la que posiblemente se arrepienta en un futuro pero que a día de hoy es la única salida que encuentra.
    -¡Déjame en paz, Gloria! No me voy al fin del mundo, mujer.
    La chica enmudece y parece calmarse cuando Lucía se echa el hatillo de su hija al hombro y da por zanjada la discusión.
    -Ya está, Gloria, tenemos que irnos.

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  24. Capítulo 25.
    Ya es noche cerrada cuando llegan a la cancela de hierro del jardín. Tan solo la claridad que proporciona una luna completamente llena les ha servido para guiarse en la oscuridad reinante.
    Tampoco está muy iluminado el interior de la casa, apenas un suave resplandor proveniente del espacioso salón les indica la presencia de los dueños.
    Le sorprende a Lucía que sea la propia doña Concha la encargada de abrir la puerta principal y entonces recuerda la ausencia de Casilda.
    -Buenas noches, señora.
    -Buenas noches....me imagino que tu hija te habrá puesto al corriente de la situación, Casilda ha tenido que ausentarse y no podemos contar con ella ni con Emilia.
    -Ya....ya lo sé...
    Se desprende del hatillo que todavía mantiene sobre su hombro y se lo entrega a su hija que se adentra en el interior de la casa a indicación de doña Concha. No vuelve la cabeza ni una sola vez y
    provoca la aprensión de nuevo en su madre.
    La señora parecer percibir sus miedos y una sonrisa condescendiente asoma a sus labios por primera vez.
    -Puedes estar tranquila, aquí estará perfectamente.
    No lo duda, es otra cosa la que parece preocuparle al ver desaparecer a su hija. Será la primera vez que no duerma en el cuarto de al lado, la primera vez que no pueda despertarla por la mañana.
    -Estoy tranquila, doña Concha...pero como hoy nos visitó don Eufemiano y luego pidió que mi hija subiese para hablar con usted.....
    La sonrisa parece ensancharse en su cara oronda y sus manos regordetas parecen espantar imaginarios mosquitos.
    -Tranquila, ya he llamado la atención a Eufemiano respecto a eso, nadie os va a echar de aquí y si acaso vuelve a molestaros, lo pones en mi conocimiento de inmediato.
    La sangre parece volver a circular por sus venas al escuchar sus palabras y cree llegado el momento de retirarse.
    -Se lo agradezco, señora, hasta mañana.
    -Qué descansen, Lucía, buenas noches.
    No cierra la puerta de inmediato, permanece unos minutos siguiendo el caminar rápido y nervioso de la mujer bajo el resplandor de la luna.
    Ha elegido bien. Sabe perfectamente que su presa estaba al alcance de la mano y la jugada le ha salido redonda.
    Pensó en Virginia desechando otras posibilidades. También la hija de Adela tiene una edad similar pero no se encuentra en la misma situación. Su padre es un hombre fuerte y sano y su hermano también.
    Pueden buscarse la vida en otro lugar y a ella ni se le ocurriría plantearle algo así. También le gusta más Virginia para madre de su hijo, tiene todo lo que a ella le hubiese gustado tener y que la naturaleza le negó.
    Cierra por fin la puerta al ver desaparecer a lo lejos la negra silueta y recuerda la discusión mantenida con Casilda una hora antes.
    Se presentó alegando el retraso del parto de Emilia y con intención de proseguir con sus obligaciones. Le costó convencerla pero lo consiguió.
    -Casilda, no te lo voy a decir dos veces, tienes que estar al lado de Emilia, no quisiera cargar sobre mi conciencia cualquier imprevisto que pudiera suceder.
    -Ya te he dicho que vendrá la hija de Pascual para echar una mano, dedícate a atender a tu hija.
    Logró vencer sus reticencias a pesar de su pertinaz insistencia. Era toda una vida la que estaba a su lado y eso le permitía tomarse ciertas licencias impensables en cualquier otra persona.
    Ahora ya había llegado la hora de la verdad y por un momento elevó al cielo sus plegarias. Rogó porque la muchacha no se arrepintiese en el último momento y todo su plan se viniese abajo.

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  25. Capítulo 26
    Todavía mantenía en su mano el hatillo cuando doña Concha despidió a su madre y regresó al interior de la casa. El golpe de la puerta al cerrarse le sonó a sentencia y un ligero temblor recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies.
    La encontró de pie en el amplio hall y se le antojó más joven y vulnerable que nunca, más no era tiempo de debilidades y la sensación de estar haciendo lo correcto dejó de lado cualquier otra consideración.
    Olió su miedo y desplegó toda su astucia para emular a una araña que tejía su telaraña de manera lenta pero continúa.
    -No te preocupes, Virginia, estás haciendo lo correcto.
    No estaba ella tan segura, ahora tenía dudas respecto a haberle ocultado la verdad a sus padres. Con total seguridad no hubieran permitido tal locura pero entonces el futuro se presentaría incierto y ante esa eventualidad prefería ofrecerles la tranquilidad que tanta falta les hacía.
    Sobre todo a su padre, verle con la incertidumbre de no poder alimentar a su familia y el temor a ser apartado como un trasto inservible fue el empujón definitivo para aceptar el trato que doña Concha le ofreció.
    -Señora...yo quisiera tener la seguridad de que ustedes cumplirán su palabra respecto a mi padre.
    Sus dudas le parecen razonables, retira de sus manos el hatillo para dejarlo sobre uno de los elegantes sillones de la entrada y la sujeta del brazo para obligarla a entrar en la biblioteca.
    Ha querido tenerlo todo perfectamente resuelto para asegurarse de la colaboración de la joven sin ningún tipo de reticencias por su parte.
    Saca una pequeña carpeta azul de uno de los cajones del escritorio y la tiende frente a ella al tiempo que la invita a sentarse al lado de una de las escasas lámparas que proporcionan luz.
    Hace escasos meses que cuentan con electricidad y sufren apagones continuos que les obligan a dosificar el consumo para no sobrecargar la endeble línea.
    Virginia abre la carpeta con manos temblorosas y acerca el documento a la luz para poder leer con detenimiento su contenido.
    Gracias al empeño de Adela, tanto ella como Gloria han podido asistir durante algunas temporadas a la escuela del pueblo y saben leer y escribir con fluidez.
    Lee una y otra vez el documento en el que tanto doña Concha como don Moisés, en calidad de dueños de La Encomienda se comprometen a preservar el trabajo y el derecho a ocupar la vivienda por parte de la familia Román.
    Alegan que el accidente sufrido por su padre en el desempeño de su trabajo les obliga a ello y así lo quieren dejar por escrito mediante documento público.
    No sabe bien lo que hacer con el documento pero doña Concha lo retira de su mano y lo introduce de nuevo en la carpeta.
    -Como ves....somos gente de palabra, en cuanto concibas a mi hijo, este documento será debidamente presentado ante notario y te será entregado cuando des a luz, nadie podrá echar de aquí a tus padres, pierde cuidado.
    Respira aliviada, al menos tendrá la seguridad de que cumplirán su palabra y los nervios parecen abandonarla cuando momentos antes la mantenían agarrotada.
    -Ven conmigo, vamos arriba.
    La sigue hasta el piso superior preguntándose por el paradero de don Moisés, no ha dado señales de vida y eso consigue alterarla de nuevo.
    Suben las grandes escaleras de mármol hasta acceder al primer piso, allí se encuentran las habitaciones de invitados y doña Concha la hace pasar a una de ellas.
    -Ésta será la habitación que ocupes tú.
    Virginia recorre lentamente la lujosa estancia, la cama de madera oscura con una mesilla a cada lado, una sólida cómoda y un espacioso armario.
    Sobre la cama se encuentra con un camisón blanco perfectamente extendido sobre la colcha.
    -Aséate en el baño, lo tienes todo preparado, cuando termines te pones este camisón y esperas mi regreso ¿de acuerdo?

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  26. Capítulo 27.
    Se queda sola en la habitación y entra al baño que se encuentra al fondo. Nunca soñó con poder utilizar la bañera de porcelana blanca que se alza sobre unas elaboradas patas de latón dorado, pero allí está, rebosante de agua y coronada de espuma.
    Se desprende lentamente de su ropa e introduce una de sus piernas para comprobar la temperatura del agua. Está tibia y finalmente sumerge el resto de su cuerpo hasta cubrirlo por completo.
    Una extraña relajación se apodera de ella y cierra los ojos en un intento por evadirse. El aroma que desprende el agua le recuerda a la fragancia de las rosas, suave y delicado.
    Se olvida por un momento del motivo real por el que se encuentra allí, disfruta de la sensación de flotar en una nube hasta que los golpes nerviosos en la puerta la devuelven a la realidad.
    Doña Concha accede alarmada al baño pero respira aliviada al encontrarla en la bañera en perfecto estado, por un momento se temió que hubiese cometido una locura.
    -¿No has terminado el baño?
    La muchacha intenta disculparse por su tardanza pero se encuentra con la mirada comprensiva de la señora que despliega una gran toalla de suave rizo y la invita a salir del agua.
    -No te preocupes, no hay prisa.
    Pero miente, la consume la impaciencia aunque se guarda muy bien de demostrarlo. Alza la toalla para que ella salga con una cierta intimidad de la bañera y envidia su cuerpo perfecto que hace muy poco dejó atrás la niñez.
    La ayuda a secarse vigorosamente para evitar el frío y abandonan juntas el baño. Virginia se pone en primer lugar el sujetador de muselina que su madre con la ayuda de Adela confeccionó para Gloria y para ella.
    Luego alcanza el camisón de la cama y lo introduce por su cabeza dejando que resbale hasta los pies. Le entrega la toalla mojada a la señora y mira alrededor buscando su hatillo de ropa.
    -¿Qué buscas?
    -Mi ropa, necesito mi ropa interior, señora.
    Consigue despertar la ternura en doña Concha con sus inocentes palabras. Comprende la ignorancia absoluta de la muchacha e intenta por todos los medios a su alcance evitarle el mal trago antes de que tenga lugar.
    -No la necesitas, niña, quiero que confíes en mí, yo te ayudaré en todo momento, estaré a tu lado.
    Y confía, encuentra en doña Concha un refugio que consigue tranquilizarla y la sigue de nuevo hasta la primera planta.
    La conduce hasta el dormitorio principal que ella visitó en alguna ocasión aprovechando la ausencia de los señores. Junto a Gloria y bajo la atenta mirada de Emilia para que no tocasen nada, las dos muchachas admiraban los delicados muebles de pan de oro y los llamativos espejos dorados.
    Ahora se encuentra en ese mismo lugar y no entiende muy bien el motivo.
    -Acuéstate y espera hasta que yo regrese de nuevo.
    Obedece, retira la gruesa colcha adamascada y se desliza entre las delicadas sábanas con un tenue olor a lavanda, cierra los ojos e intenta dejar en blanco su mente.

    Doña Cocha echa un chal sobre sus hombros y abre con sigilo la puerta principal. El fresco de la noche la obliga a tratar de abrigarse su delicada garganta y busca en la oscuridad hasta que el aromático humo la conduce hasta su marido.
    Don Moisés permanece de pie en medio del jardín con un puro fino y largo entre sus dedos. Escucha los pasos de su esposa y se vuelve en su dirección cuando llega a su lado.
    -Moisés, la chica está preparada, ya es la hora de cumplir nuestro sueño.
    El hombre no pronuncia palabra, arroja el puro a medio consumir y lo pisa con la punta del zapato hasta apagarlo por completo.
    -¿Estás segura de lo que vamos a hacer, Concha?
    La hiere con sus dudas, mil veces le ha expuesto los pasos a seguir, la perfección de su plan y su confianza en un resultado satisfactorio.

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  27. Capítulo 28
    La hiere y la ofende. Ella está dispuesta a aceptar el hijo de otra mujer por amor a él y a pasar por una humillación que la degrada como mujer.
    Pero quiere hacerlo, no entiende sus escrúpulos ni sus reservas a la hora de luchar por la felicidad de ambos.
    -Moisés.....no podemos dejar pasar esta oportunidad, nuestra única oportunidad.
    El hombre mantiene la mirada fija en el suelo, claro que tiene dudas. A lo largo de su vida ha tenido que hacer cosas de las que no se siente orgulloso pero nunca le han provocado conflictos con su conciencia.
    Ahora es distinto, una especie de pudor que consigue avergonzarlo en su fuero interno. La posibilidad de tener un hijo es el sueño de su vida y daría gran parte de lo que tiene por conseguirlo, pero el método consigue plantearle dilemas morales que no parecen afectar a su mujer.
    -Perdóname, Concha......estoy nervioso.
    Al fin lo confiesa, ellos han disfrutado desde que se casaron de una intimidad y una complicidad poco habitual para la época, lo de ahora es distinto y comprende su nerviosismo aunque lo entiende necesario para lograr sus fines.
    -No te preocupes, será algo aséptico, no tendrá nada que ver con los sentimientos.
    Se decide a seguirla e intenta atemperar sus nervios, espera en la puerta del dormitorio principal hasta que ella le indique el momento de entrar y se arrepiente de haber apagado el puro casi intacto porque ahora le ayudaría a tranquilizarse.

    Virginia escucha los pasos de doña Concha entrando en la habitación y los latidos desbocados de su corazón parecen amenazar con pararlo en cualquier momento. La penumbra apenas permite distinguir los rasgos de la persona que se sienta junto a ella a la cabecera de la cama y sujeta una de sus manos en un gesto protector.
    Minutos más tarde hace su entrada don Moisés y Virginia cierra los ojos a pesar de no distinguir más que una sombra en la oscuridad reinante.
    Si escucha el sonido provocado por la ropa al despojarse de ella y su cuerpo se tensa de forma involuntaria hasta causarle dolor.
    Se desencadena una lucha en su mente que le ordena huir de allí, otra parte más racional parece obligarla a dejarse llevar y relajar sus entumecidos músculos.
    Ya es tarde para ella, lo comprende al notar el peso de otro cuerpo que ocupa la cama a su lado y a pesar del pánico que la domina por completo, la voz de doña Concha hablándole en susurros la obliga a permanecer inmóvil.
    El contacto de unas manos sobre sus piernas le arrancan un respingo y la suave tela del camisón deslizándose hasta su cintura la dejan paralizada.
    Se siente ultrajada y sucia hasta que el lacerante dolor la hace levantar la cabeza de la almohada para ser de inmediato reducida por una enérgica doña Concha que clava sus manos como garras en sus hombros y la obligan a permanecer quieta.
    -Ssssshhhhhhh....tranquila....ya pasó.
    No recuerda el momento preciso en el que don Moisés la liberó de su torturador peso. El bloqueo de su mente fue automático y entró en una especie de delirio que le impidió ser consciente de la traumática experiencia vivida.
    Tiene vagos recuerdos de subir las escaleras acompañada de doña Concha hasta llegar a la habitación que le había sido destinada y tumbarse en la cama con la ayuda de la mujer.
    Después cerró los ojos y se abandonó al sueño que la liberase de la sensación de haber sido profanada. No quería pensar, ni recordar.......

    La luz radiante de la mañana inunda de luz la habitación e impide a la muchacha que permanece acurrucada en la cama abrir los ojos en un primer intento. Lo consigue minutos después y mira desorientada a su alrededor.

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  28. Capítulo 29
    Nada de lo que ven sus ojos le resulta familiar. Acostumbrada a dormir en un espacio reducido, la amplitud de la habitación que ocupa acentúa su sensación de desamparo.
    El inconsciente la traiciona y a pesar de haber intentado con todas sus fuerzas relegar la noche anterior a un lugar recóndito de su memoria, vuelven con fuerza las imágenes taladrando su mente hasta tener la sensación de que su cabeza fuese a estallar.
    El escozor en su bajo vientre parece haberse calmado un poco. Durante gran parte de la noche le parecía que ardía algo en su interior.
    Tardó horas en conciliar el sueño y cuando al fin lo logró, las pesadillas no le concedieron tregua a su agotada cabeza.
    No hace ademán de levantarse de la mullida cama, tampoco tiene ni idea de lo que se espera de ella y prefiere esperar acontecimientos.
    La espera es breve, minutos más tarde unos golpes suaves en la puerta anuncian la irrupción de doña Concha en la habitación llevando una bandeja con un copioso desayuno.
    -¡Buenos días, niña!
    Deja la bandeja sobre una mesa pequeña escoltada por dos coquetos sillones y se dirige hasta el balcón para retirar las cortinas en su totalidad. La luz entra a raudales indicando la llegada inminente del verano.
    Las temperaturas comienzan a ser suaves y cálidas, los días son más largos y la vida parece resurgir con mayor intensidad.
    -¡Vamos! Tienes que alimentarte bien.
    La anima para que abandone la cama y pone sobre sus hombros un chal de lana blanco para evitar que se enfríe. Se sienta frente a ella en la mesa y le sirve una generosa ración de leche acompañada de tres cucharadas de azúcar.
    También pone frente a ella un plato con pastas para acompañar la leche. La mira con atención mientras se alimenta tímidamente, su evidente juventud abre una herida en su pecho y la envidia con todas sus fuerzas.
    Es hermosa, con un cutis de porcelana y unas manos elegantes, de dedos finos y largos. Un cuerpo proporcionado y esbelto, la madre ideal para su hijo.
    -Virginia.....me gustaría hablar contigo para ponernos de acuerdo sobre los pasos a seguir. Cualquier error nos puede costar caro a las dos y es necesario actuar como si fuésemos una sola.
    No entiende muy bien lo que intenta decirle, sabe de sobra que ella no cuenta absolutamente nada a la hora de tomar decisiones y es la señora quien lleva la voz cantante.
    Consigue articular algunas palabras, titubeantes al principio y con algo más de firmeza después.
    -Yo....yo haré lo que usted diga, doña Concha. Sólo espero que cumpla su palabra respecto a mi familia.
    Eso es lo que quiere, que comprenda a la perfección el compromiso adquirido y cumpla lo pactado sin ningún género de dudas.
    Sujeta una de sus manos y la mira directamente a los ojos en un intento desesperado por anular su voluntad y plegarla de forma incondicional a sus deseos.
    -Virginia.....tú dame a mi hijo y te juro por la tumba de mis padres que cumpliré mi palabra. Tus padres y hermanos jamás serán molestados y permanecerán en La Encomienda hasta el final de sus días.
    La tranquiliza, tiene la seguridad de que cumplirá su juramento pero otras cosas la preocupan. ¿Qué pasará con ella si consigue satisfacer los deseos de doña Concha?
    -Señora....¿y si no consigo darle ese hijo?
    Sonríe ampliamente ante su inocente pregunta, reconoce que está tratando con una joven que ignora la mayoría de las cosas importantes de la vida pero ella se encargará de abrirle los ojos.
    -Lo harás, criatura, eres joven y sana, no tiene porqué haber inconvenientes.
    -¿Cuándo sería eso?
    -No hay prisa, niña, esperaremos lo necesario.

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  29. Capítulo 30
    Y la espera dio sus frutos como vaticinara doña Concha con absoluta convicción. En los primeros días de septiembre comenzó el primer retraso en el periodo de la joven que era puntual como un reloj suizo.
    A finales de ese mismo mes doña Concha comunicó a su marido que su primer hijo estaba en camino. La euforia se instaló en el matrimonio que al fin verían cumplido un sueño largamente acariciado.
    Hasta ese momento, Virginia había gozado de una cierta libertad para visitar a sus padres dos veces por semana. Bajaba hasta las Casillas y permanecía una hora en su compañía al tiempo que escuchaba las recomendaciones de su madre respecto a un correcto comportamiento con los señores.
    Le aconsejaba realizar su trabajo sin protestar y no ser perezosa a la hora de levantarse de la cama que tanto le costaba abandonar.
    Mantenía silencio la muchacha ante los consejos de su madre. No le pasaba desapercibido su nuevo estado de ánimo desde que las visitas del administrador cesaron por completo y eso era algo que le daba fuerzas para hacer frente a lo que se esperaba de ella.
    En esas visitas también pudo comprobar la actitud resentida y un tanto infantil de su inseparable Gloria. La chica parecía evitarla como si la acusara de ser responsable de su separación.
    A ella la echaba especialmente de menos y le dolía que intentase darle esquinazo en las escasas ocasiones en que le era permitido regresar a su casa.
    La reconciliación se hizo realidad una tarde de agosto y bajaba ensimismada por el camino de tierra. Esa tarde podía estar más tiempo con los suyos ante la ausencia de los señores que tenían un compromiso y no regresarían hasta pasada la media noche.
    El perro negro le salió al paso moviendo alegremente su rabo al reconocerla y ella supo que su dueña no andaría muy lejos de allí.
    Acarició con ternura la cabeza del animal y desvió su camino hasta adentrarse en unos pequeños cañizares pertenecientes a una huerta abandonada y cuya casa estaba prácticamente derruida.
    Era éste su lugar secreto de reunión desde que eran niñas y aquí habían pasado innumerables momentos de confidencias y trazando vidas futuras imaginarias una al lado de la otra.
    La encuentra tumbada boca arriba bajo la sombra de una enorme higuera y con los ojos cerrados. Se acerca con sigilo hasta el cuerpo que descansa confiado y pasa con suavidad por su cara la brizna de hierba seca provocando el consiguiente sobresalto de la joven.
    Parece que le hubiese picado un escorpión y se incorpora como un rayo a pesar de la dificultad con su pierna izquierda.
    -¡Ah, vaya! Si es la señorita Virginieta......
    Sonríe ante el apelativo cariñoso y toma asiento donde segundos antes se encontraba sesteando su amiga. La mira mientras se retira los restos de polvo que ella misma ha provocado con su abrupto despertar y observa su piel sonrosada que por el susto se ha teñido de un rojo intenso.
    No quiere que la distancia se mantenga entre ellas, no ahora que su situación es tan delicada y no tiene ni idea de los acontecimientos que le tiene reservado el destino.
    -¿Qué te pasa conmigo, Gloria?
    La muchacha mantiene un pequeño gesto de enfado en sus labios carnosos y que siempre parecen pintados con carmín. El rojo violento de su cara va bajando en intensidad aunque se mantiene como dos rosas granates en sus mejillas.
    Toma asiento a su lado teniendo buen cuidado de extender la pierna antes de hacerlo y su mirada de un verde grisáceo, inquietantemente clara se queda clavada en la suya.
    -A mí no me pasa nada, no soy yo la que me he largado.
    Le cuesta ocultarle nada, nunca hubo secretos entre ellas pero el instinto de supervivencia mantiene sellados sus labios.
    -No pude elegir, Gloria, sabes de sobra que no podía negarme al requerimiento de doña Concha.

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  30. Capítulo 31
    Se arrepiente de su comportamiento. Claro que sabe tan bien como ella la imposibilidad de negarse a cualquier orden que venga de los dueños.
    Se siente avergonzada por haber contribuido al malestar de su querida amiga y una tímida sonrisa de disculpa se esboza en su boca al tiempo que le pide repetidamente que la perdone.
    -Perdóname, Virginia....realmente sé que no tienes culpa de nada y he arremetido contra ti de manera injusta.
    No tiene nada que perdonarle, son tantas las cosas que tiene que perdonarse a sí misma.....
    -Olvídalo, Gloria, nos vamos haciendo mayores y tenemos que hacernos a la idea de que las cosas no pueden ser como eran antes.
    Una gran verdad que le está costando asimilar, ya no son niñas y la marcha de Virginia ha sido una de las primeras muestras de que la vida adulta es muy diferente a la vivida hasta ahora.
    -Ya lo sé....¿pero dónde quedaron nuestros sueños, Virginia?
    Sueños.....aventuras innumerables imaginadas desde este mismo lugar mientras descifraban las caprichosas formas de las nubes en un cielo radiantemente azul.
    Fantaseaban en las calurosas tardes de verano con poder algún día abandonar el único lugar que habían conocido y reunirse en Madrid con la añorada Pepa.
    Su marcha hacía ya cuatro años había sido su primera sensación de pérdida y todavía les dolía su ausencia.
    -Nuestros sueños todavía pueden cumplirse, Gloria.
    No lo ve ella tan claro como su amiga. Juntas tienen mucha más fuerza y separadas la pierden cada una por su lado.
    Meses de ruegos a sus respectivos padres para que las dejaran partir a la capital y reunirse con Pepa no han logrado hacerles cambiar de opinión. A pesar de la promesa de Pepa de buscarles una buena casa para servir y contar con su protección y tutela.
    Pepa tuvo mucha suerte y pudo abandonar su anodina vida gracias a la intervención de doña Concha que la recomendó a una íntima amiga suya que había quedado viuda y necesitaba una persona de confianza a su lado durante las veinticuatro horas del día.
    No se lo pensó ni dos minutos y emprendió su vida lejos de allí y sin arrepentirse en ningún momento. Tan solo le dolió dejar a su familia pero era consciente de la realidad que la rodeaba y actuó en consecuencia.
    Hermana pequeña de Lucía, quedó huérfana con apenas cinco años y bajo el cuidado de su hermana mayor. Con ella se marchó cuando contrajo matrimonio con Pascual y la ayudo a su vez a cuidar de sus sobrinos.
    Sobre todo de los niños puesto que con Virginia apenas se llevaba cuatro años de diferencia y prácticamente crecieron juntas.
    Era una joven lista y vivaz, trabajadora e inquieta que no podía mantener quietas las manos. Pronto comprendió que su futuro estaba en buscarse la vida por su cuenta.
    La naturaleza la dotó de una gran inteligencia pero la despojó de ser una mujer agraciada físicamente. De estatura baja, algo entrada en carnes y unos ojos muy juntos que le daban apariencia de bizca.
    Todo ello la llevó a la conclusión de no ser objeto de deseo por parte de los hombres y decidió no depender de ninguno de ellos para ganarse la vida.
    Vio abrirse los cielos con la oferta de doña Concha y abandonó el campo sin volver la vista atrás. Nunca se arrepintió de su decisión y a través de las cartas mensuales a su familia siempre les tuvo al corriente de su vida cómoda y sin apreturas.
    Doña Carolina Machado de Lis era una mujer extraordinaria y a su lado como dama de compañía había logrado entrar a un mundo que jamás imaginó siquiera.
    Mujer adinerada y perteneciente a la alta burguesía madrileña, no vivía de acuerdo a las convenciones sociales y pronto entendió que la muchacha que había llegado a su casa sería una parte muy importante de su vida.

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  31. Capítulo 32.
    Las dos jóvenes tenían la esperanza de que al final convenciera a sus padres para dejarlas marchar y buscarse un futuro en la ciudad. Le apenaba verlas marchitarse en un lugar tan remoto y decidió hablar seriamente con su hermana cuando les visitara unos días a finales de septiembre.
    Virginia confiaba en las dotes de persuasión de su tía Pepa para hacerlas entrar en razón. Ahora piensa que es demasiado tarde para ella y vuelve su mirada hacía Gloria que permanece tumbada con los ojos entornados a su lado.
    Ya no está enfadada, su cara relajada, feliz y algo sudorosa parece indicar escepticismo pero no muestra el gesto de mal humor de los dos últimos meses.
    Se incorpora sobre uno de sus codos y busca animar a la vitalista muchacha, se han invertido los papeles y es ella la que tiene ahora la función de arrancarle una sonrisa.
    -La tía Pepa vendrá el mes que viene, lo mismo logra hacer cambiar a tu madre de opinión.
    El entrecejo de la joven se frunce y niega vigorosamente con la cabeza. Ahora menos que nunca piensa en hacer realidad esa posibilidad.
    Se vuelve también para poder quedar frente a frente y juguetea con las piedras hasta formar un pequeño montón que corona con una margarita silvestre.
    Necesitaba este momento de confidencias con su amiga, poder exteriorizar su aburrimiento y el daño que le hace no poder contar con ella como antes.
    -Olvídate de eso....Pepa no podrá conseguir nada y menos ahora.
    -¿Por qué ahora menos?
    -Quizá si nos fuésemos las dos juntas sería posible, yo sola es imposible.
    Lleva razón, en estos momentos ella es rehén de un acuerdo que ni puede romper ni se le permitiría.
    Tiene que mantener silencio y ni siquiera puede permitir que su sagaz tía sospeche la aventura en la que se ha embarcado.
    -Bueno, esperemos su llegada, ya sabes la labia que tiene la condenada y es posible que logre convencer a tu madre.
    -¿Y tú....qué pasará contigo?
    Ella no es dueña ahora de su destino, menos que nunca y debe actuar en consecuencia. Durante noches interminables ha pedido vehementemente no darle el gusto a doña Concha y no poder concebir el hijo que ella sí confía en tener entre sus brazos.
    -No lo sé, Gloria, no puedo rechazar el trabajo en la casa, ya sabes lo delicado de la situación de mis padres.
    Lo entiende a pesar de su juventud, su padre y su hermano son dos hombres sanos y fuertes mientras el suyo tiene muy limitada su fuerza física, sus hermanos son pequeños y la situación de las dos familias es muy diferente.
    -Perdóname, Virginia. A veces olvido la realidad por mi necedad y mi egoísmo.
    Decide dar por terminada la charla con su amiga, arde en deseos de ver a su familia y no quiere regresar tarde a la casa para evitar problemas con doña Concha.
    Se pone en pie y alisa la falda de su vestido de algodón floreado sin pasarle por alto la interrogación de Gloria al mirarla.
    -¿De dónde has sacado ese vestido?
    Le averguenza confesarle la verdad, doña Concha la trata con mimo y se ha encargado de procurarle ropa ligera para combatir las altas temperaturas veraniegas.
    No se atreve a decirle directamente el cuidado con el que es atendida y la vida regalada que lleva en la casa principal.
    Le produce remordimientos a pesar de no ser una consecuencia buscada por ella. Pero es así y no quiere dar pistas a la despierta muchacha y levantar sus sospechas.
    -Lo encontré en el desván de la casa, es ropa vieja que ya no usa la señora y le pedí permiso para poder utilizarla.
    Parece convencerla la explicación y la acompaña hasta retomar el camino que conduce a las Casillas.

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  32. Capítulo 33.
    No volverá a bajar para visitar a sus padres desde esa última visita de agosto. Con la confirmación del embarazo, también su vida sufre una trasformación absoluta.
    Las atenciones de doña Concha se convierten en una posesión enfermiza y no consiente su contacto con nadie que no sea ella.
    Adelantan su viaje a Madrid que todos los años se realiza en el mes de noviembre cuando el invierno se recrudece y ordena a Casilda permanecer en La Encomienda con la excusa de tener suficiente con la ayuda de la joven y el servicio de la casa de la capital.
    Sí permitió a Lucía despedirse de su hija en su presencia y le garantizó cuidar de ella como si de su propia hija se tratara.
    Revisa los últimos detalles y da órdenes precisas a una Casilda que la sigue desconcertada por toda la casa sin entender muy bien su conducta. La conoce a la perfección e intuye un nerviosismo poco habitual en mujer tan tranquila.
    -¿Qué te pasa? llevas todo el día enfurruñada, Casilda.
    Le hace la pregunta sin dejar de repasar mentalmente la lista de enseres que debe llevarse con ella.
    -No me pasa nada, doña Concha....simplemente estoy extrañada por no viajar con usted.
    No puede culparla por sentirse así. Siempre la acompañó desde que murió su marido hace ya siete años y permaneció con ella hasta el regreso en primavera.
    -Ven....siéntate.
    La obliga a tomar asiento a su lado y trata de explicarle la situación sin entrar en profundidades.
    -Mira, ahora tienes un nieto pequeño y Emilia no puede sustituirte aquí. Necesito alguien de mi completa confianza al frente de todo esto.
    No es sincera y teme que la mujer lo vea reflejado en su cara. Nunca se preocupó de nada que no fuera su propia satisfacción y conveniencia.
    No entiende su interlocutora el motivo por el que ahora se muestra tan respetuosa con su situación familiar.
    -Yo le agradezco su confianza, doña Concha. Me limitaba a expresar mi sorpresa.
    -Pues no lo hagas....quiero comunicarte algo que ni siquiera sospechas.
    Sabía que algo ocurría pero algo en la conducta de la señora le indica que no le dirá toda la verdad. Trama algo y no está dispuesta a compartirlo con ella.
    -Estoy de nuevo embarazada.
    La noticia la mantiene clavada al asiento y la mira incrédula y preocupada.
    -Pero, señora.....el médico fue muy claro la última vez ¿por qué arriesga su vida de esta manera?
    El rictus no es de amargura como en otras ocasiones, su rostro refleja algo muy distinto que se puede calificar de seguridad.
    -Esta vez es distinto, tendré un hijo ¿te imaginas después de tantas decepciones?
    La sombra de una terrible sospecha se abre paso a través de su embotada cabeza y comprende que la señora ha llegado esta vez demasiado lejos.
    Lo sabe, por la forma en la que le hurta la mirada y la palidez de su cara, nunca pudo ocultarle nada y ahora entiende lo inútil de sus intentos por mantenerla al margen.
    Un incómodo silencio sobrevuela por el salón alumbrado tan solo por una mortecina luz otoñal.
    -¿Cómo ha podido caer tan bajo?
    Por primera vez en su vida se atreve a recriminarle una conducta que considera que ha traspasado todos los límites posibles.
    Pero la violenta reacción de doña Concha le resulta esclarecedora y le indica hasta dónde está dispuesta a llegar.
    -¡Vaya! Y lo dices tú....tú que a pesar de tu edad conseguiste tener una preciosa hija. No os importa nada lo que podemos sentir las mujeres a las que nos es negada la maternidad ¿verdad?
    Piensas que lo tengo todo....pues déjame decirte algo ¡No tengo nada, absolutamente nada!
    La explosión de furia la ha hecho levantarse como impelida por un resorte y se acerca hasta el ventanal con la respiración acelerada como buscando el aire que parece faltarle.

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  33. Capítulo 34.
    La mujer la sigue hasta el ventanal y se coloca a su lado obligándola a mostrarle su rostro demudado. Su mano se posa sobre su hombre en un gesto protector y reconoce que el tener a su hija significó su máxima felicidad.
    Lágrimas amargas caen por la mejillas ahora ruborizadas de doña Concha y se abraza a la mujer que la ha acompañado durante toda su vida.
    -Ella es joven y puede tener más hijos, Casilda, nosotros le hemos ofrecido la seguridad para su familia y la tranquilidad que tanto necesitan.
    Un trueque cruel piensa horrorizada la mujer que tiene divididos sus sentimientos. La quiere porque la vio nacer pero la conoce mejor que nadie y no se llama a engaño.
    Es egoísta y déspota, no tiene mal fondo aunque eso es algo que no tapa todo lo demás. Piensa en la muchacha casi adolescente y en el daño que le será infringido en aras de cumplir un sueño por parte de la mujer que ahora mantiene abrazada y presa de una histeria difícil de controlar.
    La acompaña de nuevo al sofá y deja que poco a poco consiga serenarse antes de intentar hacerla entrar en razón.
    Ella es ya una mujer mayor que no debería estar trabajando a pesar de gozar de buena salud. Ha vivido una vida larga y llena de felicidad a pesar de estar trabajando desde que tiene recuerdos.
    La llegada de su primer nieto le ha permitido experimentar un nuevo sentimiento y desea dejar de trabajar y ayudar a su hija a criar el niño.
    Pero intuye problemas con el descubrimiento de los planes de doña Concha y que posiblemente retrasarán los suyos.
    -Doña Concha......yo pensaba dejar de estar a su servicio, ocuparme de mi nieto y que Emilia ocupase mi lugar.
    Sus palabras consiguen hacerla reaccionar. Se aferra desesperada a su brazo y sus ojos desorbitados la llenan de temor.
    -¡No! No puedes hacerme eso...no ahora que tanto te necesito. Eres la única en quien puedo confiar.
    Lo sabe, jamás confiaría algo así a nadie que no fuese ella pero tampoco piensa plegarse a todos y cada uno de sus deseos.
    -No puedo ser cómplice de algo tan grave, doña Concha......
    No puede y no quiere, algo en su interior se rebela y su parte humilde se pone del lado de los perdedores.
    -¿Se imagina la reacción de Pascual y Lucía cuando se enteren de lo que han hecho a su hija?
    La tensa conservación es interrumpida por la llegada de Virginia que escucha sus últimas palabras y palidece víctima de la vergüenza y la impotencia.
    Doña Concha la ve en el umbral de la puerta y acorta la distancia que las separa con pasos largos y rápidos.
    Enlaza su brazo con el suyo y la conduce hasta dejarla sentada a su lado. Puede Casilda observar una admiración casi reverencial en la señora cuando su mirada se posa en la joven y un escalofrío recorre su cuerpo al comprobar que antes se dejará matar que permitir que alguien le impida ser madre al fin.
    Le apena verla tan sumisa, resignada ante lo inevitable y tan desvalida. Aducida por una personalidad más fuerte y más madura.
    Víctima de un chantaje perfectamente organizado y que no le deja margen de maniobra. Comprende que ha asimilado su suerte y la ha acomodado a la de los suyos.
    Regresa la doña Concha de siempre tras el momento de debilidad anterior y expone ante las dos los pasos a seguir a partir de ese mismo momento.
    -Casilda....Virginia está dispuesta a cumplir su parte del trato ¿qué problema ves?
    Carraspea nerviosa ante el estado de sumisión de la muchacha, totalmente anulada como persona y sometida completamente.
    -Virginia es una niña todavía.....no sabe el alcance de todo esto.

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  34. Capítulo 35.
    Virginia mantiene su silencio, ningún músculo de su cara parece tener expresión y la manera en que se aferra a doña Concha termina de convencerla de lo inútil de sus argumentos.
    Completamente sometida y sin voluntad propia, la muchacha está muerta de miedo y nada de lo que ella pueda decir cambiará el rumbo del acuerdo.
    Así lo mantiene doña Concha que con un cariñoso golpe en el brazo de la muchacha la conmina a abandonar el salón y dejarlas solas de nuevo.
    -Repasa de nuevo tu maleta, niña.
    Obedece sin poner objeción alguna, tan solo protestó cuando no le fue permitido encontrarse con su tía Pepa la semana anterior con motivo de su visita anual.
    Doña Concha se las ingenió para realizar un viaje de una semana a Salamanca con la excusa de visitar a una de sus hermanas y la llevó con ella.
    Temía a Pepa, mujer inteligente y sagaz sobre la que que ya no tenía poder alguno. Mucho se ha arrepentido de recomendarla en su día a su amiga Carolina con la que ahora forma un excelente equipo.
    Mira de nuevo a Casilda que permanece imperturbable ante lo que parecen hechos consumados y le habla con la determinación de la que siempre ha hecho gala.
    -Te pido respeto, Casilda.....nos marcharemos hoy y espero de ti la máxima fidelidad. Dejo mi casa en tus manos y pronto tu yerno será el encargado de La Encomienda ¿necesitas más pruebas de mi reconocimiento a tu persona y a tu familia?
    La sorpresa no le permite articular palabra ¿desde cuándo había pensado en su yerno para ser el encargado de la finca ? Lo tenía todo perfectamente medido para conformarlos a todos y asegurarse su adhesión. Es consciente de que la parte más débil será la que más pague en este proceso y eso le provoca una amargura especial.
    -Doña Concha....¿cómo hará para pasar por suyo el hijo que está por nacer? ¿Cree sinceramente que sus padres no se enterarán nunca?
    Medita unos segundos su respuesta y decide ponerla al corriente antes de lo programado en un principio.
    -Casilda, pasaremos el invierno en Madrid y volveremos a finales de abril como todos los años.....para entonces faltará apenas mes y medio para el nacimiento de mi hijo.
    Tú la ayudarás en el parto, de lo demás me ocupo yo y en cuanto a Lucía........no creo que ponga objeciones ante algo que no tiene remedio.
    Es un buen acuerdo para ambas partes y todos saldremos beneficiados, no tengas tantos remilgos, mujer.
    Vuelve a la carga, quiere saber muchas cosas que quedan en el tintero y a las que parece resistirse a contestar.
    -¿Cuándo se lo comunicará a sus padres? ¿Quién más estará al corriente?
    Asiente ante sus preguntas y decide encargarle la parte más complicada para ella, la de comunicar a Lucía en un principio la situación de su hija.
    -Verás....dentro de un mes aproximadamente...pondrás al corriente a su madre, que ella se encargue de decírselo a Pascual. Cuéntale el acuerdo que ha aceptado su hija y espero que no nos causen problemas ninguno de los dos.
    Así, dando por hecho que mantendrán silencio y se plegarán a todas y cada una de sus órdenes.
    -¿Y sí no están de acuerdo y denuncian los hechos?
    La carcajada le da una idea aproximada del poco temor que tienen a que tal cosa se produzca.
    -¿De verdad piensas que moverán un dedo contra nosotros? No me hagas reír, Casilda, no se encuentran en situación de poder hacer nada.
    También ella termina por aceptar la realidad y decide esperar acontecimientos. Abandona el asiento y se pone en pie con su cuerpo ligeramente arqueado.
    -Dígame en qué puedo ayudarla antes de que se marchen, tengo muchas cosas que hacer hoy.

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  35. Capítulo 36.
    Las largas agujas se mueven a un ritmo monótono pero incesante. De ellas cuelga una pequeña prenda blanca de lana y la mujer que la está tejiendo ve llegado el momento de ir poniéndole fin.
    La evaluá con la mirada y considera que ya ha tejido suficiente.
    Pide opinión a las dos señoras que la acompañan y que también tienen una labor en sus manos. Las dos consideran también suficientemente grande la prenda y dan por concluida la labor por esa tarde.
    Retira el pequeño jersey y lo deposita en un pequeño cesto de mimbre forrado de raso que tiene en una pequeña mesa a su lado.
    Hace sonar una campanilla de plata al tiempo que se mueve inquieta en su asiento y acaricia repetidamente su abultado vientre.
    -¿Para cuándo se espera el nacimiento, Concha?
    La sonrisa ocupa por completo su sonrosada cara y muestra toda la felicidad y satisfacción que su nueva situación le produce.
    No le contesta de inmediato por la llegada de una criada que acude diligente al sonido de la campanilla y le da órdenes precisas para que sirvan la merienda.
    -Usted dirá, señora.
    -Tomaremos la merienda en el invernadero, Tomasa.
    La muchacha da media vuelta y las deja solas de nuevo para dirigirse a la cocina donde ya tenía dispuesto el refrigerio esperando el momento de servirlo.
    Una mujer de mediana edad se afana por sacar brillo a unas bandejas de plata sentada frente a una mesa y levanta la cabeza al escuchar los pasos acelerados de la chica.
    -¿Dónde merendarán sus altezas, hija?
    Pasa por alto el sarcástico comentario de su madre y sujeta con fuerza la bandeja en la que ha depositado previamente un delicado servicio de té inglés.
    Desaparece por las puertas inmaculadamente blancas de la cocina para regresar instantes después y recoger otra bandeja con un amplio surtido de pastas.
    Quince minutos más tarde vuelve a aparecer de nuevo y se deja caer en la silla contigua a la que ocupa su madre.
    -Ya se han quedado merendando, un día de estos van a reventar ¡Cómo comen estas mujeres!
    -No tienen otra cosa que hacer, Tomasa.
    Sabe bien de lo que habla la mujer mayor. Toda su vida ha estado al servicio de mujeres ociosas y pudientes aunque nunca ha envidiado su vacía existencia que en muchos casos y a pesar de gozar de un estatus privilegiado, es de una total infelicidad.
    Tampoco ella puede lanzar las campanas al vuelo, un error de juventud ha condicionado su vida y la ha relegado desde entonces al descrédito social.
    Confinada en diversas casas como criada, su vida se ha desarrollado arrodillada frente a los suelos de mármol a los que sacaba brillo hasta desollarse las rodillas “ Te van a quedar más peladas que el culo de un mono, le decía su difunta madre”
    Su madre, ella mejor que nadie supo de su sacrificio y lucha para sacar a una hija como madre soltera.
    Contó con su ayuda hasta que Tomasa fue grandecita y gracias a esa ayuda pudieron permanecer juntas.
    La buena estrella le llegó en forma de empleo en la casa de los Sagasta-Bris hacía ya quince años. A partir de ese momento su vida cambió de manera significativa. Sus tareas fueron menos pesadas y pasó a encargarse de la organización de la casa durante los meses en los que los señores permanecían en la ciudad.
    El resto del año se ocupaba de mantener todo en perfecto orden y diariamente echaba una ojeada a la casa desocupada.
    Les fue cedida la buhardilla del último piso a cambio de mantener la limpieza y el cuidado de todo el edificio. Ese era su hogar y en él disfrutaban madre e hija de sus escasos momentos de descanso.

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  36. Capítulo 37
    Viven con estrecheces pero con sus necesidades básicas cubiertas. Algo que ya le parece un sueño hecho realidad después de tantas penalidades sufridas en los años anteriores.
    Le hubiese gustado poder ofrecer a su hija una vida distinta a la suya pero no ha sido posible aunque mantiene la esperanza de que todavía esté a tiempo de conseguirlo.
    Propina una palmada cariñosa en la rodilla de Tomasa para que cambie el gesto de desagrado por el exceso de trabajo. Este año se les ha duplicado la faena por la llegada precipitada de los señores y la desaforada actividad de doña Concha cuyo embarazo parece haberle imprimido nuevos bríos y no para de dar órdenes en todo el día.
    Han retirado todas las cortinas de la casa para lavarlas y colocarlas de nuevo, todos los muebles han pasado por los trapos impregnados de aceite que Arcadia maneja con maestría hasta dejarlos relucientes.
    Ya han llegado los muebles infantiles para el dormitorio del hijo que está por llegar y la plata luce en las vitrinas lanzando destellos cegadores.
    Desde que quedó viuda, Casilda había acompañado a los señores durante su estancia invernal en la capital pero este año se quedó ayudando a su hija con su nieto recién nacido.
    Años compartiendo espacio con ella habían conseguido un acercamiento entre las dos mujeres. Tienen caracteres completamente distintos que las han llevado a mantener encendidas discusiones cuando no, abiertos enfrentamientos por la forma de llevar la casa.
    Este año ha sido distinto y no siente su aliento en la nunca supervisando todas sus actividades. Es responsabilidad solo suya el mantener el orden y buen funcionamiento del hogar sin presiones de nadie.
    A excepción de doña Concha que parece estar poseída por una actividad frenética “ Es el embarazo” Le dijo ufana acariciando despacio un vientre prominente, producto de la llegada de una criatura según la señora.
    Consecuencia de un exceso de peso según la sufrida Arcadia. Y lo sabe porque ella misma la ayuda cada mañana desde hace tres meses a ponerse el artilugio que entre las dos idearon para simular una barriga de embarazada.
    Se oye nuevamente el suave sonido de la campanilla y Tomasa abandona la silla para acudir a la llamada que no admite demora. Su madre la sigue con la mirada y un velo de tristeza nubla sus ojos al pensar en la dulce jovencita que espera arriba la señal para poder regresar cuando la visita se haya marchado.
    Una especie de premonición la hizo sospechar cuando doña Concha le presentó a la muchacha allá por el mes de octubre.
    La presentó como hija de una amiga y la instaló en una de las habitaciones más alejadas de la calle. Algo en el rostro angelical y adolescente de la chica hizo activarse una alarma en su cabeza y se identificó con algo que no sabía explicar muy bien pero que le recordaba a sí misma muchos atrás.
    Sus sospechas se materializaron una fría noche de diciembre cuando Tomasa ya dormía y ella apuraba los últimos rescoldos de un viejo brasero de carbón.
    Los golpes en la puerta de la buhardilla que ocupaban consiguieron alarmarla y acudió presurosa a observar por la mirilla a la persona que golpeaba a una hora tan intempestiva.
    Doña Concha esperaba nerviosa al otro lado de la puerta y la apremió a franquearle la entrada con aspavientos ostensibles.
    -¡Maldita sea, Arcadia! Hace un frío terrible.
    Es la primera vez que la señora se digna poner un pie en la humilde vivienda que ocupan. Apenas cuarenta metros cuadrados en los que el frío se nota con especial intensidad y el calor amenaza en verano con derretir a quien ose intentar dormir en semejante horno.
    Su extrañeza se convierte en alarma cuando doña Concha deposita un papel oficial en la pequeña mesa camilla de la habitación que hace las veces de cocina-comedor y sala de estar.
    -¿Qué es ésto, doña Concha?
    No sabe leer y las letras en el papel se le antojan un jeroglífico imposible de descifrar para ella.

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  37. Capítulo 38.
    Sujeta el papel con manos temblorosas sin entender absolutamente nada hasta que la voz algo chillona de su jefa la invita a sentarse.
    Lo hace ella también en la destartalada silla, acusando el frío que no puede combatir el precario brasero.
    -¿Cómo podéis soportar el invierno, Arcadia? Necesitáis una estufa.
    Claro que la necesitan, eso y tantas otras cosas que ni se molesta en enumerarlas.
    -No sé leer, doña Concha....¿ pone en este papel?
    Le divierte la alarma que aprecia en su expresión, todo lo que se salga de lo cotidiano le provoca una gran preocupación aunque no tenga la menor importancia.
    -Vamos a dejarnos de rodeos, Arcadia.....aquí está escrito tu nombre como nueva propietaria de esta vivienda. Sé que no es nada del otro mundo pero para ti es algo que nunca te habrás atrevido ni a soñar.
    Dice bien, jamás se ha permitido ni fantasear con tener una vivienda propia, como mucho ha soñado con tener algún día una casa modesta con un alquiler asequible a sus escasos ingresos.
    -Sigo sin entenderla.....
    -Es muy fácil de entender, firma esté papel en el que figuras como dueña de la buhardilla y pasará a ser de tu propiedad, únicamente tuya y de tu hija.
    No es una noticia que provoque su entusiasmo, no se hace ilusiones a estas alturas de su vida y algo muy gordo buscan de ella para ofrecerle semejante oferta.
    -No es tan fácil, señora ¿qué quiere a cambio?
    La contrariedad frunce su ceño porque no consigue entender ciertos arranques de dignidad en gente tan humilde. Muchos escrúpulos cuando lo único que debe hacer es tomar lo que tan generosamente se le ofrece.
    -Necesito tu ayuda para conseguir un sueño largamente acariciado y ahora puedo alcanzarlo. A cambio de esa ayuda te ofrezco esta casa en propiedad.
    Inmediatamente relaciona la oferta con la muchacha que habita con ella desde hace ya casi cuatro meses. Un sexto sentido le advierte de la conexión entre las dos cosas.
    -Tiene que explicarse mejor, señora. Es usted muy generosa pero no estoy dispuesta a cualquier cosa por conseguir una casa.
    Llegados a este punto sabe que tiene que poner las cartas boca arriba y no demora más ese momento. Está cansada de simular y los plazos se van agotando con el paso de los días.
    -Bien......mi hijo no crece en mi vientre, Casilda. Virginia lo está gestando para mí. Necesito tu ayuda para ocultar ese detalle frente a los demás y tu silencio en el futuro.
    Viejos fantasmas sobrevuelan a su alrededor devolviéndola a una época oscura de su pasado y esos mismos fantasmas la ayudan a tomar su decisión. Ni por todo el oro del mundo se prestará para arrebatar un hijo a su madre.
    Retira el papel que está situado frente a ella y lo devuelve al otro lado de la mesa. No le tiembla el pulso al hacerlo.
    -Gracias, señora pero no puedo aceptar semejante trato, no si ese trato ayuda a quitarle el niño a la muchacha.
    Sabía que podía encontrarse con reservas de la mujer a la que considera seria y leal. Una lealtad que ha mantenido desde el principio y a lo largo de los años que permanece a su servicio.
    -Nadie le quitará nada, mujer.....el niño es de don Moisés y ella se prestó a tenerlo para nosotros.
    No termina de creerla, no hasta haber hablado con ella y tener la seguridad de que las cosas son tal y como las dice doña Concha.
    -Entenderá entonces que hable con la muchacha antes de prestarle mi ayuda ¿verdad?
    Ya la tiene donde quería, Virginia corroborará todo lo que le ha explicado y el proceso se llevará a cabo sin impedimentos.
    Las dudas la han asaltado durante estos meses, temía el cambio de opinión de la chica y su huida precipitada sin avisarles. La suerte se ha puesto de su parte nuevamente al sufrir el padre una apoplejía que la ha puesto definitivamente a su merced.

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  38. Capítulo 39.
    Tuvo noticias del revés sufrido en la salud de Pascual por una de las visitas mensuales que su marido realizaba a la finca. De eso ya hacía más de tres meses y en esa circunstancia vio la oportunidad de maniatar a la joven de forma definitiva.
    Permitió que viajase a La Encomienda en su compañía para que comprobase en primera persona el estado de su padre. Todavía no se le notaba un embarazo del que sólo tenían conocimiento los directamente implicados junto a Casilda y Lucía que había sido informada unos días antes de que su marido cayese enfermo.
    No le resultó fácil poner al corriente de lo que estaba sucediendo a una sufrida Lucía que todavía lamentaba la ausencia de su hija y no podía quitarse de la cabeza que le habían arrancado una parte de su cuerpo.
    Comprendió de inmediato el cambio experimentado en sus vidas y no quiso escuchar nada más. Despidió a Casilda con un lacónico “ Gracias” y salió a campo abierto. Caminó sin rumbo fijo durante varios kilómetros sin dejar de preguntarse el porqué de tanta desventura.
    Volvió sobre sus pasos sin encontrar respuesta a ninguna de sus preguntas y llegó de nuevo hasta la casa que ocupaba desde que contrajese matrimonio hacía ya dieciocho años.
    La boca del pozo se le presenta tentadora y asomada en el brocal piensa en lo sencillo que sería sumergirse en su inquietante oscuridad y olvidar....olvidar la desdicha que la persigue como un pertinaz mal de ojo que parece no querer darle tregua a pesar de sus súplicas.
    Su hija, su hermosa y tierna niña. La amó sin medida desde el mismo día de su nacimiento y ahora se la han arrebatado aprovechándose de la precaria situación familiar.
    Aleja de su cabeza la tentación que el oscuro fondo del pozo le ofrece y piensa en su hermana Pepa.
    Ya puso el grito en el cielo cuando les visitó a finales de verano y no encontró allí a su sobrina. Le recriminó que no la hubiese puesto al corriente mediante una carta de las intenciones de doña Concha de ponerla a su servicio.
    Ahora no quiere ni imaginarse el escándalo que montará cuando se entere de los verdaderos motivos que están detrás de las al parecer buenas intenciones de la señora.
    Golpea con fuerza una de sus piernas maldiciéndose por haber sido tan estúpida. Por no haber sabido proteger a su hija de las garras de esa hiena carroñera.
    Limpia con furia sus ojos llorosos y se recompone al ver la figura renqueante de Pascual caminando a lo lejos. Acorta la distancia que los separa y sale a su encuentro con las palabras quemándole los labios por poder expresar toda la indignación que amenaza con hacer estallar su pecho.
    -¿Pasa algo?
    La voz pausada de su marido al llegar a su lado denota preocupación. Se acentúa la sensación que la persigue últimamente por la salud de Pascual y le ofrece una sonrisa tranquilizadora al tiempo que se apoya en su brazo sano y comienzan a caminar uno al lado del otro.
    -No....te vi y pensé en acompañarte ¿no te apetece?
    Claro que le apetece, gracias a ella encuentra cada día un motivo para seguir luchando contra sus limitaciones físicas.
    -No digas tonterías, mujer, claro que me gusta que salgas a recibirme.
    Acomoda su paso al suyo que encuentra algo cansino y calla la noticia que unas horas antes trastocó su ya de por sí precaria tranquilidad.
    -Habéis terminado temprano ¿no?
    Lo escucha tragar saliva y detiene sus pasos para escrutar con atención la cara cansada de su marido. No le gusta lo que ve, una tensión poco habitual en él la pone sobre aviso.
    -No me encuentro bien, Lucía, no sé qué demonios me pasa pero me faltan las fuerzas desde hace unos días.
    Un sudor frío recorre su cuerpo porque si pensó que no podían pasarles más desgracias, la cruda realidad se impone sin previo aviso.
    Dos días más tarde supo que algo iba definitivamente mal. Pascual no pudo levantarse de la cama esa mañana y amaneció en un estado de semi inconsciencia, su boca se había torcido hacía el lado izquierdo.

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  39. Capítulo 40
    Se alegró de no haberlo puesto al corriente de lo que sucedía con su hija. Supo que algo le ocurría al acudir a su encuentro dos días atrás y mantuvo su boca sellada a la espera de acontecimientos.
    También desechó la idea inicial de mandar una carta a su hermana Pepa para ponerla en antecedentes.
    Lo más importante era la salud de Pascual y no le causó extrañeza alguna la visita de don Moisés al visitar la finca y enterarse del estado de su marido.
    Acudió en medio de una pertinaz lluvia y fue esa la primera vez que ponía un pie en la humilde vivienda. Ella tenía la seguridad de que su visita era interesada y de no darse las circunstancias tan especiales en las que se encontraba su hija. El dueño de esas tierras no se hubiese tomado ni la molestia de preguntar por su estado.
    Pero allí estaba, impecablemente vestido en el quicio de la puerta y pidiendo permiso para entrar.
    Permiso que le concede y lo invita a pasar al interior y le indica una silla al lado de la lumbre que crepita con fuerza en la chimenea.
    Puede observar su traje mojado y le pide la chaqueta que él se quita para que la ponga sobre el respaldo de otra silla que acerca al fuego para que se seque.
    Su sangre parece hervir a borbotones al comprobar la seguridad que demuestra, le gustaría gritarle su desesperación y sin embargo se limita a preguntar con temor algo que necesita saber.
    -¿Cómo está mi hija, don Moisés?
    Únicamente lo verá titubear en ese momento, carraspea por lo inesperado de la pregunta y aclara nervioso la voz antes de contestar.
    -Está bien, Lucía.....no tienes nada por lo que preocuparte.
    No quiere insistir, atiza el fuego sentada frente a él y espera a que comience a hablar.
    -Me enteré de lo de Pascual y quise venir para ponerme a vuestra disposición. Cualquier cosa que necesitéis, he dado instrucciones a Santiago para que traiga a un médico que pueda arrojar luz sobre su enfermedad.
    Sonríe amargamente y prefiere mantener la cabeza agachada, no quiere enfrentar su mirada pero algo en su interior le impide darle las gracias efusivamente. Demasiado bien se cobrarán el favor y no puede pasarlo por alto.
    -Se lo agradezco, don Moisés, el de Pascual es delicadao y como puede comprender no contamos con los medios necesarios para procurarle un médico.
    También quisiera saber cual será nuestra situación a partir de ahora.
    Lo ve mover las manos pidiéndole calma y agradece que sus hijos no estén en la casa porque se los llevó Adela para evitar el bullicio que podía molestar a su padre.
    -Por eso no tienes que preocuparte, yo me encargaré de todo lo que podáis necesitar. En cuanto a vuestra situación.....seguirá como hasta ahora, Pascual recibirá su jornal aunque no pueda volver a trabajar.
    La amenaza velada espolea la indignación que hasta ese momento había mantenido prudentemente reprimida y su lengua parece un afilado estilete cuando regresa de cerrar la puerta del cuarto donde permanece su marido postrado en la cama.
    No quiere que nada llegue a sus oídos aunque duda que esté en condiciones de comprender nada de lo que ocurre a su alrededor.
    Ocupa de nuevo su lugar frente al hombre que permanece al calor de la lumbre y ahora sí enfrenta su mirada para que la escuche con atención.
    -No nos vamos a andar con rodeos, don Moisés.......Casilda me ha puesto al corriente de lo que ha sucedido con mi hija y quiero poner las cosas en su lugar.
    Una lividez cadavérica cubre la cara masculina al escuchar el tono de voz de la mujer que tiene frente a él e intenta hacer valer su superioridad con una categórica respuesta.
    -No creo que en vuestra actual situación podáis poner muchos reparos.
    No le deja continuar, intenta no alzar la voz pero su mensaje es claro cuando su boca comienza a escupir todo el veneno acumulado durante estos días.

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  40. Capítulo 41.
    -¿Cómo consiguieron que mi hija permitiese que usted pusiera sus sucias manos sobre ella? ¿La amenazaron con echarnos de aquí?
    No le responde, permanece con la cabeza agachada y las reservas que el plan de su mujer despertó en su interior parecen asaltarlo de nuevo.
    Pero no duran mucho, debe reconocer que al tener la confirmación de que un hijo suyo vivía en el seno de una mujer y tenía posibilidades de hacerse realidad, los remordimientos fueron dando paso a una ilusión que se acrecenta con cada día que pasa.
    Está dispuesto a escuchar a la mujer que le recrimina con furia desatada y piensa en los beneficios que también ellos conseguirán.
    -Lucía.....posiblemente no fuese la manera más correcta de actuar pero debes entendernos también a nosotros.
    -¿Entender? No me haga reír, don Moisés, se han aprovechado de nuestra desdicha y han abusado de una pobre criatura que es un trozo de pan.
    Lo sabe, posiblemente sea ese el episodio que más remordimientos le ha provocado. La inocencia de la madre de su futuro hijo y su callada respuesta al abuso sufrido despertaron un malestar que lo persigue en forma de pesadillas nocturnas y a las que no pueden sustraerse.
    Tiene la necesidad de justificarse ante su madre, intentar que el dolor sea más llevadero.
    -Puede ser que no actuásemos de manera correcta y lo lamento, ahora es tarde para lamentarse y quiero compensaros. Podréis vivir con tranquilidad.
    Tranquilidad, no cree que vuelva a experimentar nada que se parezca ni de lejos a una vida tranquila. Han sido tratados como ganado que se puede exprimir y después vender, precisamente ahora están en una situación límite y ella lo sabe, sólo le queda el derecho a la pataleta.
    -Bien, quiero que sepa el asco que me producen usted y su mujer, de no haber sido por la enfermedad de Pascual le puedo asegurar que no se saldrían con la suya.
    Nos hubiésemos marchado de aquí y ustedes habrían tenido que buscar a su hijo en otra parte.
    Duras sus palabras pero no tiene dudas de que las hubiera hecho realidad. No esperaba una reacción tan virulenta por su parte y comprende la suerte que han tenido con la enfermedad de su marido.
    -Piénsalo bien...creo que Pascual necesitará de atenciones médicas y unos cuidados específicos ¿de qué viviríais?
    Y por eso mismo no lo echa con cajas destempladas y recogen sus escasas pertenencias y se marchan de allí sin volver la cabeza atrás. Considera que no hay nada más que decir y se levanta de la silla al tiempo que le alarga su chaqueta que ya ha perdido la humedad.
    La recoge de sus manos y ni siquiera le pide ver a su marido, se dirige a la puerta y de nuevo intenta hacer hincapié en su disposición para todo lo que sea necesario.
    -Mañana vendrá un médico para visitar a Pascual.....
    -Quiero ver a mi hija.
    -¿Qué?
    -Me ha oído perfectamente, quiero que me traiga a mi hija y que pueda ver a su padre.
    No puesde creerse lo que está escuchando, creyó que estaba todo claro y se encuentra con una exigencia de difícil cumplimiento por su parte.
    -Lucía...no tenses mucho la cuerda, estás agotando mi paciencia, sabes que eso no es posible.
    Ella entiende lo contrario, necesita desesperadamente volver a ver a su hija y hablar con ella. Llegados a ese punto cree imprescindible suavizar su tono y hacerle entender que la visita al padre les resultará beneficioso a ellos.
    -No quiero causarle ningún trastorno, don Moisés....Virginia debe ver a su padre y así estará más tranquila sabiendo que está perfectamente atendido. Es lo mejor para todos, piénselo.
    Recapacita, todavía no se le nota el embarazo y nadie tiene porqué enterarse de nada. También resultará bueno para su estado saber que su padre está en buenas manos y que su sacrificio está justificado.
    -Tienes razón... puede que sea lo mejor pero te rogaría que también tú pusieras de tu parte para tranquilizar a tu hija.

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  41. Capítulo 42.
    Y cumplió su promesa. Su hija llegó a la semana siguiente acompañada por el matrimonio, escoltada por los dos, uno a cada lado y su madre tuvo la visión de dos buitres carroñeros que se turnaban para cuidar su nido.
    Don Moisés preguntó por el enfermo y las dejó solas pero doña Concha permaneció tenazmente al lado de la muchacha sin permitir que la distancia que las separaba aumentase más de un metro.
    Lucía abrazó a su hija y le impidió que sus sollozos subiesen en intensidad, sujetó su cara entre sus manos y sostuvo su mirada limpia con la determinación que da la experiencia.
    -No quiero que llores, tu padre está mejorando y el médico nos ha dicho que ha sido un ataque leve, saldremos adelante.
    Llora por su padre, sí, pero también llora al saber que su madre ya está al corriente de lo que ha hecho. Siente vergüenza por tener que enfrentar las consecuencias de sus actos y cree haber mancillado el honor de la familia.
    La conduce cogida del brazo hasta el cuarto e ignora deliberadamente a la mujer observa la escena sin pestañear.
    Su padre se encuentra recostado en la cama de matrimonio y sus ojos experimentan una gran alegría al ver entrar a su hija. Tiene dificultades para articular las palabras a pesar de la recuperación visible de su boca que poco a poco va regresando a la normalidad.
    No fue un ataque muy fuerte según el médico que le atendió pero le dejará secuelas de por vida. A su maltrecho brazo se unirá a partir de ahora la parálisis de la pierna y él ya tiene la seguridad de tener una calidad de vida precaria y unos movimientos muy limitados.
    Se acerca al pie de la cama y da gracias a dios por encontrarlo más recuperado, tuvo la angustiosa sensación de no volver a verlo y puede comprobar que sus ruegos han sido escuchados.
    -¿Cómo estás, padre?
    Pascual sujeta las manos de su hija y la mira con emoción, siempre fue su debilidad y su marcha le llenó de amargura e impotencia.
    Ahora la tiene a su lado y la esperanza se abre paso al mismo paso que su mejoría es más palpable.
    -Estoy mejor.....no...no te preocupes...
    Experimenta la joven una extraña fuerza. Se avergüenza de los pensamientos que han atosigado su mente desde que llegara a Madrid y sabe que no puede permitírselo, no, viendo la situación de su familia.
    Se fue fraguando en su cabeza la idea de huir de la cárcel sin barrotes en la que estaba presa y no entregar al hijo que crecía en sus entrañas.
    Sabía lo que de traición había en esa decisión, traición a los suyos porque a los señores no creía deberles lealtad alguna.
    Ahora sabe que es una quimera y su lealtad está al pie de esa cama sobre la que está arrodillada. No quiere cansar a su padre y se despide de él para regresar a la pequeña cocina seguida de su madre unos pasos atrás.
    -¿Ya podemos irnos, Virginia?
    La voz seca y apremiante de doña Concha resuena a su espalda y es en ese momento cuando su madre se dirige a ella por primera vez.
    -Mi hija se queda aquí hasta su regreso a Madrid, señora.
    La sorpresa se dibuja en su cara y la incredulidad cede paso a un enrojecimiento de sus mejillas. La determinación en la voz de la mujer ha activado una alarma en su cabeza que le exige precaución y mesura.
    No contaba con su rebelión y comprueba que pisa una fina línea que no debe traspasar. Evalúa la situación y decide no presionar más.
    -Está bien, Lucia pero te recuerdo que pasado mañana nos vamos.
    -No se preocupe, regresará con ustedes....no por mi voluntad, que quede claro pero no tenemos otro remedio.
    Ahí la quería ver, reconociendo la realidad, lanza un suspiro involuntario de alivio y abandona la casa.

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  42. Capítulo 43.
    Lucía cierra la puerta a su espalda sin molestarse en esperar a perder de vista a la señora como la cortesía obliga.
    Agarra a su hija de la mano y la conduce hasta la chimenea. El mes de diciembre está resultando menos frío que otros años como resultado de unas lluvias poco habituales pero aún así es necesario permanecer cerca del fuego.
    Se asegura de haber cerrado la puerta del cuarto y comienza a hablar en voz apenas audible y que obliga a Virginia a permanecer muy cerca de su madre para entender sus palabras.
    -¡Gracias a dios, hija! No las tenía yo todas conmigo de que cumpliera su palabra don Moisés y te permitiese venir a ver a tu padre.
    Por el sigilo de su madre y sus nerviosas miradas al cuarto de matrimonio. Virginia sospecha de la ignorancia de su padre en el asunto.
    -¿No sabe nada mi padre?
    La mujer se lleva la punta de los dedos a la frente y se santigua con celeridad antes de contestar a su pregunta.
    -¡No! Bastante tiene el pobre encima como para añadirle más penitencia. Además.....me enteré hace apenas veinte días de lo ocurrido y ya tu padre no estaba muy católico, menos mal que mantuve la boca cerrada porque de haberle contado algo, segura estoy de que lo habría rematado.
    Puede observar la joven más sosiego en la actitud de su madre y agradece su intento por contarle las cosas con algo de humor para quitarle hierro al asunto.
    Siempre fue una mujer con un gran sentido del humor que las últimas circunstancias se habían encargado de hacer desaparecer.
    Pero la recuerda con esa chispa que la convertía en una mujer positiva, una mujer que encaraba la vida viendo siempre el lado positivo de las cosas. Rasgo compartido por su tía Pepa y que tan buenos momentos le hizo pasar en otro tiempo.
    El accidente de su padre y la marcha de la hermana sacaron a la superficie a una mujer amargada y melancólica encerrando a la otra Lucía en un lugar al que ya nadie tenía acceso.
    Ahora ha podido ver un fogonazo fugaz de su antigua personalidad y su corazón brinca gozoso en su pecho porque todavía les queda algo de esperanza.
    -Es mejor que no se entere, madre, sólo servirá para hacerle sufrir más......
    La tiene delante y apenas reconoce a la niña que se marchó tres meses atrás. La mujer que tiene frente a sí ha perdido buena parte de su inocencia y ha madurado de una forma palpable.
    -¿Cómo te tratan este par de Sarracenos, hija?
    Formula la pregunta al mismo tiempo que su mano se posa con suavidad en la incipiente barriga de su hija bajo la gruesa chaqueta de lana. Simplemente ha perdido la forma de su cintura a punto de cumplir su cuarto mes de embarazo.
    -Me tratan bien,madre, como a una reina se puede decir.....
    Consigue con gran esfuerzo por su parte no exteriorizar la furia que la consume. No será ella la que añada sufrimiento a su hija, al contrario, prefiere tranquilizarla ante los hechos consumados y que no tienen vuelta atrás.
    -Lo siento mucho, hija....cuando Casilda me puso al corriente pensé en hablar con tu padre y marcharnos de aquí, buscarnos la vida en otra parte y criar al niño nosotros.....
    Virginia sujeta la mano de su madre que solloza en silencio y toma una decisión inapelable y que formará parte del camino que decidirá su futuro.
    -No llores, no podemos permitirnos el lujo de estar lamentándonos, madre. Este niño nacerá y nosotros seguiremos con nuestras vidas, ellos cumplirán su palabra y al menos no nos faltará un techo y el pan.
    Prefiere no preguntarle sobre el precio que ella deberá pagar, no decirle en este momento lo que significará desprenderse de un hijo que será una herida abierta en su corazón hasta el final de sus días.
    -No te preocupes.....ahora estoy más tranquila.

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  43. Capítulo 44.
    Al día siguiente se despidió de sus padres y hermanos y regresó a Madrid. Con Gloria apenas pudo tener un breve encuentro que la prudencia aconsejó corto.
    Pero sabían la una de la otra por medio de las cartas que doña Cocha supervisaba personalmente antes de entregárselas a la muchacha.
    También leía las que ella le enviaba a la amiga antes de dar su conformidad a Tomasa para llevarlas al correo.
    La rutina regresó a su vida y el invierno fue pasando ante sus ojos al tiempo que su vientre aumentaba el volumen de manera visible.
    A partir del cuarto mes tuvo consciencia de la vida que se desarrollaba en su interior y por las noches fantaseaba con el milagro que hiciese posible frustrar la entrega de la criatura.
    Pero el milagro no llegó y un mes antes de la fecha estimada para dar a luz comenzaron los preparativos para regresar a La Encomienda con la primavera en puertas.
    Arcadia habló con ella tal y como había prometido a doña Concha que haría. Se aseguró de que la pantomima que tenía que poner en escena para ayudar a la señora a simular un embarazo contaba con la aprobación de la muchacha.
    Comprobó con tristeza la determinación de la joven a entregar a su hijo y no hizo más preguntas. Ideó gracias a sus conocimientos de costura una especie de barriga artificial a la que iba añadiendo volumen conforme avanzaban los meses y todas las mañanas ayudaba a doña Concha a sujetarla a su cuerpo mediante unas correas de tela.
    Fue una de esas mañanas, cuando ataba y sujetaba la falsa barriga cuando pudo comprobar hasta donde estaba dispuesta a llegar la mujer que permanecía quieta mientras ella daba los últimos toques y aseguraba un vientre equivalente a siete meses y medio de embarazo.
    De uno de los voluminosos pechos surgía una mancha blanquecina que empapaba la ropa de la señora. La extrañeza de la criada no le pasó desapercibida y lejos de expresar contrariedad, su cara se llenó con una sonrisa teñida de orgullo.
    El último embarazo malogrado había llegado casi a los seis meses de gestación, fue el más prolongado y el que más esperanza les hizo abrigar.
    El parto prematuro tuvo como resultado un niño muerto pero esa misma noche la leche comenzó a manar de su pecho hundiéndola en la más absoluta de las miserias.
    Compulsivamente empezó a extraer la leche con un aparato destinado a tal fin y así continuaba hasta el día de hoy a la espera de la criatura para la que estaba destinada la leche que con mimo extraía hasta tres veces y luego derramaba pero ya sin tristeza, esperando, siempre esperando.
    -No pasa nada, Arcadia......he mantenido la leche desde el último parto para poder alimentar a mi hijo.
    La mujer se limita a desatar nuevamente la barriga postiza y esperar a que la señora se quite la ropa manchada de leche. Así llevan actuando desde hacía ya tres meses y la farsa tan bien ideada está dando unos resultados extraordinarios.
    Las amistades esperaban con ansia este nuevo embarazo que ya había traspasado el fatídico umbral de los seis meses y ahora sí tenían la seguridad de asistir al nacimiento de un niño sano.
    Abandonaron Madrid el día dos de mayo al amparo de la noche y llegaron a la finca cuando todavía no había amanecido.
    Nadie fue testigo de su llegada y Virginia volvió a ocupar la habitación del piso superior en la que permanecería confinada hasta el momento mismo del parto.
    Doña Concha paseó por el campo su voluminosa barriga con la excusa del consejo médico para facilitar la circulación de sus piernas. Orgullosa se pavoneaba ante las numerosas visitas que se acercaban para expresarles sus parabienes.
    Casilda regresó a la casa para ya no abandonarla y estar disponible las veinticuatro horas en previsión de un adelanto en el alumbramiento.
    Pero ese adelanto no se produjo y la madrugada del ocho de junio nació el pequeño Moisés con la ayuda de Casilda y una histérica doña Concha.

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  44. Capítulo 45.
    Fue un parto largo que comenzó alrededor de las once de la noche y culminó cuando las primeras luces del alba hacían retirarse las sombras de la noche.
    Virginia supo entonces el significado de parir un hijo, el dolor insoportable que amenazaba con partir su cuerpo en dos. Cayó en un estado de semi inconsciencia una vez hubo terminado todo y apenas pudo escuchar el llanto quedo de su hijo antes de caer en la inconsciencia total.
    Nada más nacer el pequeño, Casilda lo mostró por un instante a doña Concha que permanecía paralizada y procedió a su aseo antes de vestirlo y envolverlo en una suave toca de lana.
    Pidió a la señora que se sentara y lo puso sobre su regazo, ya se había desprendido de la barriga postiza y lo cogió de sus manos acercándolo con cuidado a su pecho.
    El contacto fue suficiente para que la leche comenzase a manar incontrolable y su cara se trasfiguró en algo que la humanizó por primera vez a los ojos de su fiel criada.
    Supo entonces la mujer que antes se dejaría matar que renunciar a un hijo que consideraba suyo desde antes de ser concebido. Un hijo para el que ha estado guardando el alimento durante meses y al que protegerá con su propia vida.
    Echa un vistazo a la muchacha que descansa en la cama pálida y extenuada, ha sido valiente a pesar de su juventud pero aún necesita que se la asee a ella.
    Abre la puerta que ha permanecido cerrada durante casi toda la noche y franquea el paso a don Moisés. También en su rostro se puede apreciar la huella de una noche de insomnio y la tensión es palpable al entrar al interior de la habitación.
    Apenas dedica una mirada a la joven que permanece en la cama pero sus ojos sí se empapan de la imagen del niño en los brazos de su mujer.
    Un escalofrío sacude su cuerpo cuando ella se lo muestra y agradece su tesón. Un tesón que ha permitido que puedan tener hoy la dicha de tener al fin un hijo.
    Casilda cree llegado el momento de poner orden y su voz suena despacio y baja para darles instrucciones.
    -Don Moisés, acérquese a las Casillas y pida a Lucía que suba en cuanto pueda. Y usted, señora.....acompáñeme abajo y métase en la cama.
    El señor enarca las cejas ante su petición e intercambia una mirada confundida con su mujer que a su vez se la devuelve en silencio.
    -¿Qué tiene Lucía que hacer aquí, Casilda?
    Deja las sábanas manchadas de sangre en el suelo y se vuelve para encararse por primera vez al dueño de la casa. No hay titubeos en su voz, al contrario, una determinación que nace de lo más profundo de su ser.
    -Mire....don Moisés, voy a ser clara de una vez por todas. He participado de una acción con la que no estoy de acuerdo en absoluto y ahora soy yo la que voy a poner orden en todo esto.
    Doña Concha y el niño se van a su dormitorio, pronto correrá la noticia y la gente vendrá a interesarse por la madre y el recién nacido.
    -En vez de andarse con reproches, lo que tiene que hacer usted es ocuparse de dar cuenta del nacimiento de su hijo y de inscribirlo en el registro. De los demás pormenores domésticos me ocupó yo.
    -Virginia debe tener a su madre aquí, necesita atenciones y cuidados y yo tengo que ponerme al frente de la casa y las visitas que no dude usted que llegarán más pronto que tarde.
    Parece entender al fin y ayuda a su mujer a levantarse con el niño en brazos. La acompaña hasta el piso inferior y recibe a la criatura por primera vez.
    Recorre su carita perfecta con una mirada hipnótica y comienza a llorar. Un llanto silencioso al que se une el de su mujer que se abraza a su espalda y reclina la cabeza sobre su hombro. Lloran los dos.
    La pareja permanece abrazada durante unos minutos interminables. El niño permanece tranquilo entre los dos cuando la luz del día entra radiante anunciando la llegada de la primavera.

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  45. Capítulo 46.
    Los días posteriores al parto son los que más le cuesta recordar. Una nebulosa parece decidida a no permitirle recordar con claridad.
    Virginia abandonó la casa principal tres días después del nacimiento de su hijo y se trasladó a las Casillas para ser atendida por su madre. Su debilidad era patente y ante las preguntas del padre no tuvieron más remedio que mentirle y atribuir su estado a unas fiebres contraídas de forma repentina.
    Supo Pascual de la llegada de un hijo vivo a la familia de los dueños porque esa fue la excusa que Lucía le dio para explicar la presencia de su hija en la casa.
    “ Tienen miedo por el niño, Pascual, hasta que la muchacha no esté totalmente recuperada no volverá por allí”
    No experimenta la mujer ningún tipo de remordimientos por mentir a su marido y prefiere mantenerlo en la ignorancia hasta que cuente con más fuerzas. Posiblemente nunca se atreva a confesar la verdad, una verdad que la avergüenza pero que ha tenido que tragarse dadas las especiales circunstancias.
    Especial preocupación siente por su hija a la que el parto ha dejado extremadamente débil. Pero más le preocupa la ausencia de expresión en su cara, las ojeras moradas bajo sus ojos y su negativa a comentar cualquier detalle que tenga que ver con el niño.
    La señora fue clara al respecto y la mandó llamar la misma tarde del nacimiento de su nieto y después de haber atendido a su hija.
    La encontró recostada sobre unas almohadas en la cama de la habitación de matrimonio. Vestida con un elegante camisón plagado de puntillas y una bata a juego que daban la impresión de querer sumergirla entre tanto adorno.
    Amamantaba al pequeño y al verla entrar tapó intencionadamente la cabeza al niño ocultándolo a la avidez de su mirada. No la invito a sentarse ni dejó que diera un paso más para aproximarse a la cama.
    -Te he mandado llamar para dejar las cosas claras de una vez por todas, Lucía. En cuanto tu hija se pueda incorporar quiero que te la lleves a tu casa, huelga decir que no quiero que vuelva a poner un pie aquí.
    Nosotros hemos cumplido nuestra palabra y ahora os toca a vosotros cumplir la vuestra. El jornal de tu marido os será entregado puntualmente y podréis seguir viviendo en Las Casillas. Creo que es un trato justo ¿no te parece?
    Parece haber dado por terminada la conversación y con una mano le ordena marcharse al tiempo que retira al niño de su pecho.
    Lucía permanece inmóvil todavía impresionada por la escena que acaba de presenciar. Se pregunta cómo demonios ha conseguido conservar la leche todos estos meses y ahora tiene la certeza de que comenzó a tejer su tela mucho antes de lo que imaginaba.
    -¿A qué esperas para salir de aquí? Creo que ya está todo dicho.
    La mujer no parece haber escuchado sus palabras y avanza hasta situarse a un lado de la cama, tiende sus brazos para coger al niño ante la desorbitada mirada de doña Concha.
    -¿Te has vuelto loca? Sal de aquí antes de que me ponga a gritar y acuda mi marido.
    No consigue amedrentarla con su amenaza y persiste en su intención de coger al niño al tiempo que masculla entre dientes toda la ira que la domina.
    -Adelante, pida auxilio y ya veremos quién grita más fuerte de las dos, no me obligue a salir y pregonar a los cuatro vientos quien es la verdadera madre de ese niño ¡déjeme conocer a mi nieto!
    Su tono imperativo consigue amilanarla y se encoge en la cama sujetando con fuerza el pequeño envoltorio. Algo en la mirada de Lucía parece hacerla cambiar de opinión y extiende los brazos en su dirección hasta que ella sujeta al pequeño y lo acuna con destreza en el hueco de su brazo.
    Avanza unos pasos hasta situarse al lado de la ventana y descubre la carita sonrosada y redonda de su primer nieto.
    El niño mantiene los ojos cerrados pero puede apreciar sus espesas pestañas negras como el azabache. Una amplia sonrisa se dibuja en sus labios al apreciar con claridad el pequeño lunar en la comisura de su boquita.

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  46. Capítulo 47.
    Doña Concha contiene la respiración en tanto Lucía dedica tiernos gestos de amor al recién nacido. La ve aspirar su olor con los ojos fuertemente apretados y un rictus crispado en su rostro que poco a poco se va relajando hasta llenarse de serenidad. La misma serenidad con la que le devuelve el niño con sumo cuidado.
    La señora lo recibe de nuevo entre sus brazos dormido profundamente y un suspiro de alivio escapa de su garganta.
    Lucía le lanza una última mirada y abandona el dormitorio sin volver la cabeza una sola vez. Se encuentra con don Moisés al poner el pie en el primer escalón para subir a la habitación de su hija pero la gélida voz del hombre la detiene impidiéndole continuar su camino.
    -¿Ya has hablado con mi mujer?
    Se vuelve un tanto preocupada por el tono lleno de soberbia y se enfrenta decidida a cantarle las cuarenta como ya hiciera con su mujer.
    -Ya he hablado con ella, sí, también he conocido a mi nieto.
    No esperaba la violenta reacción por su parte que la coge desprevenida por su virulencia.
    -¡Escúchame! Y quiero que lo hagas con atención porque será la única oportunidad que tendrás a partir de este momento.
    Vengo de inscribir a mi hijo en el registro civil, aquí tengo el documento que lo atestigua. También tengo el certificado del médico que ha corroborado el parto de mi mujer.
    Quiero que te lleves a tu hija de mi casa en cuanto sea posible y no pongas a prueba mi paciencia, Lucía. He oído el tono con el que has hablado a la señora y tus amenazas.
    Si vuelvo a escucharte la más mínima alusión a la filiación de mi hijo, abandonarás La Encomienda junto a tu familia y te denunciaré por difamar mi nombre, quedas advertida.
    Un sudor frío recorre su espina dorsal ante la amenaza claramente expresada y mantiene silencio , un silencio que ahora sabe que jamás debió romper.
    Hace ademán de continuar su camino dándole la espalda pero su colérica voz la hace detenerse de nuevo.
    -¡No me has dicho si te ha quedado claro lo que acabo de decirte!
    Asiente con la cabeza tragándose la bilis que sube desde su estómago a su garganta y musitando un apenas perceptible “Sí”
    Trascurren dos días hasta que la reciente madre puede abandonar la cama y caminar por su propio pie. Abandonan la casa principal con la misma sensación, la de dejar un pedazo de ellas mismas en aquel lugar y no poder hacer nada para evitarlo.
    Lucía trata por todos los medios a su alcance de alimentar a su hija en un intento desesperado por devolverle el color a su cara macilenta y sin vida.
    Una sombra de tristeza parece estar siempre presente en sus hermosos ojos y no ha vuelto a ver su sonrisa franca iluminar sus delicados rasgos.
    Consigue a duras penas hacerla ingerir nutritivos caldos de gallina cocinados a fuego lento y lentamente vuelve a ser la joven saludable que siempre fue.
    Sus mejillas adquieren un suave color rosado y las fuerzas regresan a un cuerpo que a un mes de haber dado a luz comienza a recuperar la silueta.
    Sin embargo ya no es la misma de antes, algo se ha roto en su interior y su madre tiene la dolorosa certeza de que jamás podrá recomponer los pedazos a los que ha quedado reducida su existencia.
    Huye de la compañía de Gloria y esa circunstancia abre una brecha entre las dos a pesar de las justificaciones de Lucía achacando su actitud a que está mal de los nervios.
    La visita de doña Concha dos meses más tarde cambiará su vida de forma definitiva. Viene con una propuesta que no admite discusión y no es otra cosa que su abandono definitivo de La Encomienda.
    No la quiere cerca de su hijo y le lleva una carta de recomendación junto a una cantidad de dinero para emprender viaje a Madrid.
    Don Moisés le ha buscado un trabajo como doncella en la casa de unos conocidos en la capital y su cometido consistirá en ocuparse del cuidado de una viuda impedida.

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  47. Capitulo 48
    El verano de 1955 daba sus últimos coletazos cuando Virginia abandonó La Encomienda dejando atrás todo lo que había conocido y amado hasta entonces. El estado de su padre se había estancado y pese a no experimentar una mejoría evidente, al menos no había retrocedido en sus pequeños logros del día a día.
    Ya conseguía mantenerse en pie y avanzar algunos pasos titubeantes que su familia celebraba con grandes muestras de alegría. Supo la joven entonces de la necesidad de acatar la voluntad de doña Concha y don Moisés para no interferir en la incipiente tranquilidad familiar.
    Se despidió con un “hasta pronto” y puso rumbo hacía un destino desconocido para ella. Los meses pasados en Madrid no le sirvieron para nada, permaneció oculta a la vista de todo el mundo y no pudo conocer nada de lo que una gran ciudad podía ofrecerle.
    La esperaba en la estación de tren su tía Pepa. La carta anunciándole su llegada había llegado a sus manos una semana antes y entre las líneas apenas legibles pero que ella sabía descifrar a la perfección, supo entender que algo había sucedido y su hermana le ocultó en su visita del verano anterior.
    Espera nerviosa la llegada del tren frotándose las manos de manera compulsiva. Cinco años en la ciudad le han servido como veinte y su mirada inteligente y despierta permanece atenta sin perder detalle de todo lo que sucede a su alrededor.
    Ajusta su vestido en la cintura y estrecha el bolso fuertemente contra su pecho. No quiere ser víctima de un robo por parte de los ladronzuelos que pululan por la estación y cuya destreza para sustraer lo ajeno no deja nunca de sorprenderla.
    Pero con ella han dado en hueso si piensan que pueden engatusarla. Tiene más conchas que un lagarto y su inteligencia natural se ha incrementado al lado de doña Carolina.
    Con ella ha tenido la oportunidad de asomarse a un mundo que le ha mostrado todas sus caras y cuya hipocresía y falsedad ha terminado de moldearla hasta hacerla una experta en el arte del disimulo.
    La burguesía es un universo aparte en lo que nada es lo que parece y ella ha tomado buena nota de ello. No la intimidan las señoronas recargadas de joyas que departen cada tarde con doña Carolina.
    Sus aires del grandeza hablando de sus nuevas adquisiciones mientras deben varias mensualidades a las jóvenes que tienen a su servicio.
    Ella sabe que ha tenido una suerte inmensa y nunca estará suficientemente agradecida a la mujer que le abrió los ojos al mundo apenas unos pocos meses después de entrar a trabajar para ella.
    Pero doña Carolina es una mujer singular, nada que ver con las insípidas amigas con las que se codea para luego regodearse con sus estupideces y hacerla partícipe de situaciones surrealistas que muchas veces rayan el absurdo.
    El pitido de la locomotora la saca de sus reflexiones y abandona con presteza el banco en el que ha estado sentada alrededor de una hora “tienes tiempo se sobra, Pepa ¿para qué te vas con dos horas de antelación? “
    Sensatas palabras que no la hicieron cambiar de opinión. Le aterrorizaba la idea de llegar tarde por cualquier contratiempo y que su sobrina se encontrase sola en un lugar tan grande y desconocido para ella.
    No puede esperar a tenerla frente a sí. Un sexto sentido ha estado machacando en su mente incesantemente y previniéndola para estar preparada y afrontar algo que con toda seguridad, no será de su agrado.
    Espera impaciente viendo bajar a la gente con sus hatillos de ropa y sus maletas de cartón hasta que su mirada descubre a la muchacha que mira desorientada en todas direcciones y entonces su corazón experimenta un vuelco en su pecho.
    No reconoce en la joven de mirada huidiza, encogida sobre sí misma y bastante más delgada, a la niña que con apenas seis años ya comenzó a acunar en sus brazos y a la que siempre contaba historias de vidas futuras reservadas para ella y en las que siempre era la protagonista.



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  48. Capítulo 49.
    Se sobrepone a la primera impresión y levanta enérgica el brazo agitando visiblemente su mano al tiempo que se alza sobre las puntas de los pies en un intento inútil por aumentar su escasa estatura.
    Consigue captar su atención y se abre paso a codazos entre el gentío que se arremolina sin saber muy bien qué dirección tomar.
    La agarra de un brazo y tira de ella fuertemente hasta lograr sacarla del tumulto y encontrar un espacio libre en el que poder respirar.
    Comprueba alarmada el estropicio ocasionado en la endeble maleta de su sobrina y sujeta la cuerda que la cerraba para no perder el escaso contenido que amenaza con salirse y caer al suelo.
    No es hasta pasados unos minutos que puede observar a placer la cara desencajada de la joven y una inmensa tristeza teñida de compasión parece apretar con fuerza su pecho.
    La acoge entre sus brazos sin dejarla pronunciar palabra y su contacto incrementa la sensación que desde hace una semana no la deja tranquila.
    Le parece estar abrazando a un perrillo herido y tiene que hacer verdaderos esfuerzos por desatar el nudo que se forma en su garganta.
    La separa unos treinta centímetros y su mano acaricia levemente su mejilla pudiendo ver en el fondo de sus ojos una amargura que nunca antes vio en ellos.
    -¿Estás enferma, Virginia?
    La pregunta le sale del fondo del alma, tiene la impresión de ver a alguien con la salud mermada y la alarma en su voz provoca la inmediata respuesta de su sobrina.
    -No, tía.....estoy cansada y desorientada, sólo eso......
    Quiere creerla y convencerse a sí misma de su sinceridad. Parece tranquilizarse y agarra el asa de la maleta al tiempo que la sujeta de la mano hasta abandonar el recinto de la estación y salir al exterior a paso rápido.
    Las calles concurridas la aturden de nuevo y se aferra con más fuerza a la mano de su tía teniendo serias dificultades para seguir su paso.
    Parece darse cuenta de ello y aminora el paso hasta detenerse frente a un pequeño bar cuyas mesas todavía permanecen en el exterior aprovechando los últimos días de un verano que se despide por ese año.
    -Ven, vamos a tomar algo, seguro que llevas el estómago vacío.
    No pone objeción alguna. Todo lo que ven sus ojos le parece una novedad, nunca puso los pies en un bar pero un ligero mareo la hace agradecer el momento de respiro que le ofrece su tía.
    ¡Pepa! A su lado se siente protegida y muchos de sus miedos van quedando atrás. Cree sinceramente que la mejor solución a su trágica situación pasa por abandonar su vida anterior.
    Su tía siempre le ha dado seguridad y eso es algo que necesita ahora con desesperada intensidad. Toma entre sus manos el humeante tazón de café con leche que ponen frente a ella y lo lleva a sus labios soplando suavemente a la espera de poder beberlo sin quemarse.
    Su acción provoca la sonrisa en su tía que la mira con sus diminutos ojos entornados hasta parecer dos rendijas y despierta en su sobrina recuerdos de unos años atrás.
    Cuando Adela discutía con ella y ante su sagacidad y verbo fácil, la mujer la atacaba donde más le dolía “Calla, que parece que te han hecho los ojos con un punzón”
    Momento en el que daba por terminada la discusión y la dejaba con la palabra en la boca. Nunca llegaba la sangre al río pero Pepa contraatacaba mientras ella se retiraba con la cabeza sospechosamente erguida y su tía se desgañitaba gritándole improperios dedicados a su marido y a su hijo para terminar por donde más le dolía.
    Aludiendo a la cojera de su hija Gloria y al color de su pelo. Era ese el momento en el que su madre zanjaba el altercado propinando un pescozón a su hermana pequeña que terminaba refunfuñando pero sin alzar la voz cuando la ella la mandaba callarse.
    “No quiero oírte más , Pepa que parece tu boca un escorpión”
    Se humedecen sus ojos al recordar aquellos días felices, cuando todavía el infortunio no se había cebado con ellos.

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  49. Capítulo 50.
    Aleja los recuerdos de los días felices que no volverán y apura la leche agradeciendo el alto en el camino. Estaba desfallecida por el viaje tan largo, no ha probado bocado desde la noche anterior a pesar de las recomendaciones de su madre para que se comiese un pequeño bocadillo que le había dejado envuelto en la maleta.
    No tenía hambre y ahora comprende el vacío en su estómago por la falta de alimento. Recorre la figura de su tía observando su vestido floreado que amenaza con reventar por las costuras. Ha engordado algún kilo pero se librará bien de decírselo para no provocar su enfado.
    Conoce bien su afilada lengua y prefiere tener la fiesta en paz.
    -¿Qué miras tanto, nena, acaso tengo monos en la cara?
    El sonrojo es inmediato, esta condenada mujer parece tener cien ojos a pesar de contar con unos muy pequeños.
    -No...tía cómo crees, te encuentro muy elegante.
    Coge una de sus manos encima de la mesa y exige con un gesto que la mire a los ojos. La ha dejado descansar y tomar la leche tranquilamente pero ya es hora de dejarse de tonterías.
    -¿Qué ha pasado en estos meses, Virginia? Y no me vengas con monsergas ni intentes ocultarme nada porque yo sé que algo serio ha sucedido.
    El sobresalto es visible y aunque intenta retirar la mano, su tía se lo impide acercando más su cara a la suya.
    -Cuando estuve a finales de septiembre supe que algo iba mal, se lo noté a tu madre pero no quiso decirme nada. Ahora me pide que esté al pendiente porque te vienes a trabajar aquí cuando me he hartado de decirle que te mandase conmigo.
    Virginia sabe que no puede seguir ocultando por más tiempo la tortura que significa para ella los verdaderos motivos por los que ha tenido que dejar su tierra.
    Necesita emprender una nueva vida y dejar atrás la pesada carga que lleva sobre sus espaldas. El precio es terriblemente doloroso pero así lo aceptó en su momento.
    Respira profundamente y mira a los lados temerosa de que algún extraño pueda escuchar sus palabras.
    -Ha pasado, tía..... doña Concha y su marido me han obligado a marcharme de allí. No puedo volver y es lo mejor para todos.
    Pepa la mira expectante conteniendo la respiración, se teme que lo que escuche no le va a gustar ni un pelo pero la anima con un gesto a continuar.
    -Lo hice por ellos, tía...no me quedaba otra. Sé que vas a matarme pero te juro que la que más he perdido con todo esto, he sido yo.
    -¿Te enteraste de que fueron padres? Han tenido un niño.
    Asiente con la cabeza y le confirma que ya se enteró de la noticia
    -Sí, ha sido todo un acontecimiento después de tantos años y tantos intentos al fin lo han logrado pero....¿qué tienes tú que ver con todo esto?
    La palidez de la cara de su sobrina y las lágrimas silenciosas que parecen brotar sin control de sus ojos hacen que se erice el vello de sus brazos y su nuca. Una terrible sospecha va materializándose lentamente en su cabeza hasta nublarle la vista.
    Consigue a duras penas pronunciar las palabras que escupe entre dientes apretando su mano hasta producirle dolor.
    -¿Qué te han obligado a hacer esos mal nacidos?
    La confirmación, no por esperada deja de golpearla paralizándola por completo, afloja la presión sobre su mano hasta quedar sin fuerza al lado de la suya.
    -Me obligaron a concebir a su hijo, gestarlo y parirlo. Al nacer el niño me echaron como a un perro y ahora no me quieren cerca de él. He tenido que marcharme, tía....a cambio mantendrán el sueldo de mi padre y les permitirán vivir en Las Casillas.
    Pepa se mantiene en silencio tratando de asimilar la confesión de su sobrina, ahora toman sentido las palabras de su hermana y el asco que siente crece en intensidad.

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  50. Capítulo 51.
    “Deja las cosas así, Pepa y no busques tres pies al gato. Doña Concha se ha portado muy bien con nosotros y no pude negarle la muchacha cuando me pidió llevársela con ella”
    Su hermana trataba por todos los medios a su alcance de aplacar su furia al llegar de visita y no encontrar a su sobrina. Ahora comprendé el porqué y mucho más en estos momentos en los que su cuñado está prácticamente postrado en una cama y sin esperanzas de recuperarse.
    La rabia va dirigida ahora contra sí misma, si su sobrina espera reproches por su parte está muy equivocada. También ella pudo indagar más, no conformarse con las confusas explicaciones de su hermana y exigir una verdad que ahora se le presenta insoportable.
    Temían su reacción cuando ella también es responsable de lo sucedido. Bien pudo interesarse por su precaria situación y no limitarse a entregarles un dinero que en realidad en poco podía ayudarles.
    Pudo traerlos con ella, pedir ayuda a doña Carolina y que ella a través de sus amistades les hubiese encontrado alguna finca como guardeses.
    Pero no quiere engañarse ¿quién aceptaría a una familia cuyo pilar fundamental no puede trabajar?
    Un cabeza de familia inválido, una jovencita y tres niños junto a su madre no es la mejor carta de presentación.
    Virginia no puede ni mirarla y sigue conteniendo la respiración a la espera de una explosión por su parte, nada de eso sucede y se limita a pagar el café con leche al tiempo que abandona el asiento y pasa el brazo sobre sus hombros presionando con suavidad.
    Carga de nuevo con la maleta y se dirigen hasta subir a uno de los tranvías que las lleve a su destino.
    Calle de la Princesa, la placa con el nombre de la calle hasta donde la conduce su tía será uno de los momentos que nunca olvidará en el futuro. Es uno de esos recuerdos que permanecen grabados para siempre y a pesar del incómodo silencio de su tía durante todo el recorrido, experimenta un alivio enorme al entrar en el elegante portal de acceso al antiguo edificio.
    La acompaña escaleras arriba hasta subir a la tercera planta y espera a que su tía abra la puerta y la invite a pasar al interior.
    -¡Señora! Ya hemos llegado.
    La empuja cariñosamente mientras deja la maleta en el suelo, se ha relajado su cara crispada y vuelve a ver a su tía de siempre, muy lejos ya el gesto de colérica rabia que trasformó sus rasgos en una máscara de odio tras la confesión en la que la ponía al tanto de lo acontecido.
    La sujeta del brazo y la lleva con ella hasta situarse frente a una puerta que golpea dos veces antes de empujarla.
    Doña Carolina se encuentra incorporada sobre unas almohadas en una amplia cama y ojea una revista de moda. La deja a un lado cuando ellas hacen su entrada y dedica una cálida sonrisa a las recién llegadas.
    -Buenos días, tendréis que perdonarme, Pepa, no os escuché llegar.
    Su tía la empuja un poco más hasta dejarla al lado de la cama y hace las presentaciones pertinentes.
    -Le presento a mi sobrina Virginia, doña Carolina.
    Dicho lo cual, las deja solas y se encamina a los grandes ventanales para terminar de retinar las gruesas cortinas y dejar que la luz de la mañana inunde con su radiante claridad la habitación que deja con la boca abierta a su sobrina.
    Es un cuarto enorme, sus paredes están cubiertas con un papel de fondo rosa y pintado con motivos floridos que se asemejan a un delicado jardín.
    Los muebles son blancos, lacados y redondeados en las esquinas. Virginia cree estar inmersa en un bonito cuento de princesas y sus ojos se abren por el asombro.
    -¡Dios mío, Pepa! Tu sobrina es una verdadera belleza.
    Golpea repetidamente el colchón invitándola a sentarse junto a ella y tiene que ser su tía la que venza sus reticencias y la convenza para que lo haga.
    Así lo hace sin tenerlas todas consigo cuando la mano de la mujer se posa sobre la barbilla de la joven para observar a placer su inocente juventud.

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  51. Capítulo 52.
    Una juventud a la que ella va diciendo adiós lamentándolo profundamente. No encuentra parecido alguno entre las dos, ni siquiera en su comportamiento. La joven es tímida y apocada, nada que ver con la resolución de la Pepa vivaz y nerviosa que llegó a su casa cinco años atrás.
    -Ahora tu tía te prepará un baño y te recuestas para descansar, toda la noche en ese incómodo tren debe dejar agotado a cualquiera.
    Pepa busca algo en el espacioso armario de la habitación hasta encontrar un envoltorio que entrega a su sobrina.
    -Ya debe estar caliente el agua del caldero, enseguida estará listo tu baño, Virginia. Toma, este camisón y la bata son de doña Carolina pero a partir de ahora pasa a ser de tu propiedad.
    La muchacha extrae las prendas con sumo cuidado, el tacto de la tela le hace llevarla hasta su barbilla en un gesto espontáneo para comprobar su suavidad.
    Su acción arranca la sonrisa en las dos mujeres que se miran una a la otra con un brillo especial en sus ojos.
    Apenas un cuarto de hora más tarde y ya con su sobrina cubierta de agua hasta el cuello, Pepa regresa a la habitación donde encuentra a doña Carolina terminando de vestirse aunque le pide ayuda para poder abrochar los dos últimos botones de su vestido.
    El espejo les devuelve la imagen de las dos y entonces la voz ronca de doña Carolina le formula la pregunta que tanto teme.
    -¿Qué ha pasado, Pepa....qué es eso que ha conseguido doblegarte?
    La conoce mejor que nadie en el mundo, no tiene secretos para ella y al verla llegar junto a su sobrina ha tenido la certeza de que algo ha muerto en su interior para siempre.
    Guarda silencio, retrocede unos pasos hasta sentarse en uno de los coquetos silloncitos situados frente al balcón y su mirada se pierde en un punto indeterminado de la habitación.
    Su actitud consigue alarmarla, nunca la vio tan abatida y al borde de arrojar la toalla. La luchadora Pepa, la que siempre veía la botella medio llena.
    Presiona su rodilla animándola a hablar sin sospechar la magnitud del daño que le ha sido infligido.
    Su boca escupe las palabras en una sucesión de acusaciones dirigidas casi siempre hacía sí misma.
    Los dejé tirados.....a merced de los tiranos que han terminado por engullirlos. Tan tranquila en mi mundo particular y reprochando a mi hermana su pasividad. Inmersa en un tremendo egoísmo que me impedía ver la realidad.
    Esa realidad me ha puesto en mi lugar, Carolina, me ha hecho ver mi necedad.
    Su alarma crece a medida que Pepa va desgranando en una lenta letanía el abandono en el que ha dejado a su familia ¿con qué cara puede reprocharles nada? Esa pregunta la repite una y otra vez sin cesar.
    Observa las huellas que han dejado las uñas en las palmas de sus manos, resultado de un intento por auto lesionarse.
    -¡Ya basta, Pepa! Nada puede ser tan terrible como para no encontrarle una solución.
    Llora, por primera vez asiste a su llanto sentido, mezcla de ira e impotencia.
    -¿Solución? No....ya nada tiene solución, quizá antes....cuando estaba instalada en mi limbo particular y no tenía tiempo de preocuparme de nada que no fuese mi propio bienestar.
    La hieren sus palabras, en cierta forma la incluye también a ella porque durante estos años ha formado parte de ese limbo particular del que habla.
    Escucha sin intervenir en ningún momento, la deja sacar fuera toda la desesperación que acumula y es al final de su exposición cuando se lleva las manos a la boca, totalmente horrorizada.
    ¡Santo dios! Su exclamación resuena en el denso silencio de la habitación. Conoce perfectamente al matrimonio Sagasta-Bris y a pesar de no ser íntimos, siempre sus relaciones fueron cordiales y amistosas, jamás hubiera sospechado de una acción semejante.
    Mira desolada a Pepa y entiende que su amor la llevó a no solicitarle ayuda. El testamento de su marido no fue muy generoso con ella, no la dejó en la indigencia pero benefició a los hijos de su marido dejando para ella una vida desahogada pero sin posibilidad de grandes dispendios.

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  52. Capítulo 53.
    Después de veinte años de convivencia, atrapada en un matrimonio que jamás le dio la satisfacción que esperaba y haciéndose cargo de dos niños imposibles que perdieron a su madre muy pequeños. Doña Carolina tuvo que soportar las miradas maliciosas de sus hijastros durante la lectura de las últimas voluntades del que fue su marido.
    Dejaba para su uso y disfrute la vivienda de la calle Princesa más una asignación anual suficiente para cubrir los gastos derivados de la casa y sus necesidades más básicas.
    Con esas disposiciones se vio obligada a cambiar sus hábitos y costumbres, bajar el listón de sus compras y adaptarse a una vida austera que nunca antes había conocido.
    No tardó mucho en sobreponerse a su ausencia, un inmenso alivio pareció envolverla tan solo dos semanas después de su muerte. Con menos lujos pero con la tranquilidad que supone volver a ser un alma libre.
    El testamento la libró también de la presencia continua de sus ingratos hijastros que desaparecieron como por ensalmo, como si no les hubiese dedicado los mejores años de su juventud.
    Regresó la felicidad a su existencia con la llegada de Pepa, menos medios y caprichos pero entró en un estado de frenética actividad que comenzó por salir de la cama donde tantas y tantas horas permanecía.
    Llegó Pepa y abrió puertas y ventanas, aireó una casa con olor a naftalina. Las cortinas que la mayor parte del día permanecían echadas fueron retiradas para dejar entrar la luz desde primeras horas de la mañana.
    Cambió sus hábitos alimenticios retirando de su dieta los numerosos dulces que la componían en su mayoría e introdujo una alimentación más sana y mucho más económica.
    Seis meses después de su llegada, los cambios en la casa fueron más que evidentes comenzando por su dueña.
    La obligó a salir a pasear todos los días en su compañía. Paseos que al principio suponían un suplicio para la inactiva mujer pero a los que pronto le cogió gusto.
    Los kilos de más fueron abandonando su cuerpo permitiéndole andar mucho más tiempo sin fatigarse y mostrándole a una mujer totalmente renovada en todos los sentidos.
    Su agradecimiento nunca será suficiente y ahora le duele profundamente su sufrimiento. Su sentimiento de culpabilidad se hace extensivo a ella y decide ponerle punto final.
    -¡Pepa, Pepa! Escúchame....nada podemos hacer por la leche derramada ¿de qué sirve lamentarse?
    Ahora es tiempo de remediar lo inmediato y ayudar a la muchacha.
    Comprueba que al menos ha captado su atención y la ve desplegar una carta y mostrarle su contenido. Es una misiva breve en la que doña Concha recomienda a Vriginia a una vieja conocida de las dos.
    Pepa se sorprende al ver su gesto contrariado conforme lee la carta para finalmente romperla en varios pedazos y depositarla con desgana sobre la mesa.
    -¡Dama de compañía de Apolonia Muñoz-Molina! ¿Qué pretende esta mujer...enterrarla en vida? No será así, te lo puedo asegurar.
    Recoge los pedazos de papel y la mira interrogante por su vehemente explosión. Sabe que está enfadada, enfadada y furiosa como nunca antes la había visto.
    -Doña Concha pretende tenerla controlada y a través de esta señora lo puede hacer ¿crees que permitirá que alguien desbarate sus planes?
    -No lo sé ni me importa, querida, vamos a ver a esa sobrina tuya no sea que se nos arrugue en la bañera.
    La sigue por el pasillo hasta llegar al baño donde permanece Virginia sumergida en el agua y cubierta de espuma. Despliega una gran toalla y se pone a su lado invitándola a salir del agua perfumada.
    -Sal de ahí, niña.
    Se deja envolver por el cálido rizo y el abrazo de doña Carolina la reconforta mientras su tía pone otra toalla en su cabeza y frota vigorosamente su cabello.

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  53. Capítulo 54.
    Es precisamente doña Carolina la que conseguirá entrar en el inexpugnable universo interior de la joven Virginia en el trascurso de las siguientes semanas.
    Ni siquiera ha permitido entrar en él a su tía Pepa que prefiere la delicadeza y mano izquierda de la que hace gala la mujer. Ella es más vehemente y dueña de un genio explosivo, poco recomendable para la delicada situación emocional en la que se encuentra su sobrina.
    Es por ese motivo que doña Carolina decide dar un paso adelante y con el permiso de Pepa envía una larga carta a doña Concha.
    Dejan al margen a la principal protagonista en un intento por protegerla, prefieren ayudarla a construir una vida en la que comience de cero. Sin miedos y dueña de su libertad.
    Ellas mismas son un ejemplo claro de lo que significa esa palabra, la viven de puertas para adentro pero no se arrepienten de hacerlo.
    Mide al milímetro las palabras que va dejando plasmadas sobre el papel. Persigue con su carta una ruptura con el pasado sin abrir heridas pero dejando meridianamente claras sus intenciones de esperar la misma actitud por la parte contraria.
    Le interesa sobre todo proteger a la familia de la chica, saber que cumplirán el compromiso contraído con ella, para eso estará vigilante y así se lo hace saber a su amiga.
    No hay grandes reproches en las líneas que van surgiendo una tras otra de su pluma. Tan solo la petición de cerrar una puerta con carácter definitivo.
    La pone al corriente de la decisión que ha tomado junto a la tía de la muchacha. Ellas se encargarán de organizar su futuro de ahora en adelante sin ningún tipo de injerencia por su parte.
    La respuesta de doña Concha las sorprende por su inmediatez y ambas se encierran en su habitación algo nerviosas por la reacción que su carta haya podido provocar en la mujer a la que iba dirigida.
    Pronto comprueban con alivio que la suya ha sido una buena decisión. Doña Concha les ruega discreción absoluta respecto al verdadero origen de su hijo y se compromete a ocuparse personalmente del bienestar de la familia de Virginia.
    Así será si la joven cumple su parte del trato y a cambio contará con su total lealtad.
    ¡Lealtad! La palabra provoca un gesto despectivo en Pepa que apenas puede ocultar la rabia que la invade desde que tuvo noticia de lo sucedido.
    Escucha la despedida cordial y algo zalamera de la remitente porque sabe perfectamente la amenaza velada que contiene la misiva. Revestida, eso sí, de buenas palabras.
    -Bueno...al menos no se ha ofendido con mi carta, te confieso que no las tenía todas conmigo, Pepa.....pensé que se pondría como una hidra.
    -Descuida, ella ya tiene lo que quería y lo defenderá con uñas y dientes.
    Deja la cortina que había retirado para echar una ojeada a la calle y se vuelve hasta quedar nuevamente frente a ella. Permaneció quieta mientras leía las primeras líneas de la carta pero se levantó presa de los nervios conforme ésta iba avanzando.
    Trata de analizar con frialdad la situación y quitarse de la cabeza la sensación de haber sido burlada ¡Ella! Que tan lista se creía y ha visto como la dura realidad le pasaba por encima dejando su orgullo pisoteado.
    Doña Carolina sabe cómo se siente, la conoce bien y no piensa permitir que se revuelque en su propia desesperación.
    Se acerca a su lado y acaricia lentamente su cara, ella es su mayor apoyo y el remanso de paz en el que trascurre su vida desde que quedase viuda.
    -No quiero verte tan triste, Pepa.....buscaremos la forma de ayudar a la niña. La tranquilidad de tu familia está asegurada y ahora nuestra principal preocupación debe ser tu sobrina.
    Algo en su voz la hace sospechar y la mira inquisidoramente.
    -¿Qué tramas?
    Su sonrisa le confirma sus sospechas y la agarra de un brazo arrastrándola con ella hasta sentarse las dos sobre su cama.
    -Tengo la persona ideal para tu sobrina, Doña Ofelia de Valdemoro me comentó el otro día algo que nos puede venir al pelo.

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  54. Capítulo 55.
    Conoce a la señora a la que se refiere. Alguna vez ha tenido la oportunidad de verla en esta misma casa durante una de sus frecuentes visitas.
    Es una señora ya mayor pero que conserva una distinción innata a pesar de su edad. Educada y muy correcta, doña Ofelia fue una de las mejores amigas de la madre de Carolina y cuando ésta falleció pasó a ocupar un lugar muy especial en la vida de su desolada hija.
    Ejerció como confidente y secretamente albergó la ilusión de tenerla como nuera. Pronto comprendió que la hija de una de sus amigas más queridas y su único hijo no tenían ningún interés amoroso el uno en el otro.
    Se resignó a su relación de amistad sin más pretensiones pero sospechando que abandonaría este mundo sin tener la dicha de poder tener un nieto entre sus brazos.
    -¿Qué te dijo doña Ofelia?
    Aprieta su mano porque sabe que ha despertado su curiosidad y eso la llena de felicidad. Ha sentido algo muy parecido a la desesperación al verla sin esa chispa que desde hace cinco años ha alegrado su vida.
    -Verás....la semana pasada durante la reunión en casa de Consolación Vista Hermosa tuve un aparte con ella. La señora que ha tenido a su servicio durante muchos años y persona de su total confianza está al parecer muy enferma.
    Esa circunstancia unida al hecho de ir cumpliendo años le está provocando una crisis importante. La vi muy afectada por la posible pérdida de Jacinta y me pidió ayuda para encontrar a una señora que pudiese sustituirla más pronto que tarde.
    -¿Y piensas que Virginia pueda ocuparse de ella?
    -Sí, es una mujer deliciosa que ahora necesita alguien joven a su lado, tu sobrina es muy dulce y posiblemente se hagan un favor la una a la otra.
    No le parece mala idea, doña Ofelia se mueve en un ambiente muy elitista pero es una mujer sencilla que en nada se parece a ciertas remilgadas nuevas ricas que se creen descendientes directas de la pata del Cid.
    Es una señora con clase, una clase que no se compra, se nace con ella. Una inmejorable influencia para una joven sobrepasada por las circunstancias.
    -Está bien....me parece una buena idea.
    Se pone en pie y se dirige al armario en busca de un vestido azul añil con una chaqueta ajuego. Lo saca de la percha y lo deposita cuidadosamente sobre la cama justo al lado de Pepa.
    Se desprende de la bata y le lanza una mirada maliciosa que tiene mucho de provocativa diversión. Nunca pensó encontrar una felicidad tan grande como la que vive a su lado y da gracias a dios por haberla puesto en su camino.
    -¿Vas a salir?
    -Sí, me pasaré por casa de doña Ofelia para hablar con ella, la vi francamente preocupada y me gustaría saber cómo se encuentra y de paso hablarle de Virginia.
    Tendría que haberlo imaginado, mujer de impulsos. Carolina no podía esperar mucho tiempo para llevar a cabo un plan que consideraba perfecto. Pasa el vestido por la cabeza y lo deja que caiga suavemente por su cuerpo ahora más esbelto.
    Busca unos zapatos blancos de tacón alto y se sienta en el sillón para introducir sus pies en ellos. Después se ocupa de poner algo de colorete en sus pómulos frente al tocador y pinta su boca con una discreta barra de labios.
    Echa un último vistazo al espejo y parece satisfecha con el resultado que éste le devuelve. Ya ha pasado los cuarenta pero una nueva ilusión le ha devuelto las ganas de sentirse bien consigo misma.
    -¿Irás sin avisar antes?
    Le guiña un ojo al tiempo que se pone la chaqueta y retoca un mechón de cabello que pretendía escapar de las horquillas que la sujetan.
    -Hay confianza, Pepa, no es necesario anunciarme.

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  55. Capítulo 56.
    La sorpresa de Carolina es mayúscula al comprobar que es la propia doña Ofelia la encargada de abrir la puerta que ha golpeado ella unos instantes antes.
    La misma sorpresa que ve en su cara cuando verifica la identidad de su inesperada visita.
    -¡Carolina! ¿Ocurre algo?
    -No, Ofelia, no sucede nada especial ¿Ha de ocurrir algo para venir a visitarla?
    La mujer extiende su mano y la pone sobre su brazo tratando de excusarse por su torpeza. La invita a pasar al interior al tiempo que se deshace en disculpas.
    -Perdóname, querida, en realidad me pillas en uno de esos días nefastos en los que nada sale bien.
    Enlaza su brazo con el suyo y recorren juntas el amplio hall de la casa familiar que desemboca en un espectacular salón en el que doña Ofelia pasa la mayor parte de su tiempo. Siempre que visita la casa le vienen los mismos recuerdos a la mente y regresa a su niñez sin poder evitarlo.
    Eran tiempos de felicidad en los que los problemas brillaban por su ausencia y que añora especialmente por los que ya no están a su lado.
    Toma asiento en el rincón favorito de doña Ofelia, con vistas al pequeño jardín interior y se interesa por el estado de la mujer a la que encuentra especialmente preocupada.
    -¿Qué es eso que la tiene tan alterada....le ha pasado algo a Ricardo?
    La sola mención del nombre masculino arranca una triste sonrisa en la mujer que niega repetidamente con la cabeza.
    -¡No....pobre hijo mío! Ricardo está perfectamente, es Jacinta la que me tiene sumamente preocupada y para colmo de males....la chica de servicio se despidió ayer sin atender a mis ruegos para que no me dejase tirada en una situación tan delicada.
    Carolina le devuelve una sonrisa afectuosa pensando en su fuero interno que las dificultades las magnifica dada su edad y cualquier imprevisto la supera claramente. Intenta hacerle entender lo inútil de su postura.
    -Lo de Jacinta es triste pero es ley de vida, Ofelia. Lo de la muchacha tiene fácil arreglo, con encontrar a otra se resuelve el problema.
    Sabe que no la consolarán sus palabras por muy bienintencionadas que éstas sean. Se encuentra ante una mujer que afronta la recta final de su vida y comprende su tristeza a la perfección.
    -Ya....lo de la muchacha es lo de menos, es Jacinta la que me tiene tan abatida...son muchos años juntas en los que me ha acompañado en los buenos y en los malos momentos.
    Tu eres joven y no puedes entenderlo pero llegará un día en el que recuerdes lo que hoy te digo.
    Trata de desviar su atención hablándole de lo bonito que luce el jardín, uno de sus pasatiempos favoritos consiste en cuidar de las plantas y a lo que dedica gran parte de su tiempo.
    -Está precioso el jardín, Ofelia, se nota la buena mano que tiene para la jardinería.
    Parece haber conseguido llamar su atención y por un momento parece regresar la alegría a sus ojos apagados.
    -Sí ¿verdad? Me distrae mucho ocuparme de las plantas....deberías haber visto el macizo de petunias, estaba a reventar de flores.
    La acompaña cuando ella la requiere para salir al jardín y nuevamente se agarra de su brazo para pasear entre los pasillos de piedras lisas incrustadas en el suelo bordeando los macizos de tierra perfectamente delimitados.
    El olor a las plantas recién regadas inunda el ambiente y el silencio invita a la reflexión disfrutando de la tranquilidad del lugar. Un lugar privilegiado en pleno centro de la capital y al alcance de muy pocos afortunados.
    -Me alegra mucho tu visita, Carolina, necesitaba tener un respiro entre tantas preocupaciones. Dirás que soy una vieja neurótica y posiblemente estés en lo cierto pero no puedo evitar plantearme ciertas cosas que hasta hace poco tiempo no perturbaban mi sueño.
    Esa es la cuestión, Carolina se mantiene en silencio sin encontrar las palabras que puedan ofrecerle el bálsamo que tanto necesita.
    -He venido fundamentalmente para hablarle de una joven, Ofelia. Se encuentra en una situación similar a la suya y creo que estar juntas les hará bien a las dos.

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  56. Capítulo 57.
    ¡Juventud! Ese es su principal problema, la decadencia física consecuencia de los muchos años que lleva vividos.
    Regresan de nuevo al salón abandonando el cuidado jardín y doña Ofelia le pide que la acompañe hasta la habitación de servicio donde se encuentra la enferma.
    Carolina la conoce de toda la vida y sólo puede pensar una cosa. La conoció ya mayor y no se atreve a calcular una edad determinada en la mujer que aparece ante sus ojos tumbada en la estrecha cama y con los ojos cerrados.
    Es un cuarto sencillo con un mobiliario austero y está situado al fondo del elegante palacete perteneciente a su difunto marido. Doña Ofelia también era miembro de una destacada familia de la burguesía pero ni de lejos contaban con el patrimonio atesorado durante generaciones por los Valdemoro Y Bastián.
    Le conmueve el cambio de actitud al dirigirse a la vieja sirvienta que permanece con los ojos cerrados hasta escuchar su voz y entonces los abre lentamente para fijar la mirada en la persona que le habla.
    -Jacinta...mira quién ha venido a verme, la hija de Estefanía ¿te acuerdas de ella?
    La mujer asiente con dificultad hasta enfocar la imagen vestida de azul a los pies de su cama y sonríe, sonríe con tristeza.
    -Claro...claro que me acuerdo era su mejor amiga pero se fue demasiado pronto....la pobre.....
    Carolina abandona los pies de la cama hasta situarse al lado de doña Ofelia que intenta infructuosamente hacer beber un poco de agua a la enferma sin conseguirlo.
    Tienen una relación larga, tan larga que se remonta casi cincuenta años atrás durante los cuales han compartido la vida que ahora parece legar a su final.
    Hace un esfuerzo por calcular su edad y llega a la conclusión de que sobrepasa ampliamente los ochenta años. Pero su actividad incesante hasta hace apenas unos meses parecía desmentirlo.
    No realizaba ya tareas que requiriesen esfuerzo pero se ocupaba de todo lo relativo a la organización de la casa y era ella la que daba las órdenes a la muchacha de servicio interna y la externa que ayudaba en las tareas domésticas.
    No le extraña que doña Ofelia se encuentre perdida sin su inestimable ayuda, sin su presencia burbujeante que la libró de todo tipo de responsabilidades.
    -¿Y el niño? Hoy no ha venido a verme.
    Toma asiento en el sillón al lado de la cabecera de la cama y sube cuidadosamente el embozo de la sábana hasta su cuello. A Carolina no le pasa desapercibida la ternura con que lo hace consiguiendo emocionarla vivamente.
    -Ricardo está encerrado en su despacho desde primera hora de la mañana, al parecer tenía un asunto importante que resolver ¿quieres que lo llame?
    Jacinta mueve la cabeza lentamente al tiempo que su boca pronuncia un apenas audible “Sí”
    -Vete a llamarlo, Carolina, dile que Jacinta quiere verlo.
    No se demora un segundo y sale de la habitación para volver sobre sus pasos. Recorre los amplios pasillos con suelos de mármol brillante y admira una vez más las obras de arte que cuelgan de las paredes.
    Se detiene ante una puerta de madera noble, oscura y de doble hoja, golpea con los nudillos y espera unos segundos antes de recibir autorización para entrar.
    El hombre se encuentra sentado tras un enorme escritorio rebosante de papeles por todos lados y levanta la cabeza esperando encontrar a su madre en el umbral.
    Tiene unos meses menos que ella, por tanto ya ha cumplido los cuarenta y dos años pero continúa tan guapo como siempre y su cuerpo parece conservar la figura de sus años jóvenes enfundado en un impecable pantalón azul oscuro y una inmaculada camisa blanca con corbata de listas granates y beige.
    -¡Carolina! Qué sorpresa ¿cómo tú por aquí?
    Rodea con celeridad el escritorio y sale a su encuentro con las manos extendidas. Le da dos cariñosos besos en las mejillas y le propina el abrazo acostumbrado.

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  57. Capítulo 58.
    Aspira el olor que desprende, siempre ha desprendido un olor especial y sus mejillas perfectamente rasuradas tienen una suavidad casi femenina.
    -He venido a visitar a tu madre, Ricardo. Me encontré con ella la semana pasada y la encontré algo preocupada.
    Hace un movimiento con sus elegantes manos como quitando importancia a las neuras de su madre. Cualquier imprevisto le supone un desastre y está acostumbrado a lidiar con sus manías cada vez más acusadas.
    -Mi madre está mayor, Carolina, parece mentira que no la conozcas. Es cierto que Jacinta ha sido siempre su asidero a la realidad y verla postrada en la cama ha acentuado sus miedos pero esta mañana ha venido gritando como una loca porque la chica de servicio se ha marchado y me ha costado dios y ayuda hacerla entrar en razón.
    -Te aseguro que intento tener paciencia con ella, pero a veces me supera ese sentido trágico que tiene de la vida.
    Lo comprende, es un hombre muy ocupado y con un gran sentido de la responsabilidad. Muchas veces se ha preguntado el motivo por el que no se ha casado y frente a ella tiene la respuesta.
    Ha vivido en un matriarcado muy acusado del que terminó huyendo poniendo unas barreras entre él y las mujeres.
    No habrá sido por falta de oportunidades. Durante años ha sido uno de los solteros más codiciados de Madrid y no solo por su privilegiada situación económica.
    Era guapo, rabiosamente guapo desde que eran niños y al alcanzar la adolescencia se lo rifaban las jovencitas aún a riesgo de traspasar ciertas líneas que el decoro recomendaba.
    Pero no se dejó atrapar y ahora es un maduro muy interesante que no parece tener el menor interés por cambiar su estado civil.
    -Me envía tu madre a buscarte, Jacinta ha pedido verte.
    Mueve pesaroso la cabeza como intentando ahuyentar los pensamientos negativos que lo asaltan últimamente.
    -Pobre......el médico ha sido claro y mi madre parece no querer entenderlo....pero debemos prepararnos para lo peor.
    Le cede el paso gentilmente para salir del despacho y se encaminan uno al lado del otro hasta el fondo de la casa donde permanecen las dos mujeres que más han marcado su existencia.
    La ajetreada vida social de su madre hizo que la mayor parte del tiempo dependiera afectivamente de Jacinta “No he tenido hijos, niño, pero dudo que el amor de una madre supero al que yo te tengo”
    Esas palabras le martillean una y otra vez en la cabeza al entrar en la habitación porque las ha escuchado durante todos estos años una y otra vez.
    Aprieta cariñosamente el hombro de su madre al pasar por su lado y se inclina a la cabecera de la enferma obligándola a abrir los ojos y captar su mirada.
    Unos ojos que parecen recuperar la chispa al ver al hombre por el que siente devoción desde el mismo momento de su nacimiento.
    Suyas fueron las primeras manos que lo recibieron recién salido del útero materno y suyas todas y cada una de las caricias que a lo largo de los años le han acompañado.
    -Me han dicho que querías verme, Jacinta.....
    La mujer se esfuerza por levantar la mano pero él la sujeta a medio camino llevándosela a los labios
    Para después pasarla por su mejilla. Un gesto que ella siempre ha repetido con él y que ahora le devuelve.
    -No....no has venido a verme ..esta mañana...niño.
    Nota la sonrisa en el dorso de su mano y una lágrima solitaria se desprende rodando mejilla abajo hasta caer sobre la almohada.
    -Lo siento, me asomé esta mañana temprano y estabas dormida, no quise molestarte y me encerré en el despacho hasta que Carolina me avisó, sabes que pierdo la noción del tiempo entre tanto papeleo.

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  58. Capítulo 59.
    No tiene fuerzas la anciana para mantener una conversación larga, el agotamiento se refleja en su rostro enjuto pero la presencia del hombre ha conseguido lo que parecía imposible. Despertar su atención que permanecía dormida.
    -No trabajes tanto, niño....vas a perder la vista con tanto leer.
    Siempre niño para ella a pesar de haber superado los cuarenta años. Ricardo coloca la ropa de cama como anteriormente hizo su madre e introduce su brazo bajo la sábana en previsión de un enfriamiento.
    La mujer cierra los ojos, el esfuerzo ha sido excesivo para ella y doña Ofelia les indica con la mano que salgan de la habitación. Se inclina sobre su oído y le susurra unas palabras.
    -Te dejamos descansar, Jacinta, en un ratito regresaré de nuevo.
    Salen los tres en silencio y regresan al salón donde suenan en ese momento las campanadas del reloj de pie anunciando las doce del medio día.
    -¡Las doce! Y esa desagradecida de Elvira se ha marchado sabiendo lo mucho que se le necesita ahora.
    Ricardo enarca las cejas en dirección al techo como pidiendo paciencia a un ser superior. Esta última semana tiene a su madre tras él a todas horas con lamentos y supuestos agravios que hacen muy difícil que conserve la calma.
    -¡Mamá! Cuentas con Luisa para ocuparse de la casa, ya encontraremos a alguien que te ayude con Jacinta, tranquilízate.
    Es precisamente en ese momento cuando Carolina interviene intentando aportar algo de sosiego en la antaño resuelta mujer que en estos momentos se encuentra totalmente perdida.
    -Ofelia....creo que tengo a la persona adecuada para ayudarle. Ese ha sido el motivo principal de mi visita tras la conversación de la semana pasada.
    Deja de lado doña Ofelia el pañuelo con el que se sonaba delicadamente la nariz y pone toda su atención en las palabras de Carolina.
    -Se trata de la sobrina de Pepa, mi doncella.....vino hace unos días buscando trabajo, creo que se entenderán a la perfección ¿tú qué opinas, Ricardo?
    Su gesto es elocuente, le indica con un movimiento de cabeza que continué tratando el asunto con su madre.
    -¿Cómo es la chica, Carolina?
    Temía esa pregunta, la juventud de Virgina quizá le parezca excesiva y esperaba alguien de mayor edad.
    -Es una chica joven pero muy responsable, ya sabe cómo es la gente criada en el medio rural.
    Parece no poner objeción a ese detalle y suspira aliviada viendo algo de luz al final de su particular túnel.
    -No sabes lo mucho que agradezco tu ayuda, Carolina ¿Cuándo podría comenzar a trabajar?
    El alivio es mutuo en ambas mujeres, pensó Carolina en una mayor resistencia a la hora de aceptar a una chica tan joven para una responsabilidad tan grande. No sospecha doña Ofelia el calvario por el que se ha visto obligada a pasar la muchacha y que la ha curtido de cara a su vida futura.
    -No hay problema,a primera hora de la tarde estará a su disposición.
    -Bien....vuelvo al lado de Jacinta, Ricardo te acompañará a la puerta, querida.
    La ven levantarse del asiento trabajosamente bajo la atenta mirada de los dos y desaparecer al fondo del pasillo.
    -¿Piensas que es buena idea una? No me malinterpretes, Carolina pero mi madre puede resultar algo impertinente y cansar pronto a una chica joven. No me gustaría que al poco tiempo desapareciese como ha sucedido con la última interna, me confesó entre lágrimas que no podía soportar más la situación y se marchaba sintiéndolo mucho.
    -No te preocupes, Ricardo, no es el mismo caso....Virginia te gustará, es un auténtico ángel.
    El gesto escéptico de su cara se ve refrendado con sus palabras.
    -¡Ay, Carolina! Los ángeles no existen.

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  59. Capítulo 59.
    Carolina regresó a su casa sin perder tiempo, casi sin respiración agarró del brazo a Pepa y la llevó hasta su habitación para comunicarle la buena nueva.
    -Ya tenemos a la niña colocada, Pepa, esta misma tarde entra al servicio de doña Ofelia de Valdemoro.
    La ve rebuscar en el altillo del armario aupándose sobre una banqueta de madera hasta dar con una pequeña maleta de piel que coloca sobre su cama.
    -¡Muévete! Cuanto antes se instale, más seguro tendrá el trabajo.
    Pepa intenta sin éxito que le preste atención y le explique los pormenores de lo hablado con la amiga de su madre. Tiene que alzar la voz de manera enérgica para que Carolina deje de remover los cajones de la cómoda descolocando todo su contenido.
    -¡Quieres estarte quieta, demonios!
    Su grito consigue el efecto deseado, cesa en su nervioso deambular por la habitación y toma asiento al lado de la maleta.
    -Tienes razón, Pepa, no pienso las cosas y me olvido de dar explicaciones. Hablé con doña Ofelia y estaba histérica, a la enfermedad de Jacinta se ha unido la marcha de la chica de servicio que tenía interna.
    Imagina el panorama que se respiraba a mi llegada. En resumen, le hablé de Virginia y a pesar de mis miedos porque la considerase demasiado joven, la verdad es que ha terminado aceptando que entre a trabajar en la casa y a la mayor brevedad posible.
    -¿Y para qué quieres esa maleta?
    Mira sin entender muy bien el significado de su pregunta hasta que mira la maleta abierta y sonríe divertida.
    -¡Ah, sí! Es para tu sobrina, si la ve llegar doña Ofelia con el desastre que trajo a su llegada aquí, no la deja entrar en casa.
    Pepa se hace la ofendida pues en todo lo relativo a su sobrina o a cualquier comentario sobre sus orígenes modestos, lo más normal es que salte de inmediato con su habitual sarcasmo.
    -¡Cierto! Me olvidaba que tratamos con gente fina y distinguida ¿pues sabes una cosa?
    -Dime....
    -La gente de alta alcurnia también se ha de morir, en eso por lo menos nos igualamos todos.
    Intenta arreglarlo dándole un abrazo al que ella no corresponde. Sabe que no le durará mucho el enfado y decide cambiar de tercio.
    -Vamos a buscar a Virginia, ayúdame a preparar su maleta y permíteme que le eche algo de ropa interior y algún camisón....no te ofendas pero es una casa muy refinada y la verdad es que la pobre trajo muy pocas pertenencias.
    La comprende, ahora no está utilizando un tono pretencioso ni hiriente, se preocupa por su sobrina y no quiere que pase un mal rato.
    A las cuatro de la tarde ya han llegado a la calle Villa Nueva en pleno corazón del barrio de Salamanca. La acompañan las dos para hacerle más llevadera la despedida y Pepa algo más rezagada no puede por menos que agradecer lo que ha hecho por su sobrina.
    Ella carga con la maleta en tanto Virginia camina del brazo de Carolina luciendo uno de los vestidos de los que se ha deshecho por quedarle muy estrecho.
    Aún así, a su sobrina le queda ancho y lo ha tenido que sujetar con un imperdible. Le habla mientras camina dándole las últimas instrucciones y tratando de ahuyentar los nervios que la joven tiene agarrados a su estómago desde que recibiese la inesperada noticia.
    Todo es nuevo para ella, lejos de los suyos. En compañía de su tía y doña Carolina ha podido suplir el enorme vacío que tiene en su vida y ahora también a ellas ha de dejarlas atrás.
    Se mantiene en un segundo plano cuando les franquean la entrada a la lujosa casa que será de ahora en adelante lo más parecido que tenga a un hogar.
    Una mujer de unos treinta años sujeta la puerta de entrada para que accedan al interior, después las conduce a través de lo que a ella se le antoja un palacio hasta llegar al lujoso salón.

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  60. Capítulo 61.
    Allí les espera doña Ofelia con el mismo gesto crispado de los últimos días aunque lo suaviza al verlas pasar a las tres y se pone en pie para las presentaciones.
    -Ofelia, a Pepa ya la conoce y esta joven que nos acompaña será de ahora en adelante una gran ayuda para usted, ya lo verá.
    Evalúa disimuladamente a la tímida jovencita y la impresión primera es positiva. Mujer intuitiva, siempre ve más allá del aspecto exterior.
    Carolina empuja con suavidad a Virginia para que salude a la señora y ésta extiende su mano lentamente en dirección a la mujer que la coge con las suyas estrechándolas afectuosamente.
    -Bienvenida a mi casa, Virginia, espero y deseo que logremos entendernos.
    -Sí, señora...espero que no tenga queja de mí.
    Carolina piensa en su fuero interno que las posibles desavenencias vendrán solo de una parte pero se guarda muy bien de expresar su opinión.
    -No la tendrá, Virginia y ahora si no tienen inconveniente, nosotras nos retiramos para que ustedes se pongan de acuerdo en todo lo referente a las condiciones de trabajo.
    Pepa se adelanta y sujeta por los hombros a su sobrina al tiempo que le dedica una sonrisa intentando trasmitirle tranquilidad. Sabe que se queda en un lugar seguro y su tranquilidad es la suya propia.
    -Gracias de nuevo, Carolina, Luisa os acompañará a la salida.
    Se despiden con la promesa de seguir en contacto y Pepa lanza una última mirada a su sobrina que permanece de pie como perdida en el enorme salón.
    -Ven...siéntate aquí, a mi lado.
    Duda antes de tomar asiento en el borde mismo del elegante sillón de terciopelo y espera a que se pronuncie de nuevo la mujer para indicarle lo que espera de ella.
    -No sé si te ha puesto Carolina en antecedentes de lo que necesito de ti. Eres demasiado joven pero creo que con un poco de voluntad por parte de las dos conseguiremos llevarnos a la perfección.
    -Pierda cuidado, señora, mi madre me ha enseñado todo lo necesario para llevar a cabo cualquier tarea doméstica y no tengo miedo al trabajo duro.
    Le gusta la buena disposición de la muchacha y sus ademanes suaves y respetuosos. La pone al tanto de sus obligaciones que consistirán principalmente en acompañar a su vieja sirvienta que se encuentra muy enferma.
    Más adelante le encomendará otras tareas pero ahora su prioridad será la de acompañar las veinticuatro horas a Jacinta.
    El hombre aparece en el salón sin que ninguna de las dos se aperciba de su presencia. Un leve carraspeo por su parte consigue interrumpir su conversación al tiempo que pide disculpas.
    -Perdón....pensé que estabas sola, mamá.
    -¡Ah, hijo! Ven por favor, quiero que conozcas a Virginia, ella es la sobrina de la doncella de Carolina y me la ha recomendado personalmente, me ayudará con Jacinta.
    Avanza unos pasos hasta situarse al lado de su madre a la que besa brevemente en la mejilla y extiende la mano frente a la chica que parece encogerse sobre sí misma ante el inesperado gesto masculino.
    Intenta controlar el temblor que se ha adueñado de ella y estrecha la mano para retirarla con celeridad. El contacto es apenas un roce y consigue sonrojarla hasta la raíz del pelo.
    Se maldice interiormente por su estupidez y desea que se la trague la tierra en ese mismo momento.
    -Bienvenida, Virginia, espero que se encuentre a gusto entre nosotros.
    Tiene una voz grave, perfectamente modulada y cálida, muy cálida. Le sorprende su exquisita educación evitando tutearla y hace un esfuerzo para vencer su timidez y mirarlo a los ojos por unos instantes.
    -Gracias, señor......
    Una extraña sensación lo invade al analizar su mirada huidiza y le enternece su aparente fragilidad. La delgadez que el holgado vestido no puede disimular y la apariencia de animalillo apaleado que lleva consigo.

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  61. Capítulo 62.
    La enfermedad de Jacinta se prolonga a lo largo de cuatro meses en los que Virginia desempeña un importante papel atendiendo todas sus necesidades.
    Permanece en un estado semi-comatoso con escasos momentos lucidez y es imposible hacerla ingerir alimentos sólidos.
    Pero doña Ofelia se empeña en que su recuperación es posible e insiste una y otra vez en obligarla a tragar una especie de suero que el médico le prescribió y que obtienen en una botica situada en la misma calle donde está situada la vivienda de los Valdemoro.
    Su función principal es el aseo personal de la enferma porque doña Ofelia pasa mucho tiempo junto a ella leyéndole hermosos poemas que sospecha que ni llega a escuchar.
    Pero sigue ahí, devolviéndole tercamente toda la dedicación de estos años y negándose a aceptar la realidad.
    La apariencia física de la joven ha experimentado un cambio notable durante estos meses. Ha recuperado algo de peso y el uniforme gris acero con delantal blanco que doña Ofelia mando hacer a medida le queda como un guante.
    El largo cabello recogido en un moño y una especie de cofia de encaje blanco conforman un conjunto armonioso y que la hace sentir bien. Sobre todo los cómodos zapatos negros sin apenas tacón que le permiten llevarlos todo el día sin la sensación de echar a perder sus castigados pies.
    Durante este tiempo han cambiado sus hábitos alimenticios y ha probado alimentos que ni sospechaba de su existencia.
    Come carne tres días a la semana y verduras variadas combinadas con pescados deliciosos maravillosamente cocinados por Luisa que es una excelente cocinera.
    Su cuerpo ha vuelto a la normalidad siete meses después de haber alumbrado a su hijo. Sus heridas emocionales permanecen ahí, solapadas aunque no olvidadas pero relegadas a un rincón que ella misma se ha autoimpuesto por voluntad propia.
    Se ha dedicado en cuerpo y alma a desarrollar su trabajo a la perfección sin quejarse del agobio al que la somete doña Ofelia y que le permite escasos momentos de respiro.
    Afortunadamente para ella, las noches eran tranquilas y podía conciliar el sueño durante unas horas en la habitación contigua aunque manteniendo ambas puertas abiertas para poder escuchar a Jacinta.
    Finalizando el mes de febrero, Jacinta dejó de respirar una tarde mientras doña Ofelia le recitaba uno de sus acostumbrados poemas.
    Abandonó este mundo sin avisar, simplemente, dejó de respirar y de nada sirvieron los intentos de doña Ofelia por evitarlo.
    Fueron días de preocupación para su hijo y para la propia Virginia los que siguieron a la muerte de la fiel sirvienta. Doña Ofelia se negó a comer y permaneció por espacio de quince días encerrada en su habitación y negándose a ver a nadie.
    Algo a lo que puso fin su hijo por un medio expeditivo y que dejó a Virginia Boquiabierta. Lo veía varias veces al día, siempre con una palabra amable en la boca y visitando religiosamente a Jacinta nada más levantarse y antes de retirarse a dormir.
    De ahí su sorpresa cuando tras quince días de ruegos a su madre para que abandonase su actitud sin perder en ningún momento la calma, irrumpió una tarde en la habitación en la que ambas se encontraban y retiró enérgicamente la ropa de la cama.
    Cogió en brazos a su madre vestida con el camisón y abandonó con ella el dormitorio en dirección al baño. Virginia alarmada los siguió impidiendo que cerrase la puerta a su espalda y colándose por un pequeño resquicio.
    -Señor.....por favor....déjela.
    Su mirada se dirige hasta la mano que presiona su antebrazo ejerciendo presión para que deposite en el suelo a su madre.
    -Prepare el baño, por favor......esta situación no puede continuar así.
    No cree conveniente discutir sus órdenes y lanza una mirada de reojo a doña Ofelia que permanece impertérrita en los brazos de su hijo.

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  62. Capítulo 63.
    Espera pacientemente hasta que la bañera alcanza la mitad de su capacidad y entonces sumerge a su madre dentro del agua después de que Virginia compruebe la temperatura.
    Doña Ofelia mantiene su mutismo y permanece quieta sin mirar a ninguno de los dos. Pero su hijo no ha terminado con ella y alcanza una banqueta hasta dejarla al lado de la bañera.
    Se sienta muy cerca de su madre y hace un esfuerzo porque su voz no suene alterada.
    -Mamá, Jacinta ya no está con nosotros y debemos continuar viviendo. Tienes que salir y entrar como siempre, visitar a tus amigas y dejar de comportarte como una niña.
    El silencio por respuesta, un silencio que sí hace mella en los nervios de la joven que finalmente irrumpe en sollozos. Ha podido superar estos meses con la esperanza de encontrar algo de paz tras el fallecimiento de Jacinta y se encuentra con una persona encerrada en sí misma que amenaza con asfixiarla a ella también.
    Se avergüenza por sucumbir ante la situación y se da la vuelta en un intento infructuoso por ocultar su llanto.
    Escucha movimiento a su espalda y la calidez de una mano sobre su hombro la obliga a darse la vuelta aunque sin atreverse a levantar los ojos enrojecidos.
    Le llega su personal olor, acentuado por la cercanía que nunca fue tan próxima y el llanto sube en intensidad al escuchar su voz.
    Una voz especialmente dulce que tiene el poder de calmar sus nervios desatados. Sujeta la barbilla de la joven y le habla muy cerca de su cara, manteniendo el contacto visual y estableciendo una intimidad que la sobrecoge.
    -Esto no puede seguir así, no es justo para ti.
    Es la primera vez que la tutea, en todo momento ha mantenido una respetuosa distancia desde que llegó a su casa cinco meses atrás.
    -Si mi madre no cambia su actitud....me veré obligado a internarla en un sanatorio.
    -¡Ni hablar!
    El exabrupto consigue aumentar la distancia entre ellos y se vuelven en dirección a la mujer que dentro de la bañera mueve enérgicamente la cabeza negando obstensiblemente la afirmación de su hijo.
    -No te atreverás a internar a tu madre en ningún sitio, desagradecido.
    Reaccionan a la vez y acuden a su lado. En la cara del hijo se puede apreciar una tenue sonrisa al escuchar la airada respuesta de una madre a la que llevaba mucho tiempo sin reconocer.
    -Pues reacciona, mamá, eres una mujer inteligente y no puedes dejarte llevar por la melancolía y llevar una vida monacal.
    Virginia nunca había visto el verdadero genio de doña Ofelia desde que está a su servicio. Se encontró a una mujer sobrepasada por las especiales circunstancias pero ahora ha visto emerger una mujer distinta.
    -Está bien, deja que Virginia me ayude con el baño y después hablaremos tú y yo.
    Intercambia una mirada cómplice con ella y abandona el baño con una sonrisa mucho más amplia.
    Se dirige al salón ya iluminado, las sombras de la noche le impiden ver el jardín pero permanece con la mirada fija en el exterior como queriendo escrutar a través de la oscuridad y encontrar respuesta a la marea de sensaciones que le han sacudido unos minutos antes al entrar en contacto físico con Virgina.
    Un impulso irrefrenable que a duras penas ha podido controlar. Un anhelo que tenía mucho de protección pero no se quiere llamar a engaño. Ha sido algo más y él lo sabe perfectamente.
    Desconcierto sería la mejor palabra para definir lo que ha experimentado al entrar en contacto su piel con la de la muchacha.
    Desasosiego por enfrentarse a algo que nunca antes sintió con tal intensidad que por un momento le hizo perder la cabeza.
    Y rabia, rabia porque sabe que es un hombre hecho y derecho frente a una chica que apenas ha dejado de ser una niña.

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  63. Capítulo 64.
    Virginia ayuda a vestirse a doña Ofelia después del baño y le parece atisbar un cierto cambio que se le antoja positivo. Comprende perfectamente su tristeza y apatía pero entiende también a su hijo y su resolutiva actuación de un rato antes.
    La acompaña de regreso al dormitorio siempre pendiente de sus movimientos. A pesar de estar saturada por el ambiente claustrofóbico que ha soportado desde su llegada, el trato de doña Ofelia es exquisito hacía ella.
    Tiene la esperanza de que comience a salir y le deje algún tiempo libre para poder ayudar a Luisa en las labores domésticas y no tenga que estar las horas muertas metida con ella en su cuarto.
    -No...no me voy a vestir para la cena.
    Virginia insiste ante su negativa esperando hacerla cambiar de opinión y no guarda el vestido que mantiene en sus manos sin devolverlo al armario.
    -Perdóneme, doña Ofelia pero a don Ricardo no le va a gustar nada que usted persista en seguir aquí encerrada.
    No le contesta de inmediato y se quita la bata quedándose nuevamente en camisón, retira la ropa de la cama y se mete entre las sábanas aunque queda recostada sobre los dos grandes almohadones que coloca sobre el cabecero.
    -Esta noche prefiero cenar en la cama, súbeme la cena en la bandeja y dile a mi hijo que a partir de mañana reanudaré mi vida normal.
    Reprime a duras penas un suspiro de alivio y vuelve a dejar el vestido en su lugar. Cierra las cortinas para tener más intimidad, enciende la lamparilla de la mesilla de noche y apaga el interruptor de la lámpara central.
    -Me alegro mucho, señora, voy a ver si ya está preparada la cena porque Luisa estará a punto de marcharse.
    Cierra despacio la puerta al salir y se dirige a paso rápido hasta la cocina. El salón está iluminado pero no hay nadie en su interior. Sí puede observar un hilo de luz que se filtra bajo la puerta del despacho indicando la presencia de don Ricardo revisando algún asunto de trabajo.
    También está iluminada la enorme cocina y se encuentra con Luisa ya sin el uniforme y disponiéndose para marcharse.
    -¿Ya te ibas?
    La mujer termina de cambiarse los zapatos del trabajo por unos de calle y levanta la cabeza que mantenía inclinada. Se pone en pie y pasa a una pequeña habitación habilitada para el servicio donde deja en un armario los zapatos y cuelga el uniforme cerrándolo a continuación.
    -Sí, ya voy con retraso, la cena está preparada para servirla ¿Cómo sigue la señora?
    -Esta noche quiere cenar en su habitación, a partir de mañana dice que va a reanudar su vida normal.
    Observa divertida la mirada que lanza al techo dejando ver sólo el blanco de sus ojos y acompañar su escepticismo con un gesto teatral de sus manos.
    -Te ha caído la negra, nena, Elvira se marchó por piernas de la casa antes de llegar tú y yo no creo que esté mucho tiempo más.
    Comienza a reír al ver su cara de estupefacción y acude a su lado propinándole un abrazo cariñoso.
    -No me mires así, estoy embarazada y en cuanto me ponga pesada tendré que dejar de trabajar. Pero te daré un consejo.....si doña Ofelia no mejora su comportamiento deberás ir pensando en cambiar de palomar.
    El suave carraspeo a su espalda las hace girarse alarmadas para encontrarse con don Ricardo apoyado sobre el marco de la puerta de la cocina.
    Las dos enrojecen a la vez y Luisa intenta pedir excusas atropelladamente ante la certeza de haber sido pillada en tan desafortunado comentario.
    -Discúlpeme, don Ricardo....mi comportamiento ha sido imperdonable....y no...
    -Tranquilícese, Luisa, no tiene que darme explicaciones, y sí, tiene usted razón respecto experimentado por mi madre, está insoportable de un tiempo a esta parte.

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  64. Capítulo 65.
    Virginia se dispone a colocar la cena en la bandeja para llevársela a doña Ofelia, se alegra de poder hacer esa tarea y no tener que dar explicaciones de la conversación mantenida por ambas a la llegada de don Ricardo.
    Está avergonzada aunque aliviada porque él lo haya tomado con humor. Los escucha hablar a su espalda con un Luisa muy arrepentida por lo expresado anteriormente.
    -Le reitero mis disculpas, don Ricardo. En esta casa se han portado muy bien conmigo y ha sido una deslealtad por mi parte expresarme en esos términos de su señora madre.
    Vuelve él a quitar hierro al asunto y la despide con un “hasta mañana”. Luisa también le dice adiós a ella y desaparece rápidamente.
    -¿No me acompañará mi madre durante la cena, Virginia?
    Se vuelve con la bandeja bien sujeta entre sus manos y conservando aún algo de sonrojo en su piel.
    -Esta noche cenará en su habitación, don Ricardo, pero ha prometido reanudar a partir de mañana su vida normal.
    No parece sorprenderle la noticia, sabe de la obstinación de su madre y su negativa a dar su brazo a torces, siempre ha querido tener ella la última palabra.
    -Ya veremos....una cosa, no le comentes nada de la marcha de Luisa hasta que no sea un hecho consumado, prefiero evitar problemas con sus acostumbradas quejas.
    Virginia asiente con la cabeza, ella es la primera interesada en no remover las aguas que parecen haberse calmado por el momento.
    -Descuide, señor.....me ocuparé de llevarle la cena a doña Ofelia y enseguida dispongo la suya.
    Se retira de la trayectoria que la joven debe seguir para abandonar la cocina y la sigue con la mirada clavada en su espalda. Regresa al despacho y toma asiento ante una montaña de documentos que esperan a ser revisados.
    Pero no está concentrado. Todavía resuenan en su cabeza las recomendaciones de Luisa aconsejando a Virginia cambiar de lugar de trabajo y esa posibilidad le provoca malestar.
    Algo que sigue sorprendiéndolo, retira a un lado los papeles renunciando definitivamente a seguir trabajando y recuesta la cabeza sobre el respaldo del sillón, cierra los ojos e intenta alejar de su mente los pensamientos que tan confundido lo tienen desde hace semanas.
    Doña Ofelia deja que Virginia retire la bandeja y la deposite sobre la mesa auxiliar de la habitación. Ha dado buena cuenta de la cena y continúa incorporada sobre los almohadones sin intenciones de dormirse tan pronto.
    Le solicita uno de sus libros de poesía y se dispone a leer hasta que el sueño la venza.
    -Ya puedes servir la cena a mi hijo, Virginia y cena tú también, ya no te necesitaré esta noche.
    Agradece el respiro que le da y que desde la muerte de Jacinta tanta falta le hace. Recoge la bandeja y abandona el cuarto deseándole un buen descanso.
    Se apresura con los preparativos de la cena de don Ricardo y observa el lujoso salón comparándolo con su humilde casa. Posiblemente cenen de manera más frugal pero le parece escuchar los gritos y risas de sus hermanos llenando de alegre bullicio cualquier lugar en el que se encuentren.
    Aquí sin embargo reina el silencio y le parece triste tener que cenar solo aunque se esté rodeado de tanta riqueza.
    Avisa al señor que la cena está lista y espera unos minutos hasta que hace su entrada en el salón y toma asiento a la cabecera de la gran mesa. Llena la copa de vino hasta la mitad y deja al lado la botella aunque sabe que nunca repite con el vino.
    -Don Ricardo, si me necesita estaré en la cocina.
    -¿Ya has cenado?
    Sigue tuteándola como ya hiciera durante la tarde y Virginia vuelve a lamentar el desafortunado comentario de Luisa.
    -No, yo cenaré más tarde.
    Por un instante ha tenido la intención de pedirle que lo acompañe durante la cena pero considera que estaría fuera de lugar y se limita a darle permiso para retirarse.

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  65. Capítulo 66.
    Son ya pasadas las nueve de la noche cuando por fin puede cenar ella después de recoger en el salón y de visitar a doña Ofelia en su habitación.
    La mujer se ha quedado dormida y el libro ha resbalado de sus manos hasta quedar cerrado a su lado.
    Retira los almohadones y la acomoda arropándola con la suave colcha. Apaga la lamparilla de noche y abandona sigilosamente el dormitorio para no despertarla.
    No hay rastro de don Ricardo e imagina que haya regresado a su despacho. Va apagando luces a su paso y finalmente picotea en la cena fría.
    No tiene mucho apetito, es más la necesidad de descansar y meterse en la cama lo más urgente para ella. Retira el plato con los restos de la cena casi intactos y pela con lentitud la naranja que es lo que más le apetece.
    No sabe el tiempo que don Ricardo ha estado mirándola pero se vuelve sobresaltada al ver recortarse su silueta en la escasa luz de la cocina. Se levanta precipitadamente dejando la naranja a medio comer.
    -¿Necesita algo, señor?
    -No....por favor, termina tu cena y luego me buscas en el despacho.
    No añade nada más, quizá ha sentido remordimientos por interrumpir su momento de descanso y prefiere dejarla sola.
    Espera que no tenga ninguna queja aunque está tranquila al respecto. Realiza perfectamente su trabajo y no cree ser merecedora de ninguna reprimenda.
    Lo cree así y también se lo han corroborado su tía Pepa y doña Carolina durante los pocos domingos en los que se ha reunido con ellas.
    Las tardes del domingo las tiene libres aunque con la muerte de Jacinta no siempre ha podido abandonar la casa y disfrutar de su descanso semanal.
    Aún así, los domingos que ha tenido oportunidad los ha pasado con ellas dos paseando por Madrid,
    disfrutando de los deliciosos barquillos de los vendedores ambulantes en el parque del Retiro y gozando del aire libre y de una conversación que se no limita a enumerar todos los achaques y enfermedades posibles.
    -Están muy contentos contigo, niña. Estuve en una reunión la pasada semana con Ricardo y me agradeció efusivamente que te llevase a trabajar a su casa.
    Virginia no sabe sí tomar en serio las palabras de doña Carolina, la mayor parte del tiempo se lo pasa tomándole el pelo y ahora no sabe qué pensar.
    -¿Le hablo don Ricardo...de mí?
    -Pues claro, criatura, dice que su madre también está encantada contigo.
    Dedujo de su conversación que en verdad estaban satisfechos con su trabajo y revisa su comportamiento de los últimos días, a excepción de la charla con Luisa no cree haber cometido ningún otro error.
    Golpea quedamente la puerta del despacho e inmediatamente la voz la invita a pasar. No está sentado al otro lado de la mesa como es habitual en él, ocupa uno de los sillones al lado de la ventana y sobre la mesa puede ver una copa de coñac a medio terminar.
    -Siéntate, por favor, no voy a quitarte mucho tiempo pero necesito hablar contigo sobre lo sucedido esta tarde con Luisa.
    Se lo temía, sus temerarias palabras terminarán por pasarle factura. Se sienta sin tenerlas todas consigo y contiene la respiración a la espera de una reprimenda.
    -Verás......me pregunto si te importaría solicitar nuevamente la ayuda de Carolina y de tu tía para contratar a una nueva señora de servicio.
    Luisa no tardará en marcharse y nada me apetece menos que seguir escuchando los lamentos de mi madre.
    Era eso, parece que le hayan quitado un peso de encima pero inmediatamente se hace la luz en su mente ¡Gloria!

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  66. Capítulo 67.
    ¡Claro! Cómo no había pensado antes en ella si en su última carta le trasladaba sus deseos de abandonar el campo y ponerse a servir en alguna casa en la capital.
    Le hablaba abiertamente de la envidia que sentía cada vez que la imaginaba en una gran ciudad mientras ella languidecía lentamente más sola que un espárrago.
    Hace un esfuerzo porque su voz suene clara intentando controlar el temblor que se apodera de ella cuando tiene que expresar algo que lleve aparejado más de dos frases seguidas.
    -Señor....disculpe mi atrevimiento pero yo quisiera pedirle un favor....
    Apura la copa de coñac y la deja sobre la mesa sin quitarle la vista de encima. Es consciente del nerviosismo de la muchacha y del rubor que nuevamente ha hecho su aparición.
    -Sí, por supuesto ¿de qué se trata?
    -Verá....tengo una amiga que se quedó en el campo cuando yo vine a Madrid. Desea con todas sus fuerzas abandonar aquello y me ha pedido en varias ocasiones que intermediara por ella.
    -¿Y....dónde está el problema?
    El rubor sube en intensidad cuando sus miradas se cruzan. Le parece de mala educación estar todo el tiempo mirando al suelo y se esfuerza de nuevo por sobreponerse a su timidez.
    -El problema....el problema sería su madre, señor.
    -¿Mi madre? Creo que no estoy entendiéndote, ella es la primera que pedirá a gritos una nueva empleada cuando Luisa se marche definitivamente.
    Su planteamiento es lógico y consigue aumentar su nerviosismo, siente que es una inútil incapaz de mantener una conversación decente entre adultos.
    -Lo siento....señor....en realidad no sé cómo decirle esto pero Gloria es de mi misma edad y quizá la señora quiera a alguien más mayor.
    Entiende ahora sus reservas a la hora de proponer a su amiga como compañera de trabajo temiendo la reacción de su madre y decide liberarla del suplicio que está atravesando en estos momentos.
    -¿Tú deseas que ella venga a trabajar aquí?
    -Sí....sería un regalo maravilloso para mí....la echo tanto de menos.
    La vehemencia con la que expresa por vez primera sus más íntimos deseos lo deja aturdido y consigue enternecerlo hasta límites insoportables.
    Peligrosos síntomas para un hombre de vuelta de muchas cosas y profundamente decepcionado con la vida. Ahora se encuentra en una situación para la que no encuentra calificativos que no pasen por resaltar su imbecilidad.
    Imbécil, así se siente frente a una joven que captó su atención apenas pisó la casa y que ha ido aumentando vertiginosamente hasta desembocar en un fuego que lo está consumiendo lentamente.
    Y eso que la pobre parece un fantasma deambulando por la casa, cuando no, enclaustrada en una habitación cuidando de una moribunda y posteriormente de una neurótica.
    Aún así ha conseguido despertar una parte de él que creía dormida para siempre y que le está convirtiendo en un imberbe adolescente cuando hace ya más de veinte años que dejó atrás la pubertad.
    -No te preocupes ¿tienes manera de ponerte en contacto con ella?
    -Claro, puedo escribirle ¿significa eso que lo tendrá en cuenta?
    Por un segundo le parece ver a una Virginia diferente. Lejos de la muchacha melancólica y con un gesto de tristeza permanente en su hermosa cara.
    -Escríbele y le informas que debe estar preparada para reunirse contigo en dos meses aproximadamente.
    Nuevamente resurge la joven desconocida para él, el brillo de sus ojos delata sus ganas de vivir y la enorme alegría que experimenta en ese mismo instante.
    -Gracias, señor....espero que esto no le cause problemas con doña Ofelia.
    -Mi madre se guardará mucho de cuestionar mis decisiones, no soy un joven atolondrado a expensas de los caprichos de una madre dominadora.
    Se arrepiente al instante por la brusca manera de contestarle pero por un momento se ha sentido molesto porque ella pensase que la autoridad de su madre estaba por encima de la suya.

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  67. Capítulo 68.
    Esa noche no la venció el sueño con los ojos hinchados de tanto llorar. Por primera vez en todos estos meses tenía una ilusión con muchas posibilidades de hacerse realidad aunque ella no estaba tan segura como don Ricardo ante la reacción de doña Ofelia.
    No dudaba de sus palabras, no era eso. Sin embargo conocía el funcionamiento de la casa a la perfección y no las tenía todas consigo en cuanto al tema de la cocina.
    Ni ella ni Gloria eran grandes cocineras, servían estupendamente para todas las funciones restantes pero las comidas tan elaboradas a las que estaban acostumbrados los señores se les escapaban ampliamente de sus conocimientos.
    No dejó que ese asunto le quitase el sueño y al día siguiente aleccionó a Luisa tal y cómo le indicó don Ricardo para que no se fuese de la lengua frente a la señora de sus intenciones de dejar la casa.
    -Pero chiquilla...¿acaso crees que doña Ofelia es tonta y no verá mi barriga crecer?
    Están las dos sentadas en la cocina terminando su comida y la tranquilidad reina en la casa. Doña Ofelia se encuentra descansando en su habitación y don Ricardo salió precipitadamente nada más comer con su madre.
    -Ya sé que se dará cuenta de tu embarazo, simplemente digo que seas discreta, y otra cosa....quisiera pedirte un favor.
    -Anoche hablé con don Ricardo respecto a la conversación que nos pilló, no quiere escuchar las quejas de su madre y me pidió ayuda para buscar tu sustituta por medio de mi tía y doña Carolina.
    Luisa se pone colorada al recordar el bochorno de la noche anterior, peca de tener la lengua suelta y no se siente orgullosa.
    -Lamento el mal rato, Virginia ¿estaba enfadado?
    Le tranquiliza su negativa que no llega a verbalizar, al contrario, puede observar una ligera sonrisa cuando niega con la cabeza.
    -Don Ricardo es muy educado, Luisa, le quito hierro al asunto porque yo pienso que también está cansado de la conducta de doña Ofelia y al ser un hombre tan ocupado quiere tranquilidad al llegar a casa.
    -Le hablé de mi amiga Gloria que arde en deseos de venir a trabajar a la ciudad y le pedí que considerase la posibilidad de sustituirte.
    Con razón la ha encontrado esta mañana mucho más contenta que de costumbre y ahora sabe porqué.
    -¿Aceptó?
    -Sí, es más, se irritó cuando hable de las posibles trabas de la señora a contratar a otra chica joven y me dijo que sus decisiones no se discutían.
    -Normal, no es un calzonazos y hasta ahora no ha querido llevarles la contraria, sobre todo a Jacinta que ha sido quien le crió. Una vez muerta ella, quiere poner coto a las exigencias de su madre ¿qué favor era ese?
    Comienza a recoger la mesa impidiendo que Luisa se levante de la mesa y prepara dos tazas de café para las dos, se sienta de nuevo frente a ella y le pide ayuda sabiendo que la van a necesitar.
    -Necesito aprender a cocinar como tú.
    La carcajada espontánea la sorprende pero enseguida la muchacha sujeta sus manos sobre la mesa y las aprieta al tiempo que le guiña uno de sus ojos en un gesto cómplice.
    -¿Quieres aprender a cocinar?
    -Sí, Gloria y yo podemos perfectamente atender todo lo concerniente a las labores domésticas pero no somos muy hábiles en la alta cocina.
    Nuevamente la carcajada y otro apretón a las manos que no ha soltado.
    -Tranquila, antes de irme sabrás cocinar como los ángeles.
    Y así fue, aprovechando la reanudación de la vida social de doña Ofelia que paraba poco en la casa. Luisa se afanó por enseñar todos los trucos de la cocina para ricos. Su madre estuvo prestando sus servicios en una de las casas más importantes de Madrid como cocinera y se preocupó mucho porque su hija siguiese su estela.

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  68. Capítulo 69.
    Luisa aguantó hasta los casi siete meses de embarazo, durante los meses anteriores se ocupó de instruir a una insaciable Virginia a la hora de aprender los secretos de la cocina.
    Chica lista y avispada, pronto manejó con soltura los ingredientes hasta elaborar deliciosos platos que siempre obtenían la felicitación, tanto de doña Ofelia como de su hijo.
    La parte más difícil consistió en convencer a Adela para que dejase marchar a Gloria con ella a Madrid. Fue su tía Pepa con la ayuda de su madre las que mediaron para hacer realidad el sueño de la joven y que al fin diese su madre el brazo a torcer.
    Ahora la esperan en el andén de la estación casi un año después de hacerlo ella y Pepa observa discretamente el cambio operado en su sobrina desde su llegada.
    Pronto cumplirá diecinueve años pero no muestra las inquietudes propias de su edad. Vive en un mundo aparte en el que no permite el acceso a nadie ajeno a su reducido círculo y eso supone una fuente de preocupación para ella.
    Trata de airearla los domingos por la tarde en compañía de Carolina pero siempre el comentario es el mismo cuando regresan a casa.
    “ Esta sobrina tuya es tonta, Pepa, si yo tuviese esa cara y ese cuerpo le sacaría el máximo partido posible y muy distintas me hubieran ido las cosas, te lo aseguro”
    Pocas veces se queja de su matrimonio, pero cuando lo ha hecho ha soltado todo el veneno acumulado durante casi dos décadas.
    “Mi familia pertenecía a una clase social elevada pero la mala gestión de un tío mío, calavera perdido para más señas, nos dejó prácticamente en la ruina.
    Mucho oropel y mucha fachada cuando la realidad era bien distinta, no teníamos un céntimo y el asunto comenzó a tomar tintes dramáticos.
    Mi marido no tenía ascendientes de relumbrón como los de mi familia pero tenían el dinero por castigo. Las súplicas de mi madre para librar nuestro apellido de la vergüenza y el deshonor me hicieron flaquear y aceptar un matrimonio con un hombre que nunca despertó en mí el más mínimo deseo.
    Para colmo estaban los dos hijos de mi marido. Dos niños malcriados a los que intenté dar el cariño que su madre no pudo darles por su prematura muerte.
    ¿Cómo me lo agradecieron? Dándome el beso de Judas, así me lo agradecieron”
    Comprendía Pepa su rabia por el cicatero testamento de su marido. La fortuna familiar fue a parar íntegramente a los hijos dejándole a ella tan solo migajas, en una especie de macabra venganza pos-morten del hombre al que dedicó toda su juventud de manera leal a pesar de no haberlo amado nunca.
    En su sobrina ve el potencial necesario para ser cualquier cosa que se proponga en su vida y se desespera por su conformismo y falta de ambición.
    Pero ella sabe que ahora su prioridad es reunirse con su querida Gloria, que una cosa tan sencilla como esa consigue darle la felicidad.
    -Éstate quieta, caramba, parece que tengas el baile san vito, niña.
    Virginia hace caso a su tía y mantiene quietos los pies que momentos antes movía como impulsados por una extraña energía.
    -Perdona, tía, en realidad no veo el momento de abrazar a este demonio.
    Logra arrancarle la sonrisa, necesitó dios y ayuda para lograr arrancar a la muchacha de las garras de su madre y también ella está feliz por haberlo conseguido.
    -¡Mira! Ya llega el tren.
    Las dos se ponen en pie de inmediato en cuanto el pitido de la locomotora se abre paso anunciando su llegada. El humo y el ruido conforman un caos impresionante y deben alzar la voz para hacerse entender.
    -Viene en el vagón número ocho, Virginia, manténte atenta que como se nos pierda tenemos que huir de España.
    Pero no se ha perdido, su cabeza coronada de rizos rabiosamente pelirrojos resalta entre el tumulto de gente arremolinada junto al tren.

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  69. Capítulo 70.
    Se unen las tres mujeres en un abrazo que tiene mucho de sueño cumplido. Ajenas totalmente a la gente que se abre paso a empujones para salir de la estación.
    La cara de Gloria no puede ser más elocuente al deshacer el abrazo y repasar visualmente la figura de Virginia enfundada en un floreado vestido primaveral de seda natural.
    Herencia de doña Carolina, perteneciente a los lejanos tiempos de bonanza económica en los que no reparaba en gastos.
    Casi toda la ropa que tiene ha sido modificada por Pepa gracias a su buena mano con la aguja pero tiene pocas ocasiones para lucirla.
    Hoy se ha puesto el vestido para impresionar a Gloria, se ha soltado su larga melena y se ha aplicado un poco de colorete encontrado en una bolsa de aseo que venía junto a la ropa modificada de doña Carolina.
    También se ha atrevido a pintarse los labios por primera vez aunque ha rebajado el color rojo hasta dejarlo en un discreto rosáceo.
    Pretendía causar sensación en su amiga y lo ha conseguido aunque no ha sido la única. Pidió permiso a doña Ofelia para ir a recibir a Gloria a la estación en la tarde del lunes y sacrificando la tarde del domingo no queriendo provocar perjuicio alguno en el desempeño de su trabajo.
    Curiosamente, la señora no puso objeción alguna a la contratación por parte de su hijo de otra chica joven para el servicio de la casa.
    No tiene quejas de Virginia y espera la misma eficiencia en la nueva muchacha.
    El lunes sirvió la comida como de costumbre, recogió la cocina y se aseó en el ala destinado al servicio. Se puso el bonito vestido y unos zapatos de tacón que le trajo Pepa sin explicarle a quién habían pertenecido con anterioridad, tampoco ella preguntó y repasó el conjunto en el espejo del armario.
    No se gustaba, hacía mucho tiempo que perdió la coquetería. Posiblemente la perdió con el sonido de aquella cama que en algunas ocasiones le parece escuchar entre sueños despertándola en medio de la noche cubierta de sudor.
    Aleja de su cabeza el recuerdo y lo relega al lugar que debe ocupar pero del que a veces se escapa a pesar de sus esfuerzos por evitarlo.
    No dedica un segundo más a mirarse en el espejo y sujeta el pequeño bolso negro a pesar de darle algo de vergüenza ir tan peripuesta. Sin embargo, la ocasión lo merece sobre todo por Gloria y abandona la zona de servicio cuidando muy bien de mantenerse erguida sobre los tacones a los que no está acostumbrada.
    Doña Ofelia se retiró a descansar a su habitación y desconoce el paradero de don Ricardo.
    Los lunes suele reunirse con el círculo de empresarios y regresa a altas horas de la noche. Pero al parecer no ha sido el caso hoy porque casi tropieza con él en el hall al distraerse mirando la hora en el reloj de la entrada.
    Marca las cuatro y media, quedó a esa hora con su tía Pepa y sabe que le molesta la gente impuntual.
    Le cuesta reconocer a la tímida joven en la mujer con la que casi tiene un encontronazo. La sorpresa lo deja paralizado y sin palabras.
    -Perdón, señor....iba distraída.
    -¿Vas a salir?
    Al fin puede articular palabra sin recordar que su madre le dio la tarde libre para ir a recibir a la nueva empleada.
    -Sí, discúlpeme pero llego tarde....mi tía me espera para ir a recoger a la nueva chica de servicio ¿no lo recuerda?
    Lo había olvidado por completo y se reprende por ello. Él mismo se encargo de los trámites y de poner coto a las objeciones de su madre.
    -¿Llega hoy?
    -Sí, esta tarde.

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  70. Capítulo 71.
    -¿Te acompaña tu tía has dicho?
    -Iremos las dos, perdóneme pero llevo prisa, don Ricardo.
    Le indica que puede marcharse y la ve salir disparada hacía la salida haciendo equilibrios sobre los tacones. En la mano lleva una chaqueta de lana para prevenir el fresco de la tarde y en su cara reflejada toda la felicidad del mundo.
    Regresa a su despacho pero rehúsa ponerse a trabajar. No sabe bien el motivo pero algo en su interior ha protestado al verla tan arreglada.
    Demasiado acostumbrado estaba a verla siempre con el uniforme y ahora su apariencia ha sufrido un cambio drástico que lo ha desconcertado por completo.
    Se acerca a la ventana y le da tiempo a observar el abrazo con su tía para a continuación desaparecer de su vista cogidas del brazo.
    Decide cancelar su habitual cita de los lunes y se arrepiente de no haberle ofrecido al chófer para acompañarlas a la estación.
    Se retira de la ventana con el ceño fruncido, inmerso en sus pensamientos hasta que los golpes en la puerta consiguen hacerle reaccionar.
    -Pase....
    La figura de un hombre de unos treinta años aparece tras la puerta sujetando la gorra que cubre su cabeza entre las manos.
    -Disculpe, don Ricardo ¿preparo ya el automóvil para llevarlo a la reunión.
    Recuerda entonces que no le ha dado aviso como es habitual y se disculpa él a su vez con el recién llegado.
    -Disculpe usted, Antonio, no asistiré a la reunión y olvidé comunicárselo.
    -Bien, si no ordena nada más, regresaré a trabajar en el jardín.
    Además de realizar tareas de chófer, el hombre se ocupa de todos los desperfectos de la casa y es un verdadero manitas con la jardinería. Algo que satisface enormemente a su madre , gran amante de mantener el jardín como un verdadero vergel
    Apenas se ha alejado unos pasos cuando la puerta del despacho se abre de nuevo y la voz de don Ricardo le detiene.
    -Antonio, he cambiado de idea, prepare el coche ¿estará listo en media hora?
    Sabe que sí, es un hombre diligente y trabajador como pocos, extraordinariamente callado y siempre respetuoso con las impertinencias de su madre.
    Veinte minutos más tarde se presenta de nuevo, se ha cambiado de ropa y viste un pantalón con chaqueta azul marino a juego y una camisa blanca. Le informa de que el coche está estacionado en la calle y pueden salir en cuanto lo estime oportuno.
    Le pide unos minutos y se anuda la corbata que había aflojado antes de la comida. Se enfunda la chaqueta y se dirige al baño para echar un vistazo a su apariencia.
    El espejo le devuelve la imagen de un hombre en plenitud . Su cabello castaño sigue siendo tan frondoso como siempre aunque algunas canas quieren hacer su aparición a la altura de las sienes.
    Algo que no le preocupa en exceso. Nunca fue un hombre vanidoso ni preocupado de su imagen hasta hoy. Ha notado un doloroso pinchazo al comprobar la insultante juventud de Virginia y por primera vez en su vida, se ha sentido mayor.
    Abandona la casa a paso ligero hasta localizar el coche con Antonio en su interior. Ocupa su lugar en el asiento trasero y contesta a su pregunta con un ligero titubeo en la voz.
    -Usted dirá a dónde vamos, don Ricardo.
    -A la estación de Santa Justa....allí vamos, Antonio.
    Mantiene silencio durante todo el trayecto evaluando si ha hecho bien al seguir un impulso. Hombre frío y analítico, pragmático y poco dado a dejarse llevar por arrebatos. En este momento debe confesarse a sí mismo que no era tan cerebral como pensaba.
    Siempre hay un resquicio que nos hace vulnerables a ciertos sentimientos que creíamos superados y ahora lo está comprobando en carne propia.

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  71. Capítulo 72.
    Le ordena parar en las inmediaciones de la estación y desciende del vehículo para asomarse a continuación por la ventanilla abierta.
    -Antonio, pase a la estación y busque el tren proveniente de Guadalajara, creo que la hora de llegada estaba prevista para las siete más o menos.
    -¿Usted no viene, señor?
    -No....encárguese de recoger a la señorita Virginia y a sus acompañantes, llévelas a la casa y luego viene a por mí. Yo le espero en esta cafetería de aquí... y por favor....no mencione mi presencia en este lugar.
    Antonio continúa su camino buscando un lugar para estacionar el coche sin dejar de observar por el espejo retrovisor la figura que permanece inmóvil en la calle. No entiende la situación y bien se guardará de meterse en cuestiones que no son de su incumbencia.
    Las dos horas siguientes se le hacen eternas esperando el regreso de Antonio. La cafetería no está muy concurrida a esas horas y aprovecha para dar un repaso a los dos diarios que le ofrece el camarero.
    Ya va por el tercer café cuando lo ve aparecer por la puerta y le hace una seña para que pase hasta donde él se encuentra.
    -¿Ya las dejó en la casa?
    -Sí, también llevé a la señorita Pepa a casa de doña Carolina, espero que no le moleste.
    -Por supuesto que no, Antonio, siéntese y tome un café conmigo.
    En realidad agradece el detalle de su jefe y toma asiento frente a él que solicita al camarero un café con leche que es lo que toma habitualmente.
    -¿Tuvo buen viaje la señorita?
    La pregunta consigue sorprenderlo porque a pesar de tener un trato exquisito con las personas que tiene a su servicio, algo se le escapa en su comportamiento un tanto errático.
    -Sí, es una joven de la edad de la señorita Virginia, han tenido un encuentro de lo más efusivo.
    No pronuncia una palabra más, espera a que apure el café y solicita la cuenta levantándose a continuación.
    -¿Regresamos a la casa, señor?
    -Sí, ya es casi la hora de la cena.
    Y en la preparación de la cena se encuentran enfrascadas ambas jóvenes cuando Antonio hace su entrada en la cocina saludándolas tímidamente al tiempo que se despide de ellas.
    -Me marcho ya, hasta mañana.
    -Se vuelven las dos a la vez reprimiendo un risita juguetona por el nerviosismo del hombre que parece sentirse cohibido por las dos muchachas.
    -Adiós, Antonio ¿don Ricardo no ha llegado?
    -Sí, se encuentra en su despacho hasta que la cena esté lista.
    Virginia sigue pendiente del fogón sin dejar de dar indicaciones a Gloria, ya la ha puesto en antecedentes de lo que se espera de ella y no ha dejado de aleccionarla desde su llegada.
    Ya le ha hecho entrega del uniforme que perteneció a Luisa a la espera de encargar uno a su medida. Encuentra divertido su aspecto y puede apreciar que cada día se le nota menos la ligera cojera que la acompaña desde su nacimiento.
    Mérito principalmente de su esfuerzo por superar una lesión provocada en su cadera a consecuencia de un parto complicado y sin ninguna asistencia médica.
    -Ahora fíjate en mí cuando disponga la mesa, Gloria, te presentaré a doña Ofelia y a don Ricardo y procura contestar tan solo a lo que te pregunten, Nunca entables conversación con ellos si antes no se dirigen a ti ¿me has entendido?
    Gloria asiente afirmativamente dispuesta a seguir sus consejos al pie de la letra. Ya se guardará ella de meter la pata y que la devuelvan al campo a las primeras de cambio.
    -No te preocupes, Virginia, sabré comportarme correctamente.

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  72. Capítulo 73.
    Dispusieron la mesa para la cena con Virginia haciéndole observaciones sin parar. La forma de colocar correctamente los cubiertos. El lugar que los dos miembros de la familia ocupaban siempre que cenaban solos sin la compañía de ningún invitado.
    Comprueba todos los detalles hasta quedar satisfecha . Da los últimos toques al centro de rosas que esa misma mañana cortó doña Ofelia y acude a su habitación para preguntar si ya sirven la cena.
    No ha tenido que estar tan pendiente de ella en estos meses desde la muerte de Jacinta. cumplió su palabra tras el incidente del baño y al día siguiente se sentó nuevamente a la mesa a la hora de la comida.
    Continuó con su rutina habitual y sus interminables reuniones con las amigas de toda la vida.
    Los miércoles era el día elegido para quedar en su casa y el salón se convertía en un auténtico manicomio y se multiplicaba por dos el trabajo de una desbordada Virginia.
    Toca despacio en la puerta del dormitorio y la voz la invita a entrar de inmediato. Doña Ofelia se encuentra frente al tocador ultimando su perfecto peinado y le pide ayuda con el cierre de su collar de perlas negras.
    -¿Se sirve ya la cena, señora?
    Espera su respuestas mientra se afana en encontrar la pieza del cierre y se pregunta una vez más por la curiosa costumbre de vestirse impecablemente para la cena cuando lo hacen su hijo y ella solo.
    -Sí, enseguida estaré lista ¿ha llegado sin novedad la muchacha nueva?
    Se sorprende una vez más por su extraordinaria memoria, ningún detalle escapa a su control por nimio que éste sea.
    -Llegó esta tarde, doña Ofelia, le he entregado el uniforme de Luisa para estos primeros días.
    -Bien, mañana me ocuparé de encargar uno a su medida.
    La deja terminando de acicalarse y se encamina hasta el despacho aunque no tiene necesidad de llamar, la puerta está abierta y pude ver a don Ricardo leyendo un documento muy cerca de la luz de su mesa.
    Anuncia su presencia con una tos forzada al tiempo que recuerda el bonito detalle de la tarde. Al ver a Antonio junto al andén ha sabido que a pesar de olvidar por completo la llegada de Gloria ha decidido mandar al chófer a recogerlas evitándoles el largo trayecto en tranvía.
    Levanta la cabeza al escucharla toser y retira el papel dejándolo a un lado. Siempre tan correcto y pendiente de todas las necesidades de sus empleados.
    -Doña Ofelia ha ordenado ya la cena, señor.
    Abandona el asiento y apaga la lampara de su mesa recogiendo la chaqueta del respaldo del sillón de piel, ajusta el nudo de su corbata y comienza a caminar a su lado sin pronunciar palabra.
    -Le agradezco el detalle, don Ricardo.
    Se para abruptamente al escucharla hablar y espera que siga haciéndolo contestando a su pregunta.
    -¿A qué detalle te refieres?
    Nuevamente el rubor en su cara y la mirada tercamente dirigida al suelo. No entabla jamás conversaciones que no le solicitan pero esta noche ha tenido la necesidad de agradecer su buena disposición.
    -Me refiero....me refiero a ...a Antonio, señor ¿no lo envió usted a la estación?
    Le gusta cuando se pone colorada, el nerviosismo que a duras penas puede controlar y decide dar un paso más y llevarla al límite de su aguante.
    La mira fijamente obligándola a sostener su mirada y el rojo sube en intensidad a media que el tartamudeo se incrementa.
    -Disculpe ….disculpe mi comentario, don Ricardo....en realidad es algo con lo que no debo molestarlo.
    -¿Tan ogro te parezco?
    Para ese momento ya es la mucha un manojo de nervios y ruega que se la trague la tierra. Le produce zozobra la situación y se arrepiente de haber abierto la boca.

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  73. Capítulo 74.
    -Yo no le veo como un ogro, don Ricardo.
    Decide quitarle presión y relaja el gesto dedicándole una de sus escasas sonrisas.
    -Discúlpame tú, estaba bromeando.
    En vez de tranquilizarla consigue el efecto contrario y el desconcierto no le permite replicar.
    La llegada de doña Ofelia le supone un enorme alivio y acelera el paso hasta llegar a la cocina donde la espera Gloria sin saber bien lo que tiene que hacer.
    -Al fin llegas ¿dónde te habías metido?
    Fui a avisar a los señores para cenar, vamos....muévete ¡no¡ yo me ocupo de la sopera.
    Quita de sus manos la delicada sopera de porcelana y la apremia a seguirla hasta el salón. Ya están sentados madre e hijo y deposita con cuidado el recipiente en un lado para servir el primer plato.
    Antes debe proceder a la presentación de Gloria y reúne fuerza para hablar con la mayor firmeza posible.
    -Doña Ofelia, permita que le presente a Gloria, ella es la amiga de la que hablé a don Ricardo para ocupar el puesto de Luisa.
    Empuja con disimulo a la muchacha, de repente parece haber perdido su habitual desparpajo y se parapeta tras ella con timidez.
    -Me alegro de conocerte, Gloria, espero que tu estancia en esta casa sea de tu agrado.
    -Gracias, señora, yo también espero estar a la altura de mis obligaciones.
    Virginia se queda boquiabierta por la repentina locuacidad de la hasta hace unos segundos acobardada Gloria pero reacciona con rapidez y la presenta a don Ricardo que se pone en pie y ofrece su mano a su nueva empleada.
    -Bienvenida, Gloria.
    Terminadas las presentaciones proceden a servir la cena. Es Virginia la encargada de llenar los platos de sopa bajo la atenta mirada de Gloria que sigue sus movimientos con admiración.
    Sorprendida por su destreza con el cazo al llenar los platos sin derramar una sola gota.
    Se retiran a la cocina a la espera de servir el segundo plato que consiste en pescado al horno con guarnición de guisantes para terminar con el postre. Un flan de huevo que preparó el día anterior con la receta heredada de Luisa y que es el postre favorito de don Ricardo.
    Son pasadas las once de la noche cuando al fin cierran la puerta del pequeño cuarto que compartirán de ahora en adelante y en el que dos camas gemelas les esperan tentadoramente, ofreciéndoles el descanso que sus cuerpos piden a gritos.
    Gloria aterriza en una de ellas y salta entusiasmada sin poder reprimir su alegría aunque baja el tono de su voz por petición de Virginia que le pide silencio poniendo un dedo sobre sus labios.
    -Haz el favor de hablar bajo, ahora se escucha todo ¿qué te han parecido los señores?
    La obedece y se sienta apoyando la cabeza en la pared, parece pensar durante unos instantes y la sonrisa le ocupa toda la cara.
    -La señora me parece un poco estirada aunque nada que ver con la mala leche que se gasta doña Cocha ¿eh?
    -En cuanto al hijo.....me parece un hombre muy guapo ¿está soltero me dijiste?
    -Sí, don Ricardo es soltero.
    -Cosa más rara ¿es mariquita?
    Pone alarmada la mano sobre su boca presionando con fuerza y tremendamente escandalizada.
    -¡Por dios, Gloria! No puedes decir cualquier cosa que te pase por la cabeza y el que un hombre no esté casado no quiere decir que no le gusten las mujeres.
    -Tienes razón, de todas formas quiero decirte una cosa...siempre estaré agradecida a este hombre por su ayuda para poder reunirme contigo.
    En ese preciso momento se miran a los ojos y se funden en un abrazo celebrando la culminación de un sueño largamente acariciado, largamente soñado.
    -¡Ah, mira! Me había olvidado de dártela.
    Le tiende una hoja de papel cuidadosamente doblada, es la carta que su madre le manda a través de ella y que escribió a su dictado la noche anterior a emprender viaje.

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  74. Capítulo 75.
    Las Casillas, 9 de junio de 1957.
    “Querida Virginia, espero que a la llegada de esta carta te encuentres bien. Aprovecho la marcha de Gloria para mandarte estas letras y ponerte al tanto de nuestra situación.
    Como ya sabrás por tu tía Pepa, las cosas no nos van mal y tu padre ha tenido una ligera mejoría hasta el punto de poder caminar sin ayuda de nadie aunque apoyado en un bastón.
    Nos gustaría mucho poder verte y espero que pasado un tiempo, ese deseo pueda hacerse realidad.
    También recibimos el dinero que Pepa mandó en tu nombre y te digo que no es necesario que lo hagas. Los señores están cumpliendo su palabra y a primeros de mes don Eufemiano se encarga de hacernos entrega del salario de tu padre sin escatimar un céntimo.
    No pasamos estrecheces más allá de las que se nos supone a la gente pobre y en caso de ser necesario ya te lo haría saber.
    Por el momento, es mejor que ahorres tu jornal en previsión de tu propio futuro. Pronto tus hermanos podrán comenzar a trabajar y disfrutaremos de una situación más desahogada.
    Me dice tu tía en sus cartas lo bien que estás en esa casa y yo no puedo más que alegrarme por ti a pesar de la distancia que nos separa.
    Sigue como hasta ahora, escribiéndome unas letras en las cartas de tu tía Pepa para evitar conflictos con los señores. Ya sabes que dieron orden al cartero de llevar toda la correspondencia a la casa principal.
    Vi al niño....llegaron a mediados de mayo provenientes de la capital para pasar aquí todo el verano. Ayer fue su cumpleaños y celebraron una fiesta por todo lo alto en los jardines con un montón de invitados.
    Nos requirieron a Adela y a mí para ayudar con los preparativos y pude verlo en brazos de doña Concha. Como es natural, no me permitió acercarme a él más de dos pasos pero no pudo impedir que lo mirase a placer a pesar de sus intentos por ocultármelo.
    Me cuenta Casilda que no lo suelta de sus brazos un sólo instante. Todavía lo amamanta y no consiente que nadie que no sea ella se ocupe de él.
    No quiero que sufras, hija mía. Está en las mejores manos posibles por mucho que me duela reconocerlo pero es la pura verdad.
    Lo defiende con uñas y dientes al igual que hace una gata celosa con sus crías.
    Cuida de Gloria y vela porque nada le ocurra.
    Tu madre que te quiere y no te olvida”
    La farragosa firma de su madre parece bailar ante sus ojos a causa de las lágrimas y ya no le provocan la risa contagiosa de antes por su nulo domino de la escritura.
    Le parece estar viéndola practicando esa misma firma, mordiéndose el labio y concentrada en el garabato que ha medida que seguían los intentos, se iba haciendo más y más grande.
    Pliega el papel cuidadosamente sin valor para volverse y enfrentar a una cabizbaja Gloria que permanece muda sentada en la cama.
    Han desaparecido las risas y las travesuras como por ensalmo. La inconsciente juventud enfrentada a la crueldad de la vida que les ha tocado vivir y entonces habla sin darle la cara todavía.
    -¿Cuándo lo supiste?
    Apenas escucha su voz en la primera frase que pronuncia, ni rastro de la bulliciosa muchacha de un momento antes.
    -Me enteré cuando tú te viniste a Madrid, una semana después más o menos. Mi madre le recriminó a la tuya que te dejase marchar y tu madre estalló.
    Las oí gritar y me asusté, me escondí bajo la cama y me tapé los oídos porque nunca antes habían tenido una discusión semejante.
    Entonces le contó la verdad y mi madre enloqueció. Nunca la había visto tan alterada y maldiciendo a los señores de aquella manera. Tuvo que venir mi padre y poner calma en la situación que se había desatado. Les advirtió que se oían las voces hasta en la casa principal y lograrían que nos echaran a todos de allí.

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  75. Capítulo 76.
    Virginia puede por fin mirar a los ojos a su amiga sin tener la sensación de parecerle un ser monstruoso. Así se sentido durante todo este tiempo sin poder confiar a nadie el dolor lacerante que oprimía su corazón.
    Ahora sabe que puede contarle a alguien la impotencia y la rabia ocasionada por el engaño de que fue víctima.
    Sabedores sus verdugos de la presa fácil que tenían a su alcance. Despojándola de cualquier atisbo de dignidad y condenándola a vivir un infierno hasta el fin de sus días.
    Se sienta a su lado y la pregunta le quema en los labios pero la formula sin poder contenerse.
    -¿Pudiste ver tú.... al niño?
    Le duele pronunciar la palabra y sin embargo tiene una necesidad imperiosa de conocer algún detalle, por mínimo que éste sea.
    -Sí...Don Moisés tuvo la deferencia de colocar unas mesas en la fiesta para los hijos de los peones. Eso sí, alejados del grupo de invitados y con órdenes terminantes de acercarnos más allá del límite establecido.
    -¿Y cómo es....?
    Gloria la mira de reojo recordando las palabras de su madre antes de partir para Madrid. Consejos destinados a cumplir a rajatabla y la advertencia de no hablarle a Virginia del niño.
    Pero puede más el dolor reflejado en la mirada expectante y a la espera de encontrar algo de consuelo en sus explicaciones.
    -El niño es hermoso, rollizo y tiene el pelo oscuro y abundante. Mi madre dice que tiene tus ojos y el lunar de la boca.
    Inmediatamente se arrepiente de entrar en detalles tan personales y guarda silencio esperando su reacción.
    -Cuéntame algo más, no me dejaron verlo ni siquiera por una vez......
    A pesar de su juventud, Gloria experimenta algo muy parecido al odio cuando piensa fríamente en la situación que tuvo que pasar y con el agravante de tener que silenciar semejante barbaridad.
    -Mi madre me advirtió seriamente sobre la conveniencia de mantener el pico cerrao, Virginia. Dice que es lo mejor para ti.....
    ¡Lo mejor! Lo mejor para ella hubiera sido no encontrarse en su camino a semejantes hienas carroñeras.
    No sólo la despojaron de su dignidad, le robaron lo único que era suyo. El martilleo en sus sienes le anuncia el inminente dolor de cabeza y sabe que es conveniente no seguir hablando y abandonarse al silencio y a la oscuridad para combatir el dolor.
    Pero quiere saber, necesita saber y la súplica en sus ojos termina por vencer la resistencia de una temblorosa Gloria.
    -Está bien....no debería contarte nada más pero creo que estás en tu derecho. También yo me puse furiosa al enterarme de todo pero vi la situación de tu padre y supe entonces la dimensión de tu sacrificio, posiblemente yo hubiese actuado igual que tú.....
    -Doña Concha se pavoneaba entre sus invitados como un pavo real, sin dejar al niño a nadie, por supuesto.
    Les decía que el niño estaba muy enmadrado y extrañaba a todo el mundo. No soportaba verle llorar y con esas se pasó toda la tarde sin permitir que se acercasen a la criatura.
    Si no lo llevaba ella en sus brazos, don Moisés era el encargado de llevarlo en los suyos. Mi madre dice que lo van a malcriar entre los dos de mala manera.
    Piensan pasar todo el verano allí, dicen que es mejor para el pequeño estar lejos de los calores infernales de la capital. ¡Como si en el campo hiciese frío en verano!
    En resumen, están locos con el niño y tendrías que ver cómo lo llevan vestido, pobre criatura, Tú dices que don Ricardo no es mariquita pero tu chiquillo si siguen vistiéndolo con tanto lazo, tiene todas las papeletas para ser un amanerado.

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  76. Capítulo 77.
    Vuelve la Gloria chispeante, la que siempre consigue hacerla sonreír con su particular sentido del humor y la tensión pasa a un segundo lugar para dar paso a una curiosidad serena y resignada.
    -Sé como dice mi madre en la carta lo bien cuidado que estará el niño....
    Le cuesta llamarle “mi hijo” Un hijo nacido del engaño y el chantaje y al que ni siquiera le permitieron conocer.
    -Con ellos tendrá un futuro brillante, Gloria pero.....no puedo evitar sentirme una basura a la que usaron para luego deshacerse de ella, como si no valiese nada.....así me siento.
    No piensa permitir de nuevo su regreso a los infiernos. Ni permitir que se regodee en un dolor tan intenso que le impide vivir el presente con el lastre de un pasado atroz.
    -Podemos superar esto juntas, Virginia....de nada servirá volver sobre ello una y otra vez. Míralo por el lado positivo, si es que tiene alguno.
    Lo único positivo de todo este asunto se encuentra en la tranquilidad de su familia. Al menos no les falta el sustento y Virginia trata de autoconvencerse de que hizo lo único que podía hacer en aquellos momentos.
    -Posiblemente tengas razón, Gloria, es hora de comenzar de cero y creo que éste es un buen momento para intentarlo.
    Esa noche duermen abrazadas en la estrecha cama como cuando eran niñas y por primera vez desde su llegada, Virginia sabe que no está sola.
    Pronto se acostumbra a la rutina diaria de la casa. Gloria es una esponja que absorbe todo y poco a poco se despega de Virginia a la que sigue como una sombra el primer mes para después cogerle el punto a su propia independencia.
    Doña Ofelia se muestra encantada con las dos jóvenes, su eficacia la mantiene en un continúo estado de asombro y puede delegar en ellas el cuidado de la casa sin apenas darles indicaciones.
    Puede dedicarse a sus labores sociales que ha retomado junto a sus amigas y a su regreso siempre se encuentra todo a punto. Hasta el último detalle está correcto y ni del menú tiene que preocuparse.
    Virginia ha elaborado una lista semanal con el menú diario y que cambia a la semana siguiente por otra totalmente distinta.
    Le gusta preparar platos nuevos y devora todas las revistas culinarias que caen en sus manos para experimentar con ellos.
    La cocina la hace evadirse de otros pensamientos que rondan su cabeza de vez en cuando aunque ella ha aprendido a arrinconarlos durante el día y tan solo les permite asomar durante la noche.
    Es entonces, escuchando la respiración pausada de Gloria en la cama de al lado cuando da rienda suelta a su amargura y llora en silencio durante horas hasta que el sueño acude en su auxilio.
    Ese año se les pasa volando a las dos que han formado un engranaje perfecto, tan solo ensombrecido por los quince días de vacaciones correspondientes a Gloria y que se marcha a pasarlos en compañía de sus familia.
    Virginia rechaza la quincena a la que tiene derecho en la segunda mitad de julio y pide a doña Ofelia continuar trabajando en la casa durante ese periodo.
    Algo que extraña a la mujer pero que en cierto modo la alegra puesto que se marcha a San Sebastián y sabe que todo seguirá como siempre en su ausencia.
    La casa se le antoja vacía sin Gloria y doña Ofelia. Pasa la mayor parte del día sola a excepción de la comida en la que comparte mesa con Antonio si éste no tiene que acompañar a don Ricardo y ninguno de los dos acude a comer a casa.
    El calor se deja notar en las calles asfaltadas de Madrid pero no afectan tanto en la antigua mansión. Sus gruesos muros son un aislante perfecto contra el sol abrasador y ella no para un instante aprovechando que nadie la molesta y puede trabajar con absoluta libertad.
    Esa mañana se levantó con ganas de trabajar y decidió sacar brillo a la enorme lámpara de cristal veneciano y que pendía del centro exacto del hall.
    Encaramada en la escalera, pertrechada con un pequeño cubo de agua y suaves trapos de muselina ni siquiera repara en el hombre que la mira desde la puerta abierta del despacho siguiendo sus movimientos sin pestañear.

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  77. Capítulo 78.
    Tiene la tarde libre y ha pensado dar una vuelta por Madrid. Visitar una vez más el museo del Prado y perderse entre los lienzos centenarios que adornan sus paredes y analizarlos en el silencio que se respira en ese lugar.
    Acude dos veces por semana a la facultad de económicas a impartir clase pero ahora disfruta al igual que sus alumnos de las vacaciones del mes de julio y agosto.
    Declino la invitación de su madre para acompañarla a San Sebastián con enérgica amabilidad y también la sugerencia de su amigo Alberto en la realización de un viaje a Venecia que tanto tiempo llevaban aplazando.
    Prefiere continuar en la capital y sabe perfectamente el motivo. Se encuentra en lo alto de la escalera y la visión de sus piernas no es lo más recomendable para su estado de ánimo.
    No logra concentrarse en las operaciones que tiene delante de sus ojos y da por terminado el trabajo antes de ocasionar algún desastre financiero.
    Las tardes de verano le resultan largas y aburridas si no tiene algún asunto entre manos. No le gusta estar inactivo y es en esos momentos cuando más echa de menos tener una mujer a su lado con la que poder compartir sus inquietudes.
    Virginia desciende la escalera y observa el brillo de los innumerables cristalitos que componen la lámpara. Riñe a Gloria si intenta alguna vez subirse a la escalera para limpiarla por temor a una caída y así evita tentaciones de la inquieta muchacha.
    La echa mucho de menos, tanto que prefiere llenar las máximas horas posibles del día sacando brillo a la plata y realizando tareas que ocupen la mayor parte de su tiempo.
    Se vuelve sobresaltada al oír su voz y se apresura a dejar el cubo en el suelo junto a la escalera.
    -¿Necesita algo, señor?
    Su cara sudorosa por el esfuerzo y el cabello mojado que se adhiere a ambos lados de su cuello atraen su mirada como un imán. Tiene que hacer un esfuerzo por contestarle y apartar su mirada de ella.
    -En realidad, no me vendría mal un café.
    -Enseguida se lo preparo ¿lo llevo a su despacho?
    -No...prefiero tomarlo en el jardín si no es mucha molestia.
    ¡Molestia! Se imagina el comentario de Gloria de haber estado allí “Tú dirás lo que quieras, nena, pero este hombre no es ni medio normal. Todo lo pide por favor, a todo te da las gracias, te cede el paso si coincides en una puerta con él....igual que en esa película que fuimos a ver con Pepa ¿te acuerdas? “
    Recordarla la sume en la tristeza pero se dice a sí misma que pronto estará de nuevo a su lado y ya no se encontrará tan sola.
    Retira la escalera y el cubo para dirigirse a la cocina y espera a tener listo el café para servirlo en el jardín. Coloca un juego de plato y taza de porcelana y un azucarero que días antes estuvo a punto de romper al resbalarse de sus manos.
    Tiene que andar con pies de plomo al manipular las delicadas piezas y andar siempre tras Gloria para que tenga también cuidado.
    Sale a la galería posterior de la casa con la bandeja bien sujeta y busca con la mirada a don Ricardo que no ha tomado asiento en la mesa situada al final de la galería.
    Lo ve en el jardín frente a la fuente de piedra con dos cabezas de rana por donde sale el agua continuamente en verano.
    Él también la ha visto a ella y accede hasta la galería dejándose caer en uno de los sillones de madera con mullidas almohadas floreadas.
    -Virginia....
    -Dígame, señor.
    -¿Por qué no te sirves un café y lo tomas aquí conmigo?
    La propuesta le saca los colores y niega lentamente con la cabeza .
    -Gracias, don Ricardo.....pero todavía me quedan cosas por hacer.

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  78. Capítulo 79.
    No mueve un músculo de la cara al escuchar su negativa y la torpe excusa pronunciada aceleradamente con intenciones de retirarse inmediatamente.
    -Disculpa...creo que no me has entendido, no era una sugerencia, era una orden.
    Capta la indirecta y la sorpresa la deja inmóvil al ser la primera que se dirige a ella en esos términos. Deja la bandeja de nuevo sobre la mesa y ocupa el otro sillón intentando mantener la calma.
    Lo tiene bien merecido, acostumbrada a un trato respetuoso y que jamás interfiere en sus funciones, hoy la han puesto en el lugar que realmente ocupa.
    Sabe bien la situación de otras chicas de servicio con las que coinciden Gloria y ella las tardes libres de los domingos. En muchos casos son tratadas a patadas y exprimidas en su trabajo hasta límites realmente abusivos.
    Ricardo se arrepiente de inmediato por su tono algo brusco y busca las palabras adecuadas que signifiquen una disculpa pero al mismo tiempo no le resten autoridad.
    -Me gustaría hablar contigo pero lo pones realmente difícil. De todas formas retiro lo de la orden.....no me gusta parecer autoritario, no va en mi naturaleza.
    Le consta, nadie más alejado de las malas formas y no la ha ofendido con sus palabras, al contrario, se culpa a sí misma por actuar siempre como un animal asustado.
    -No....no se disculpe, don Ricardo, la culpa es mía por no saber ocupar mi lugar.
    Ahora el sorprendido es él. Le duele todo lo relacionado con ella y la impotencia por no poder llegar más allá de la fachada inescrutable con la que está revestida desde su llegada a la casa hace ya casi dos años.
    Quita hierro al tenso momento pues considera que por edad se le supone a él más madurez aunque últimamente alberga dudas a ese respecto.
    -Sírvete un café y descansa un poco, en este lugar se está muy tranquilo.
    No pone objeción y vuelve a la cocina en busca de un pequeño vaso de cristal y una cucharilla. En la mesa ha dejado la jarra de porcelana casi llena de café porque sabe que él se sirve varias tazas y llena el vaso hasta la mitad.
    Lo acompaña de tres cucharadas de azúcar y consigue arrancarle un gesto de incredulidad.
    -¿Cómo podéis tomar el café tan dulce?
    Bebe el primer trago y piensa que todavía está amargo para su gusto. Se guarda bien de decirlo y la incomodidad se va adueñando de su ánimo.
    ¿Qué hace sentada frente al hombre para el que trabaja? No tienen nada en común y la situación escapa a su entendimiento.
    Don Ricardo parece leer su pensamiento y también se pregunta hasta dónde quiere llegar. Un hombre adulto frente a una jovencita, subordinada suya y que a buen seguro desea estar a kilómetros de allí.
    -¿Por qué has renunciado a tus días de vacaciones....acaso no te apetece ver a tu familia?
    La palidez se extiende por su cara tornándola igual de blanca que las paredes de su alrededor. Enmudece y su mente queda bloqueada sin acertar a darle ningún tipo de explicación.
    -Perdona por inmiscuirme en tus asuntos, pero no logro entender tu conducta al renunciar a volver con los tuyos, la familia es al final lo más importante que tenemos las personas.
    Casi tres años con su voluntad anulada, supeditada a las decisiones de otros que le impiden visitar a sus seres queridos llegan a su fin en la plácida y calurosa tarde.
    El estallido es brutal, sus nervios parecen despertar en ese mismo instante y el vaso resbala de su mano hasta caer al suelo haciéndose añicos.
    -¡No tiene derecho a meterse en mi vida, ni en mis asuntos!
    Abandona la galería hecha una fiera, recorre los metros que la separan de su cuarto corriendo a toda velocidad y sin escuchar al hombre que le pide calma totalmente estupefacto.
    Ha echado el cerrojo y los golpes en la madera parecen taladrar su cerebro, le llegan las advertencias del otro lado con la amenaza de derribar la puerta y al fin parece reaccionar.

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  79. Capítulo 80.
    Abre la puerta y se retira hasta quedar sentada en una de las camas. No es disgusto lo que ve en la cara de don Ricardo.
    Es preocupación lo que deja traslucir su gesto grave y ella se arrepiente del arranque de ira. Arranque del que no fue capaz en su momento contra quienes sí se lo merecían.
    No se siente orgullosa de su acción y cree deber suyo pedirle disculpas por un comportamiento inaceptable.
    -Le ruego me disculpe, don Ricardo, ha sido imperdonable por mi parte hablarle como lo he hecho.
    Mantiene el silencio pero avanza por el pequeño cuarto hasta quedar frente a ella. No espera invitación para sentarse y lo hace en la cama de Gloria tratando de encontrar una explicación a tanto rencor acumulado y sin duda, silenciado.
    -Discúlpame tú a mí....sin duda me he extralimitado en mis funciones. No es asunto que me competa lo que hagas con tu tiempo libre, ni con tu vida.
    Le apena profundamente verlo tan abatido. Un hombre al que sólo debe agradecimiento por lo bien que se ha portado con ella.
    El dolor regresa con fuerza y amenaza con hacer estallar su cabeza. Pone las dos manos presionando con fuerza su frente en un intento inútil por hacerlo remitir.
    Su voz suena alarmada y la obliga a retirar las manos .
    -¿Te encuentras mal?
    -No....es sólo dolor de cabeza, a veces me ataca con fuerza pero ya se me pasará, no se preocupe.
    La deja sola y se dirige hacía su habitación. Pasa al baño y abre el botiquín situado en el interior de uno de los armarios y saca una caja de pastillas que toma habitualmente para controlar el dolor de cabeza que también él sufre desde que era estudiante.
    Busca un vaso en la cocina y lo llena de agua para a continuación regresar al cuarto de servicio. Comprueba que no se ha movido del lugar donde la dejó y le ofrece dos pastillas al tiempo que le acerca el agua.
    -Tómalas, verás lo bien que funcionan.
    No se hace de rogar e introduce las dos píldoras en su boca acompañándolas de un trago de agua. Nota el peso en el colchón y sabe a pesar de mantener los ojos cerrados que se ha sentado a su lado.
    -¿Por qué se porta usted tan bien conmigo?
    La inesperada pregunta consigue desconcertarlo y se traga las palabras que estaban a punto de brotar de su boca pidiéndose a sí mismo prudencia.
    -No tiene obligación de tolerar escenas como la de la galería. Otro en su lugar me habría puesto en la calle sin pensarlo un minuto.
    Al fin la encuentra más locuaz y eso le gusta. Sospecha que es dueña de una fuerte personalidad pero ignora el motivo por el que se obliga a sí misma a reprimirla.
    Le gusta analizar los comportamientos humanos y la joven que tiene a su lado le ha roto los esquemas provocando a veces su más absoluto estupor.
    Es una mujer inescrutable, revestida de una dureza y una apatía poco acorde con su juventud. No encuentra palabras para responder a su pregunta que todavía flota en el aire.
    Fija en ella su mirada, un impulso irracional le hace cometer el error del que enseguida se arrepiente pero que tiene que asumir sin buscar ningún tipo de excusas.
    Acaricia en un gesto lleno de ternura la mejilla femenina e inclina la cabeza hasta alcanzar su boca y besar sus labios. Unos labios que permanecen cerrados y tan petrificados como el resto de su cara.
    Se pone en pie y sale del cuarto maldiciéndose por su debilidad.
    Segundos después y todavía conmocionada, Virginia escucha el golpe de la puerta principal al cerrarse y con él, la imperiosa necesidad de huir.
    Se levanta con celeridad y abre la puerta del armario, baja del altillo la maleta de doña Carolina y la coloca abierta encima de la cama.
    Se desprende del uniforme y lo deja perfectamente doblado en una de las sillas para a continuación ponerse un vestido e introducir sus pertenencias en la maleta apresuradamente.


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  80. CAPÍTULO 81.
    -¡Qué te has marchado de la casa de los Valdemoro¡
    Pepa parecía un león enjaulado recorriendo a grandes pasos el comedor mientras Virginia permanecía sentada en uno de los sofás y parecía encogerse a cada grito que su tía profería en su dirección.
    -Tú te has vuelto completamente loca, te marchas de tu lugar de trabajo precisamente ahora que doña Ofelia está en San Sebastián y Gloria disfrutando de sus vacaciones.
    Carolina hace su entrada en ese preciso momento con la alarma reflejada en la cara, todavía lleva en las manos las llaves de la casa y las mira a las dos sin dar crédito a lo que está escuchando.
    -¿Qué ocurre? se escuchan los gritos en la calle.
    Pepa se vuelve como impulsada por un resorte y esgrime un dedo acusador frente a su sobrina.
    -¡La señorita! Qué ha dejado la casa de los Valdemoro y no regresa ni a rastras, según sus propias palabras.
    Le cuesta entender bien sus palabras dado el estado de agitación en el que se encuentra y deja su bolso de mano sobre una mesa para sentarse al lado de una aterrorizada Virginia.
    -¡Ya basta, Pepa! Deja que se explique ¿ha ocurrido algo, niña?
    La mano de doña Carolina le da algo de seguridad aunque sigue los movimientos nerviosos de su tía por el rabillo del ojo. Tiene que pensar en algún pretexto convincente para justificar el abandono de su puesto de trabajo y su negativa a regresar de nuevo a desempeñarlo.
    -Me...me he cansado, doña Carolina.....prefiero encontrar trabajo en otro sitio.
    -¡Qué se ha cansado, dice! ¿Pero tú la estás escuchando?
    Una mirada de advertencia por su parte parece surtir efecto y Pepa abandona el comedor mientras ella continúa al lado de la muchacha esperando enterarse de la verdad.
    -Perdona a tu tía, niña. Ya sabes lo histérica que se pone con cualquier contratiempo, y ahora dime ¿qué ha sucedido en realidad?
    No sabe por dónde empezar, tampoco encuentra las palabras exactas porque ni ella misma puede explicarse la conducta de don Ricardo.
    Pero se resiste a contar lo sucedido y prefiere mentir antes que asumir otra nueva afrenta en su vida.
    -Don Ricardo me despidió.....
    La cara de doña Carolina es todo un poema al escucharla y mueve la cabeza con incredulidad.
    -¡Qué Ricardo te despidió! Exactamente ¿por qué?
    No se atreve a mirarla, permanece con la vista fija en sus manos que frota una contra la otra en un intento por parecer convincente.
    -Le....le contesté algo inapropiado y me dijo que abandonase la casa inmediatamente.
    No la cree, conoce perfectamente a Ricardo y se resiste a conformarse con la confusa explicación que la muchacha le ofrece.
    -Está bien....coloca tus cosas en el cuarto de invitados y ya veremos el modo de resolver este problema.
    La acompaña hasta la habitación y la deja deshaciendo la maleta entre lágrimas. Se dirige a la cocina y se encuentra a Pepa sentada a la mesa y sorbiendo lo que parece una tila.
    Intercambia una mirada con ella y puede comprobar su grado de preocupación sin necesidad de palabras.
    -Está mintiendo....me ha dicho que Ricardo la despidió por una contestación inapropiada pero te puedo asegurar que no ha sido ese el motivo.
    Pepa intenta controlar su enfado y se arrepiente de haber sido tan dura con ella. Simplemente perdió los nervios al abrir la puerta y encontrársela al otro lado acompañada de su maleta.
    Tampoco le ayudó el hecho de ser incapaz de sacarle una explicación medianamente coherente.
    -Esto no me gusta nada, Carolina....parecía feliz trabajando allí y más desde que llegó Gloria ¡Maldita sea!
    Se sienta frente a ella y sujeta una de sus manos apretándola cariñosamente, le duele verla sufrir.
    -Tranquila, mañana me pondré en contacto con Ricardo y ya veremos qué tiene él que decir.

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  81. Capítulo 82.
    Don Ricardo regresó poco antes de la hora de la cena , había permanecido fuera de casa más de dos horas caminando sin rumbo por el casco viejo de Madrid.
    Le gustaba pasear por la plaza mayor y las calles adyacentes admirando la arquitectura de sus edificios, pero esa tarde apenas puso atención en lo que le rodeaba.
    No podía quitarse de la cabeza la reacción de Virginia cuando la besó y se maldijo nuevamente por tan infantil comportamiento.
    Le pareció apreciar algo muy parecido al miedo y eso fue definitivo a la hora de abandonar la casa precipitadamente. Nada le dolería más que la muchacha se hubiese sentido coaccionada y violentada.
    Jamás fue esa su intención, ni mucho menos. La realidad era mucho más simple y se limitaba a sentimientos que habían crecido en intensidad a lo largo de este tiempo.
    El hecho de no encontrar las luces encendidas es el primer síntoma de algo extraño y poco habitual. Recorre apresuradamente el hall encendiendo las luces a su paso hasta llegar a la cocina que permanece inquietantemente a oscuras. Está a punto de anochecer y la escasa luz que queda del día se refleja en el jardín dándole un aspecto fantasmagórico.
    Vuelve sobre sus pasos y ya la llama abiertamente en voz alta al entrar en las habitaciones de servicio.
    La puerta de su cuarto se encuentra abierta y sus ojos se topan con el uniforme plegado en una silla. El armario, abre una de las puertas y el uniforme de Gloria aparece colgado en su respectiva percha junto a otros objetos de su propiedad.
    El otro lado del armario se encuentra totalmente vacío, ni rastro de cualquier objeto que hubiese pertenecido a la joven.
    Se ha ido, no la cabe ninguna duda y constatar la realidad le obliga a tomar asiento despreciándose a sí mismo y su intolerable comportamiento.
    Su mente rápida y que siempre encuentra solución a los problemas en cuanto se presentan, parece ahora lenta y logra dejarlo en un estado de confusión desconocido hasta este momento.
    Reacciona unos minutos después como el hombre analítico que es y se encamina hasta la salida con la decisión reflejada en su rostro circunspecto.
    No ha podido ir a ningún otro lugar que no sea la casa de Carolina y espera no equivocarse. Un taxi se detiene al final de la calle ante su requerimiento y se introduce en la parte trasera al tiempo que facilita una dirección al conductor.
    Pepa está mucho más conciliadora tras reflexionar por sí misma y también por el consejo de Carolina de no presionar a su sobrina.
    Admira su capacidad par a reaccionar con calma ante los problemas surgidos de forma inesperada. Una manera de proceder que envidia y da siempre mejores resultados que sus arranques incontrolados de genio.
    Le ha prohibido terminantemente acosarla con más preguntas y dejar en sus manos la resolución del conflicto.
    Está sentada en la mesa de la cocina, permanece cabizbaja y con pocas ganas de hablar viendo a u tía ir y venir preparando la cena.
    No pone objeción cuando le pone enfrente un humeante plato de sopa acompañada por una pieza de fruta y pasa suavemente la mano por su cabeza.
    -Tómate la sopa, Virginia y luego te vas a la cama, mañana será otro día.
    Agradece su preocupación y disculpa su regañina porque sabe bien el motivo que la provocó. Se siente culpable de muchas cosas y cualquier revés con su persona la magnifica hasta hacerle perder los estribos.
    El sonido estridente del timbre las sobresalta a las dos y Pepa le deja un vaso de agua junto al palto de sopa mirándola extrañada.
    -Voy a ver quién es, cena, Viginia.

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  82. Capítulo 83.
    Pensó en la vecina del segundo que algunas noches sube con algún chismorreo para Carolina. Pero no es la vecina quien espera tras la puerta y al ver la identidad del visitante no puede por menos que echarse a temblar.
    -Buenas noches, don Ricardo.
    -Buenas noches, Pepa ¿puedo pasar?
    Le indica con la mano la puerta abierta y cierra a su espalda al tiempo que mira al techo como pidiendo ayuda a algún santo de su confianza.
    La visita no es casual y por supuesto que no tiene nada que ver ni con Carolina, ni con ella. La sigue hasta llegar al comedor y una vez allí le pide que espere unos minutos.
    -Enseguida aviso a doña Carolina, creo que está en su habitación.
    Obedece a sus indicaciones y la espera de pie hasta que la ve aparecer enfundada en un elegante camisón de seda rosa palo con bata a juego.
    -¡Ricardo! Qué sorpresa, espero que no ocurra nada, como ves ya estaba preparándome para dormir.
    Llega a su altura y se dan los dos besos acostumbrados en la mejilla. Lamente profundamente la hora pero imposible quedarse en casa sin saber nada de Virginia.
    Comprueba que Pepa se ha quitado de en medio y le ofrece asiento en uno de los sillones para hacer lo propio ella situándose justo enfrente de él.
    -Siento mucho haber irrumpido a estas horas, Carolina....me trae aquí algo que no puede esperar.
    Se hace de nuevas invitándole a seguir con sus explicaciones, quiere sondear la situación sin precipitarse y prefiere esperar a lo que él tenga que decir.
    -Tú dirás, Ricardo, la verdad es que me ha sorprendido tu visita.
    No sabe por dónde empezar, tampoco sabe cómo enfocar la cuestión y mucho menos salir del atolladero en que se ha metido por su torpeza.
    -Verás....es algo delicado y estoy comenzando a ponerme nervioso, esperaba encontrar a Virginia aquí.
    -¿Aquí? Yo esperaba que estuviese en tu casa que es donde realmente debería estar.
    Carraspea para aclarar su garganta bajo la mirada inquisitoria de la amiga y finalmente decide poner en su conocimiento la situación real.
    -Virginia se marchó esta tarde llevándose sus cosas, estoy francamente preocupado, Carolina.
    No la ve alterarse ni expresar preocupación ante un hecho tan grave y eso le lleva a sospechar que es algo que ella ya conoce.
    -Está aquí ¿verdad?
    Guarda silencio al mismo tiempo que evalúa la ansiedad que se refleja claramente en su cara.
    -¿Qué ha ocurrido, Ricardo?Y te advierto que no me conformaré con nada que no sea la verdad.
    Lo ve asentir y pasarse la mano por su incipiente barba. Cruza las piernas y parece reunir fuerzas para comenzar a hablar.
    -Ha sido todo un malentendido, Carolina....tú me conoces y sabes que no soy el tipo de hombre que faltaría jamás al respeto a una mujer.
    Carolina lo escucha atónita, nos sospechaba en absoluto que el problema pudiera discurrir por esos derroteros y la decepción toma fuerza al tiempo que la exclamación sale de forma espontanea de su boca.
    -¡Por dios, Ricardo! Estamos hablando de una niña.
    Lo sabe, ha olvidado las veces que se ha repetido a sí mismo esa argumentación.
    -No vayas por ahí, Carolina, te juro que no es nada de lo que estás pensando, quiero hablar con ella.
    Por supuesto que no lo cree capaz de abusar de su autoridad, y mucho menos, de actuar incorrectamente en ese aspecto.
    -Deberás esperar....primero quiero que me pongas en antecedentes, después decidiré si puedes hablar con ella, querido.
    Asiente de nuevo, sabe perfectamente que tiene las de perder si se enfrenta abiertamente con ella y lo único que quiere en ese momento es poder aclarar las cosas con Virginia.

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  83. Capítulo 84.
    -Creo que me he enamorado de ella.....
    -¿Perdona?
    Tarda unos instantes en procesar la frase de su interlocutor hasta que lo escucha hablar de nuevo y consigue dejarla boquiabierta.
    -Has escuchado perfectamente, Carolina. Posiblemente consideres esto una auténtica locura pero a ti no puedo engañarte, tampoco puedo engañarme a mí mismo por mucho que trate de convencerme de lo contrario.
    Nunca, en los años que lo conoce le ha escuchado semejante confesión y sabe que habla en serio. Ahora le falta saber lo que ha provocado la huida de la muchacha y su negativa tajante a regresar de nuevo a su casa.
    -¿Te propasaste con ella?
    La sola mención a un hecho de esa naturaleza consigue ofenderlo como nunca antes lo había hecho nadie y su reacción está a la altura de esa ofensa.
    -Parece mentira que puedas ni siquiera pensar eso, Carolina. Creí que me conocías mejor....o eso decías.
    Tiene razón, desecha tal posibilidad y decide pasar a la acción antes de hacerse más daño mutuamente con insinuaciones que no les conducirán a ninguna parte.
    -Perdóname, Ricardo...no debí insinuarlo siquiera pero Virginia llegó esta tarde totalmente fuera de sí y con la firme decisión de no regresar a tu casa ¿qué puedo pensar?
    La entiende, cualquiera en su lugar pensaría lo mismo y es responsabilidad suya despejar cualquier duda al respecto.
    Lo ve abandonar el sillón, incapaz de permanecer más tiempo sentado y envuelto en un estado de confusión que se dilata en el tiempo y al que no encuentra remedio.
    Comienza un monólogo en el que ella queda al margen y deja que exprese sus más íntimos sentimientos con el fin de llegar a comprender también ella lo que pasa por su cabeza.
    -Toda mi vida creí estar a salvo de eso que llamaban enamoramiento. Veía a la gente que me rodeaba programar sus vidas en función de tal o cual persona y no entendía absolutamente nada.
    Nunca nadie hizo que mi pulso se acelerase, tampoco consiguió acelerar los latidos de mi corazón ni desear renunciar a mi independencia para compartir mi vida y mi espacio.
    Hasta que ella llegó a mi vida y la puso patas arriba. Me dirás, y posiblemente tengas razón que somos dueños de nuestros actos pero en mi caso no ha sido posible por mucho empeño que he puesto en olvidar esos sentimientos que ha despertado en mí.
    Hoy he cometido un error que me costará caro y quiero al menos tener la oportunidad de justificar mi comportamiento sin quedar como un estúpido.
    -¿Le has contado lo que sientes por ella y eso ha motivado su huida?
    Debería haberlo hecho antes de tomar algo que no le pertenecía y para lo que no le habían dado permiso previamente.
    -No....simplemente me dejé llevar y la besé, fue algo inocente pero no calculé las consecuencias y ahora me encuentro en una encrucijada de la que no sé cómo salir.
    -Ricardo....me has sorprendido totalmente y no hay muchas cosas que consigan sorprenderme a estas alturas, tampoco yo estoy preparada para ofrecerte una respuesta.
    -Permíteme verla, por favor.
    Duda, le parece una traición hacía la joven pero al mismo tiempo llega a la conclusión de que es mejor enfrentarse a los problemas y no cerrarlos en falso.
    -No te prometo nada....déjame hablar con ella e intentar convencerla para que acepte mantener una conversación contigo.
    -Te lo agradezco mucho, Carolina.
    -No agradezcas tanto y prométeme que respetarás su decisión si decide no encontrarse contigo.
    No le queda más remedio y acepta su propuesta sin poner más objeciones y sentándose de nuevo a la espera de una respuesta.

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  84. Capítulo 85.
    Abre la puerta que comunica el comedor con el resto de la casa. Pepa la cerró discretamente al salir, dejándolos solos.
    Espera encontrarlas en la cocina y hacía allí se dirige sin tener clara la manera de enfocar la cuestión. No le corresponde a ella desvelarle a la joven el contenido de la conversación mantenida con Ricardo.
    Su cometido consiste en poder convencerla para que sea él mismo quien le de las explicaciones pertinentes, algo que se le antoja casi imposible dado el carácter retraído de la muchacha.
    En la cocina encuentra a Pepa, pero ni rastro de su sobrina aunque sospecha que se haya encerrado en su habitación.
    -¿Dónde está Virginia?
    Pepa retira su plato de sopa ya vacío, aprovechó la visita para cenar ella en previsión de que se alargase la visita como así ha sucedido.
    -Se fue a su cuarto hace rato.
    -¿Sabe que Ricardo está aquí?
    -No....preferí esperar hasta escuchar su versión del supuesto despido.
    No sabe bien cómo plantearle lo que acaba de escuchar de boca de uno de los protagonistas del conflicto, y no lo sabe porque teme su reacción.
    -Él no la despidió, Pepa, ella se marchó por voluntad propia.
    No la sorprende, ya habían hablado de esa remota posibilidad llegando ambas a la misma conclusión, había algo más.
    -Virginia abandonó la casa porque Ricardo la besó.....
    ¡Maldito hijo de puta! Acompaña el exabrupto con un golpe en la mesa que hace tambalear el vaso y amenaza con derribar la botella de cristal llena de agua.
    Carolina esperaba algo así y se pone a su lado impidiendo que abandone la silla y presionando con fuerza uno de sus hombros.
    -Tranquilízate, no es lo que parece.
    La mira sin reconocerla, esperaba de su parte la misma indignación que la domina a ella.
    -¿No es lo que parece, Carolina?
    -No.....está enamorado de tu sobrina y esta tarde se dejó llevar por sus sentimientos y no midió las consecuencias. Está muy arrepentido y quiere hablar con ella.
    ¿Enamorado? Un solterón recalcitrante como su propia madre lo califica y perdiendo los papeles ante una chica que podría ser su hija.
    El estupor consigue arrinconar la indignación que momentos antes experimentaba y mira interrogadoramente a Carolina pidiendo su opinión.
    -¿Tú qué dices?
    -Creo oportuno que mantengan una conversación entre ellos, aclaren la situación y tomen sus propias decisiones sin intervención de un tercero.
    -¿Quién de las dos se lo dice a Virginia?
    Carolina entiende la indirecta y está de acuerdo con ella, se encargará de convencer a la muchacha para que escuche a Ricardo y se arreglen entre ellos.
    -¡Ni hablar! No pienso volver a cruzar una palabra con él en mi vida.
    No consigue hacerla entrar en razón a pesar de sus intentos. La negativa es rotunda y el tono de su voz va subiendo en intensidad hasta convertirse en un grito continúo.
    La figura que se recorta en la puerta abierta la hace enmudecer y Carolina ve llegado el momento de desaparecer y dejarles a solas.
    Le ha costado romper la promesa que le hizo de esperar a contar con su aprobación para hablar con Virginia. Pero los gritos de la muchacha le hacen dejar de lado tanta caballerosidad y decide poner toda la carne en el asador.
    No piensa marcharse sin aclarar una situación que ya ha ido demasiado lejos. Indica con un gesto a Carolina que les deje solos y su mirada se clava en la muchacha sentada en la cama.

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  85. Capítulo 86.
    Los gritos anteriores se convierten en un denso silencio y su mirada permanece sin enfrentarse a la suya. Es él quien rompe el silencio y lo hace de manera decidida y sin titubear.
    -Entiendo que no quieres verme, Virginia pero yo necesitaba hacerlo y darte una explicación por mi comportamiento impulsivo de esta tarde.
    Antes que nada quiero pedirte disculpas y también que recapacites sobre tu intención de renunciar al trabajo. Te aseguro que jamás volverá a suceder nada parecido, tienes mi palabra.
    ¡Su palabra! Hace mucho tiempo que dejó de confiar en la palabra de la gente.
    -No tienes nada que temer de mi parte, regresa al trabajo y olvida lo sucedido.
    Años tragándose las lágrimas y bajando la cabeza parecen darle fuerza para hablar al fin sin miedo y él es un blanco perfecto en estos momentos para volcar su rabia y su impotencia.
    -No le tengo miedo, don Ricardo,usted ha pronunciado las palabras exactas. Nada tengo que temer de su parte porque jamás volveré a estar bajo sus órdenes ¿me ha entendido?
    Parece una persona distinta, un brillo metálico en el fondo de sus ojos le indican un proceso de cambio que poco a poco consigue salir a la luz.
    -Estás siendo demasiado dura....no hubo mala intención en mi acercamiento. Posiblemente tu juventud te haga ver las cosas desde un prisma distinto.
    Palabras, palabras y más palabras que parecen taladrar su cerebro hasta resultarle insoportable. Menciona su juventud e inexperiencia achacándolo todo a ese detalle sin entrar en profundidades.
    -Usted no sabe nada de mí, señor....no soy la chica inexperta y asustadiza que aparento ser. Está muy confundido conmigo si piensa que me hará cambiar de opinión con toda esa palabrería que tan bien domina.
    Acusa el golpe pero tiene la seguridad de que algo se le escapa al ver su cara trasfigurada en una máscara de dureza inusitada.
    -Está bien, no voy a molestarte más pero quiero que sepas lo injusta que estás siendo conmigo.
    ¡Injusta! lo que le faltaba por oír. Se pone en pie y le señala la puerta de manera explícita indicándole el camino a seguir.
    -Márchese, seré todo lo joven que usted quiera pero no soy imbécil, y créame, no me volverán a usar como un trapo viejo para luego tirarme a la basura, tenga la total seguridad de que no volveré a permitirlo.
    Renuncia a seguir hablando con ella, ha conseguido asustarlo con sus últimas palabras cargadas de veneno y que denotan una amargura difícil de explicar.
    Encuentra a las dos mujeres sentadas en el comedor esperándole. Ambas se ponen en pie al verlo salir con la cara demudada y no necesitan que las ponga al corriente del resultado de su encuentro con Virginia. Los gritos de la joven se escuchaban en toda la casa sin necesidad de prestar atención.
    -Me marcho, señoras, gracias por permitirme intentar remediar mi error.
    Las dos se miran apenadas sin encontrar ninguna palabra de consuelo para el hombre que abandona la casa a paso ligero y sin volver la vista atrás.
    Deciden Pepa y Carolina dar un respiro a la muchacha aunque les dejó bien claro cual era su postura. Bajo ningún concepto volvería a trabajar en una casa en la que no se sentiría cómoda.
    Su situación es ahora distinta y la vida de su familia ya no depende de su sacrifico. También es una mujer joven, sin miedo al trabajo y de una forma u otra conseguirá buscarse la vida.
    Si le teme a las innumerables preguntas de Gloria que la bombardea a su llegada solicitando explicaciones a su marcha de la casa dejándola a merced de una gruñona doña Ofelia.
    Según ella, ha regresado insoportable de sus vacaciones en san Sebastián y arrastrando un resfriado mal curado.
    También le habla de don Ricardo, apenas lo ve y ha dado un cambio enorme que en nada le recuerda al hombre que dejó cuando se fue de vacaciones.
    -En resumen, nena....que estoy pensando en largarme yo también a otro sitio.
    Virginia la mira alarmada y algo en su interior se remueve al pensar en estos años de trato exquisito. En los que se ha sentido una persona y no una simple sirvienta a la que dar órdenes.

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  86. Capítulo 87.
    Los acontecimientos se desarrollan precipitadamente a finales de ese mismo verano. En una sucesión de circunstancias adversas en las que destaca la repentina muerte de doña Ofelia a consecuencia del resfriado mal curado y que derivo en una neumonía.
    Su hijo no le contó la verdad cuando a su regreso preguntó por Virginia y éste justificó su ausencia por el precipitado viaje que tuvo que realizar por enfermedad de su madre.
    Advirtió a Gloria también para que no se fuese de la lengua en presencia de su madre y a ésta le faltó tiempo para escaparse su domingo libre y poner al corriente a su amiga de todo lo que sucedía en la casa.
    -Don Ricardo le ha dicho a doña Ofelia que te encuentras cuidando a tu madre, también me ha advertido a mí para que mantenga el pico cerrao.
    Le cuenta mientras come pipas sin parar sentada junto a ella en uno de los bancos del parque del Retiro.
    -Hoy la visitó de nuevo el médico y se llevó aparte a don Ricardo, al parecer, lo de doña Ofelia tiene mala pinta y le previno de un posible ingreso en el hospital si la situación no mejora.
    Virginia la escucha presa de nuevo de los remordimientos que la rondan desde hace ya varias semanas. Le han propuesto entrar a trabajar en casa de otra conocida de doña Carolina y todavía no ha dado respuesta.
    Y no la ha dado porque no está segura de querer romper los lazos afectivos que la unen a una mujer que siempre se ha portado con ella de una forma impecable.
    La noticia de su vuelta de San Sebastián seriamente enferma le ha provocado sentimientos encontrados. Más, al enterarse de que la quiere ver y pregunta por ella incesantemente cuando la fiebre la sume en el delirio.
    -¿Tú crees que puede morirse?
    La sola mención a la muerte consigue intranquilizarla y los remordimientos regresan a golpear su conciencia sin darle un segundo de tregua.
    -No seas exagerada, Gloria, nadie se muere por un resfriado.
    El ruido provocado por las cáscaras de las pipas acentúan su nerviosismo y le da un manotazo arrebatándole el envoltorio.
    -¡Chica! Estás imposible y una cosa quiero decirte ¿por qué demonios te fuiste tan repentinamente? Y lo que es más importante ¿por qué te niegas a volver?
    Clava su mirada en las plácidas aguas del estanque observando los movimientos de los patos y siguiendo la estela que dejan en el agua.
    No quiere decirle la verdad. Una verdad que va perdiendo fuerza conforme pasan los días y analiza el comportamiento de don Ricardo.
    Posiblemente lo juzgó con demasiada dureza , algo que le han repetido tanto su tía como doña Carolina en infinidad de ocasiones.
    -¿No me vas a decir nada? Antes nos contábamos todo pero últimamente no te reconozco.
    Consigue sacarla de sus reflexiones y le da una palmada en la rodilla al tiempo que la urge a levantarse y regresar a la casa.
    -¿Qué prisas te han entrado ahora? Hasta las nueve no tengo que estar de regreso.
    -Vamos....te acompaño, quiero ver a doña Ofelia.
    No puede creerlo, no creía posible que reconsiderase su decisión de no volver a poner un pie en casa de los Valdemoro y ahora es ella misma la que lo propone.
    También le parece mentira al hombre sentado en el comedor cuando hacen su entrada los dos jóvenes. Don Ricardo las recibe poniéndose en pie e inclina levemente la cabeza a modo de saludo.
    -Disculpe, señor. Virginia ha pensado pedirle permiso para visitar a su señora madre, si usted no tiene inconveniente, claro.
    No se atreve a enfrentarlo, se limita a permanecer de pie a la espera del regreso de Gloria que le pide unos minutos para quitarse el vestido y enfundarse su uniforme.
    -No es necesario por tu parte pedir permiso para ver a mi madre. Las puertas de está casa siempre estarán abiertas para ti.


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  87. Capítulo88.
    -Se lo agradezco, señor ¿cómo se encuentra doña Ofelia?
    Todavía sorprendido por su inesperada visita. Don Ricardo se esfuerza por mantener la distancia, una distancia que ella misma se encargó de mantener entre los dos y le manifestó muy claramente la última vez que se vieron.
    No piensa ser él quien rompa esa distancia por muchos deseos que tenga de hacerlo. Aprendió la lección y no quiere repetir antiguos errores.
    -Su salud es delicada, posiblemente sea necesaria su hospitalización.
    La llegada de Gloria vestida con el uniforme y dispuesta a continuar con su trabajo interrumpe el tenso encuentro y la apremia para que la acompañe.
    -Ya estoy lista, Virginia.
    Se alejan cogidas del brazo, intercambiando algún comentario que provoca la risa en las dos y don Ricardo experimenta la sensación de no tener cabida en unas vidas tan jóvenes y tan distintas.
    Doña Ofelia permanece acostada en la cama y ligeramente incorporada para facilitar una respiración irregular. Su figura bastante más delgada le provoca una gran impresión.
    No reconoce a la mujer distinguida que encontró a su llegada tres años atrás, en la anciana enferma y débil que apenas puede sacar la voz del cuerpo.
    -Virginia......ya has vuelto....
    Se emociona por su recibimiento y se lamenta por su ausencia. Le debe estar a su lado en circunstancias tan adversas y su decisión es firme cuando se da la vuelta y su mirada se encuentra con la de Gloria.
    -Recogeré mis cosas y retomaré el trabajo, doña Ofelia necesita atenciones y quiero estar a su lado.
    La alegría por la noticia se manifiesta en la sonrisa pícara de Gloria que la recibe con alborozo. La casa sin ella se le antoja un enorme mausoleo.
    Le habla suavemente aunque sospecha que la fiebre la mantiene aletargada, apenas puede entender sus palabras pero la decisión está tomada y sale de la habitación con intención de llevarla a cabo.
    Don Ricardo no se ha movido del lugar donde lo dejaron y enfrentarlo es una de las cosas ineludibles antes de volver de nuevo.
    -Señor......quería pedirle permiso para volver a cuidar a doña Ofelia....
    No se mueve un músculo de su cara al escucharla, la decepción por su marcha todavía no lo ha abandonado y prefiere no interferir en su decisión de regresar.
    -Te lo agradezco, mi madre necesita cuidados y tú la entiendes a la perfección.
    No esperaba un recibimiento más efusivo por su parte. En realidad fue ella misma la que se fue y decidió no volver.
    -Bien....iré a por mis cosas, no tardaré
    Antonio no trabaja esa tarde y casi está anocheciendo. Le parece obligado acompañarla hasta la casa de Carolina y ayudarla con su maleta.
    -Espera, te acompaño.
    No atiende a sus objeciones asegurándole que no necesita de su ayuda. Se pone la chaqueta y la acompaña hasta la puerta de entrada y saliendo al exterior.
    Los primeros días de septiembre se dejan notar en el ambiente, las temperaturas han bajado notoriamente y un molesto viento avisa del otoño en ciernes.
    Caminan uno al lado del otro, inmersos cada uno en sus propias cavilaciones. Aparentan una pareja con una cierta diferencia de edad pero sin desentonar en absoluto.
    Virginia ya ha dejado atrás el aspecto aniñado del principio. Su cuerpo ha dado un cambio visible resaltado por los vestidos vaporosos y de corte impecable que su tía Pepa trasforma para ella con esmero.
    Todos pertenecientes a doña Carolina y que han encontrado en ella la percha perfecta. No le pasa desapercibido el cambio al hombre que camina a su lado y tiene plena constancia de que la atracción por la joven no ha disminuido, al contrario, se ha recrudecido en este tiempo alejada de él.

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  88. Capítulo 89.
    Ni siquiera sube a la casa de Carolina y decide esperarla en el portal. Todavía le parece mentira su decisión de cuidar a su madre y olvidar por el momento la causa del abandono de su trabajo.
    Ha permanecido este tiempo a una prudente distancia y ha hecho caso de las recomendaciones de Carolina “ No la presiones, Ricardo, la vida de Virginia tiene sus luces y sus sombras a pesar de su juventud, no lo ha tenido fácil y posiblemente eso la haya endurecido antes de tiempo”
    Sospecha que su amiga le oculta algo y a pesar de intentar averiguarlo con ahínco, la respuesta es siempre la misma.
    “ No me compete hablar de algo tan privado e íntimo, Ricardo. La única que puede hacerlo es ella pero si quieres un consejo te lo daré. Gánate su confianza, posiblemente, así lo consigas”
    No lo tiene mucho tiempo esperando y al cabo de diez minutos la ve bajar las escaleras y se apresura a quitarle la maleta de la mano.
    Tampoco durante el trayecto de vuelta intercambian más allá de cuatro palabras. Ya es noche cerrada cuando acceden a la habitación de doña Ofelia que permanece en la misma situación que la dejaron.
    Se resiste su hijo a creer en la posibilidad de perderla pero el médico fue muy claro al respecto. Una severa infección ataca sus pulmones y los antibióticos no consiguen el resultado esperado.
    Durante el resto del mes permanece en un estado febril y se niega en sus escasos momentos de lucidez a permitir su traslado al hospital. De nada sirven las súplicas de su hijo ni de sus más íntimas amigas que insisten en la necesidad de estar mejor atendida en un centro hospitalario.
    Algo con lo que el médico está de acuerdo pero que se topa con la firme resistencia de la enferma a abandonar su casa.
    Virginia permanece a su lado sin separarse apenas de ella. Con la ayuda de Antonio han montado una cama pequeña muy cerca de la de matrimonio y así se hacen más llevaderas las vigilias nocturnas que le permiten echar una cabezada sin perderla de vista.
    Recuerda durante esas noches interminables la dedicación de doña Ofelia a Jacinta en el trascurso de su larga enfermedad y la sabe merecedora de un esfuerzo similar por su parte.
    Es también durante esos días cuando puede observar la cara más tierna y cariñosa de don Ricardo. A pesar de sus numerosos encontronazos y las eternas discusiones de las que ha sido testigo entre madre e hijo.
    Las visitas a la habitación son continuas a lo largo del día. Después de la cena se presenta para reemplazarla a la cabecera de la cama y ocupa su lugar para que ella pueda cenar.
    Le habla con ternura a pesar de tener la certeza de que la mayoría de las veces no puede oírle pero insiste e insiste sin caer en el desaliento.
    Esa noche entra en la cocina con el presentimiento que no le ha abandonado durante todo el día. La noche anterior, doña Ofelia la pasó muy agitada y ha estado todo el día demasiado calmada para su gusto.
    Come con rapidez la cena que Gloria le pone en la mesa y agradece el gesto de pelarle la manzana mientras la observa comer.
    -No comas tan rápido, don Ricardo se ocupa muy bien de la señora.
    -Ya lo sé, Gloria...es solo que....no sé, la encuentro muy apagada.
    También a ella le dio esa impresión cuando le llevó un nutritivo caldo al medio día. No hubo forma de hacerle tragar más de dos cucharadas a pesar de la insistencia y la paciencia de Virgina.
    -Está muy enferma....el médico se lo dijo esta mañana a don Ricardo.
    La mirada de Virginia se queda fija en un punto indeterminado pensando en las palabras de doña Ofelia cuando trataba por todos los medios de abandonar la cama la noche anterior.
    Sus ojos desorbitados y los arañazos que sus uñas trazaron en su brazo cuando buscaba el aire desesperadamente.
    Luego se relajó y buscó su brazo acariciando los surcos sanguinolentos al tiempo que las lágrimas hacían su aparición.
    -Perdóname, Virginia....

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  89. Capítulo 90.
    -¡No...señora, por dios!No tengo nada que perdonarle.
    Después de eso cayó en un duermevela inquieto pero sin los síntomas de asfixia que le hicieron agarrar su brazo de manera desesperada.
    Se mantuvo a su lado rezando en silencio porque no se repitiese tan angustioso episodio. Así las encontró don Ricardo en su primera visita matutina. No quiso despertarlas y abandonó la habitación sigilosamente.
    -Me da mucha pena doña Ofelia, Gloria.....ha sido muy buena conmigo durante estos años.
    Sus palabras consiguen emocionarla y se da la vuelta sonándose ruidosamente la nariz. Es de lágrima fácil y ahora se avergüenza de tachar a la señora de insoportable cuando ya venía seriamente enferma de sus vacaciones.
    -A mí también me da lástima, dios me perdone si en algún momento no me porté correctamente.
    Virginia aprieta su hombro cariñosamente, sabe lo lenguaraz que puede llegar a ser pero incapaz de hacer nada de mala fe.
    -No tienes nada que reprocharte, Gloria, quédate tranquila.
    De nuevo entra al dormitorio de doña Ofelia y encuentra a madre e hijo durmiendo por lo que se mueve intentando no hacer ruido. El reloj marca las diez y se sienta cuidadosamente en el borde de la cama al tiempo que acaricia la mano de doña Ofelia que respira regularmente.
    La encuentra algo fría y sube el embozo de la sábana aunque la temperatura es todavía cálida.
    Sus ojos se topan de frente con don Ricardo y por primera vez puede mirarlo a placer. Es un hombre elegante y muy bien conformado físicamente.
    Es de estatura elevada y no tiene un gramo de grasa en su cuerpo. Le ayuda el hecho de hacer mucho ejercicio físico, sobre todo le gusta jugar al tenis y acude a un club deportivo los fines de semana junto a otros amigos de juventud.
    Se mantiene en forma pero su elegancia es natural y heredada sin duda de su madre. Ambos tienen un buen esqueleto y lucen la ropa estupendamente.
    Es un hombre atractivo, con una buena piel algo morena debido al deporte realizado al aire libre, con unos rasgos proporcionados en los que resalta la nariz romana y por un momento le recuerda a uno de los bustos del hall.
    Esculpidos en un material del que desconoce el nombre pero suave al tacto cuando les pasa el trapo para limpiarles el polvo.
    La comparación le hace sonreír y por un momento se tacha de loca hasta que el gemido de doña Ofelia la devuelve a la realidad.
    Acude alarmada al escucharla y se acerca hasta poder escuchar su voz que apenas es un gemido prolongado.
    -No entiendo lo que quiere decirme, doña Ofelia.
    La mano se posa sobre su espalda y la retira suavemente a un lado. Don Ricardo ha despertado al escuchar a su madre y se inclina sobre ella ocupando el lugar de la muchacha.
    -Mamá ¿qué quieres? Estamos aquí contigo.
    Reconoce la voz y el esbozo de lo que parece una sonrisa se queda en un intento, su mano busca la suya y la aferra fuertemente.
    A partir de ese momento permaneció más tranquila y apagándose igual que una vela hasta su último suspiro alrededor de la medianoche.
    Los dos se encuentran sentados en la cama sin dejar de mirarla y saben que con las doce campanadas ha dejado de estar con ellos. Virginia se levanta incapaz de permanecer más tiempo en la habitación y deja que el hijo despida a su madre en soledad.
    Busca a Gloria en su cuarto, ya está dormida y la sacude despacio hasta conseguir despertarla entre protestas de la joven.
    -Vístete, Gloria....doña Ofelia acaba de morir.
    No se lo hace repetir dos veces y sale disparada de la cama en busca de su ropa alumbrándose con la luz del pasillo.

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  90. Capítulo 91.
    La última visita abandona la casa al final de la tarde. Por la mañana se ofició el funeral con la asistencia de numerosos amigos y conocidos que quisieron ofrecer sus condolencias a un sereno Ricardo que en ningún momento perdió la compostura.
    Siempre una palabra amable, un agradecimiento sincero a todos y cada uno de los asistentes.
    El entierro tuvo lugar poco antes del medio día en el cementerio de San Isidro. En el panteón familiar de los Valdemoro, una cripta de granito gris y que alojaba en su interior a varias generaciones que se remontaba a don a Fabián Valdemoro Grau , fallecido en 1820.
    No regresaron a la casa familiar directamente. Carolina se empeño en ofrecer ella la comida y dar un respiro tanto a Ricardo como a Virginia y Gloria que estaban al borde del agotamiento tras dos días de ajetreo incesante.
    Al término de la comida abandonaron la casa de Carolina para poder atender a las más que previsibles visitas que no habían podido asistir al entierro.
    Ya era la hora de la cena cuando al fin se quedaron solos y sin intenciones de cenar ninguno de ellos. Antonio también se marchó y don Ricardo se retiró a su habitación despidiéndose de ellas hasta el día siguiente.
    Las dos chicas se prepararon sendos vasos de leche caliente y la tomaron sentadas frente a frente en la mesa de la cocina. No tenían ganas de hablar y a Gloria se le cerraban los ojos víctima del cansancio acumulado durante demasiadas horas.
    -Gloria...Gloria, vete a la cama, yo me ocuparé de apagar todas las luces.
    No contradice sus órdenes, sus piernas se asemejan al corcho cuando llega al cuarto que comparten y cae en la cama sin molestarse en desvestirse.
    Virginia le echa un vistazo apenas cinco minutos más tarde y comprueba que está totalmente dormida. Le quita los zapatos y la cubre con la colcha esbozando una triste sonrisa en su demacrada cara.
    Decide irse también ella a la cama pero cambia de opinión al ver los dos vasos de leche en el fregadero.
    Pone un cazo en el fuego y decide llevarle un vaso caliente a don Ricardo para ayudarle a conciliar el sueño.
    Golpea la puerta cerrada y se anuncia sin alzar mucho la voz, temerosa de despertar a Gloria.
    No lo escucha darle permiso para entrar y decide darse la vuelta aunque lo piensa mejor y golpea nuevamente la madera aguzando el oído hasta oír un bajito “adelante”
    Lo encuentra sentado al lado de la ventana, no se ha quitado el traje, ni aflojado el nudo de la corbata negra. Mantiene la cabeza inclinada observando sus manos y al verla entrar la levanta mostrándole las ojeras violáceas bajo los ojos.
    -Disculpe...señor, le he traído un vaso de leche caliente, le ayudará a dormir.
    Permanece en silencio cuando pasa a su lado y lo deja sobre la mesilla de noche haciendo ademán de abandonar de inmediato la habitación y dejarlo solo.
    Pero su mano se lo impide agarrando su muñeca con suavidad, sin apenas entrar en contacto más allá de un ligero roce.
    -Quédate...por favor............
    No puede negarse a su petición, no todos los días pierde uno a su madre y ella sabe perfectamente lo mucho que a él le ha dolido perder a la suya.
    Acorta la distancia que los separa y pasa la mano delicadamente por su pelo en una caricia que tiene mucho de consuelo. Él separa sus piernas y Virginia queda entre ellas,conteniendo la respiración cuando sus brazos rodean su cintura en un estrecho abrazo y apoya la cabeza en su estómago.
    No se siente agredida, al contrario, la sensación es de consuelo mutuo y por primera vez desde que le arrebataron a su hijo encuentra protección en los brazos de un hombre.
    No recuerda exactamente el momento en el que se deshace el abrazo y termina sentada sobre sus rodillas. Ahora sus caras están a la misma altura y cerca, demasiado cerca.



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  91. Capítulo 92.
    Pero don Ricardó tiene bien aprendida la lección y se limita a mantenerla abrazada, muy cerca de él, en un intento de aunar dos soledades en un momento especialmente amargo para los dos.
    Y así permanecen , en silencio, empapándose del calor del otro hasta que el reloj hace sonar las doce campanadas y les recuerda la hora exacta de la partida de doña Ofelia dos días atrás.
    Virginia algo aturdida abandona al fin sus rodillas y se pone en pie colocando la falda de su vestido negro. No es momento de hablar y se despide con un lacónico “buenas noches”
    La deja marchar siguiéndola con la mirada y cierra los ojos abandonándose al olvido que lucha en una fuerte pugna por sacar a flote los recuerdos que tanto dolor le provocan en estos momentos.
    La respiración de Gloria es regular y prefiere desvestirse a oscuras por miedo a despertarla. Un día demasiado agotador para todos y que les ha pasado factura por igual.
    Sobre todo a don Ricardo, pero también a ella le ha quedado una cierta sensación de orfandad. A partir de ahora comienza un tiempo nuevo en el que deberán tomar decisiones imposibles de posponer.
    Quizá no hubiese sido necesario de no mediar la confesión de doña Ofelia tres días antes de morir. Parecía dormir pero simplemente mantenía cerrados los ojos.
    Sabía cercana la hora de su muerte y en su cabeza se debatían dos sentimientos enfrentados y que lograban intranquilizarla.
    Amaba a su hijo más que a nada en el mundo, con un amor puro que nada sabía de otro tipo de intereses, pero al mismo tiempo había vivido mucho y la experiencia era una garantía de éxito la mayoría de las veces.
    De ahí las objeciones cuando su hijo la puso al corriente de los verdaderos motivos de la marcha de Virginia. Le dolía engañarla y más cuando preguntaba por la fecha de su regreso.
    -Mamá, Virginia no volverá......
    Lo miró como no entendiendo bien lo que le decía y le exigió una explicación razonable.
    -¿Cómo que no volverá....su madre no está mejor?
    Decide contar la verdad y no quitarse un ápice de responsabilidad en su forzada marcha.
    -Su madre no está enferma, mamá......te mentí. En realidad soy yo el único culpable de su decisión de abandonar la casa.
    Se alarma, imposible imaginarse a un hombre tan cabal como su hijo sacando los pies del tiesto y provocando la marcha de una empleada que ya lleva tres años a su servicio y de la que jamás han tenido queja alguna.
    -Se sintió violentada por algo que yo hice y decidió marcharse, lo siento, mamá.
    La alarma se convierte en preocupación al ver a su hijo evitar su mirada, abiertamente incómodo.
    -¿Qué ocurrió? Y quiero la verdad, Ricardo.
    Le cuesta una enormidad afrontar un error que con el paso de los días ha aumentado su desasosiego y le avergüenza cada vez que lo recuerda.
    -Fue solo....un beso, mama, no estaba en mi ánimo ofenderla ni mucho menos, pero se asustó y no me dio ni opción a disculparme.
    ¡Un beso! Doña Ofelia no sabe si reír o llorar por la candidez de su hijo. Hace ya mucho tiempo que sabe lo que su hijo siente por la joven y ha asistido expectante al desarrollo de esos sentimientos.
    No esperaba sin embargo que llegase a mostrarlos abiertamente frente a ella.
    -¿Le hablaste de lo que sientes por ella?
    Ahora es él el sorprendido, aunque no debería sabiendo lo clara y directa que puede llegar a ser su madre.
    -¿Perdona?
    -No te hagas de nuevas, hijo. No tengo fuerzas ni ganas de andarme con disimulos inútiles.
    Tan valioso e inteligente, pero al mismo tiempo tan previsible. Doña Ofelia no pone objeción a su salida apresurada de la habitación y espera su regreso que se produce apenas cinco minutos después.
    Se sienta a la cabecera de la cama y sujeta la mano de su madre formulando la pregunta tantas veces repetida a lo largo de su vida.

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  92. Capítulo 93.
    -¿Por qué nunca he podido ocultarte nada, mamá?
    No hay reproche en sus palabras, al contrario, hay mucho de admiración en el hecho de resultar un libro abierto para su madre.
    -¡Ay, hijo! La principal ocupación de una madre pasa por analizar a sus hijos exhaustivamente y yo no soy una excepción a pesar de la mala fama que me adjudicó Jacinta.
    -¿Recuerdas? Todo le parecía mal.
    Claro que lo recuerda, su mal humor cuando las ausencias de su madre le parecían contraproducentes para la atención de su hijo. Los enfados si le dedicaba mucho tiempo y ella se sentía desplazada.
    No tenía término medio, pero les había dedicado toda su vida anulando la suya propia.
    Ahora sabe que perderá con su madre a una de sus referencias femeninas muy poco tiempo después de perder a la otra.
    -No te fatigues, mamá.....intenta descansar.
    Tendrá tiempo de sobra para hacerlo, piensa con pleno convencimiento pero antes quiere enfrentar a su hijo con sus sentimientos antes de abandonar ella este mundo.
    -No te preocupes, ahora quiero que me hables abiertamente y sin ocultar nada. El amor es un sentimiento hermoso y no tiene nada de vergonzante ¿es amor lo que sientes por ella?
    ¡Amor! Gruesa palabra y que sin embargo dicta su significado con trazos finos en su corazón. Esforzándose tanto tiempo por no dejar el más mínimo resquicio por el que alguien pudiese descubrir sus más íntimos sentimientos. Esfuerzo baldío como ahora está comprobando en carne propia.
    -Dime una cosa, mamá ¿cómo diantres has llegado a esta conclusión?
    -¡Ah! Pobre hijo mío, nunca llegaréis los hombres a conocer totalmente a las mujeres. Decía Jacinta que tenemos ojos hasta en la nuca y sabía de lo que hablaba.
    -¿Sabes cuándo fue el momento exacto en el que adiviné que estabas enamorado de ella? Un día te vi apoyado en el marco de la puerta de la habitación de Jacinta.
    -Virginia la estaba ayudando a comer y tus ojos permanecían sin perder detalle de sus movimientos. Reflejaban una enorme ternura y yo pensé ¡pobre de mí! que esa mirada iba dirigida a Jacinta.
    -Pero no.....no era ella la depositaría de ese sentimiento y entonces lo supe. Porque nunca antes vi en ti esa expresión al mirar a una mujer.
    Su explicación le resulta definitiva. Inútil intentar discutir algo que no tiene discusión posible ni tampoco quiere ni puede rebatir sus argumentos.
    Le habla con la seguridad de ser comprendido, vaciando completamente su interior, sabedor de la imposibilidad de ser traicionado por la mujer que lo escucha. Teniendo la seguridad de no recibir reproches por su parte y contando de antemano con su compresión.
    No sabe exactamente el momento en el que comenzó a sentir que su vida se descolocaba por completo. Pero si sabe el cambio operado en su interior.

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  93. Capítulo 94.
    Primero fue una atracción puramente física. Su cuerpo reaccionaba traicionando su inconsciente a pesar de negarse a sí mismo tal posibilidad.
    Pero la atracción estaba ahí y fue creciendo conforme pasaban los días, y los meses, y los años. Todo le gustaba de ella, hasta su forma de caminar le parecía única y ahí fue cuando comenzó a preocuparse.
    Jamás una mujer rompió sus esquemas de semejante manera, ni consiguió permanecer en su mente durante gran parte del día.
    Hasta en sus clases en la facultad se sorprendió una tarde escribiendo su nombre en un folio en blanco mientras vigilaba un examen.
    Se había enamorado, no tenía la más mínima duda y esa certeza le producía infelicidad por lo improbable de que ella le correspondiera.
    Doña Ofelia no supo qué aconsejarle en aquel momento de confidencias. Sí le recomendó conducirse con prudencia y esperar, sin avasallar y teniendo muy en cuenta la diferencia de edad.
    Por eso Virginia se quedó helada cuando doña Ofelia le preguntó abiertamente por el incidente ocurrido con su hijo.
    -Virginia.....
    Estaban las dos solas en la habitación y acudió de inmediato a su llamada acercando el sillón a la cabecera de la cama.
    -Dígame, doña Ofelia ¿quiere que le traiga un vaso de leche antes de dormir?
    -No....necesito hablar contigo...es algo delicado pero quiero que me hables con franqueza.
    No tiene la más remota sospecha de lo que quiere hablar con ella. Últimamente ha permanecido casi siempre sin ganas de hablar y esta noche la encuentra especialmente locuaz.
    -Mi hijo me ha contado lo que ocurrió entre vosotros y me gustaría escuchar tu versión de los hechos.
    El rojo subido se extiende por toda su cara por la inesperada pregunta y su garganta se queda totalmente seca de repente.
    Se ve obligada a hacer un esfuerzo enorme por conseguir sacar la voz del cuerpo dentro del bochorno que siente.
    -¿Don Ricardo le ha contado?
    -Sí....
    -Verá, señora, es algo que me incomoda y en realidad fue una reacción infantil por mi parte.
    Se compadece al verla tratando de justificar algo que en su momento la afectó sobremanera pero se cree en la obligación de hablar claro.
    -No fue una reacción infantil por tu parte....mi hijo está enamorado de ti y tú pudiste comprobarlo el día que decidiste poner tierra por medio.
    Sus palabras la dejan sin posibilidad de articular palabra. Ni en mil años se le habría ocurrido pensar tal cosa ¡Enamorado don Ricardo de ella! Intenta sacarla de su error haciéndola ver lo absurdo de su planteamiento.
    -Doña Ofelia...creo que se confunde...eso no es posible.
    -¿No lo es....por qué?
    -Pues.....porque no es posible que un hombre como su hijo ponga sus ojos en una muchacha como yo....por eso.
    ¡Qué poca vida ha vivido! Doña Ofelia intenta abrirle los ojos y habla su corazón de madre al dirigirse a ella con total sinceridad.
    -Si es posible, criatura. Los sentimientos no se eligen aunque la mayoría de las veces pueda una persona estar equivocada.
    -Sabes lo mucho que quiero a mi hijo ¿verdad? Le deso toda la felicidad del mundo pero...seamos sinceras. Mi hijo necesita a su lado una mujer y no una niña como tú.
    No en los dos mundos tan distintos a los que pertenecéis, desgraciadamente es así pero no encontraríais la felicidad ninguno de los dos

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  94. Capítulo 95.
    -Eres joven y no sabes desenvolverte entre la gente del círculo en que se mueve mi hijo. No veas en mis palabras una forma de hacerte de menos, nada más lejos de la realidad.
    Terminarías devorada por la hipocresía y los prejuicios que les mueven y al final te arrepentirías de entrar a formar parte de un mundo al que nunca has pertenecido.
    No le molestan sus palabras, sabe perfectamente lo que dice y ella también lo entiende así. Más aún con una personalidad tan débil para enfrentar los problemas.
    -La entiendo perfectamente, doña Ofelia y somos de la misma opinión. Ni pertenezco a ese mundo, ni pretendo pertenecer, puede estar tranquila.
    -Créeme que sólo me guía la intención de evitaros sufrimiento a los dos.
    Y la cree, simplemente está sorprendida por el enamoramiento que atribuye a su hijo. No está ella tan convencida de que esa sea la realidad.
    -Descanse...hágame caso.
    Murió dos noches después y ahora recuerda sus palabras desvistiéndose en la penumbra. Don Ricardo la ha mantenido abrazada y ha podido comprobar su dolor y también esos sentimientos que su madre le anunció.
    Es el momento de hablar con claridad y si en realidad se ha enamorado de ella, no le quedará más remedio que desaparecer de su vida para siempre.
    El día siguiente lo dedica en compañía de Gloria a recoger y empaquetar todas las pertenencias de doña Ofelia y cierran la habitación con sensación de vacío al no volver a escuchar su voz chillona y nerviosa llamándolas.
    Gloria no se ha separado del pañuelo y su nariz parece un pimiento morrón al término de la jornada. Han comido solas, don Ricardo les anunció que pasaría todo el día fuera en compañía de Antonio ocupándose de varios asuntos relacionados con el fallecimiento de su madre.
    Y ya casi ha anochecido cuando regresa y Virginia le sirve la cena en el comedor desangelado sin la presencia de la señora.
    -Virginia.....me gustaría hablar contigo esta noche......
    -Como guste, señor.
    -Bien, me buscas en el despacho.
    Prepara la cena para ellas bajo la atenta mirada de Gloria que no le quita los ojos de encima preguntándose una y otra vez para qué quiere hablar don Ricardo con ella.
    Viendo que no suelta prenda y al borde de su aguante, lanza la pregunta que parece casual pero no logra engañar a Virginia.
    -¿Qué querrá don Ricardo?
    -No lo sé, Gloria, termínate la cena y calla.
    Mantiene silencio unos segundos mientras mordisquea una manzana, pero vuelve a la carga incapaz de permanecer callada.
    -Tú sabes algo y me estás dejando de lado....eso es lo que pasa.
    Al límite de su paciencia y con los nervios agarrotándole el estómago, Virginia le pide que baje la voz y espere al resultado de la conversación solicitada.
    -¡Quieres por favor hablar bajo! No sé qué puede querer, difícil decirte nada si yo misma no tengo ni idea.
    Parece convencerla y se termina la manzana apresuradamente impidiéndole que recoja la mesa.
    -Deja, deja, ya lo hago yo.
    No piensa discutir por asunto tan nimio y pasa al baño para retocarse el cabello frente al espejo. La enfermedad de doña Ofelia han dejado marca en su rostro algo demacrado y también se nota en el uniforme que de nuevo le queda holgado.
    Pasa de largo ante la mirada llena de curiosidad de Gloria y avanza por el amplio pasillo hasta desembocar en el hall. De frente se encuentra la puerta cerrada del despacho y respira hondo antes de golpear la madera y acceder a su interior.

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  95. Capítulo 96.
    La está esperando, se ha deshecho de la corbata y subido los puños de su camisa hasta la mitad de los antebrazos.
    Su cabello aparece algo revuelto y se apoya sobre una esquina del escritorio como para acortar las distancias. Una distancia que ella sin embargo prefiere mantener ahora más que nunca.
    Decide permanecer algo alejada y él parece respetar esa postura para no invadir su espacio.
    -Usted dirá, don Ricardo.
    Siempre ocupando su lugar, sin dejar margen a otro acercamiento como el ocurrido la noche anterior que permitió por las especiales circunstancias del entierro de doña Ofelia.
    -Creo que mi madre habló contigo poco antes de morir ¿estoy en lo cierto?
    El rubor vuelve a pesar del férreo control que intenta imprimir a su conducta. Esfuerzo inútil al encontrarse frente a frente con él y sabiendo lo que siente por ella.
    -Sí....hablamos....
    -¿Qué te dijo exactamente?
    No piensa permitirlo, se niega categóricamente a ser manipulada por nadie más y a jugar a las adivinanzas sabiendo de antemano la respuesta a todas sus preguntas.
    -Don Ricardo, creo que todo esto es absurdo, aquí es usted el que debe hablar, yo no tengo nada que decir.
    Consigue desconcertarlo, pero acepta el guante que le lanza y lo recoge poniendo las cartas boca arriba.
    -Bien, veo que no estás dispuesta a ponérmelo fácil y me corresponde a mí solucionar esta situación.
    Abandona el borde de la mesa y pasa a su lado en dirección a la ventana. Parece estar poniendo en orden sus pensamientos y encontrar la manera de expresarle sus más íntimos sentimientos.
    Guarda silencio unos minutos que a Virginia se le antojan eternos y regresa de nuevo a la mesa tras echar un fugaz vistazo a la calle desierta.
    -Te quiero, perdona que te lo diga así de abiertamente pero me niego a seguir negando lo que siento.
    De piedra, así se queda al escucharlo y el rubor se acentúa y un ligero temblor la obliga a sujetar sus manos a la espalda.
    -¿Qué quiere de mí?
    Lo ofende, jamás pasó por su mente la idea de conseguir nada que no le fuese dado por voluntad expresa de la otra persona.
    -Me gustaría que aceptases convertirte en mi esposa, eso quiero.
    Las palabras de doña Ofelia le parecen ahora premonitorias de las intenciones de su hijo. De ahí su advertencia, sospechaba las prisas de su hijo y la puso en antecedentes por si algo así sucedía.
    No quiere hacerle daño, su propuesta le parece poco menos que un disparate sin sentido y decide zanjar la cuestión con una madurez impropia de sus edad.
    -Don Ricardo.....me parece que usted no sabe lo que quiere en realidad, acaba de perder a su madre y no se encuentra en un estado óptimo para razonar con sentido común.
    La carcajada brota espontánea y consigue asustarla, atónito asiste a sus razonamientos tomándolo poco menos que por un inmaduro emocional.
    -Nunca imaginé una respuesta semejante de tu parte, Virginia ¿me ves como alguien que no sabe lo que quiere?
    -No voy a discutir con usted, don Ricardo, mañana mismo haré mi maleta y volveré con mi tía Pepa y doña Carolina. No pienso permanecer un día más bajo su techo.
    Impide con dos largas zancadas que pueda abrir la puerta para marcharse y pone una mano sujetando la puerta al marco. La aprisiona contra la madera y nota su respiración alterada junto a su cuello.
    -No puedes estar hablando en serio, no te estoy pidiendo nada que atente contra tu dignidad, te ofrezco todo lo que tengo, todo lo que soy.

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  96. Capítulo 97.
    Se mantiene inmóvil. Por alguna razón que desconoce ya no le tiene miedo ni se siente agredida por su cercanía. Al contrario, al tenerlo tan cerca se siente protegida, como si estuviese a salvo de cualquier peligro.
    Lo separa sin brusquedad, pone la mano sobre su pecho y lo empuja suavemente hasta hacer hueco entre los dos.
    -Se lo agradezco, señor...y me honra, pero creo que ha llegado el momento de separar nuestros caminos. Usted por el suyo y yo por el mío.
    No piensa retenerla contra su voluntad pero quiere explicaciones sobre una decisión tan tajante en la que ni siquiera contempla otorgarle una oportunidad.
    Explicaciones que al parecer no está dispuesta a darle a pesar de la insistencia por su parte.
    -¿Qué piensas hacer a partir de ahora?
    Ni ella misma lo sabe, se instalará por el momento con su tía y doña Carolina para buscar trabajo en algún sitio gracias a las amistades de doña Carolina.
    Perdió un trabajo seguro al tomar la decisión de regresar para cuidar a doña Ofelia durante su enfermedad y ahora debe comenzar de nuevo para conseguir otro.
    Leyó entre líneas el mensaje que doña Ofelia deseaba trasmitirle y en muchos puntos está de acuerdo con ella.
    No es mujer para su hijo, podría aprender a quererle y tenía la seguridad de conseguirlo, pero muchos obstáculos en el camino y lo último que deseaba era hacerle daño.
    -No lo sé, don Ricardo....me imagino que encontraré otra casa para trabajar, créame que es lo mejor para los dos.
    No está de acuerdo, en absoluto, pero no será él quien le corte las alas en su deseo de volar lejos de su alcance.
    -Déjame que te ayude en relación a un nuevo trabajo, por favor.....
    No puede negarse a su ofrecimiento, demasiadas negativas le ha dado hasta este momento.
    -Está bien, don Ricardo, esperaré noticias suyas, ya sabe dónde puede encontrarme.
    Sabe que está todo hablado entre ellos y no quiere dilatar más la agonía que le supone estar tan cerca de ella, y al mismo tiempo tan lejos.
    -Perfecto, en cuanto sepa algo te lo comunicaré.
    La deja marchar sin interponerse ya en su camino y toma asiento al otro lado de la mesa al tiempo que sujeta la cabeza entre sus manos.
    Acaba de perder a su madre y ahora deja marchar a la única mujer que ha conseguido despertar el amor en su hasta ahora inmune corazón.
    Tiene la persona perfecta a la que confiarle a Virginia, ella le dará la seguridad necesaria y le enseñará la otra cara de la vida.
    Aquella que tan bien aprendió a base de golpes y decepciones y la convirtieron en una mujer nueva.
    Sujeta con firmeza el teléfono y marca un número a pesar de la hora, la destinataria de su llamada es un ave nocturna y al segundo timbrazo levanta el auricular dejando sonar su voz ronca al otro lado.
    Gloria la espera sentada en la cama y con la luz encendida, parece leer un libro pero en realidad se le juntan las letras por el cansancio y el poco interés que pone en la lectura.
    -¿Qué quería? Estaba en ascuas, chica.
    Virginia no tiene muchas ganas de dar explicaciones mientras desabrocha lentamente los botones de su uniforme hasta quedar en combinación. Lo cuelga en el armario y se sienta en la cama quedando frente a frente con la muchacha que la mira con los ojos desmesuradamente abiertos a la espera de satisfacer su curiosidad.
    -Me marcho, Gloria, me temo que tendrás que arreglártelas tú sola a partir de ahora.
    -Me estás tomando el pelo, antes me despediría a mí que llegué más tarde.
    -No me ha despedido nadie, Gloria, soy yo quien se va.

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  97. Capítulo 98.
    No consiguió sacarle más información y optó por tumbarse en la cama dándole la espalda y murmurando enfurruñada algo relativo a la traición entre amigas.
    No se ablandó, prefería su enfado temporal a tenerla tras ella preguntando sin cesar si se había vuelto loca por rechazar una oportunidad que no volvería a presentársele en su vida.
    Al día siguiente dijo adiós a tres años en aquella casa y se marchó dejando a una llorosa Gloria agitando la mano despidiéndola en la puerta de entrada.
    A don Ricardo también tuvo oportunidad de verlo, fue tan solo un instante fugaz desde la calle, la miraba desde la ventana de su despacho para inmediatamente dejar caer el visillo ocultándose a su vista.
    BRIGITTE.
    Ricardo accedió a la coqueta boutique de moda situada en el barrio de Chueca, concretamente en la calle Almirante a la altura del número 92.
    Era un local amplio y luminoso donde se podía apreciar un aire afrancesado que lo distinguía de otras tiendas de moda de la capital.
    La dependienta se disculpó con las dos señoras a las que atendía en esos momentos y salió a su encuentro con una sonrisa de oreja a oreja.
    -Buenas tardes, don Ricardo.
    -Buenas tardes, Rosario ¿se encuentra mi prima?
    -Sí, está en el taller, ahora mismo le aviso.
    Espera curioseando entre los maniquís femeninos vestidos ya con la moda de otoño-invierno. Se detiene en uno de ellos adornado con gran profusión de plumas tintadas de un rabioso color morado y no puede evitar sonreír ante la loca imaginación de la creadora de tan atrevidos modelos.
    La exclamación suena a su espalda y la mujer aparece por una puerta lateral que comunica con el taller de la parte posterior de la boutique.
    Saluda efusivamente a las dos mujeres y se disculpa con ellas, después se dirige a él con los brazos abiertos.
    Es una mujer alta y delgada, de su misma edad y luce un pelo corto y muy claro que le dan un aspecto poco habitual entre las mujeres de su clase.
    Es una trasgresora, siempre lo fue a pesar de pagar un alto precio por salirse de todas las normas establecidas en una época todavía más represiva que la actual.
    ¡Ricardo! Su abrazo puede dar pie a pensar que llevan varios meses sin verse cuando en realidad hace tan solo cuatro días que estuvieron juntos.
    Fue durante el funeral de su madre pero apenas pudieron intercambiar más de cuatro frases debido a la afluencia de gente ofreciendo sus condolencias.
    Se vuelve en dirección a las dos mujeres que se encuentran enfrascadas en la elección de un modelo que la dependienta les muestra y se despide de ellas.
    -Doña Carmela, doña Conchita, estaré arriba, si me necesitan solo tiene que decírselo a Rosario y estaré con ustedes de inmediato.
    Asienten ambas aunque enseguida vuelven a prestar atención a los bocetos que les muestra la dependienta.
    Ricardo espera paciente hasta que el brazo de su prima se enlaza con el suyo y lo empuja en dirección a una escalera de caracol que les lleva al piso superior donde se encuentra su vivienda.
    Es una casa grande y el hogar familiar hasta que ella lo abandonó todo sin volver la vista atrás. Allí quedó su padre y su hermano Pedro, hermano que nunca le perdonó su huida y con el que Ricardo ha tenido que ejercer de intermediario a la hora de repartir la herencia de su padre fallecido dos años antes.
    Lo conduce hasta una recargada salita en la que pasa la mayor parte del tiempo cuando no está dibujando en el taller.
    -¿Te pongo algo de beber, Ricardo?
    -No, Brígida, con un vaso de agua estará bien.

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  98. Capítulo 99.
    Al escuchar su nombre reacciona tapando la boca de su primo con la mano y con la otra simula estrangularlo. Pero sus ojos la delatan, risueños y chispeantes.
    -¡Calla! Acabarás con mi aureola de mujer misteriosa y llena de glamour ¿en qué demonios estarían pensando mis padres al ponerme semejante nombre? Es un completo horror ¡por dios!
    Lo empuja hasta un sofá forrado de cretona escarlata y se sientan los dos. Su gesto cambia al mirar a su primo y pone la mano sobre una de sus rodillas presionando suavemente.
    -¿Y tú...cómo estás?
    Ya no es la mujer bulliciosa y alegre de unos minutos antes, el gesto de su cara denota preocupación y su mirada se torna triste.
    -Estoy bien, Brígida, asimilando las cosas como todo el mundo a quien sucede algo así.
    Pero hay algo más, diez años fuera de su vida no han sido suficientes para dejar de conocerlo en profundidad.
    -No esperaba tu llamada de anoche, me dejaste francamente intrigada ¿qué es eso que necesitas de mí con tanta urgencia?
    Siempre directa, sin observar la prudencia necesaria que en un momento de su vida la abocó a romper todos sus lazos y emprender una aventura que ahora sabe que fue una completa locura.
    Pero sigue siendo igual de impulsiva aunque mucho más precavida con gente que no sea de su absoluta confianza.
    Y él lo es, posiblemente la persona más cercana que haya tenido nunca, más incluso que su hermano Pedro del que siempre fue su ojito derecho y ahora ni siquiera le dirige la palabra.
    No ha podido perdonarla y no se lo reprocha en absoluto. Ella es la primera que no puede perdonarse a sí misma, ni buscar justificaciones para descargar su conciencia.
    -Tengo que pedirte un favor, es algo muy importante para mí, de lo contrario no te molestaría.
    No lo duda, siempre dispuesto a ayudar e intentando molestar lo menos posible. Esperaba de él cualquier cosa menos lo que le pide a continuación.
    -Necesito que tuteles a una chica que es muy importante para mí.....
    ¡Tutelar! Espera haber escuchado bien porque no entiende lo que le quiere pedir con exactitud.
    -¿De quién se trata y qué quieres exactamente? No acabo de entenderte.
    Lo nota incómodo, nunca ha sabido disimular cuando le resultaba difícil de expresar y esa característica no ha cambiado con el paso de los años.
    -¡Ricardo, por dios! Soy yo, tu pequeña Brígida ¿acaso vas a andarte con remilgos a estas alturas?
    No sabe cómo lo hace, pero siempre consigue disipar sus temores hasta contarle todas y cada una de las preocupaciones que rondan por su cabeza.
    -Se trata de la chica que ha atendido a mi madre hasta su muerte. Ayer me comunicó su marcha y la intención de buscar otro trabajo.....
    -Pero, querido, por eso no hay ningún problema, lo encontrará inmediatamente....
    Se interrumpe bruscamente al escucharse a sí misma y comprender lo estúpida que ha sido. No vendría a pedirle ayuda si no se tratase de un problema que escapase del ámbito doméstico y consistente en encontrar trabajo a una chica de servicio.
    -Perdóname, Ricardo, tú me estás hablando de algo muy diferente a lo que yo estoy diciendo ¿me equivoco?
    Ha sido rápida de reflejos, inmediatamente se ha dado cuenta de que se referían a cosas distintas y ha rectificado a la misma velocidad de siempre.
    No te equivocas....es un asunto personal y creo que tú eres la única a quien puedo confiar algo así.
    ¡Acabáramos! Su educado y sensato primo se ha metido en un lío de faldas del que al parecer no puede salir sin la ayuda de alguien de plena confianza.
    -¿La has dejado embarazada?
    -¿Embarazada....a quién?
    De nuevo ha metido la pata, definitivamente debe hacérselo mirar, últimamente sus dotes de pitonisa dejan mucho que desear ¡no acierta una!

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  99. Capítulo 100.
    -Pensé que habías dejado embarazada a la chica de la que me hablas.......
    No la culpa por hacer cábalas por su cuenta, la culpa es suya por no exponer el asunto desde el principio con absoluta claridad.
    -No he dejado embarazada a nadie, el problema es otro y necesito tu colaboración. No puedo acudir a nadie más.
    En ese punto cree preciso servirse una copa y de paso servirle otra a él. Por alguna razón que se le escapa, a su primo le está costando hoy abrirle su corazón.
    Porque no tiene ya dudas, se trata de un asunto que tiene mucho que ver con sus sentimientos y de ese tema nunca tuvo necesidad de hablarle.
    Pone en sus manos una copa del coñac favorito de su difunto padre y se sirve otra para ella aunque esa bebida le parece algo fuerte para su gusto.
    No se la rechaza, necesita ayudarse de algo fuerte para soltar su lengua y sacar fuera la decepción que amenaza con emponzoñarse y amargarle la existencia.
    Ocupa de nuevo su lugar en el pequeño sofá y el trago de coñac se desliza por su garganta dejando un ligero quemazón a su paso.
    -Bien, debo ocuparme de la chica ¿cual se supone que debe ser mi papel?
    Vuelve la mujer práctica y eficiente, lejos de conjeturas y yendo directamente a la raíz del problema.
    -Es muy joven, poco más de veinte años y ha permanecido con nosotros unos tres años aproximadamente.
    Lo observa disimuladamente y comprueba sorprendida el cambio operado al referirse a la joven, una especie de luz especial que sólo sale a la superficie cuando uno está muy enamorado.
    Un doloroso pellizco en su estómago y que le recuerda tiempos pasados le provoca un escalofrío, pero aleja los recuerdos de su mente para poner toda su atención en el hombre sentado a su lado.
    -¿Por qué no sigue trabajando para ti como hasta ahora?
    Porque ha ido un paso más allá y el mismo ha conseguido alejarla de su lado, eso es exactamente lo sucedido y así se lo dice ya sin disimulos de ningún tipo.
    -Digamos que le pedí matrimonio y le faltó tiempo para decirme que no.
    Se enternece al escucharlo hablar de esa manera, el hombre eficiente y reservado se asemeja alarmantemente a un jovenzuelo que afronta su primer rechazo amoroso.
    -¿Estas hablando en serio?
    Si esperaba ver burla en sus ojos, se equivoca totalmente, su prima mantiene el mismo gesto inexpresivo que adopta cuando algo le resulta inexplicable.
    -Es la realidad, Brígida y por eso te llamé......para que te ocupes de ella, por supuesto que me haré cargo de su salario y de cualquier cosa que ella necesite.
    Ahora comienza a entender, Ricardo no quiere perderla del todo a pesar del rechazo a su ofrecimiento de matrimonio.
    -Vamos por partes ¿yo sería algo así como una nursey Inglesa para la chica?
    Consigue arrancarle una sonrisa, siempre tan ingeniosa, pero en el fondo pensando con una lógica aplastante.
    -Quiero que la protejas, le enseñes a desenvolverse, le enseñes a vivir en definitiva.
    No deja de sorprenderla, él mejor que nadie sabe de su desdichada historia, de una prometedora vida arrojada por el sumidero a pesar de las advertencias que le anunciaban ese final.
    -Pensé que era la última persona en este mundo a la que confiarías algo que amas....te lo digo sinceramente, Ricardo.
    Sabes que no puedo dar lecciones a nadie cuando yo misma cabé mi propia tumba.
    Sus sinceras palabras muy alejadas de cualquier intento por justificar errores del pasado son su valor más seguro.
    Precisamente por esa decisión a la hora de reconocer la desastrosa gestión de sus sentimientos es lo que le hace confiar ciegamente en ella.

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  100. Capítulo 101.
    -Debes empezar a dejar atrás el pasado, Brígida ¿de qué te sirve flagelarte continuamente con algo que ya no tiene remedio?
    Un consejo repetido cientos de veces por su parte pero que no logra consolarla por mucho empeño que ponga en hacerlo.
    -Bien, espero no defraudar la confianza que estás poniendo en mi humilde persona, háblame de ella.
    Espera pacientemente a que apure la copa de coñac sabiendo de antemano lo mucho que le cuesta dejar salir al exterior algo que probablemente ha guardado con celo para sí mismo.
    -Se llama Virginia, llegó a casa por mediación de Carolina, es sobrina de Pepa, su doncella. Mi madre necesitaba ayuda con Jacinta y ella desempeñó ese papel a la perfección.
    Desde entonces ha permanecido con nosotros y durante este tiempo ha conseguido algo que nadie antes había logrado. Me enamoré, Brígida y ese ha sido el detonante de su marcha.
    Le declaré mis sentimientos y le propuse matrimonio pero ella no quiere ni escucharme, prefiero saber de ella en la distancia a perderle la pista definitivamente.
    -¿Confías en mí hasta el punto de dejarla en mis manos?
    Su respuesta es una sonrisa triste y aferra su mano de largas uñas pintadas de un rojo intenso, la lleva a sus labios y la besa con suavidad, después se levanta al tiempo que ayuda a ella a hacer lo mismo.
    -No te robo más tiempo....mañana espero poder traerla y a partir de ese momento pasa a ser cosa tuya.
    Baja con él la escalera de caracol y se encuentran a Rosario recogiendo los bocetos y dando los últimos toques a las telas elegidas por las dos clientas que encontró a su llegada.
    Ya se han marchado y la dependienta comunica las novedades antes de irse.
    -Doña Brigitte, en la agenda encontrará los encargos de las señoras de Marchante y Carrera, mañana la pondré. al corriente de todos los detalles.
    -Gracias, Rosario, mañana hablamos, buenas tardes.
    Despide a la dependienta y se vuelve hasta su primo que nuevamente observa sorprendido el modelo de plumas moradas preguntándose quién será la mujer que se atreva con algo tan llamativo.
    -Bien, te espero mañana a última hora de la tarde, Virginia puede traer ya su equipaje y le prepararé una de las habitaciones para ella.
    Entiendo que tengo libertad para organizarme con ella como me parezca oportuno ¿no?
    -Sí, es toda tuya, no te robo más tiempo, hasta mañana.
    Se besan en la mejilla y Brigitte lo acompaña hasta la salida cerrando a continuación las rejas exteriores de la boutique y la puerta de entrada.
    Echa un último vistazo alrededor y deja dos pequeños focos encendidos en los escaparates, después sube la escalera lentamente y regresa al sofá que abandonó minutos antes.
    Fija la mirada en un punto indeterminado y recuesta la cabeza en el borde del sofá. La visita de Ricardo pidiéndole ayuda para la joven que ocupa su corazón le ha traído recuerdos contra los que lleva luchando desde el mismo día de su vuelta a España cinco años atrás.
    Cierra los ojos y la imagen de un hombre parece ocupar su mente como si estuviera a su lado, todavía presente.
    RAMÓN
    Anacleto Flores , alías Ramón. Su recuerdo la retrotrae a los días en los que creyó alcanzar la máxima felicidad que una mujer puede experimentar.
    Lo conoció casi veinte años atrás y enseguida le llamó la atención el hombre desenvuelto y desenfadado que sabía muy bien cómo halagar a una mujer.
    No era guapo, de mediana estatura y muy delgado. El pelo moreno siempre cubierto de gomina daba un aspecto algo duro a una cara en la que resaltaban unos labios prominentes más adecuados en una mujer que en el hombre que era.
    Tenía la nariz aguileña y en exceso alargada pero ella se sintió atraída casi de inmediato por sus ademanes de hombre de mundo y un poco de vuelta de todo.

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  101. Capítulo 102.
    Habían pasado casi diez años desde el final de la guerra y el país se hallaba inmerso todavía en el hambre y el subdesarrollo más absoluto. La educación era privilegio de muy pocos y la universidad algo inalcanzable para la gran mayoría.
    Mucho menos si se trataba de una mujer y a ella la veían poco menos que a un bicho raro en la facultad de derecho cuyos pasillos raramente eran transitados por chicas.
    En su clase, tan solo Isabel Trujillo Díaz y ella ocupaban uno de los bancos. El resto eran muchachos pertenecientes a familias pudientes aunque la guerra había esquilmado los recursos de una manera notoria.
    No era su caso, a pesar de las dificultades y la escasez pasadas durante la guerra en la capital. Su familia contaba con recursos que al menos les permitieron llenar sus estómagos sin pasar la hambruna que sí había azotado a las clases medias y sobre todo, a la clase obrera.
    Todavía recuerda la finca familiar de Segovia donde se refugiaron huyendo de los bombardeos que día tras día castigaba Madrid dejando a su paso un rastro de muerte y destrucción.
    Su abuelo Eusebio decidió que estaban más seguros en la casa solariega y allí se fueron en compañía de su abuela, su tía Ofelia y su madre.
    Tanto ella como su primo Ricardo eran dos adolescentes al estallar la guerra y eso libró a su primo de ser llamado a filas. No corrió tanta suerte su hermano Pedro que tenía 19 años y se unió al bando de los sublevados.
    Por fortuna, pudo vivir para contarlo pero con el fin del conflicto no regresó a sus vidas el muchacho alegre que hasta entonces habían conocido.
    Algo había cambiado y ese cambio propició sus desavenencias posteriores que desembocaron años más tarde en diferencias irreconciliables.
    Ayudó a ello su actitud irresponsable y que ahora sabe que fue producto de sus pocos años , de su estupidez y también del embaucador que se cruzó en su camino.
    Un embaucador al que conoció en una de las asambleas clandestinas a las que asistía a escondidas y que no se prodigaban en demasía.
    El régimen había empezado a engrasar una maquinaria perfecta en la que nada escapaba a su férreo control. Las voces críticas apenas se escuchaban y el miedo reinaba en todos y cada uno de los estamentos de la sociedad.
    El bando perdedor se mantenía tratando de sobrevivir bajo el yugo amenazador del estado represor y lamiéndose las heridas provocadas en una confrontación entre hermanos.
    Brígida pertenecía a una clase social privilegiada. Nunca le faltó nada y su familia no había sufrido ningún tipo de represalias.
    Pero algo en su interior pareció despertar y se reveló ante las desigualdades que podía observar a su paso. La universidad le ayudó abriendo su mente y dando entidad propia a una corriente liberal que se respiraba en la más absoluta clandestinidad.
    Hizo suyas las ideas que se resistían a decir amén a la propaganda gubernamental y comenzó a moverse en ambientes que de salir a la luz le reportarían consecuencias nefastas.
    Conoció a Ramón durante una asamblea estudiantil en el sótano de una vivienda de la calle Huertas.
    Ayudándose de velas y sin alzar la voz, un grupo de unas diez personas entre las que ella era la única mujer presente.
    Se lo presentó Javier Zabaleta y pudo ya comprobar una cierta deferencia hacía el compañero que se movía entre los bajos fondos canalizando las escasas corrientes de apertura que podían ofrecer algunos estudiantes comprometidos contra el régimen imperante.
    Era hijo de campesinos y aunque jamás lo reconoció, en cierta forma envidiaba a los estudiantes, hijos de familias adineradas en su mayoría y con una formación de la que su familia carecía.
    Le parecía un agravio comparativo y ese era posiblemente su mayor complejo. Era rencoroso e iracundo, pero eso lo supo más tarde.
    De momento se presentó como solvente intelectualmente. Una solvencia que como pudo comprobar después estaba muy lejos de representar.

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  102. Capítulo 103.
    En su casa nunca llegaron a sospechar en donde estaba metida. Su madre había muerto un año antes y su padre relajó de manera evidente la vigilancia a la que eran sometidas las muchachas de su edad a pesar de ser su padre un hombre bastante permisivo con ella desde siempre.
    Perder a su esposa le supuso un duro golpe del que nunca terminó de recuperarse.
    Su hermano estaba a cargo de los negocios familiares y paraba poco en casa. Parecía que con la muerte de la madre se había disgregado el núcleo familiar y cada uno tiró por su lado intentando asumir la pérdida por separado.
    Brígida comenzó a descuidar los estudios y cada vez pasaba más tiempo con Ramón en uno de los pisos que no sabía bien, alguien les facilitaba para mantenerse en la clandestinidad a él y a otros camaradas que pretendían acabar con el régimen.
    Un régimen que se mantenía fuerte y sin ningún tipo de fisuras. Apenas había acciones que pudiesen perturbar la maquinaria del estado y los pocos que había, eran aplastados y silenciados.
    Su juventud y una especie de atracción enfermiza hacía el hombre que se presentaba ante ella como adalid de la libertad y la justicia, nublaron su razón y cualquier tipo de prudencia que pudiera quedarle.
    Cierto que la asaltaban algunas dudas al escucharle hablar de justicia y libertad sin poner coto a los métodos para conseguirlo. No le temblaba el pulso a la hora de emplear la pistola que siempre llevaba consigo.
    Todas sus acciones tenían una justificación que al parecer emanaba de una superioridad moral que le otorgaba libertad de acción a la hora de quitar la vida a otros en persecución de un bien común.
    Ahora recuerda aquellos días como si hubiese estado bajo el efecto de una enajenación mental permanente, pero no se quita responsabilidad, no.
    La tuvo por no poner tierra de por medio y permanecer al lado de alguien que en definitiva no se diferenciaba tanto de los opresores contra los que decía combatir.
    Utilizaba sus mismos métodos, secuestros, torturas y asesinatos. Con la distancia que le dan los años trascurridos desde entonces puede analizar las cosas en su justo contexto y llegar a una conclusión clara.
    Hipotecó los mejores años de su vida al lado de alguien que no merecía la pena y no estuvo al lado de su padre y su hermano cuando más necesitaron de ella.
    Cuando al fin regresó, su padre ya se encontraba seriamente enfermo y a pesar de todo, jamás escuchó un reproche por su parte respecto a la ausencia de la hija por espacio de más de diez años.
    Caso aparte fue su hermano, no le perdonó la afrenta y no la redimió ante él aunque se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de su padre sin moverse de su lado hasta que ella mismo cerró sus ojos cuando vio que su luz se apagó definitivamente.
    Y no la perdonó porque tuvieron que hacer verdaderos juegos malabares para echar tierra sobre los hechos consumados.
    La hija y la hermana había huido con un sujeto que dejaba cuentas pendientes con la justicia, autor de varios asesinatos y algún que otro atraco.
    Acudieron a las numerosas amistades que conservaban en las altas esferas e hicieron pasar su marcha por un viaje a París para seguir allí sus estudios.
    Durante diez años mantuvieron la versión añadiendo el detalle de un matrimonio con un ciudadano Francés para justificar la larga ausencia.
    Brígida se levanta del sofá y acude hasta el balcón en busca del aire que parece faltarle. Los recuerdos se agolpan en su cabeza a pesar de sus esfuerzos por confinarlos en un lugar remoto.
    Nadie diría al ver a la mujer sofisticada e independiente el calvario que arrastra tras de sí. Ven en ella a la triunfadora, dueña de su propio negocio y que no necesita de un hombre para vivir.
    Pero la realidad es bien distinta, en algún momento de su pasado tuvo que caer en las manos de un hombre que le repugnaba y fue precisamente otro hombre al que creyó amar, el que lo lanzó a esos brazos por puro instinto de supervivencia.


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  103. Capítulo 104.
    Salieron de España gracias a la ayuda de los contactos. Elementos infiltrados en varios puntos del país y que facilitaron un viaje que en principio se le antojó una aventura.
    Una aventura que sólo había empezado según el hombre del que estaba locamente enamorada. Libres, en un país libre desde el que seguir luchando hasta conseguir la libertad de todo un pueblo sometido y que dejaron atrás cuando las cosas se tornaron feas.
    Se instalaron a su llegada en el barrio de La Chapelle. En un apartamento desvencijado prestado por el partido al que decía pertenecer pero que ya había comenzado a darle la espalda por su exceso de fanatismo que había puesto en peligro a la estructura que tenían en Madrid.
    Ahí empezó el declive y a partir de ese momento, su particular descenso a los infiernos. Acostumbrada a no tener que esforzarse para conseguir nada, pronto cayó en la cuenta de la necesidad de alimentarse tres veces al día y contar con recursos para hacerlo.
    El mundo que el le pintaba tenía mucho de idílico y la libertad era parte importante de ese proyecto. Más las expectativas de buscar un trabajo para mantenerse no parecía ser la prioridad de Anacleto Flores Garcías ¡alias, Ramón!
    “Tenemos que bebernos la vida a sorbos, disfrutar del presente sin pensar en el futuro”
    Esa promesa de Ramón de introducirla en una vida que nunca había soñado y que en Francia tenían al alcance de las manos, cada día se le antojaba más inalcanzable.
    La dejaba sola durante horas regresando bien entrada la noche y casi siempre con unas copas de más. No se preocupaba de si había comido aunque a veces le traía un bocadillo endurecido que suponía su único alimento.
    El cuento de hadas se tornaba en pesadilla con el paso de los meses y Brígida comenzó a tener la sensación de estar más presa en el país de las libertades que en su propia tierra.
    A veces lo sondeaba con cautela al regresar tras todo un día fuera del modesto apartamento. Comenzó a temerle por sus reacciones iracundas y trataba de molestarlo lo menos posible.
    Dos meses atrás descubrió que estaba embarazada y la alarma sonó en su abotargada cabeza. Su alimentación era precaria, cuando no, abiertamente inexistente.
    La llegada de un un hijo al mundo en las circunstancias en las que estaba envuelta le parecieron suficientemente importantes como para enfrentar al hombre que tanto amaba pero al que estaba comenzando a tener miedo.
    Aprovechó una noche en la que parecía estar sobrio para plantearle algo que llevaba pensando mucho tiempo. Dominaba bastante bien el francés y la idea de buscar un trabajo con el que poder subsistir se hacía totalmente necesario.
    -Ramón...había pensado en buscar un trabajo....no sé.... de dependienta en alguna tienda de ropa, me defiendo bien con el idioma.
    La miró con la sonrisa que parecía utilizar cuando algo le parecía absurdo y que últimamente era casi todo.
    -¿Trabajar tú? No me hagas reír, no sabes hacer nada, siempre has tenido una vida regalada.
    -Pues entonces tendrás que hacerlo tú, Ramón, así no podemos seguir y mucho menos cuando nazca el niño.
    Lo vio abandonar el destartalado sillón con aspecto amenazador. La noticia del embarazo pareció hacerle gracia en un principio para luego relegarlo a un segundo plano como si no tuviese nada que ver con él.
    -Ese niño es un lastre para nosotros ¿qué trabajo piensas encontrar estando embarazada?
    -Pues tendrás que trabajar tú, pronto seremos tres.
    Su cara se transfiguró en una máscara de odio que a veces dejaba salir al exterior. Estaba extremadamente delgado y la sospecha de ser una carga para él se iba haciendo cada día más evidente.
    -Yo tengo otros planes más interesantes que ser explotado por un mísero salario.
    El círculo que la rodeaba se iba estrechando por momentos, la decepción cada vez más patente y el amor que una vez creyó sentir también se alejaba a la misma velocidad que aumentaba su desencanto.

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  104. Capítulo 105.
    Con su huida había había dinamitado los puentes que la unían a su familia. Estaba atrapada en un callejón sin salida y con un hijo en camino.
    Del Ramón resuelto que conoció no quedaba ni su sombra. Cada vez se dejaba caer menos por el apartamento y cuando lo hacía terminaban discutiendo siempre por lo mismo.
    Ni trabajaba, ni tenía intenciones de hacerlo. Por algún extraño motivo que ella no alcanzaba a comprender, el hombre que se presentó como abanderado de una causa justa se creía en el derecho de vivir a costa de los demás.
    El apartamento prestado pronto dejaría de serlo, dos avisos indicándoles que debían abandonarlo consiguieron aumentar el nerviosismo de una cada vez más débil Brigitte.
    A sus casi ocho meses de embarazo, lejos de engordar como corresponde a todas las embarazadas, la futura madre apenas había aumentado de peso.
    Confinada en aquel pequeño lugar, y sin contacto con nadie a excepción de una incipiente amistad con su vecina de la puerta de enfrente.
    Al principio fue un simple saludo, tímido y breve. Brígida salía en contadas ocasiones del edificio del barrio de La Chapelle, pero ante las ausencias cada vez más prolongadas de Ramón y temiendo seriamente por su salud, una tarde decidió aventurarse en busca de alimentos.
    Contaba con algunos francos que Ramón dejó en una de sus cada vez más escasas visitas y buscó a lo largo de la calle hasta encontrar un pequeño establecimiento donde vendían comestibles.
    Pudo adquirir una barra de pan, arroz y una botella de leche junto a dos manzanas que el cuerpo le pedía a gritos.
    Regresó al apartamento apresuradamente y no esperó a entrar en la casa para beber un trago de leche que bebió directamente de la botella.
    Lo hizo en el rellano, dejando de lado todo tipo de prudencia y saciando el hambre que ya era una constante en su vida.
    No se percató de la llegada de la mujer y cuando se dio cuenta de su presencia era demasiado tarde para cualquier tipo de disimulos.
    Trató de justificarse de manera atropellada. Habían tenido pocas oportunidades de hablar debido a su confinamiento involuntario y al horario un tanto inusual de sus salidas y entradas.
    Sabía que era Española y se llamaba Margarita Díaz Pascual, natural de un pueblo de la sierra madrileña e hija de un republicano fusilado al terminar la guerra.
    Se lo había contado Ramón un año antes pero con la advertencia de tener con ella el mínimo contacto.
    -Buenas tardes....tenía sed.....y no pude resistirme.
    No la convencieron sus explicaciones. La mujer dejó en el suelo del rellano una gran cesta llena hasta los topes y sacó la llave de su bolso abriendo la puerta de su casa a continuación.
    -¿Quieres tomar un café conmigo? He comprado unas pastas que son una verdadera delicia.
    Le sorprende la invitación y su primera reacción es negar con la cabeza aunque su vecina no parece hacer caso de ese detalle e insiste en la invitación manteniendo abierta la puerta.
    Finalmente decide acompañarla y accede al interior de la vivienda por primera vez. Nunca antes tuvo oportunidad de hacerlo y la sorpresa se refleja en su cara por lo que ve.
    El alegre apartamento no tiene nada que ver con el suyo, destartalado y desangelado. Está pintado de colores pastel y amueblado en su totalidad.
    No se puede hablar de gusto exquisito en su decoración pero sí tiene un aspecto acogedor y cálido.
    La conduce hasta una pequeña sala y la invita a sentarse frente a una mesa camilla que le recuerda los inviernos en Madrid.
    Extrae un envoltorio de la cesta y lo deposita en la mesa al mismo tiempo que se disculpa para dejar el resto de la compra en la cocina y preparar el prometido café.
    El olor que desprenden las pastas a través del papel consiguen que rece en silencio solicitando la intervención divina para que su vecina se de prisa con el café y pueda hincarle el diente a semejante manjar.

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  105. Capítulo 106.
    No tarda en volver de nuevo a la sala con una bandeja portando dos humeantes tazas de café negro. El aroma estimula su apetito ya de por sí abierto y sus ojos siguen los movimientos de las manos rasgando el papel hasta dejar al descubierto la sabrosa repostería.
    Pone unas pastas en un plato pequeño y lo coloca frente a ella al tiempo que toma asiento y mira divertida sus esfuerzos por contener el hambre.
    -Me dijiste que te llamabas Brígida ¿verdad?
    A duras penas puede contestarle al sorprenderla con la boca llena saboreando la exquisita pasta que contiene trocitos de almendra en su interior.
    -Sí...Brígida Valdemoro.
    -¡Vaya! Creo que a partir de ahora deberías llamarte Brigitte ¿cuánto queda para que nazca el niño?
    Bebe un sorbo de café antes de contestar a su pregunta, es fuerte y denso como a ella le gusta tomarlo, bueno, como le gustaba porque hace mucho que no ha tenido oportunidad ni de olerlo.
    -Me falta un mes y medio para dar a luz, Margarita.
    Escuchar su nombre en Español le arranca una sonrisa nostálgica y más viniendo de una persona a todas luces refinada como la que se sienta frente a ella.
    -Hacía mucho tiempo que nadie me llamaba así, aquí para todos soy Margot.
    Termina su café al que no ha añadido azúcar, le gusta tomarlo amargo y cargado, después enciende un cigarrillo y lanza al techo el humo formando unos perfectos círculos.
    La examina disimuladamente, la curiosidad inicial cuando la vio instalarse en el apartamento situado frente al suyo, fue dando paso a una abierta compasión al escuchar las trifulcas cada vez más fuertes que se iniciaban con la llegada del impresentable con el que compartía su vida.
    No lograba entender como una mujer con su porte y a la que se le notaba a leguas que pertenecía a una clase social muy distinta a la de su patibulario compañero. Aguantaba al lado de un individuo al que tomo antipatía por su manera chulesca de relacionarse con los demás vecinos.
    Cierto que en Francia no había las costumbres sociales que abundaban en España. Los vecinos no se metían en la vida de nadie y cada cual iba a lo suyo.
    Pero ella no tenía de francesa más que el nombre y la mujer que llegó hacía casi dos años a la vivienda contigua a la suya despertaba su curiosidad a cada día que pasaba.
    Se la veía de gente bien que decían en su pueblo, pero ahora queda muy poco de aquella mujer distinguida y no puede por menos que sentir lástima por ella.
    -¿En qué trabajas, Marga...Margot?
    Su pregunta la sorprende, pensó que no conseguiría sacarle más de dos palabras seguidas y el calor del café acompañado de las pastas parece haberle hecho efecto.
    -Perdona si me entrometo en asuntos que no son de mi incumbencia ¿eres dependienta.
    ¡Dependienta! La carcajada resulta atronadora y deja muda a su invitada que la mira sin saber muy bien qué ha provocado su hilaridad.
    -¿Pero me ves a mí tipo de dependienta, criatura?
    Se recrudece la risa y tiene que acudir al pañuelo que guarda en la manga de su suéter de lana para enjugarse las lágrimas producidas por el acceso de risa.
    Consigue cesar en la risa y se ayuda de un pequeño espejo redondo para intentar reparar el desaguisado causado en sus ojos por la llantina.
    El rimel ha dejado dos regueros negros que bajan a lo largo de las mejillas y casi llegan a su boca.
    -¡Ay! No te lo iba a decir...pero creo que es inútil que nos andemos con tonterías entre nosotras. Sé perfectamente lo que sucede entre esas cuatro paredes en las que malvives.
    -Soy señorita de compañía que dicen aquí, prostituta que me dirían en Madrid y Puta que me soltarían directamente en mi pueblo, eso soy, nena.
    La cara de Brígida adquiere el color de un tomate maduro al escucharla. No sabe lo que más la ha impresionado. Si la confesión de dedicarse al oficio más viejo del mundo, o reconocer que está al tanto de la vida miserable de su vecina.


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  106. Capítulo 107.
    Su desparpajo lleno de sinceridad consigue que una parte adormecida de su cerebro experimente una sacudida. De nada sirve ya esconder una realidad que la está aplastando de una forma alarmante.
    -¿sorprendida?
    Apaga el cigarrillo hasta prácticamente hacer desaparecer la colilla en el cenicero. Algo de rabia hay en su acción, como si quisiera desahogarse por las afrentas recibidas a lo largo de estos años pasados.
    Brígida no sabe cómo enfrentarla, por supuesto que está sorprendida aunque eso no quiera decir que se atreva a juzgarla.
    -Perdona mi curiosidad, en realidad no es asunto mío a lo que te dediques y mucho menos a expresar la opinión que me merece. Eres dueña de tu vida al igual que yo lo soy de la mía.
    ¡Dueña de su vida! Ella si tiene formada una opinión sobre su oficio y es mucho más condescendiente en la actualidad de lo que pueda pensar su famélica vecina.
    No siempre fue así pero ahora tiene perfectamente asumido su medio de vida y sólo espera ahorrar lo suficiente para poder regresar a España, a ser posible, cuando esté libre del yugo fascista.
    Para eso falta mucho y no está dispuesta a perder ni un segundo en lamentarse como al parecer hace la mujer que la mira un tanto incómoda.
    -Posiblemente he sido un tanto brusca al satisfacer tu curiosidad, Brigitte pero no quiero engañarte.
    Ve llegado el momento de dar por terminada la charla y se levanta pesadamente de la silla sujetando la voluminosa barriga con las manos para después llevarlas a la altura de los riñones y masajear lentamente esa zona.
    -Te agradezco mucho el café, Margot.....y las pastas.
    No le insiste para que se quede, prefiere dejarle espacio y no agobiarla más pero sí quiere dejarle claro que puede contar con ella en caso de necesitarlo.
    -No tienes nada que agradecer, espero que me consideres una amiga y acudas a mí en cualquier momento que lo necesites.
    Espera hasta verla abrir la puerta de su apartamento para cerrar la suya y se adentra por el pasillo moviendo pesarosamente la cabeza. Le recuerda tanto a la chica asustada que era ella cuando llegó unos años atrás a París con una triste maleta y la cabeza llena de sueños que terminaron estrellándose contra la dura realidad.
    Brígida dejó la bolsa con la compra en la única silla de la cocina y se tumbó en el colchón que tenían por cama en el suelo del dormitorio de matrimonio.
    Quería descansar y cerró los ojos tratando de encontrar algún sentido a su vida. Una nueva vida se formaba en su interior y ella no encontraba alicientes para continuar con la suya.
    Se despertó con el sonido del ruido de las llaves en la cerradura de la puerta de entrada al apartamento.
    Ya es noche cerrada y la habitación se encuentra tan solo iluminada por el resplandor de la luz proveniente de la calle.
    Tras dos días desaparecido, al parecer ha conseguido recordar la dirección del apartamento y ha tenido a bien dejarse caer por allí y preocuparse por su estado.
    La figura tambaleante de Ramón se recorta al contraluz de la puerta para finalmente quedar totalmente iluminada al dar al interruptor y casi caerse de bruces al tropezar con uno de los muebles.
    No le dirige la palabra y se dirige directamente a la mesita de noche buscando algo que parece ser incapaz de encontrar.
    -¿Donde está el dinero que dejé?
    Brígida se incorpora lentamente del colchón, la nausea sube por su esófago al tratar de contestarle.
    -Lo he gastado, necesitaba comer algo....
    El puñetazo impacta directamente en su barriga obligándola a doblarse sobre sí misma y poniendo sus manos a modo de barrera para defender a su hijo.

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  107. CAPÍTULO 108.
    Margot regresó esa noche alrededor de las cuatro de la madrugada. Los jueves los dedicaba en exclusiva a uno de sus clientes más antiguos y el hombre no estaba ya para muchos trotes.
    Le quedaba por lo tanto algunas horas para dormir y no contuvo el bostezo al abrir la puerta del portal.
    Subió las escaleras hasta el segundo piso con los zapatos de tacón en una mano y en la otra, las llaves para abrir su apartamento.
    Pensaba darse una ducha rápida y meterse en la cama inmediatamente. La vio al subir el último escalón, estaba acurrucada en posición fetal y apenas le quedaban fuerzas para hablarle.
    -Margot....ayúdame por favor....
    Tiró el bolso al suelo y la obligó a levantar la cara que mantenía oculta. Pudo ver el moratón bajo su ojo derecho y supo que las cosas habían llegado esta vez demasiado lejos.
    Abrió la puerta de sus vecinos que permanecía entreabierta y lo buscó con los nervios a flor de piel.
    Ni rastro del cobarde, se había marchado dejándola en el estado lastimoso que ofrecía ahora.
    -Vamos...intenta ponerte en pie.
    Por fin pudo encontrar las llaves y la ayudó a entrar en su casa sujetándola por la cintura hasta llevarla al dormitorio y dejarla tendida en su cama.
    -Espera un momento, no tardo.
    La voz apenas audible la detiene antes de salir de la habitación y la hace regresar sobre sus pasos.
    -¿Dónde vas ...? No me dejes sola...
    -Tranquila, voy a llamar a un médico amigo mío, vive al final de la calle.
    No se entretiene en darle más explicaciones y Brígida escucha el golpe de la puerta de entrada justo en el momento en que la primera contracción parece atravesar su vientre.
    Tal como le dijo, en apenas un cuarto de hora está de vuelta y no lo hace sola. Un hombre de unos cuarenta años la acompaña con un maletín negro en la mano.
    -¿Lo ves? Te dije que no tardaría mucho...te presento al doctor Jean Luc Renou.
    El hombre no se entretiene en presentaciones y abre el maletín poniéndose unos guantes finos al tiempo que indica con un un gesto a Margot que necesita su ayuda.
    Ésta tampoco se hace repetir la indicación y ayuda a Brígida a desprenderse del vestido poniendo la almohada doblada sobre su espalda. No es el primer parto al que asiste, si es que en realidad están ante un parto prematuro.
    Y lo es, el médico la revisa con celeridad y comprueba la inminencia del nacimiento pidiendo a Margot algunas toallas y agua caliente.
    Casi una hora más tarde consigue sacar al niño de las entrañas de su madre. Su primera sospecha fue que el niño había muerto en el útero materno y trató por todos los medios de conseguir que lo expulsara.
    En caso contrario se verían obligados a trasladarse a un hospital y practicar una cesárea de urgencia. No fue necesario y el parto llegó a su fin por vía natural.
    El silencio resultó patético cuando el pequeño cuerpo de un varón prematuro llegó al mundo sin una sola oportunidad de haber vivido.
    El médico lo entregó a Margot que lo recibió con una toalla desplegada, lo envolvió tiernamente y lo deposito a los pies de la cama de su madre.
    -El niño nació muerto Brigitte, lo siento.
    No pronunció palabra, se mantuvo callada y dejando que silenciosas lágrimas hablaran en su lugar.
    Poco después terminó el médico de atenderla y solicitó a Margot que le acompañase al baño para asearse. Le hablaba al mismo tiempo que enjabonaba sus manos y brazos hasta el codo, estaba agotado por el esfuerzo.
    -Lamento no haber sido de más ayuda, Margot ¿es compañera tuya?
    -No....ella no pertenece a mi mundo, Jean Luc y no tienes nada que lamentar, te agradezco mucho que atendieras mi llamada de socorro.
    Le extiende un fajo de billetes que el médico rechaza pero ella los introduce en el bolsillo de su camisa.

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  108. Capítulo 109.
    -Cógelo, necesito pedirte otro favor, Jean Luc.
    El médico baja las mangas y abrocha los puños de la camisa al tiempo que presta toda su atención a la mujer apoyada en la puerta del baño.
    -Tú dirás.
    -Necesito que me eches una mano con el cuerpo del niño ¿podrás hacerlo?
    Asiente con la cabeza, puede llevarlo al lugar indicado sin tener que dar explicaciones.
    -Esto te costará un pago extra y lo sabes ¿verdad?
    Margot se acerca despacio y pasa su mano provocadoramente por el borde de la pretina de su pantalón, agarra su cinturón y lo atrae hasta tenerlo a escasos centímetros de su cara.
    Lo besa, obligándolo a abrir su boca e introduciendo su lengua en la boca del hombre que la sujeta contra él y con intenciones de auparla hasta el lavabo.
    -¡No! No es momento, Jean Luc.....te prometo pasar por tu casa en cuanto me sea posible.
    Parece entenderlo y la separa de él un tanto arrepentido, esboza una sonrisa y le propina un azote cuando ella se vuelve hacía la salida.
    Lo acompaña hasta la puerta del apartamento y le entrega el maletín, le pide que espere unos minutos y pasa a la habitación donde Brigitte acuna a su hijo muerto entre los brazos todavía envuelto en la toalla.
    -Jean Luc nos ayudará con el pequeño, él se encargará de solucionarlo todo.
    Extiende los brazos para hacerse cargo del bebé y Brígida lo besa por última vez antes de ponerlo en sus manos. Recuesta la cabeza en la almohada y cierra con fuerza los ojos.

    Los días siguientes le sirvieron para recuperar las fuerzas y reponerse del parto. Brígida pasaba sola toda la tarde y buena parte de la noche hasta que regresaba Margot con su alegría contagiosa y siempre le traía algún detalle con la esperanza de verla sonreír.
    Se negó de manera tajante a que regresara al apartamento de enfrente y se encargó personalmente de recoger sus escasas pertenencias.
    -Te quedarás conmigo ¿o acaso piensas regresar con tu familia?
    La mención a su familia consiguió despertarla de su letargo y el recuerdo de los suyos fue uno de sus principales alicientes para seguir viviendo. Por primera vez abrió su corazón a la mujer que tan generosamente le ofreció su casa y su ayuda.
    -No puedo volver a España, Margot. Dinamité todos los puentes para seguir a este indeseable ¿con qué cara me puedo presentar ahora ante ellos?
    Se alegra de escucharla hablar en esos términos del hombre que casi acaba con ella. En interminables conversaciones ha tenido oportunidad de escuchar toda la odisea por la que ha pasado y el odio creciente que siente al recordar que un día pudo amarlo.
    Dos días después del parto regresó una tarde cuando ya casi anochecía. Al no encontrarla golpeó su puerta en busca de información.
    Margot pudo verlo a través de la mirilla y se encargó de cerrar la puerta del dormitorio donde se encontraba Brigitte antes de abrir la puerta de entrada dejando sólo un pequeño hueco para hablar con él.
    -Buenas noches....me preguntaba si tendría usted alguna información sobre mi compañera, no está en casa y tampoco están sus cosas.
    Margot lo encaró con un ligero temblor en sus piernas, pero el miedo le dio alas y su cara se mantuvo inexpresiva al contestarle.
    -¡Ah! Pensé que se habían marchado los dos, la encontré casualmente en la salida del portal con dos maletas y me dijo que se iba.
    Sus palabras parecen desconcertarlo y puede observar su aspecto macilento y un rictus de dureza que le provocan un escalofrío.
    -¿Le dijo algo más?
    -No, simplemente se despidió y subió a un vehículo que la estaba esperando.

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  109. Capítulo 110.
    Su temor aumentó al comprobar que no se marchaba de inmediato. Pareciera que dudaba de sus palabras y un sudor frío la invadió provocándole un miedo que no sabía definir a qué era debido.
    Por fortuna para ella, el individuo pareció convencerse y decidió dar por terminada la conversación.
    -Está bien, si acaso volviese de nuevo me gustaría que la informase de mi visita.
    -Despreocúpese, señor......aunque tuve la impresión de que su marcha era definitiva.
    No añadió nada más y se dirigió a las escaleras con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta y un andar un tanto displicente.
    Margot respiró aliviada y cerró la puerta para correr al dormitorio y poner al corriente de la visita a una debilitada muchacha que apenas podía moverse todavía.
    -¡Brigitte, Brigitte!
    Apenas reacciona al escucharla pronunciar su nombre con tanta agitación, abre los ojos y la ve entrar al cuarto como un torbellino y echa un manojo de nervios.
    -Ha venido buscándote ¿te lo puedes creer?
    Parece reaccionar al fin y se deja ayudar para poder incorporarse y quedar recostada sobre las almohadas. Está pálida debido a la pérdida de sangre y también a la impresión por saberlo de nuevo tan cerca de ella.
    -¿Se ha ido?
    Detecta el terror en su voz y tiene la convicción de que ha logrado pasar página respecto a los sentimientos que un día tuvo respecto al padre de su malogrado hijo.
    No se puede compaginar el amor con el miedo y cuando éste hace su aparición, el amor desaparece como por arte de magia.
    -Sí, le he dicho que te habías marchado con las maletas y en un automóvil que te estaba esperando en la calle.
    Margot busca un vestido en el armario y saca unos zapatos a juego colocándolo todo sobre un sillón. Preferiría no tener trabajo esa noche y permanecer cuidándola pero no puede ser y así se lo dice al ver su mirada desolada.
    -Tengo que salir, Brigitte....no puedo incumplir mis compromisos que son los que nos darán de comer a ti y a mí.
    Se desprende de la bata de raso estampada en alegres colores quedándose en ropa interior. Tiene un cuerpo muy bien formado, lejos de la extrema delgadez de Brigitte, con las redondeces justas pero sin un gramo de grasa.
    -No quiero que atiendas al teléfono, tampoco quiero que abras la puerta a nadie aunque no creo que vuelva ese pájaro por aquí.
    Desliza la media trasparente a lo largo de su pierna y la sujeta en la parte superior del muslo con una liga elástica. No la pierde de vista mientras lleva a cabo la delicada operación que requiere de destreza y habilidad para no romper el tejido.
    Se levanta del sillón y pasa el vestido por la cabeza dejándolo resbalar a lo largo del cuerpo, lo ciñe a la cintura con una banda ancha de la misma tela y lo anuda al lado izquierdo con un gracioso lazo.
    La cómoda está cubierta de peines y cepillos junto a todo tipo de utensilios de maquillaje y hasta allí se dirige para retocar su peinado frente al espejo.
    Tiene destreza maquillándose y muy buena mano para la peluquería, ella misma se corta el pelo y se pone los rulos para conseguir los rizos que adornan a diario su hermosa cabeza.
    -Bueno, esto ya está, te he dejado caldo en la cocina por si tienes hambre esta noche, pero antes de irme te tomarás un tazón.
    No sabe cómo agradecerle sus cuidados, se ha portado con ella como una madre y ha terminado de abrirle los ojos respecto a la relación enfermiza que mantenía con Ramón.
    Ahora lo tiene claro, no quiere saber nada más de él y seguirá las instrucciones de Margot al pie de la letra.
    -¿Volverás tarde?
    -Seguramente, tengo al final de la noche que pasar a saldar una deuda con nuestro apreciado doctor
    Renou.

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  110. Capítulo 111.
    Nuevamente la sombra de tristeza en su cara, siempre asociará al médico con la pérdida de su hijo.
    -Te devolveré hasta el último marco, Margot, algún día lo haré.
    Se pone unas gotas de perfume en el cuello y en las muñecas, lanza una última mirada al resultado de su maquillaje y se vuelve mirando risueña a Brigitte.
    -No tienes nada que devolverme, nena, cuando estés buena ya buscaremos un trabajo para ti.
    Eso, sí, nada que tenga que ver con mi oficio.
    Consigue arrancarle por fin una sonrisa y acaricia su cara al agacharse para darle un beso.
    -Bueno....me pongo en movimiento , a este cliente no le gusta que le hagan esperar, después me pasaré a pagarle al médico.
    -¿Tienes dinero para pagarle?
    La carcajada la sorprende, pone sus manos sobre los generosos pechos y le hace un guiño pícaro.
    -Sí, a Jean Luc tengo con que pagarle, incluso le daré una propina por ser tan servicial.
    Prefiere que no sea tan explícita y la despide con una palmada cariñosa en el brazo. Aprovechará para dormir toda la noche e intentar recuperarse cuanto antes, le pesa ser una carga para Margot.
    Son cerca de las dos de la madrugada y la calle se encuentra desierta. Margot dirige su mirada hasta el segundo piso del edificio, una de las ventanas permanece iluminada y acelera el paso hasta pararse frente a la puerta, busca una caja de fósforos y enciende uno para ver los timbres con claridad.
    No son horas para llamar a la casa equivocada y pulsa el timbre perteneciente a la puerta tres.
    Enseguida escucha abrirse la ventana de madera y a Jean Luc asomarse para poder ver al tardío visitante.
    La reconoce de inmediato y le hace una señal para que espere. Apenas tarda un minuto en bajar al portal y franquearle la entrada.
    -¿Ha ocurrido algo?
    La alarma en su voz le resulta divertida, sabe que es ante todo un médico y siempre pone en primer lugar a cualquiera que necesite su ayuda.
    -Tranquilo...no pasa nada, venía a pagarte pero si no son horas, me marcho por donde he venido.
    El alivio es instantáneo, se relaja y la empuja al interior del portal donde la sujeta de la mano y casi la arrastra por las escaleras como si de repente le hubieran entrado las prisas.
    Cierra la puerta de entrada al piso con el pie y corre tras Margot que le ha tomado la delantera , descalzándose por el pasillo y dejando los zapatos tirados y que él tiene que esquivar.
    La encuentra en su dormitorio, lo espera tumbada en la cama y y con una pose de lo más provocativa.
    Algo innecesario, siempre ha sabido despertar en él su lado más salvaje y ella puede decir que el deseo es mutuo. Ningún otro hombre consiguió lo que consigue él.
    No sólo le salvó la vida siete años atrás recién llegada a París, también ha logrado que una parte muy íntima de su ser no haya perdido la dignidad como mujer.
    Hacen el amor como si fuese la última vez. En ellos se unen las circunstancias precisas para dejar de lado cualquier prejuicio que pudiese coartar su libertad.
    Ella, de vuelta de tantas cosas. Él, un hombre adelantado a su tiempo, generoso y libre de tabúes.
    No ponen barreras a sus instintos y disfrutan del sexo con tal ardor que terminan extenuados en cada encuentro que mantienen.
    -Me tengo que ir, Jean Luc.
    Siguen abrazados y Margot enreda entre sus dedos el ensortijado vello rubio de su pecho. Se quedaría de buena gana a dormir con él toda la noche pero Brigitte la espera y todavía la necesita.
    -¿Por qué no te quedas?
    Salta de la cama antes de arrepentirse y recoge la ropa del suelo comenzando a vestirse.
    -No puedo, Brigitte está en casa sola y prefiero acompañarla.
    -¿Necesitas que vaya a verla?
    -Puedes hacerlo, te lo agradecería a pesar de que se está recuperando bien.


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  111. Capítulo 112.
    No le quita los ojos de encima, sobre todo cuando se pone las medias que es uno de los momentos que más disfruta y más placer le produce.
    -Me visto yo también y te acompaño a casa.
    Niega enérgicamente con la cabeza, se pone los zapatos y se coloca el enmarañado cabello frente al espejo.
    -No, Jean Luc, duerme un poco que yo puedo hacerlo hasta el medio día.
    Se despide inclinándose sobre la cama y dándole un breve mordisco en los labios, lo esquiva cuando él pretende agarrarla y abandona la habitación sin darle tiempo a insistir que se quede.
    El corazón se acelera en su pecho al llegar a la puerta de su apartamento y escuchar movimiento en su interior. Prácticamente está amaneciendo y la alarma la hace ser precavida al acceder a la vivienda con sigilo.
    El ruido proviene del cuarto de baño y hacía allí se dirige con temor. La silueta de Brigitte se adivina a través de la tela de plástico floreada y respira aliviada después del susto.
    Se acerca a la ducha y le hacer saber de su llegada, tiene que alzar la voz hasta hacerse oír y ponerla en antecedentes de su llegada.
    Está cansada, se desprende de la ropa y se envuelve en una bata para proceder a retirar los restos de maquillaje antes de dormir.
    Enfrascada en esa tarea la encuentra Brigitte al acceder al dormitorio envuelta en una toalla. Tiene mejor aspecto que los días anteriores y una resolución en su pálida cara que no le había visto hasta ahora.
    -¿Por qué no has esperado a ducharte? Yo te hubiese ayudado, Brigitte, todavía no tienes las fuerzas suficientes.
    Brígida Esboza una sonrisa triste, tuvo la necesidad de meterse bajo el agua y frotar su cuerpo hasta conseguir que la sangre bullese recordándole que estaba viva y dispuesta a seguir estándolo.
    -Necesitaba lavarme, Margot y ya me encuentro mejor.
    Se le nota y le gustaría seguir hablando con ella pero el cansancio puede más y se disculpa anunciándole que se va a la cama.
    -Bien...me voy a dormir, no me tengo en pie y necesito descansar.
    La deja ir, tiempo tendrán de hablar y plantearse cómo encarar el futuro cercano, no tiene intenciones de permanecer encerrada en el apartamento lamentándose del fiasco en que se ha convertido su vida.
    Una vida que da un giro inesperado tan solo dos meses después. Margot le impidió durante este tiempo que saliese en busca de trabajo.
    La convenció de poder vivir tranquilamente con los ingresos que ella aportaba, pero su miedo era otro. Le daba pavor pensar en la posibilidad de que Ramón descubriese su escondite y tomara represalias contra las dos.
    Gracias a sus contactos, pudo saber que malvivía como siempre lo había hecho. Tenía conocidos pertenecientes al partido comunista que la pusieron al corriente de sus pasos.
    Seguía siendo un elemento molesto entre sus propios compañeros que se distanciaron de él por sus actuaciones, muy alejadas del espíritu que siempre persiguieron.
    Se movía como pez en el agua entre los bajos fondos y estaba medio alcoholizado y abusando de otras sustancias prohibidas.
    Por eso no le extrañó la noticia de su muerte. Había muerto como consecuencia de un ajuste de cuentas entre traficantes de droga en un oscuro callejón de los suburbios de París y víctima de un tiro en la cabeza.
    Pensó al enterarse en las paradojas de la vida, murió como había vivido y probando de la misma medicina que él mismo había recetado a otros.
    Curiosa la forma en la que Brigitte se tomó la noticia, ni un pestañeo por su parte y sí un suspiro de alivio, hacía ya tiempo que había corrido un tupido velo sobre esa parte desafortunada de su vida.

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  112. Capítulo 113.
    Liberada de su recuerdo, se dedicó a buscar trabajo aunque no le resultó tan sencillo como pensó en un principio.
    No había terminado la carrera de derecho y los empleos tampoco eran nada del otro mundo. Jornadas interminables como dependienta a cambio de un salario mínimo eran todo a lo que podía aspirar.
    Nunca tuvo la necesidad de trabajar y se encontraba en inferioridad de condiciones respecto a otras mujeres más preparadas en aspectos como pudieran ser el servicio doméstico, en fábricas y talleres de costura.
    El infortunio la golpeo de nuevo con el atropello de Margot cuando regresaba a casa una vez finalizado su trabajo. Un conductor borracho se la llevó por delante rompiéndole las dos piernas y dejándola viva de milagro.
    La primera semana de permanencia en el hospital no se separó de su lado. Contaba también con las visitas frecuentes de Jean Luc pero al pasar el periodo de peligro y hacer recuentos de los daños, el futuro se les presentaba incierto.
    Al menos necesitaría de siete meses para recuperarse en el mejor de los casos. Contaba con algunos ahorros que a todas luces resultaban insuficientes para hacer frente a los gastos y sin ninguna fuente de ingresos.
    Jean Luc tampoco podía ayudarle en el aspecto económico, era un hombre con un gran desapego al dinero y la mayoría de sus pacientes le pagaban en muchos casos deshaciéndose en agradecimientos infinitos ante la ausencia de recursos.
    Le dieron el alta un mes después del accidente y regresaron al apartamento con una Margot seriamente limitada físicamente. La escayola en sus dos piernas le impedían manejarse por sí misma y necesitaba a Brigitte para casi todo.
    Al mes siguiente se dio cuenta de que les quedaba muy poco dinero y una idea se fue abriendo paso en su mente hasta encontrar fuerzas para comunicárselo a su amiga.
    Se encontraban tomando café en la pequeña sala y Margot fumaba un cigarrillo que Brigitte le había encendido previamente.
    Lo notó en su cara, para ella era un libro abierto y siempre sabía de su estado de ánimo sin necesidad de preguntarle.
    -Estás muy seria, nena ¿qué te ocurre?
    Brígitte intentó disimular y poner mejor cara para no preocuparla, había estado toda la mañana haciendo cuentas y éstas no le salían por mucho que se esforzara.
    La casera terminó de alarmarla al reclamarle el pago del alquiler que siempre pagaba Margot a principios de mes y estaban a mediados.
    -No tenemos dinero, Margot, la casera ha subido esta mañana a refrescarme la memoria, así no podemos seguir.
    La cara habitualmente optimista de Margor refleja por un instante su preocupación, como buena Española, siempre ha estado al día con sus deudas, de lo contrario, no podría conciliar el sueño.
    -Tranquilízate, Brigitte, saldremos adelante.
    Pero los buenos deseos no son suficientes y Brigitte ve llegado el momento de pasar a la acción.
    -Quiero que me pases tu agenda, Margot, es la única manera de hacer frente a esta situación y poder encargarme de ti hasta que estés recuperada.
    -¡Ni hablar! No consentiré que te prostituyas ¿ me has oído?
    Consigue arrancarle una sonrisa sarcástica y no le tiembla la voz al contestarle.
    -Yo hace mucho que me prostituí, Margot. Lo hice al seguir a un fulano que me arrastró por el lodo ¿No es eso otra forma de prostituirse? necesitamos dinero con urgencia, mirar para otro lado no nos servirá de nada, dame tu agenda.
    Sabe que es su última palabra y la decisión está tomada. Le pide que busque en el cajón del mueble una carpeta con las tapas azules y extrae un papel con un nombre y una dirección que le entrega.
    “Barrio Montmartre, Monsieur Adrien Lemoine Tessier”


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  113. Capítulo114
    Sujeta con fuerza el papel entre sus manos pero no le tiembla el pulso al hacerlo. Sabe que Margot tiene una clientela selecta y compuesta en su mayoría por hombres de su absoluta confianza.
    -¿Quién es?
    Apaga el cigarro en el cenicero sin intenciones de hacerle cambiar de idea. Sabe lo testadura que puede llegar a ser y no piensa perder el tiempo inútilmente.
    -Es un cliente especial, Brigitte, se trata de un catedrático de La Sorbona al que conocí hace algunos años. Es viudo y al principio me propuso que me dedicase a él en exclusiva.
    Me negué, no quería ataduras ni obligaciones y sacrifiqué la seguridad para preservar mi libertad.
    Creo que te entenderás perfectamente con él, te doy su nombre en primer lugar, para que tú sí puedas elegir, Brigitte.
    Si aceptas mi consejo, te diría que es preferible aguantar las babas de un solo hombre , que las de cuarenta.
    Sabe de lo que habla y Brígida contiene la sonrisa que pugna por salir de sus labios. Verla en su actual situación y dándole consejos cuando es una mujer que ni quiere darlos ni recibirlos, le produce perplejidad.
    -Por curiosidad ¿qué edad tiene el pollo?
    Le gusta que conserve el sentido del humor a pesar de las difíciles circunstancias que atraviesan pero al menos logran descargar su mala conciencia.
    -El pollo como tú dices ya tiene duro el espolón, querida. Pero tiene otras gracias que lo adornan, es un hombre culto y muy educado, no es mal parecido aunque en la cama pide lo que piden todos.
    Le agradece su sinceridad, aderezada con algo de humor para espantar sus miedos darle el empujón definitivo que necesita.
    -¿Cómo me pondré en contacto con él?
    Le pide que le acerque su bolso y busca en su interior hasta encontrar una pequeña agenda repleta de números de teléfono.
    Levanta el auricular del teléfono situado a su lado en una pequeña mesa y marca despacio los números. Al tercer toque se escucha una voz al otro lado y el tono de Margot cambia completamente al contestar.
    -Soy Margot, Adrien, necesito hablar contigo.
    Brígida abandona la sala para ir a la cocina y traer más café, a la vuelta ya Margot ha colgado el teléfono y una amplia sonrisa ilumina su cara.
    -Vendrá, creo que le ha gustado mi proposición.
    Brígida mueve la cabeza consternada, si todo sale como ha planeado una sonriente Margot, esa misma noche tendrá que poner a prueba su resistencia.
    Trata de ahuyentar los escrúpulos que comienzan a asaltarla y piensa en devolver la ayuda que en los momentos más trágicos de su vida recibió de alguien que ahora la necesita a ella.
    -¿Qué le has dicho....sabía de tu accidente?
    -Sí, tenemos amistades comunes que lo pusieron al corriente, me ha dicho que pensaba interesarse por mí.
    No lo ha creído, no deja de ser un cliente que paga por sus servicios pero ha podido captar su interés al hablarle de una mujer dispuesta a dedicarse a él en exclusiva y que no es una prostituta, simplemente es una mujer necesitada.
    Brígida le sirve otra taza de café y le acerca el platito lleno de pastas, la inactividad le provoca hambre pero no quiere abusar y ponerse como un tonel.
    Aparta a un lado el plato y le pide que se siente a su lado.
    -Creo que tú y yo debemos mantener una conversación de profesional a aprendiza.
    Nuevamente consigue hacerla reír pero ocupa la silla a su lado y espera a que tenga a bien instruirla sobre las artes amatorias de las que tanto presume.

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  114. Capítulo 115.
    No se sonroja al escuchar el rosario de triquiñuelas necesarias para ejercer una labor que puede resultar placentera al hacerlo con quien una quiere.
    Muy distinto es el resultado al hacerlo sin que nada de la otra parte te resulte atractiva. Así se lo hace saber advirtiéndole de la necesidad de buscarse una evasión mental para hacer frente a situaciones realmente vejatorias para una misma.
    Ella lo sabe muy bien a pesar de contar con experiencia sobrada en ese mundo. Ha llegado a ser simplemente un trabajo, pero siempre queda algo en el fondo que se resiste a ser utilizado.
    Algo que ella se ha reservado para contados hombres y que tiene en Jean Luc el mejor exponente.
    -Si este hombre me pide que le acompañe esta noche ¿debo hacerlo?
    Margot le presta toda su atención, son momentos cruciales y no quiere que tenga la menor duda.
    -Esto es así,nena, ellos pagan y nosotras tenemos que cumplir, la decisión es tuya.
    Brígida lo tiene claro, recoge en silencio el servicio de café y el plato de las pastas dejando la mesa totalmente despejada.
    Se dirige al dormitorio de Margot y busca un vestido primaveral entre las numerosas prendas colgadas de sus perchas. Le quedan ligeramente holgados pero nada que no pueda solucionar con un buen cinturón que resalte su estrecha cintura.
    También coge prestadas unas de sus delicadas medias que resaltan sus piernas largas y esbeltas. El resultado le gusta porque aunque parezca difícil de creer, Margot tiene un buen gusto que a veces logra sorprenderla.
    Le gusta la ropa pero no compra cualquier cosa, elige muy bien las prendas que se pone y le gusta combinar los complementos hasta lograr un conjunto armonioso y que no desentone en absoluto.
    No le gusta la vulgaridad, dice, algo fácil de comprobar al verla salir de casa cada día impecablemente vestida.
    El timbre la sobresalta cuando da los últimos toques al maquillaje ligero que ha aplicado en su cara. Es una mujer joven y hermosa, apenas necesita pinturas para resultar atractiva.
    El sonido de sus tacones se escucha repicando con firmeza por el pasillo, respira hondo antes de abrir la puerta y encontrarse con un hombre de mediana edad, perfectamente vestido y extraordinariamente alto.
    -Buenas noches, soy Adrien Lemoine, la señorita Margot me espera.
    Conciso, con una voz perfectamente modulada y muy propia de quien habla mucho en público. Lo invita a pasar y lo acompaña hasta la sala donde permanece Margot confinada en el sillón desde hace más de dos meses.
    Educado, lo puede apreciar en sus ademanes al acercarse hasta el sillón y besar su mano ceremoniosamente.
    -Hola, Margot ¿cómo te encuentras?
    -Mejor, querido, estoy mejor.
    Le señala una de las sillas que rodean la mesa y toma asiento cerca de ella tratando de acomodar sus largas piernas al reducido espacio.
    -Quiero que conozcas a Brigitte, Adrien, ella es la mujer de la que te hablé esta tarde.
    El hombre la saluda con la cabeza cortesmente pero ya la ha evaluado nada más verla en la puerta de entrada. Le gustó lo que vio y espera que la oferta de una dedicación exclusiva para él se convierta en realidad.
    -Es un placer, señorita.
    Margot intenta contener la risa, sabe que le ha gustado, lo ha notado inmediatamente por la forma de mirarla y no le extraña en absoluto.
    Brigitte tiene una elegancia natural que gusta a los hombres, más todavía a los hombres refinados y algo sibaritas como es el caso de Monsieur Lemoine.
    -El placer es mutuo, monsieur.



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  115. Capítulo 116.
    Cree oportuno Margot poner en antecedentes a Adrien de las circunstancias especiales por las que atraviesan. Pero sobre todo le interesa dejarle bien claro que Brigitte no es ninguna buscona y que esto es algo totalmente nuevo para ella.
    Cierto exceso de dureza parece percibir Brígida en su exposición pero que no parece incomodar al hombre sentado a su lado.
    Lo analiza detenidamente con disimulo y llega a la conclusión de encontrarse ante alguien un tanto peculiar. Es un hombre apuesto que lleva con dignidad su edad, elegante y al que no parece faltarle el dinero.
    Algo extraño le resulta que tenga que pagar por mantener sexo pero ya se encargó Margot de avisarle de su peculiar forma de ser.
    “Adrien es considerado un tanto raro entre sus amistades, al principio de conocerle me pareció verle algo de pluma pero me llevé un chasco morrocotudo.
    El tío es un portento en la cama y la pluma es tan solo el resultado de un refinamiento llevado al límite.
    Es un lobo solitario y vive en un casoplón en la calle San Eleutere, desde que murió su padre se quedó completamente solo y ni tan siquiera permite tener servicio interno. Tiene una empleada de hogar más vieja que él pero se marcha a su casa dejándole preparada la cena y no regresa hasta el día siguiente.
    Nunca hemos mantenido contacto fuera de su casa, en eso es muy cuidadoso y no quiere que nadie lo pueda sorprender en compañía de una meretriz que dicen aquí los franceses”
    Asiste a la conversación sin tomar parte en ella hasta que sale a relucir el tema de sus honorarios. Se queda boquiabierta al escuchar una cifra más que apetecible si se compromete a trabajar exclusivamente para él.
    A cambio tiene que estar disponible todos los días de la semana y esperar que sea él quien se ponga en contacto con ella para requerir sus servicios.
    Asiente Margot que no parece extrañarse de la elevada cifra y le pasa a ella el testigo con una fina ironía que no le pasa desapercibida.
    -Monsieur Lemoine es muy generoso, Brigitte y la generosidad debe ser recíproca ¿estás de acuerdo en este punto?
    Casi se atraganta con su propia saliva, la advertencia velada para que se comporte según le explicó a lo largo de la tarde en el aspecto sexual ha conseguido ponerla nerviosa.
    Nervios que se incrementan cuando el señor Lemoine da por concluida la charla y se pone en pie besando nuevamente la mano de Margot.
    -Cuando usted lo considere oportuno podemos marcharnos, Mamoiselle, el taxi nos espera en la calle.
    Le pide unos minutos y recoge un chal del dormitorio junto a un pequeño bolso de mano. También se toma una pequeña píldora del estuche que Jean Luc le proporcionó unos días antes.
    Es para evitar un embarazo le dijo, todavía no se han comercializado pero serán un arma de enorme utilidad para las mujeres en los próximos años.
    Regresa a la sala y nuevamente se asombra de su elevada estatura, siendo ella misma una mujer alta, monsieur Lemoine le saca tranquilamente una cabeza de diferencia.
    -Cuando usted quiera, monsieur , y tú espera a mi vuelta sin moverte de ahí, Margot.
    Los mira hasta que desaparecen de la sala y escucha unos segundos después la puerta de entrada, cierra los ojos y ruega que no se eche atrás en el último minuto, de lo contrario las pasaran canutas en los próximos meses.
    La casa es lo más parecido a un mausoleo que ha visto en su vida. Brígida se mantiene algo envarada al entrar junto al dueño en la impresionante vivienda y espera a que sea él quien le indique a donde dirigirse.
    El respingo se escucha claramente en el silencio reinante cuando el contenido Adrien deja de lado su refinamiento y pasa a la acción sin ningún tipo de etiqueta.

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  116. Capítulo 117.
    Siente su aliento en la nuca y sus brazos rodeando su cintura para después besar la parte posterior de su cuello. Le llega el olor de una colonia masculina y el silencio, un silencio sólo interrumpido por un gemido que parece taladrar su cabeza.
    Sujeta las manos que ciñen su cintura tratando de impedir que suban hasta el pecho y se vuelve con una risa nerviosa que pretende imprimir seguridad a sus actos pero que está muy lejos de sentir.
    -Monsieur....por favor ¿no me ofrecerá antes una copa?
    Sus palabras parecen turbarlo y tiene la seguridad de estar ante una mujer muy distinta a las que está acostumbrado a tratar.
    Se retira unos pasos e indica con la mano que lo acompañe haciendo gala de su extraordinaria educación.
    -Discúlpeme, Mademoiselle....he sido un completo grosero.
    Lo sigue hasta una especie de biblioteca que ocupa un espacio inmenso y partido en dos alturas. A la segunda de ellas se accede bajando tres escalones de mármol color caoba y que cuenta con un rincón dedicado a la lectura.
    Las paredes están forradas de madera noble y cientos de volúmenes se alinean en perfecto orden ocupando casi todo el espacio disponible en las innumerables estanterías.
    Le ofrece asiento galantemente y ocupa un pequeño sillón estilo Luis XVI frente a una mesa de la misma época.
    Se disculpa de nuevo y abre un mueble al otro lado de donde ella se encuentra sentada regresando momentos después con dos copas que deposita cuidadosamente sobre la mesa.
    -Es bourbon, demasiado fuerte para usted ¿quizá?
    Mueve la cabeza negativamente y le dedica una sonrisa forzada. Los nervios la mantienen rígida en el sillón y pendiente de los movimientos del hombre que permanece de pie frente a ella.
    Bebe un trago de la copa y se esfuerza por tragar el abrasante líquido sin apenas pestañear.
    No lo logra y sus ojos se llenan de lágrimas sin poder evitarlo.
    -Creo que no está usted muy habituada a beber, mademoiselle ¿cuánto tiempo lleva en París?
    Le agradece enormemente que inicie una conversación que le de tiempo a relajar sus músculos, deposita la copa en la mesa con la intención de no volver a beber y acepta el cigarrillo que le ofrece.
    Adoptó el hábito de fumar hace relativamente poco y en buena parte por ver hacerlo a Margot.
    -Llegué hace dos años, Monsieur.
    -Domina perfectamente el idioma, me imagino que tendría nociones del francés con anterioridad ¿me equivoco?
    Nota cómo poco a poco se va relajando y perdiendo el miedo inicial, su interlocutor es un buen orador que le recuerda a sus profesores de la facultad de derecho en Madrid.
    -No se equivoca, estudié francés desde una edad temprana y seguí con él hasta mi entrada en la facultad.
    -¿Ha cursado estudios universitarios, Mademoiselle?
    -Sí, cursé hasta segundo de derecho en Madrid.
    Puede observar un leve parpadeo al escucharla para después permanecer impasible al formularle una nueva pregunta.
    -Debo deducir entonces que abandonó sus estudios y su país ¿qué fue tan importante para hacerla abandonar todo eso?
    Se molesta, no tiene derecho a inmiscuirse en su vida privada y así se hace saber.
    -No es algo de su incumbencia, Monsieur.
    Encaja el golpe y deja la copa ya vacía en la mesa, se desprende de la americana y fija en ella su mirada.
    -Desnúdese...
    -¿Perdón?
    -Me ha escuchado perfectamente, y sí, tiene usted razón al decir que su vida privada no es de mi incumbencia.

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  117. Capítulo 118.
    El imperturbable Adrien Lemoine pierde los nervios por unos breves instantes. No tiene nada que ver la mujer que lo mira espantada, con otras mujeres que han pasado por su vida y con las que no ha intercambiado más allá de dos frases.
    A excepción de Margot a la que conoció recién llegada al mundo de la noche y a la que considera más inteligente que a la media.
    Con Brigitte le ha pasado algo que hasta ahora no había experimentado nunca. Su resistencia a ser tratada como un trozo de carne ha logrado excitarlo hasta límites insoportables pero ha sacado al caballero que lleva dentro.
    Acorta la distancia que los separa y mueve consternado la cabeza al verla retroceder con algo muy parecido al pánico en sus ojos.
    -Discúlpeme una vez más, mademoiselle....se lo ruego.
    Supo que había perdido los papeles y lo lamenta profundamente, nunca se dejó llevar por los bajos instintos. Pero tampoco hasta este momento se enfrentó a una situación parecida.
    Si hubiese querido una mujer con la que compartir su vida, lo hubiese tenido fácil. No era eso lo que buscaba y siempre huyó del compromiso para preservar una vida absolutamente independiente y sin ningún tipo de ataduras.
    Brígida adivina el cambio en el talante de Adrien y en su actitud. Ya no ve amenaza en su comportamiento y teme que la lleve de vuelta con Margot y se encuentren en la misma situación que la animó a buscar esta solución.
    Tiempla mentalmente sus nervios y comienza a desabrochar lentamente los botones de su vestido sin desviar la mirada del hombre que permanece frente a ella algo desconcertado.
    -Discúlpeme usted a mí, monsieur...creo que he confundido los motivos por los que le he acompañado esta noche.
    Le impide que se desnude sujetando su mano en el botón perteneciente a la cintura y hace un gesto al tiempo que habla con voz grave.
    -Acompáñeme, por favor.....
    Lo sigue hasta abandonar la biblioteca y regresar a la entrada. Por un momento piensa que la invitará a salir de la casa pero no es esa su intención.
    Sujeta sin apenas presionar uno de sus brazos y se dirigen a la escalinata inmersos en un denso silencio en medio del cual sólo se escucha el ruido de sus pasos.
    La planta superior se compone de un gran espacio diáfano alrededor del cual se encuentran los dormitorios con suntuosas puertas de madera de dos hojas.
    Lo acompaña hasta el dormitorio situado al fondo y pasa ella en primer lugar seguida muy de cerca por Adrien.
    El dormitorio es una estancia inmensa con una preciosa alfombra persa en el centro. Recargados muebles de madera que son verdaderas antigüedades y una cama de grandes dimensiones con un llamativo dosel.
    -Mademoiselle.....quisiera darle la oportunidad de marcharse en este momento si usted así lo considera oportuno, la decisión es suya.
    Le agradece su delicadeza y preocupación, pero llegados a este punto ya no tiene dudas. Se sienta en la mullida cama, se desprende de los zapatos y las medias se deslizan lentamente por sus piernas.
    Adrien apaga la lámpara central y deja tan solo encendida la situada en su mesilla de noche. Se desnuda con prisas y se reúne con ella en la gran cama.
    Brígida se ha dejado puesta la delicada combinación aunque se ha desprendido de la ropa interior, un pudor que le impide mostrarse desnuda ante un desconocido.
    Pero el educado catedrático no lo es tanto en la intimidad y se comporta con una seguridad que la deja estupefacta.
    Sabe amar a una mujer, dosifica el placer en pequeños sorbos y Brígida no puede por menos que recordar a su anterior amante, este profesor tiene muchas más tablas que el otro y le está dando una lección magistral.

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  118. Capítulo 120.
    Se mantiene quieta cuando la libera de su peso y abandona la cama en dirección al baño. Todavía mantiene un cuerpo bien musculado y goza al parecer de una salud excelente dada la demostración de unos minutos antes.
    Sube la sábana hasta cubrir su pecho y piensa que pudo haber sido mucho peor. También piensa en su padre y lo que sentiría de enterarse hasta donde había sido capaz de llegar su adorada hija.
    La puerta del baño se abre y Adrien aparece envuelto en una bata de rizo blanca, una toalla también blanca en el cuello y su cabello canoso y abundante totalmente húmedo.
    -Puedes utilizar el baño, Brigitte.
    La tutea y llama por su nombre dejando el tratamiento de mademoiselle, le parece absurdo tanto ceremonial después de lo sucedido entre ellos.
    -Tengo que marcharme, Margot necesita contar con mi ayuda para irse a la cama.
    No pone objeción y la sigue con la mirada un tanto divertido por su resistencia a mostrarse desnuda ante él.
    Se ha puesto la combinación para levantarse de la cama y recogido su ropa para entrar al baño.
    Le bastan quince minutos para salir vestida y dispuesta a salir a la calle.
    -Ya estoy lista.
    Adrien parece no prestarle atención mientras manipula en su cartera en busca de algo que parece no encontrar. Finalmente le entrega un sobre demorándose en el contacto con los dedos femeninos.
    -Te he llamado un taxi que no tardará en llegar ¿cuándo podremos vernos de nuevo?
    Brígida guarda el sobre en su bolso y puede comprobar su ansiedad cuando levanta la vista y se topa con la súplica en su voz.
    -Quedamos que sería usted el encargado de requerir mi compañía.
    No le quita el tratamiento, la misma distancia del principio y la misma altivez que le mostró al entrometerse en su vida privada.
    -Bien, ya avisaré yo, te acompaño.
    Bajan al piso inferior, Adrien vestido de nuevo impecablemente y permaneciendo a su lado hasta que un taxi estaciona junto a la puerta principal.
    Impide que el taxista abandone el asiento del conductor para abrir la puerta a su pasajera y se encarga él mismo de hacerlo apretando ligeramente una de sus manos cuando ya está instalada en el asiento.
    Se dirige a la ventanilla e indica al conductor la dirección al tiempo que le alarga unos billetes sin esperar el cambio.
    Brígida vuelve la cabeza en el asiento y lo ve de pie al lado de los tres escalones de acceso a la casa, alto y erguido con las manos metidas en los bolsillos del pantalón.
    Sube con rapidez las escaleras hasta llegar al apartamento, tiene los nervios a flor de piel por haber dejado sola durante tanto tiempo a Margot aunque la encuentra dormida en el sillón que han habilitado junto a otro para que mantenga las piernas en alto.
    La sacude con cuidado hasta conseguir despertarla, la mira todavía somnolienta y comprueba la hora en su reloj de pulsera.
    -No debería decir esto pero.....¿Ha quedado satisfecho, monsieur Lemoine?

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  119. Capítulo 121.
    Brígida no le contesta de inmediato a pesar de mirarla divertida. Acerca la silla de ruedas que consiguieron para que Margot pudiese desplazarse por la casa y la ayuda para subirse a ella.
    Sigue preguntándole por la velada mientras se dirigen a su dormitorio, se interesa sobre todo por lo que ha sentido ella.
    No tiene Brígida muchas ganas de hablar y elude su curiosidad esforzándose por quitarle la ropa y poniéndole el camisón metiéndolo por la cabeza y ahogando su voz por unos breves instantes.
    -¡Nena! Me vas a ahogar y sigues sin soltar prenda.
    La incorpora apoyándola sobre las almohadas y subiendo sus piernas totalmente rígidas y escayoladas hasta medio muslo.
    -Mañana hablamos, Margot, me caigo de sueño.
    Parece compadecerse y mantiene silencio cuando sube la ropa de cama hasta la barbilla y se inclina para darle un suave beso en la mejilla.
    -Buenas noches, Margot.....
    Teme que vuelva a insistir pero se equivoca, no añade nada más y ella apaga la luz dejando entreabierta la puerta por si necesita de ella poder escucharla sin problemas.
    Son casi las dos de la madrugada y pasa a su cuarto dispuesta a dormir toda la noche sin pensar en nada más. La noche ha sido intensa y ha supuesto un antes y un después en su vida.
    No se siente orgullosa de haber mantenido relaciones a cambio de dinero pero hace ya mucho tiempo que tiró su vida por la borda.
    La tiró en el mismo momento en el que abandonó a su familia y a su país para seguir a un hombre del que se creía enamorada. El resultado no ha podido ser más devastador para ella y ahora paga las consecuencias de una decisión nefasta.
    Margot tardó casi cinco meses en verse libre de las incómodas escayolas. Jean Luc le practicaba unos ejercicios de rehabilitación dirigidos a fortalecer sus piernas a pesar de sus continúas quejas cada vez que la sometía a ellos.
    Pero pronto comenzó a caminar, titubeante al principio y mucho más suelta conforme pasaban los días y su extraordinaria fuerza de voluntad la impulsaba a recorrer el pasillo una y otra vez ayudándose de las muletas.
    Veía ya la luz al final del túnel y su carácter volvió a ser el de siempre. Bullicioso y alegre, a la espera de retomar las riendas de su vida y volver a incorporarse a su trabajo de manera inminente.
    Brígida había seguido viéndose con Adrien, al principio eran dos los encuentros semanales para más tarde ser requerida de manera más asidua.
    Una noche le habló de la posibilidad de acompañarlo a una cena y Brígida lo miró como si se hubiese vuelto loco.
    Había notado un cambio en su actitud que no le pasó desapercibido y la intranquilidad dio paso a un abierto nerviosismo que trasladó a una Margot exultante por su rápida recuperación.
    -Adrien me habló anoche de una cena, quiere que le acompañe.
    Margot decide dar por terminada su caminata por el estrecho pasillo y se sienta frente a la mesa de la sala invitándola a ella a hacer lo mismo.
    -Deja ya la limpieza y prepara un café para las dos.
    Así lo hace, deseosa por escuchar su opinión acerca de la respuesta que debe dar a la proposición de asistir a una cena en la que se encontrará con muchos compañeros de Adrien y sus esposas.
    No tiene problema por asistir a un evento para el que está perfectamente preparada y que puede solventar de manera impecable.
    Es otra cosa la que martillea en su cabeza una y otra vez ¿en calidad de qué quiere presentarla? Según le ha contado Margot en multitud de ocasiones, monsieur Lemoine es enemigo declarado de presentar en sociedad a ninguna mujer, mucho menos si esa mujer cobra un precio por paliar su soledad más íntima.

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  120. Capítulo 122.
    -Vamos a ver ¿qué es eso que tanto te preocupa?
    Brígida llena su taza de café hasta el mismo borde y comienza a remover el líquido de manera mecánica. Unas semanas antes ya la sorprendió Adrien con una inesperada invitación a pasar con él toda una jornada dominical aprovechando la mejoría de Margot.
    Lo hizo en presencia de ésta durante una inesperada visita. Se presentó con una caja de bombones y con la excusa de ver personalmente los progresos de la accidentada.
    En principio, Brígida declinó la invitación escudándose en la necesidad de permanecer al lado de Margot, pero fue ella misma quien la empujó a aceptar la invitación demostrándole orgullosa a monsieur Lemoine lo bien que se manejaba con las muletas.
    No pudo por tanto eludir la invitación y el domingo bajó a las diez de la mañana a la calle donde ya la esperaba Adrien junto a un taxi que les llevaría hasta la Plaza Du Tertre.
    Parpadeó monsieur Lamoine al verla abandonar el portal sin poder ocultar la admiración que la joven provocaba en él.
    El vaporoso vestido de seda estampado ceñía su cuerpo hasta la cintura para caer en cascada hasta las rodillas con un vaporoso vuelo. Se había cortado el cabello dos días atrás siguiendo un impulso y ahora lo lucía muy corto aunque la elegante pamela del mismo color del vestido no permitía a Adrien ver el cambio.
    Aún así, su mirada no se apartó de ella hasta que llegó a su altura y lo saludó con un lacónico “buenos días”
    La Place du Tertre la fascinó por el arte que rezumaba en todos sus rincones. Los pintores callejeros exponían sus obras ante infinidad de curiosos y el aire de transgresión y libertad que se respiraba consiguió que olvidase el fastidio que en un principio le provocó la inesperada invitación.
    Le mostró uno de los monumentos que a él más le gustaba admirar. La basílica de La Sacré- Coeur, una joya neorrománica bizantina que la dejó con la boca abierta.
    El almuerzo les permitió tomar un respiro después de la prolongada caminata y se acomodaron en la terraza de un restaurante aprovechando el verano Parisino.
    Frente a ellos se encontraba el Lapin Agile y Adrien siguió su mirada. Había pensado invitarla a pasar la velada en ese mismo lugar pero un sexto sentido le aconsejó ir más despacio con ella y no forzar una situación que estaba comenzando a escapársele de las manos.
    -¿Te gustaría asistir a uno de sus espectáculos?
    La voz ronca de Adrien capta su atención y desvía la mirada hasta cruzarla con la del hombre que permanece expectante ante su respuesta.
    Se quita la pamela y observa divertida la reacción masculina ante su drástico cambio de imagen. Pasa los dedos por su abundante pero corto cabello y lo alborota para darle volumen.
    -No sé, Adrien....algún día quizá me gustaría ver lo que ofrecen en su interior.
    Ya ha dejado atrás el tratamiento de monsieur, también le tutea y entre ellos se ha establecido una especie de relación basada en el respeto mutuo y en la comprensión.
    Tiene mucho del profesor que lleva dentro, casi toda su vida se ha dedicado a la docencia y muchas veces actúa con ella de esa manera que a veces le produce risa.
    -Te has cortado el pelo.....
    Lo dice así, como si fuese algo extraordinario y consigue que su sonrisa asome en el luminoso medio día de París.
    Terminada la comida, Adrien abona el importe y por primera vez le ofrece su brazo para que ella se apoye al caminar. Se dirigen a su casa y esta vez la urgencia masculina se hace más patente que nunca cuando hacen el amor.
    La copiosa comida provoca en Brígida una persistente somnolienta que consigue cerrar sus ojos mientras permanece abrazada por Adrien y se abandona a la reconfortante sensación de seguridad que este hombre le ofrece.
    Sin embargo, la somnolencia no es tan profunda como para impedirle escuchar las palabras que el musita en su oído “je t'aime” y que le producen un escalofrío.

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  121. Capítulo 123.
    El escalofrío se repite al observar la mirada escrutadora de Margot y de nuevo formula la pregunta que había quedado sin respuesta.
    -¿Me vas a contar de una buena vez que es eso que tanto te preocupa?
    La escuchó cuando le preguntó la primera vez, pero le resulta difícil darle una respuesta que ni ella misma sabe responder con seguridad.
    -No sé, Margot.....es un cúmulo de cosas, no sabría decirte una en particular.
    Y no está mintiendo, cierto que le sorprendió esa declaración de amor susurrada con voz grave en su oído y mucho más le sorprendió escucharla en los labios de un hombre tan peculiar y poco dado a expresar cualquier tipo de sentimiento.
    Sabe que no se dará por satisfecha con tan escueta explicación y no se equivoca, la conoce demasiado bien como para conformarse con evasivas.
    -Vamos a ver....Brigitte ¿Has tenido problemas con monsieur Lemoine?
    Consigue captar su atención, no ha insistido mucho durante este tiempo en los detalles de la relación que mantienen Adrien y ella.
    Y no lo ha hecho porque conoce perfectamente al hombre y ha notado cambios notables en su conducta desde poco después de iniciar la relación.
    -¿Por qué piensas que tengo problemas con Adrien?
    Margot apura su taza de café y enciende un cigarrillo sin quitar sus ojos de ella. Durante estos años en los que ha tenido contactos regulares con él, nunca tuvo el menor problema ¡Claro! Que ella no tenía nada que ver con Brigitte y lo sabe perfectamente.
    -Pienso que hay algo que no me estás contando y te preocupa especialmente, eso pienso, nena.
    Siempre tan sagaz y observadora, sin dejar un resquicio por el que pueda escapársele ningún detalle de importancia.
    -La otra tarde me dijo que me amaba.....
    Su confesión cae como un jarro de agua fría en la pequeña habitación y Margot aprieta los ojos en un intento inútil por desear no haber escuchado esas palabras.
    -Sabes que eso lo cambia todo ¿qué piensas hacer?
    No tiene ni idea, si esperaba que se burlase de ella se ha equivocado de plano. El gesto de Margot es de franca preocupación y abierto pesar.
    -¿Hacer? Creí que tú encontrarías una solución inmediata, como siempre.
    Se mantiene callada, esperaba que Adrien se encaprichase de ella y le solicitase dedicación más asiduamente. Pero el amor son palabras mayores incluso para una mujer tan curtida como ella.
    -Te equivocas...no soy infalible, Brigitte, siempre me has sobrevalorado en ese aspecto y cuando entran en escena los sentimientos ….....
    Por primera vez desde que están juntas ha podido ver la parte más tierna que muchas veces queda enterrada por su buen humor y su ingenio.
    Pero le ha dado muestras sobradas de su buen corazón y gracias a ella pudo superar la etapa más negra de su vida.
    -¿Crees que hablaba en serio, Margot?
    Sonríe, pero sonríe con una tristeza que deja muy atrás su habitual sarcasmo para entrar en un estado de reflexión profunda.
    -Claro que hablaba en serio, Brigitte ¿piensas otra cosa de un hombre como Adrien?
    También a ella le había pasado esa pregunta por la cabeza. El acercamiento ha sido palpable en los últimos tres meses y la respuesta la tiene frente a us ojos.
    Un hombre de las características suyas sabe dosificar perfectamente sus sentimientos, gestionarlos con frialdad y cuando esa frialdad desaparece, el resultado queda desnudo a la vista de todos los que sepan verlo.
    Y ellas son mujeres inteligentes y analíticas a las que pocas cosas escapan a su control.

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  122. Capítulo 124.
    Entiende Margot la controversia interior que afecta en estos momentos a Brigitte. También comprende sus pocas ganas de dar explicaciones que ni ella misma está en condiciones de poder ofrecer.
    -Mira......yo no soy quien para dar consejos, pero si algo he aprendido a lo largo de estos años ha sido la necesidad de vivir el día a día sin amargarnos la existencia por todo.
    Brígida también ha comenzado a pensar como ella pero todavía le cuesta mucho perdonarse a sí misma y buscar justificaciones a su ceguera.
    No quiere ya justificar el hecho de haber permanecido al lado de un hombre que tenía las manos manchadas de sangre con la excusa de luchar por la libertad de los oprimidos.
    Echando la vista atrás no puede evitar la repugnancia y los remordimientos. La castró para siempre lo que ella pensó que era amor y ahora sabe perfectamente que se trató de una enajenación por la que lo perdió todo.
    Le sonaron sinceras las palabras de Adrien y de ahí surge el conflicto que la mantiene en un sin vivir.
    -Puedes aconsejarme, Margot. Lo mejor sería que regresara a España y tratase de conseguir el perdón de mi padre y de mi hermano.
    Sus palabras le duelen profundamente, sabe tan bien como ella que debe dejar pasar el tiempo para dejar espacio al perdón que no tiene ninguna duda, llegará algún día.
    -Habla con Adrien y deja claras las cosas, Brigitte, no puede exigirte algo que tú no le puedes dar.
    ¿Qué puede dar ella? Todos sus esquemas quedaron reducidos a cenizas con la muerte de su hijo y se siente culpable por no haber sido capaz de preservar su vida.
    -¿Todavía te persigue el recuerdo de Ramón?
    La sola mención de su nombre le provoca un asco que aun no sabe gestionar racionalmente.
    -Más que su recuerdo....me persigue mi propia estulticia ¿Cómo pude ser tan estúpida?
    Margot mantiene silencio, impotente ante un dolor tan patente que tiene la seguridad que nunca desaparecerá del todo.
    -No te tortures más, yo pronto comenzaré a trabajar y puedes dejar de ver a Adrien. Más tarde podrás decidir sin presión de ningún tipo sobre lo que quieres hacer con tu vida.
    Eso es lo malo, no tiene la menor idea de lo que hacer con su vida, últimamente ha podido comprobar que encuentra protección en los brazos de Adrien, una seguridad que la devuelve a los años de su infancia.
    Dejar de verlo no es la solución, tampoco es lo que ella desea porque está descubriendo a un hombre bueno y que está a años luz del desgraciado que destrozó su vida.
    Posiblemente sus necesidades sean distintas y encuentren placeres distintos el uno en el otro. Adrien la desea físicamente y ella le desea a él intelectualmente.
    Él le hace el amor a su cuerpo y ella se lo hace a su mente. Ambos encuentran placer y se establece entre ellos una dependencia que se complementa a la perfección.
    Toma una decisión que cambiará su vida durante los próximos ocho años. Accedió a su propuesta de trasladarse a vivir con él.
    Durante esos años rechazó una y otra vez la propuesta de convertirse en su mujer. Se dedicó a él en cuerpo y alma aunque no descuidó su faceta personal.
    Se preparó a fondo en el diseño de ropa. París era una gran galería de la moda más elegante y a esa actividad dedicó sus esfuerzos con la mirada puesta en un posible retorno a España.
    El día que Adrien murió, ella supo con total seguridad que con él se iba el hombre más importante de su vida y también supo que ese sería su castigo.
    El amor verdadero que descubrió poco a poco a través de los años y que cuando lo asumió como algo inapelable, el destino se encargó de arrebatarle.
    Entonces sí experimentó el dolor en estado puro, el desgarro del alma y la incapacidad de permanecer en un lugar en el que todo le recordaba a él y le impedía seguir viviendo.

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  123. Capítulo 125.
    Durante los dos años anteriores a la muerte de Adrien. Brígida retomó la relación con su padre tomando ella la iniciativa de enviarle la primera carta que le escribía en años.
    La respuesta no se hizo esperar y su padre le agradecía por darle noticias suyas y le aseguraba no albergar rencor ni reproche alguno en su alma.
    Sí la invitaba a viajar a Madrid y tener ese encuentro que tanto había soñado. Pero ella no estaba todavía preparada para enfrentar esa parte de su pasado y prefería esperar.
    París, 30 de marzo de 1956.
    Margot sigue con la mirada empañada por la emoción la figura enlutada de Brigitte. El día que tanto temía ha llegado al fin y la mujer deja salir un hondo suspiro de su pecho.
    La echará de menos a pesar de que en los últimos años no han mantenido la relación tan estrecha que las unió en un principio. Aún así han seguido viéndose dos veces por semana y manteniendo la costumbre de comer juntas todos los domingos.
    Margot cedió finalmente a las presiones para dejar el trabajo que le había dado de comer hasta entonces y aceptó la oferta de Jean Luc para ayudarle con la pequeña consulta que había montado dos años antes.
    Brígida celebró su decisión y se alegró por el nuevo rumbo que emprendía su entrañable amiga.
    Ahora ha llegado el momento de separar sus caminos y Margot experimenta la misma sensación que cuando emprendió su viaje para abandonar España.
    Una parte de su ser se iba con ella y regresaba a la madre patria.
    -¿Has pensado lo que te dije, Margot?
    Le hace la pregunta mientras intenta cerrar una de las maletas que permanece sobre la cama.
    -Ahora no es posible, nena......si por mí fuese me largaba contigo en este preciso momento, pero está Jean Luc.
    Brígida la comprende perfectamente, no quiere presionarla ni insistir más sobre el tema. Consigue cerrar al fin la maleta y se vuelve para encararla directamente.
    -Yo respetaré lo que decidas, Margot, sabes que os recibiré a los dos con los brazos abiertos si algún día vuelves a nuestra tierra.
    Le atrae la idea, la vieja casa de sus padres permanece cerrada y abandonada en el pueblo. Sueña muchas noches con regresar a ella e instalarse allí, a la sombra de sus recuerdos. De momento no es posible pero no lo descarta en un futuro.
    Brígida recorre por última vez la habitación que durante tantos años compartió con Adrien y le resulta imposible contener el llanto. Sus ojos se posan en la alfombra persa y una idea pasa por su mente como un fogonazo.
    -Cuídame todo esto, Margot......por Adrien, , y por favor, que nunca falten flores en su tumba.
    Se derrumba, demasiado entera ha permanecido durante el mes que ha seguido a su fallecimiento y a la hora de dejarlo todo atrás es cuando más presente se le hace su maravilloso recuerdo.
    Margot se acerca a su lado y la abraza con fuerza, no quiere verla llorar e intenta por todos los medios a su alcance hacerla pensar en otra cosa.
    -Tranquila, Jean Luc y yo nos vendremos a vivir aquí y todo permanecerá en perfecto orden.
    Sabe que lo hará, Adrien no contaba con una gran fortuna pero la casa valía su peso en oro y también le dejó una importante cantidad de dinero que le ofrecía cierta tranquilidad económica.
    -Cuando me haya instalado en Madrid quiero que me hagas un favor......
    -Por supuesto ¿de qué se trata?
    -Quiero que me envíes la alfombra, encargate personalmente de su embalaje y de que me llegue con todas las garantías posibles.
    Se extraña del empeño por llevarse un objeto que no tiene gran valor como sí pasa con otras cosas de la casa, pero prefiere no preguntar al sospechar que no le guía precisamente su valor económico.
    -Será como tú dices, la alfombra saldrá de París en el mismo instante que lo solicites.
    Madrid, 15 de septiembre de 1956.


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  124. Capítulo 127.
    Madrid, septiembre de 1958.
    Brígida tiene en ese momento la necesidad de bajar de nuevo a la boutique. Ya han trascurrido dos años desde su vuelta pero los recuerdos permanecen frescos en su mente.
    La visita de su primo Ricardo la ha devuelto a sus años en París y a la última conversación mantenida con Margot.
    Baja lentamente la escalera de caracol al tiempo que ilumina la tienda en su totalidad. ¡Allí está! La alfombra persa ocupa todo el centro de la boutique.
    Es todo lo que necesita de él, le recuerda su primer encuentro y toda la vida en común que vino a continuación.
    Margot cumplió su deseo al pie de la letra y todavía se pregunta cómo se las arregló para hacérsela llegar con tanta rapidez.
    Pero lo hizo, a los pocos meses de su vuelta al hogar paterno y una vez terminadas las obras para habilitar el local, la preciada alfombra lucía esplendorosa llenándola de un incontenible orgullo.
    Contó para poner en marcha su negocio con la complicidad de su padre que le cedió en propiedad el local vacío para trasformarlo en una de las mejores tiendas de moda de Madrid.
    El dinero que Adrien le dejó en herencia le permitió acometer las obras y un año después de su muerte, dos operarios procedían a colocar el anuncio de neón con el nombre de la boutique en grandes letras luminosas.
    “Madame Lemoine”
    Compaginó la puesta en marcha del negocio con el cuidado de su padre cuyos últimos meses de vida permaneció postrado en la cama. Pero le dedicó todo su tiempo permaneciendo a su lado en el soleado dormitorio principal al que trasladó su mesa de dibujo.
    Realizaba sus bocetos sin perder de vista a su padre y luego se los trasladaba a una eficaz modista que le habían recomendado y que era un verdadero lince a la hora de darle forma y terminar las prendas que Brígida cortaba personalmente.
    Pronto tuvieron preparada la primera colección de primavera-verano compuesta por veinte modelos en los que se mezclaban los vestidos estampados con unos trajes de falda y chaqueta en colores pastel con mangas hasta el codo y cruzados, con grandes botones en el mismo color de la tela, pero ligeramente más subidos de tono.
    No tenía prisa por abrir al público, sabía que la moda en España estaba a años luz de la francesa y sus modelos no se quedarían anticuados ni mucho menos.
    Ralentizó la apertura supeditándola a las necesidades de su padre y sólo cuando murió pudo dedicarse en cuerpo y alma a su proyecto más querido.
    Su hermano no la perdonó, en presencia de su padre mantenía las formas pero al quedarse solos escupía todo el rencor acumulado durante años y la acusaba de haber deshonrado a la familia.
    Tuvo Ricardo que mediar entre ellos para el reparto de la herencia y velar por los intereses de Brígida que estaba dispuesta a renunciar a buena parte de lo que le pertenecía para evitar conflictos.
    Su primo se negó, aún así el reparto benefició claramente al varón y Brígida se quedó la vivienda familiar y el local de la boutique junto a otro colindante que pasó posteriormente a convertirse en taller de costura y trastienda.
    No necesitaba nada más, posiblemente le faltaba disfrutar más de sus dos sobrinos, una niña de dos años y un niño de siete que su hermano mantenía bien lejos de ella.
    Los veía a veces gracias a su cuñada con la que quedaba a espaldas de su hermano y que le permitía disfrutar de ellos en algunas ocasiones.
    Sonríe al pensar en la pequeña Sol, le recuerda mucho a su madre y su lengua de trapo la tiene totalmente obnubilada a la espera de un gesto de generosidad por parte de su hermano para convertirse en una familia normal.
    Apaga las luces y sube de nuevo a la vivienda, la corroe la curiosidad por conocer a Virginia y espera poder servirle de ayuda a su primo, ignora el motivo, pero tiene el presentimiento de llevarse bien con ella.

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  125. Capítulo 128.
    Ricardo Valdemoro pulsó el timbre de la casa de Carolina y esperó pacientemente hasta que escuchó los pasos al otro lado de la puerta. Sabe que Virginia está sola y esperándole , la maleta la tiene preparada a un lado del pasillo.
    Llamó por teléfono la noche anterior indicándole la hora en la que pasaría a recogerla para acompañarla a casa de Brigitte y allí está con puntualidad británica, deseando mentalmente que se entienda con su prima y pueda al menos tener noticias suyas a través de ella.
    La encuentra igual de frágil que siempre, como la primera vez que la vio y le trasmitió su fragilidad sin necesidad de ahondar en las causas que pudieran haberle dado la apariencia desvalida de quien espera el próximo golpe y se sabe desarmada para evitarlo.
    -¿Podemos irnos?
    Asiente lentamente tratando de entender las motivaciones que tiene para ocuparse tanto de ella. Le confesó abiertamente sus sentimientos y aún así continúa empeñado en seguir en su vida en la distancia a pesar de sus reiteradas negativas.
    -Sí,un momento.
    Sujeta con fuerza la maleta pero él la retira de su mano insistiendo en hacerse cargo de ella aunque Virginia insiste en llevarla personalmente.
    Desiste al darse cuenta de que no se lo permitirá y cierra la puerta dando dos vueltas a la llave y guardándola en un pequeño bolso de mano.
    En la calle les espera Antonio que se hace cargo de la maleta al tiempo que abre la puerta trasera para que se acomode Virginia en el coche.
    Le sorprende que don Ricardo también se siente a su lado y procura aumentar la distancia evitando un nuevo roce de sus piernas que por unos segundos han entrado en contacto.
    El automóvil se pone en marcha y el silencio entre los dos se hace espeso hasta resultar incómodo. Es él quien lo rompe girándose hacía ella y su voz suena en el interior del coche con cierto deje de amargura.
    -Me hubiese gustado que las cosas entre nosotros hubieran sido diferentes, Virginia.
    Se intensifica su nerviosismo y nuevamente se debate entre guardar silencio o reiterar la postura que ya le expuso con claridad.
    Se siente en inferioridad de condiciones frente a él. Un hombre hecho y derecho que pretende equipararse a una pobre muchacha que apenas ha desplegado las alas, unas alas cargadas de plomo que cree firmemente que le impedirán levantar el vuelo.
    -Don Ricardo.....le pediría por favor que no insista más, le agradezco mucho su ayuda y su comprensión pero prefiero mantener las distancias con usted.
    Más claro no se lo puede decir y el hombre templado experimenta una nueva derrota en su intento desesperado por llegar hasta ella.
    -¿Por qué, Virginia?
    No puede darle una respuesta coherente, su cercanía la perturba claramente a pesar de convencerse a sí misma de ser inmune a sus encantos.
    Es un hombre atractivo que puede enamorar a cualquier mujer. Pero ella no le conviene en ningún sentido y de insistir mucho se vería obligada a confesarle su terrible pasado.
    Sería lo más aconsejable para que su insistencia se viera cortada de raíz, nada querría entonces con alguien que fue capaz de concebir un hijo y dejárselo arrebatar sin luchar por él.
    -Don Ricardo, no quiero resultar desagradable pero usted me está obligando a serlo, no soy la mujer que usted cree y le aconsejo que no me obligue a desengañarlo.
    El desconcierto se hace patente en su rostro que por momentos se vuelve impenetrable y deja de mirarla para concentrarse en los edificios que van quedando atrás al paso del automóvil. Le ha quedado clara su advertencia y decide callarse la boca de una vez por todas y dejar de ponerse en evidencia.

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  126. Capítulo 129.
    Se hace nuevamente cargo de su maleta al llegar a su lugar de destino. Un incómodo silencio se ha establecido entre ellos durante el resto del trayecto y dura hasta el mismo momento en que ambos descienden del vehículo.
    -Espéreme aquí, Antonio.
    Recorren la distancia que los separa de la boutique a pie, uno al lado del otro y sin intercambiar palabra alguna hasta llegar a los amplios escaparates.
    Empuja la puerta para permitir su entrada y él lo hace tras ella escuchando divertido el curioso sonido que anuncia la llegada de clientes.
    Brígida se encuentra conversando con una señora a la parece no gustarle el tejido que le muestra y con la que se disculpa en cuanto los ve traspasar el umbral.
    -Enseguida estoy con usted, doña Angeles, vaya mirando el muestrario.
    Otra señora está siendo atendida por la dependienta y una tercera espera sentada en los coquetos sillones mientras hojea una revista de moda francesa.
    -¡Ricardo! Tú debes ser Virginia ¿verdad?
    Besa a su primo efusivamente y a continuación se permite dar un repaso descarado a la asustada joven que permanece un tanto cohibida.
    Le gusta lo que ve, un verdadero diamante en bruto que ella personalmente se encargará de pulir.
    -Acompaña a Virginia a a casa y esperadme un momento, enseguida estoy con vosotros.
    Indica extendiendo la mano la escalera de caracol a una callada Virginia y la invita a subir delante de él. Comprende su tímido comportamiento, y también su desorientación ante una situación totalmente nueva para ella.
    Confía plenamente en Brígida, a pesar de no conocer en profundidad sus vivencias más negras, Su bajada a los infiernos como ella misma se encargó de definirlos, sabe que es una mujer extraordinaria en muchos aspectos.
    La puerta de la vivienda se encuentra con la llave puesta en la cerradura y a Ricardo le basta con dar una vuelta y abrir la puerta al reducto más personal de su prima.
    Un reducto al que permite la entrada a muy pocas personas pero que para él siempre está abierto.
    Se ve obligado a empujarla suavemente para que entre ante su total inmovilismo y cierra la puerta a su espalda. La conduce sujetando su brazo y la lleva a la sala donde Brígida pasa la mayor parte del tiempo libre que le permite su trabajo.
    Virginia observa ahora más tranquila la curiosa decoración del hogar de su futura jefa. Se ve claramente que le gusta la lectura.
    Una de las paredes de la espaciosa habitación se encuentra repleta de libros perfectamente alineados y entre ellos puede comprobar que una gran mayoría están escritos en francés.
    Ricardo se da cuenta de su interés y deposita la maleta en el suelo para acercarse hasta donde Virginia se encuentra ensimismada en la contemplación de los volúmenes que Adrien tanto quería y ella tuvo la necesidad de traer junto a la alfombra persa.
    -¿Te sorprende?
    La voz suena a su espalda, muy cerca de su oído y la ligera fragancia que en él es tan personal inunda sus sentidos por un instante.
    -¿Es francesa la señora?
    No se ha vuelto para formularle la pregunta, sus ojos siguen recorriendo las estanterías atestadas de libros intentando comprender algún título.
    -No, Brígida es Española pero pasó muchos años en París y en cierta forma creo que piensa en francés.
    -Ven, siéntate hasta que suba mi prima y más o menos te ponga yo al corriente de algunas cosas que creo que debes saber.
    Lo acompaña hasta el sofá escarlata y en esta ocasión no rehuye su cercanía, necesita saberlo cerca porque aunque no quiera reconocerlo, con él a su lado no puede evitar sentirse protegida.

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  127. Capítulo 130.
    También hay mucho de atracción en la curiosa relación que mantiene con el hombre sentado a su lado. No le costaría mucho aceptar sus atenciones porque es algo que ella desea en el fondo.
    Pero puede más la losa que sepulta su vida y bajo ningún concepto está dispuesta a perjudicarlo en ningún sentido.
    No sólo las palabras de doña Ofelia son las causantes de su rechazo. Es ella, ella que entiende perfectamente el lugar que debe ocupar y no es precisamente a su lado.
    Ricardo reclama su atención con un leve toque en su mano, la sabe muy lejos de allí, en algún lugar al que él no tiene acceso.
    Si acaso, Gloria. Únicamente ella tiene permitido compartir esa parte que con tanto celo esconde a la curiosidad de los demás.
    Ha dado miles de vueltas a los motivos que pueden llevar a una chica tan joven a destilar tanta amargura sin encontrar ninguna respuesta coherente.
    Pocas veces ha permitido vislumbrar a nadie la lógica inconsciencia de la primera juventud,pero sabe que vive dentro de ella aunque tan sola una vez ha podido comprobarlo con sus propios ojos.
    Ocurrió unos días antes de que abandonase la casa la primera vez. Antes de marcharse Gloria a visitar a sus padres.
    Llegó acompañado de Antonio tras toda una jornada fuera de casa, venía cansado y contestó al chófer que guardase el coche cuando éste le preguntó si necesitaría de sus servicios aquella noche y se marchase a casa.
    No pensaba moverse, el día había resultado agotador y prefería cenar temprano, conversar un rato con su madre y después retirarse para preparar una clase de economía que debía impartir al día siguiente.
    Estaba pensando seriamente en dejar las clases que le ocupaban un tiempo del que no siempre disponía.
    Pero siempre posponía la decisión por uno u otro motivo y no terminaba de decidirse. El silencio reina en la casa que a esas horas suele tener movimiento con los preparativos de la cena y se dirige alarmado a la habitación de su madre al no encontrarla como es su costumbre leyendo en el salón.
    Nada,la habitación también está vacía y encamina sus pasos hasta la cocina por si estuviese dando los últimos toques a la cena.
    Tampoco allí encuentra a nadie, es en ese momento cuando le llega el sonido amortiguado de las risas y comprende que provienen de la galería del jardín.
    El buen tiempo ya ha hecho su aparición y es con diferencia el lugar más fresco de la casa.
    Se tropieza con Antonio que ya ha estacionado el vehículo y ha pasado a despedirse de las chicas hasta el día siguiente.
    Se disculpa con él antes de explicarle el retraso de su marcha y consigue arrancarle una sonrisa comprensiva. Unos meses atrás no le hubiese parecido tan divertido, sospechaba con preocupación que a su diligente chófer le atraía Virginia y eso le obligó a ponerse en estado de alerta.
    Sin embargo, estaba equivocado y sus atenciones iban por otros derroteros que pronto comprobó que tenían como destinataria a Gloria.
    -Creo que están el el jardín, Antonio.
    Le invita a acompañarlo y salen juntos a la galería desde donde pueden escuchar con nitidez la risa inconfundible de Gloria acompañada por otra más comedida y que pertenece a Virginia.
    Las dos muchachas juegan alrededor de la fuente de piedra llenando sus manos del agua que mana continuamente de la boca de la rana y se persiguen una a la otra intentando alcanzarse y dar en la diana. Enseguida se percatan de su presencia y las dos al mismo tiempo dan por terminado el juego para intentar componerse mientras abandonan el jardín y acceden a la galería.
    -Buenas tardes, don Ricardo....enseguida disponemos su cena.
    La que habla es Gloria al tiempo que coloca sus rebeldes rizos pelirrojos tras las orejas.
    -¿Y mi madre'
    -Doña Ofelia no vendrá a cenar, llamó a media tarde para comunicar que cenaría en casa de los señores Tresguerres.

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  128. Capítulo 131.
    Se quedó con ese instante de desenvuelta felicidad. Con la complicidad entre dos jóvenes que compartían mucho más que la juventud y supo también que dentro de ella latía aún la niña que un día fue pero no dejaba salir prácticamente nunca.
    Carraspea antes de explicarle a grandes rasgos lo que se espera de ella y tiene la certeza de echarla terriblemente de menos al regresar a su hogar. Un hogar desangelado sin su presencia a pesar de los esfuerzos de la voluntariosa Gloria por tenerlo todo perfecto.
    -Mi prima es un tanto peculiar, ya te darás cuenta de ello y espero que os entendáis bien porque a su lado aprenderás a desenvolverte a la perfección.
    -Llámala Brigitte, lo de Brígida se queda para unos pocos entre los que me incluyo, lo intento pero no lo consigo, siempre fue Brígida para mí y me suena raro llamarla de otro modo.
    No pierde detalle de sus explicaciones, concisas, sin florituras y directas al tema que están tratando.
    -¿Cómo debo llamarla...señorita o señora?
    -Es soltera, por tanto sería mejor llamarla señorita aunque eso es algo que debe decidir ella.
    Les interrumpe la llegada de Brígida que accede a la sala deshaciéndose en disculpas por la tardanza.
    -Os ruego me disculpéis, elegir el modelo para la boda de un hijo es algo que me saca de mis casillas y hoy tengo dos madres en esa tesitura.
    Les sonríe a los dos, con una sonrisa franca que ilumina toda su cara. Virginia tiene la curiosa sensación de estar frente a una mujer absolutamente libre y la recorre una ligera incomodidad.
    -Bien ¿has puesto al corriente a esta encantadora jovencita de las funciones que tendrá que desempeñar de ahora en adelante.
    Ricardo la mira con los ojos entornados, en realidad no sabe los planes que tiene preparados para Virginia, dejó todo eso en sus manos y prefiere que sea ella misma quien los exponga.
    -Creo que nadie mejor que tú para ponerla al corriente, Brígida, yo tengo prisa, me esperan para una charla y sintiéndolo mucho debo marcharme.
    Lo conoce bien, intuye su interés por quedar al margen de sus maniobras y tampoco quiere meter la pata hablando sobre algo que desconoce.
    Se ponen las dos en pie después de hacerlo él y Brígida le propone acompañarlo hasta la calle y de paso hacerle una consulta.
    Él sabe que es una excusa para comunicarlo algo y se despide de Virginia con un leve movimiento de cabeza.
    -Te quedas en buenas manos, Virginia, pero si me necesitas ya sabes donde puedes encontrarme.
    Corresponde a sus palabras musitando un breve “Gracias” y espera hasta verlos salir a los dos para sentarse nuevamente en el sofá y esperar el regreso de doña Brigitte.
    -¿Qué te ha parecido?
    Están bajando la escalera cuando Ricardo le formula la pregunta que quema sus labios y Brígida se detiene en mitad de la escalera para sujetarlo de un brazo y obligarlo a mirarla de frente.
    -Confías demasiado en mí, primo ¿quién puede garantizar que una vez haya pasado por mis manos y abierto los ojos, no vuelvas a verla nunca más?
    Ese es su miedo pero está dispuesto a asumirlo sin reservas y así se lo expresa sin andarse por las ramas.
    -La prefiero libre, Brígida, liberada de algo que no sé qué es, pero la ahoga impidiéndole normalizar su vida. Tiene veintiún años y su comportamiento no se corresponde con su edad.
    En la boutique sólo queda una señora a la que Rosario está terminando de atender. Apenas falta una hora para el cierre del medio día y Brígida da por terminada su jornada por el día de hoy.
    Quita una mota imaginaria del cuello de la chaqueta de su primo y le dedica una de sus luminosas sonrisas.
    Me gusta tu sonrisa, Brígida, es la sonrisa de una mujer feliz.
    -¡Ah....! Querido Ricardo, la felicidad es algo relativo como tú mismo habrás podido comprobar en infinidad de ocasiones, digamos....digamos que soy una superviviente.

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  129. Capítulo 132.
    Lo dice sin dejar de sonreír, sonrisa en sus labios pero velo de tristeza en sus ojos. Unos ojos que han visto pasar ante ella tantas y tantas cosas que es mejor mantener relegadas al olvido, en el baúl en el que un día decidió guardar los sueños que jamás llegaron a convertirse en realidad.
    -Te he acompañado porque creo necesario ponerte en antecedentes de mis planes respecto a la chica, quiero contar con tu beneplácito.
    Alguien que no la conoce como la conoce él puede llegar a conclusiones equivocadas, pensar en una mujer de moral algo relajada por su forma de llevar las riendas de su vida.
    Sin ataduras de ningún tipo, dueña de su propio negocio e independiente. Insultantemente independiente en una sociedad en la que la mujer depende para todo de la supervisión de un hombre.
    -No es necesario, Brígida, simplemente dejo la decisión en tus manos y sólo te pido una cosa......mantenme informado.
    Ese es su punto débil, el temor a perder el contacto y quedar totalmente al margen de su vida.
    -Dalo por supuesto, Ricardo.
    Está todo dicho entre ellos, se despiden afectuosamente y Brígida permanece en pie hasta perderlo de vista en la primera esquina. Le recuerda tanto a Adrien que de nuevo la asalta la melancolía al pensar en su dolorosa ausencia.
    Se sacude de encima los recuerdos y regresa al interior de la boutique saludando a la señora que ya se marcha y dándole instrucciones a Rosario.
    -Me tomaré el resto del día libre, Rosario ¿Crees que podáis arreglaros vosotras solas?
    -Creo que sí, doña Brigitte, si surge algún imprevisto ya lo pongo en su conocimiento.
    Sube de nuevo a la vivienda donde la espera Virginia mientras algo de la situación le trae a la memoria a Margot. Parecen haberse invertido los papeles y regresa a los lejanos tiempos en los que su situación era muy parecida a la de la muchacha que sigue sentada en el mismo lugar que la dejó.
    Ahora es ella Margot y Virginia puede en cierta forma ser la Brígida destrozada que encontró refugio y consuelo en los brazos acogedores de una mujer que la ayudó a resurgir de sus cenizas.
    -¿Sabes cocinar, Virginia?
    La espontánea pregunta la pilla de improviso y se levanta con rapidez del sofá aunque Brígida le indica que de nuevo tome asiento y ella lo hace en el sillón situado frente a ella.
    -No, tranquila, quiero más o menos saber las tareas que puedes llevar a cabo y planificar tu tiempo de una forma razonable.
    -No sé si mi primo te ha contado algo relativo a tus funciones.
    Ante la negativa de la muchacha, Brigida enciende un cigarrillo y busca unos folios que pone en la mesa extendidos, comienza a dibujar unas casillas con una serie de horas en cada una y durante varios minutos se dedica a escribir con una caligrafía perfecta.
    Su letra es pequeña y de trazo armonioso, las casillas cuentan en algunos casos con graciosas margaritas que ella va dibujando al mismo tiempo que escribe.
    Pone los folios frente a ella pero impide que los lea en ese momento, prefiere darle las indicaciones de viva voz y dejar el papel para más adelante.
    -No es necesario que lo estudies ahora, es una planificación general para organizarnos el día, Virginia.
    -Serás una especie de asistente, te encargarás de todo lo relativo a la casa pero también quiero que me ayudes con el trabajo de la boutique.
    Virginia no ve ningún problema, sabe llevar una casa a la perfección y más si es para una persona sola y la casa no tiene ni de lejos las dimensiones en las que trabajó durante tres años.
    -¿Cómo debo dirigirme a usted?
    La pregunta la sorprende pero entiende que se la haga para poner las bases de su relación futura.
    -Brigitte, para tí seré Brigitte.
    -¿Señora...o señorita?
    -Brigitte a secas, niña.

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  130. Capítulo 133.
    Abril, 1961.
    El concurrido salón ofrece un aspecto algo distinto al que tenía en vida de doña Ofelia. Se han retirado algunos muebles para dejar espacio a los numerosos invitados al cuarenta y cinco cumpleaños de Ricardo Valdemoro y Antonio se ha encargado de colocar otra mesa por indicación de su mujer ante su inquietud por quedarse sin espacio para tantas bandejas con comida.
    Gloria se encuentra en su quinto mes de embarazo y la incipiente barriga comienza a a notarse claramente.
    Se mueve nerviosa por la cocina dando indicaciones a las dos chicas encargadas de ayudarle para la ocasión y supervisa todas y cada una de las bandejas antes de ser trasladadas al salón.
    Se negó a la propuesta de don Ricardo para organizar la celebración en otro lugar y liberarla del trabajo que suponía una fiesta para más de treinta invitados.
    En los cuatro años que llevaba trabajando en su casa, Gloria se había convertido en una especie de ama de llaves que aunque contaba con la ayuda de una chica de servicio, era ella la que tenía la última palabra en todo lo referente a las necesidades de una casa de esas dimensiones.
    Ya están todos los invitados dando buena cuenta de la exquisita cena a la que ha dedicado toda la jornada. Es una cena fría servida como aperitivos y en la que ha tenido mucho que ver Brigitte.
    Se involucró personalmente en los preparativos y de ella fue la idea de una cena en la que cada uno pudiera servirse a su gusto.
    Ahora agradece su ayuda, le gusta la modernidad que rezuma la prima del señor y la celebración está resultando todo un éxito.
    Toma asiento en la cocina y mira sus pies hinchados, lleva desde la seis de la mañana sin dejar de moverse un sólo instante y a estas horas de la noche ya le está pasando factura el embarazo.
    Una mano presiona levemente uno de sus hombros y el perfume delata a la persona que se encuentra a su espalda.
    -¿No deberías estar con los invitados?
    La mano deja de presionar su hombro y su dueña se sienta frente a ella dedicándole una tierna sonrisa.
    No deja de asombrarle el cambio experimentado por Virginia desde que se marchó definitivamente de su lado y comenzó a trabajar con doña Brigitte.
    Es una mujer nueva en el aspecto físico, nada queda en ella de la joven que no prestaba ninguna atención a su apariencia.
    Recorre con admiración su figura enfundada en un traje de chaqueta azul turquesa. Sus manos perfectamente cuidadas y su corte de pelo muy parecido al de doña Brigitte.
    Un maquillaje sutil en el que no hay lugar al exceso y un brillo en los ojos poco habitual. Pero no la engaña, no a ella que sabe de su herida abierta.
    Les interrumpe la acalorada llegada de la chica de servicio que busca a Gloria para darle un recado.
    -Gloria, don Ricardo me pidió la camisa que planchamos esta tarde, le han manchado la suya ¿dónde la dejaste?
    Gloria le indica el cuarto de la plancha al lado de la cocina y se sorprende al ver levantarse de la silla a Virginia.
    -¿Te vas?
    Le guiña un ojo y quita la camisa de las manos a la muchacha dejándola boquiabierta.
    -Ahora vuelvo, yo le llevaré la camisa a don Ricardo ¿está en su habitación, Encarna?
    La muchacha asiente y las deja a las dos en la cocina para dirigirse a la habitación que se encuentra en el lado opuesto del salón, evita a los invitados y golpea la puerta sin esperar la autorización para entrar.
    Don Ricardo está en el baño y su voz le llega con claridad por la puerta entreabierta.
    -Gracias, Encarna, deje la camisa sobre la cama.
    Sale instantes después con el torso desnudo y se queda inmóvil al verla frente a él tendiéndole la camisa blanca que lleva en las manos.

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  131. Capítulo 134.
    La coge de sus manos y se la pone en silencio, silencio sólo roto al abrochar los botones de la camisa y pedirle ayuda para colocar los gemelos.
    Ella se acerca y con movimientos hábiles introduce las dos pequeñas joyas en los puños de su camisa.
    Tan cerca y tan lejos, durante estos tres años han coincidido en infinidad de ocasiones y siempre su mirada prendida de ella como esperando la respuesta que tanto tiempo lleva esperando.
    -¿Te aburres en la fiesta?
    Le da la espalda para introducir los faldones de la camisa dentro de los pantalones y consigue nuevamente despertar su ternura. Inmerecido considera el enorme respeto en el trato que le dispensa.
    Se da la vuelta y alcanza la corbata para ponérsela, pero ella se la quita de las manos y procede a realizar el nudo al mismo tiempo que contesta a su pregunta.
    -No me aburro ¿por qué piensas eso?
    Le llega su aliento con un leve aroma a tabaco rubio, las manos en su cuello lo perturban hasta límites insoportables y las retira con suavidad sin dejar de mirarla a los ojos.
    -Será mejor volver al salón, los invitados estarán preguntándose dónde nos hemos metido.
    Sabe que ha conseguido ponerlo nervioso y ese nerviosismo le produce una gran satisfacción. Delata claramente que todavía sus sentimientos siguen siendo los mismos respecto a ella y eso le gusta.
    Abandona la habitación precedida a corta distancia por el anfitrión de la velada y hacen su entrada por separado.
    Brigitte sin embargo sabe que han estado juntos y no tarda en ponerse a su lado para recabar información de primera mano.
    -¿Dónde habéis estado metidos?
    Le habla casi en susurros para evitar ser escuchada por nadie y la sujeta por el brazo retirándola a una esquina del salón.
    -Yo estaba en la cocina hablando con Gloria....
    No la cree, la ha moldeado a su imagen y semejanza en demasiados aspectos como para tragarse sus excusas.
    -Espero que sepas lo que haces, Virginia, puedo perdonarte muchas cosas pero no pienso permitir que le hagas daño.
    La ofende, nadie mejor que ella conoce sus sentimientos y un comportamiento intachable en el que no tiene cabida ningún tipo de frivolidad.
    Muchas veces le ha recriminado su apatía, el rechazo sistemático a cualquier acercamiento que provenga de un hombre.
    -Puedes estar tranquila, Brigitte, Ricardo es cosa mía y jamás le haría daño.
    Han hablado mucho sobre el tema, a las frecuentes preguntas por su negativa a permitir a ninguno de sus pertinaces pretendientes establecer ningún contacto con ella.
    Virginia siempre tiene la respuesta precisa, no le interesa ninguna relación sentimental y eso es algo incuestionable.
    Han llegado a un grado de confianza en la que no caben los secretos entre ellas, en las largas noches de invierno la ha escuchado desgranar su tragedia personal sin omitir detalle alguno.
    Sus años en París y el amor descubierto demasiado tarde y que la ha convertido en una mujer de vuelta de todo.
    Pensó en hacerla partífice de su herida más profunda, corresponder a su confianza, pero en el último momento dio marcha atrás.
    No tenía la menor duda de que pondría el grito en el cielo y removería Roma Con Santiago para reparar la injusticia.
    No puede permitirlo, el escándalo perjudicaría a su familia y sabe con total seguridad que tiene perdida la partida de antemano.

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  132. Capítulo 135-
    Parece arrepentirse de sus palabras y le dedica una mirada cómplice al tiempo que bebe un nuevo sorbo a la copa de champán que lleva en la mano.
    Sabe perfectamente de los buenos sentimientos de Virginia y aunque ésta no le haya confesado nada aún, nada escapa a su ojo clínico y en los últimos meses le ha parecido ver un cambio en la relación que mantiene con su primo.
    La fría barrera que impuso al principio entre los dos va dando paso a una relación más fluida y en la que parecen haberse invertido los papeles.
    Ahora es ella la que parece buscarlo poniéndolo muchas veces en un compromiso. Tiene la seria convicción de que se siente atraída por él aunque no quiera ni confesárselo a sí misma.
    Ha perdido en este tiempo muchos de sus miedos, es una mujer mucho más segura en todos los aspectos y tiene una mano maravillosa para tratar con las clientas de la boutique.
    Envidia su infinita paciencia, la calma con la que aguanta a señoras insoportables que ponen a prueba la paciencia del santo Job.
    -No deberías beber más champán, Brigitte.
    Se lo dice bajito pero con un deje de advertencia en su voz. No sería la primera vez que abusa de dicha bebida y se ven en una situación comprometida.
    Su respuesta se limita a un encogimiento de hombros y la deja en la esquina para integrarse en uno de los corrillos de los más rezagados en marcharse.
    Decide regresar a la cocina y ver cómo se encuentra Gloria, las muchachas se están encargando de recoger las mesas y tan solo quedan ahora las bebidas y algunas bandejas con dulces para los más golosos.
    Antonio le está echando una mano y al verla pasar le hace una señal para que se acerque. Le señala los pies hinchados de su mujer y en su cara puede ver muestras de una gran preocupación.
    -Digo, Virginia que no es normal la hinchazón de sus pies ¿verdad?
    Le quita importancia al tiempo que pasa cariñosamente la mano por su espalda. Ha tenido suerte Gloria de enamorarse de un hombre tan bueno.
    -No es nada, Antonio, lleva en pie muchas horas y en su estado es normal que se le hinchen los pies ¿por qué no te retiras ya, Gloria?
    Les dirige una mirada irónica a los dos y sigue enfrascada en apilar las bandejas vacías, no piensa permitir desorden en su cocina.
    Permanece ayudándola a pesar de sus protestas durante algo más de una hora hasta que la voz preocupada de Antonio le indica que lo acompañe.
    Avanza junto a él en dirección a la habitación que perteneció a doña Ofelia y comprueba consternada que Bigitte permanece tumbada en la cama profundamente dormida.
    -Ha bebido más de la cuenta y don Ricardo consiguió sacarla del salón y me pidió que la acomodara en el dormitorio de la difunta señora, también me dijo que te diera aviso.
    Virginia mueve pesarosa la cabeza y le da las gracias, cierra la puerta cuando él sale y se esfuerza por quitarle la ropa y tratar de arroparla para que no se enfríe.
    No logra entender su comportamiento en algunas ocasiones, pareciese que quisiera huir de alguien o de algo refugiándose y ahogando sus penas en alcohol.
    Permanece a su lado vigilando su inquieto sueño y decide salir a la galería al comprobar que el sueño es más profundo.
    Ya no queda nadie en la casa y tan solo la luz de la cocina permanece encendida, no le quedará más remedio que dormir al lado de Brigitte y regresar al día siguiente a su casa.
    Enciende un cigarrillo en la oscuridad al tiempo que apoya sus brazos en la barandilla de piedra, el silencio en el jardín sólo se ve perturbado por el sonido del agua de la fuente y unos pasos a su espalda que le indican que no está sola.
    Sabe que es él por el olor de su colonia y se vuelve con calma para observarlo a placer. La noche es fresca y se abraza a sí misma hasta que Ricardo se quita la chaqueta y la pone sobre sus hombros demorándose en el contacto. Su aliento huele ligeramente a alcohol y sospecha que se encuentra algo achispado.

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  133. Capítulo136.
    El brillo de sus ojos lo delata. Durante toda la noche los ha sentido clavados en su espalda a pesar de no haber coincido con él más que en el momento de llevarle la camisa.
    El acercamiento entre ambos ha sido progresivo durante estos años y hace tan solo unos meses que comenzó a tutearlo a petición suya.
    Ocurrió durante una fiesta a la que asistió acompañando a Brigitte y no le pareció casual la posición de las sillas que ocuparon.
    Uno al lado del otro manteniendo una charla intrascendente durante toda la cena hasta el momento de la despedida en que se vio obligada a solicitar su ayuda para poder controlar a Brigitte que de nuevo se había pasado con el delicioso champán que sirvieron a los postres.
    Ricardo se hizo cargo de su perjudicada prima y entre Antonio y él consiguieron acomodarla en el automóvil al que se negaba a subir.
    Adivinó el disgusto de Virginia aunque sospechaba que no era la primera vez que algo así sucedía y despidió a Antonio mandándolo de regreso a casa para mantener una conversación en profundidad con su prima.
    Intento totalmente infructuoso por su parte. Brigitte se encontraba absolutamente ebria y se conformó con ayudar a Virginia a llevarla a su habitación y meterla en la cama.
    Una vez instalada, la mirada inteligente de Ricardo reparó en la palidez que cubría la cara de la muchacha y la siguió hasta la sala donde ocupó un sitio en el sofá e indicándole que se sentase a su lado.
    Esta vez no declinó su invitación, estaba mentalmente agotada y francamente preocupada por el proceder de Brigitte, inmersa en una espiral de autodestrucción que lograba arrastrarla también a ella.
    -No es la primera vez que sucede esto ¿verdad?
    Intenta quitar hierro al asunto, restar importancia a un episodio que se ha repetido algunas veces en el último año.
    Ya no la trata como a la adolescente que llegó a su vida casi seis años atrás. Sabe que ya es una mujer próxima a cumplir veinticinco años y que ha madurado a pasos agigantados.
    -Bueno....alguna vez ha sucedido, don Ricardo pero no piense usted que....
    El tratamiento de usted le molesta esta noche especialmente y le impide continuar invitándola a guardar silencio.
    -Creo que ya va siendo hora de tutearme ¿no crees?
    Vuelve a sonrojarse como cuando era más jovencita y comprende que todavía está en inferioridad de condiciones frente a él. Sabe perfectamente capear el temporal ante los muchos moscones que revolotean a su alrededor, pero ante este hombre no es ese el caso.
    -No creo que sea una buena idea, don Ricardo....
    -¿Tú crees? Yo opino lo contrario, me haces sentir un viejo a tu lado y pienso que no puedes tener quejas de mi comportamiento respecto a ti, he cumplido mi palabra ¿me equivoco?
    No , no lo hace, ningún reproche tiene hacía su conducta, impecable hasta el punto de a veces resultarle dolorosa la distancia que impone entre los dos.
    Desde esa noche comenzó a tutearlo y la relación se relajó hasta convertirse en una amistad en la que latía la complicidad y mucha admiración por ambas partes.
    Sujeta la chaqueta por las solapas y la cierra sobre su cuerpo que acusa el frío del mes de abril. Lo observa con atención y le habla con el sarcasmo aprendido de Brigitte.
    -Me parece que no sólo Brigitte se ha excedido con el champán......
    Le divierte la burla en su voz, y sí, posiblemente haya tomado una copa de más pero en modo alguno supone una merma de sus facultades.
    Al contrario, el champán ha dado alas a su audacia y se acerca peligrosamente hasta Virginia que permanece expectante a la espera de acontecimientos.
    La barandilla de piedra a su espalda le impide retroceder y su cuerpo le impide avanzar por lo que decide mantenerse en el mismo lugar.



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  134. Capítulo 137.
    He cumplido mi palabra, le dijo, pero esta noche tiene la impresión de que tiene la seria intención de faltar a ella.
    Ahora ya no le tiene miedo, simplemente tiene dudas de dar un giro a su relación que implique involucrar sentimientos que no está en disposición de compartir con nadie.
    Termina acorralada entre la barandilla y su cuerpo, una determinación desconocida en sus ojos es más explícita que cualquier palabra y sabe que ha llegado al límite de su aguante espoleado por los efectos del champán.
    Champán que ha logrado tumbar a Brigitte y ha dinamitado el muro que ´habían construido entre los dos.
    Recorre con dos dedos el contorno de su garganta y baja despacio por el escote abierto de la camisa que lleva bajo la chaqueta. Ella contiene la respiración esperando que recapacite en el último momento y suelta lentamente el aire retenido en sus pulmones cuando él detiene sus dedos justamente al llegar al nacimiento de su pecho.
    Reconoce tener mucho más templados los nervios, una situación mucho menos íntima consiguió su huida despavorida de la casa casi cuatro años antes.
    Hoy ya no queda nada de aquella chica asustada y posiblemente ese aplomo sea el que lo hace ir un paso más allá y busca su boca con mucha menos delicadeza que lo hizo entonces.
    Aprisiona su boca al tiempo que la aplasta contra la piedra logrando trasmitirle el fuego que lleva dentro. Un fuego que consume a los dos con la misma intensidad y parece detener el tiempo.
    Le resultaría tan fácil abandonarse a las caricias que la recorren cada vez más descaradamente. A la urgencia que le trasmite a través de la ropa y despierta una alarma dormida en su cabeza.
    La libera de la presión y Virginia piensa que al final ha conseguido imperar la cordura en el despropósito en que ha terminado la noche.
    Nada más lejos de su intención, la sujeta de la mano y prácticamente la conduce a rastras hasta abandonar la galería y llegar hasta la puerta de su dormitorio.
    Nunca vio en él una pérdida de papeles semejante, dejar de lado su más que demostrada prudencia y su infinita paciencia.
    Le deja hacer, se mantiene en silencio cuando lo ve quitarse la corbata ya en el interior del dormitorio y desabrochar los puños de la camisa.
    Ella permanece apoyada sobre la hoja de madera cerrada y sólo abre la boca al verle desabrochar la hebilla de su cinturón negro.
    -¿Qué estás haciendo, Ricardo?
    -Somos adultos, Virginia ¿de verdad no sabes qué significa esto?
    Le resulta difícil de creer pero sus intenciones están más que claras, no consigue entender el cambio operado esta noche en un hombre con los nervios de acero.
    -No pretenderás que me meta en la cama contigo ¿verdad?
    Se detiene en el segundo botón de la camisa y la mirada que le dirige tiene mucho de desconcierto.
    -Pensé que tú también lo deseabas, o eso me pareció.
    Le pareció, posiblemente tenga razón y ella también ha sido responsable de su confusión. Se encuentra inmersa en una situación que ha escapado ampliamente de sus manos.
    -Lamento haberte dado esa impresión, Ricardo pero me parece necesaria una aclaración por mi parte.....
    Acorta la distancia que la separa de ella y puede comprobar que si en algún momento tuvo la sensación de que estaba algo achispado, en estos momentos está totalmente sobrio.
    -¿Cuándo te vas a dar una oportunidad, Virginia?
    -¿A qué te refieres?
    -Me refiero a tu pasado, nada puedes solucionar flagelándote por algo de lo que no fuiste responsable, a eso me refiero.
    Frío, el frío recorre su espina dorsal y amenaza con cortar su respiración. Él lo sabe y esa certeza provoca que sus piernas se nieguen a soportar el peso de su cuerpo por más tiempo.

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  135. Capítulo 138.
    Consigue alcanzar uno de los sillones y deja caer su peso en él. No alcanza a imaginar la manera en la que ha podido acceder a una información conocida por contadas personas.
    Una luz parece abrirse camino en su abotargada cabeza al tiempo que la ira hace su aparición cuando se dirige a él arrastrando las palabras.
    -Ha sido Gloria ¿verdad? No podía mantener cerrada su bocaza y ha terminado traicionándome de la manera más vil.
    Ricardo parecer calibrar su estado de ánimo,furiosa es un calificativo que se queda corto al ver su reacción y su cara trasfigurada en un gesto de rabia e impotencia.
    Toma asiento frente a ella y espera unos segundos hasta ver normalizada su agitada respiración.
    -No...no ha sido Gloria,
    No lo cree, está tratando de protegerla y para ello no dudará en negarlo una y otra vez. Ni tan siquiera le ha confesado nada a Brigitte, a una mujer que le ha abierto su corazón y la ha hecho depositaria de sus más íntimos secretos.
    -Acepta mi ayuda, Virginia, juntos podemos intentar recuperar a tu hijo.
    ¡Cállate! Acompaña su grito golpeándolo una y otra vez ciega de ira hasta que él consigue reducirla y la abraza hasta el punto de impedirle respirar.
    Poco a poco consigue calmarla sin soltar la presa y susurrando a su oído palabras llena de cariño hasta que deja de luchar.
    Una extraña languidez parece adueñarse entonces de todos los miembros de su cuerpo. Imágenes relegadas por propia voluntad al olvido parecen acudir ahora para burlarse descaradamente de ella.
    “Estúpida, mil veces estúpida, sin vida que vivir porque hasta eso te arrebataron y tú lo estás permitiendo”
    El tremendo esfuerzo le ha provocado una sudoración que transpira por todos los poros de su piel. Necesita acuciantemente meterse bajo la ducha y abandona el sillón al tiempo que se desprende de la chaqueta y comienza a desabrochar la camisa.
    -¿Puedo usar el baño? Necesito lavarme.
    Le indica con la mano la puerta del lavabo y la ve desaparecer en su interior para escuchar a continuación el agua de la ducha correr, se agacha para recoger la chaqueta que ha lanzado al suelo y la pone sobre el respaldo del sillón sentándose acto seguido para esperar su salida.
    No le ha dicho toda la verdad. Sí fue Gloria quien puso en su conocimiento todos los detalles que con tanto celo guardaba Virginia en su interior.
    Pero lo hizo obligada por unas circunstancias de las que no era responsable en absoluto.
    Una carta olvidada precipitadamente en la mesa de la cocina fue el desencadenante que hizo aflorar a la luz años de completo silencio.
    Era el día libre de Antonio y Gloria y Pensó en hacerles un regalo especial con motivo de su matrimonio celebrado quince días antes en la tierra de la novia. Les reservó mesa en uno de los restaurantes más lujosos de Madrid y les pagó una comida que difícilmente olvidarían.
    Luego les hizo entrega de dos entradas para un espectáculo muy de moda en aquellos días en la capital y él canceló la visita a unos amigos por un incipiente dolor de cabeza.
    Regresó a casa y se dirigió a la cocina para buscar un vaso con agua para acompañar las dos píldoras, sentarse tranquilamente en su despacho y leer un rato.
    La carta estaba fuera del sobre doblada por la mitad, pero no fue precisamente la carta lo que llamó su atención.
    La fotografía, una foto en blanco y negro donde se veía un niño de unos seis años de edad aproximadamente. Algo en la cara sonriente llamó su atención y durante unos instantes permaneció aturdido hasta establecer el vínculo que desde un primer momento lo impulsó a examinar la fotografía.
    Le dio la vuelta y pudo leer las casi ininteligibles palabras escritas en el reverso “ El niño Moisés Sagasta-Bris Zavala”
    Sabe que no debe hacerlo pero algo le impulsa a tragarse sus escrúpulos y despliega la carta.

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  136. Capítulo 139.
    La carta está fechada una semana atrás y tiene que esforzarse para entender la letra. No está muy acostumbrada la persona que la escribe a hacerlo de forma habitual y las numerosas faltas de ortografía consiguen arrancarle una sonrisa comprensiva.
    “Querida hermana, esperamos que estés bien a la llegada de esta carta, por aquí estamos todos bien y todavía recordando tu boda.
    Nos causó a todos muy buena impresión el que ya es tu marido y esperamos que seas feliz a su lado.
    Mucha tristeza sentimos todos por la ausencia de Virginia pero ante eso nada podemos hacer.
    Lucía no lleva bien la separación de su hija y me rogó que te hiciese llegar una foto que Casilda consiguió sustraer en la casa principal, me dice que seas tú quien decida si es conveniente que Virginia la vea.
    El niño es una preciosidad, dice madre que se parece mucho a su Virginia y ha heredado de ella el lunar de la boca. A pesar de la vigilancia de doña Concha que no lo pierde de vista en ningún momento. Don Moisés sí lo saca a pasear a veces y le permiten jugar con los niños de Emilia cuando están en la finca.
    Aquí nadie osa recordar lo sucedido, lo tenemos terminantemente prohibido y casi nunca hablamos de ello.
    Pero Pascual acusó el golpe al enterarse y su salud no es muy buena últimamente. Los chicos ya son unos muchachos fuertes y sanos que trabajan como mulas aunque Miguel me comentó hace unos días su intención de buscarse la vida en otro lugar.
    Ya son grandes para entender el sacrificio que su hermana hizo por todos ellos y las ansias de venganza deben ser frenadas por Lucía cada vez más frecuentemente.
    Decide tú si es aconsejable que conozca a su hijo, en caso contrario, guarda la fotografía lejos de su alcance.
    Tus padres y tu hermano que te quieren”
    Tiemblan ligeramente sus manos al dejar la carta sobre la mesa. Algo no le cuadraba en el comportamiento huidizo y esquivo de Virginia con respecto a su familia.
    Al contrario que Gloria. Nunca regresó a visitarlos y todavía recuerda el encontronazo provocado al ser requerida por los motivos que le llevaban a no aprovechar sus días de vacaciones para ir a visitar a su familia.
    Tiene un hijo al que ni siquiera conoce y ahora sabe que la separación de su familia no es algo voluntario, sino impuesto.
    El dolor de cabeza se acentúa y abandona la cocina en dirección a su despacho con un amargo sabor de boca. Se lleva consigo la carta y la decisión es firme cuando dos horas más tarde escucha las risas contenidas de Gloria y Antonio.
    Sabe que Gloria lo buscará al ver la luz encendida del despacho y no se equivoca. Unos suaves golpes en la puerta le anuncian su llegada.
    -No sabía que regresaría tan pronto, don Ricardo ¿le preparo la cena?
    -No, no tengo hambre pero podéis cenar Antonio y tú.
    Niega con su cabeza llena de rizos pelirrojos y una amplia sonrisa se dibuja en su cara, un brillo chispeante aparece en sus ojos y el agradecimiento sale atropelladamente de su boca.
    -Hemos tomado algo al salir de la zarzuela, le agradezco mucho el detalle que ha tenido con nosotros, don Ricardo.
    Le quita importancia con un gesto y le muestra la carta desplegada acompañada de la fotografía provocando en la muchacha una palidez cadavérica.
    -¿Qué significa esto, Gloria?
    El sonoro sollozo le obliga a abandonar de inmediato el sillón y trata sin conseguirlo de evitar el llanto desgarrado que parece surgir como un torrente de una asustada Gloria.
    -Por favor, no llores, Gloria, siento haberte date este disgusto.
    Ella consigue controlar las lagrimas y le habla entre hipidos que le impiden entenderla bien. La ayuda a tomar asiento y le ofrece su pañuelo un tanto avergonzado.

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  137. Capítulo 140
    -No tenía derecho a leer esa carta....don Ricardo...no lo tenía.
    Entiende su posición y su reproche pero no se arrepiente de haberlo hecho. La deja tranquilizarse y acude a la cocina para llevarle un vaso de agua encontrándose con Antonio sentado a la mesa.
    -Antonio, tengo que hablar un asunto con su mujer ¿le importa esperar?
    -No, por supuesto que no, lo que quiero es descansar los pies, hemos recorrido medio Madrid.
    Lo deja que continúe leyendo el periódico y regresa al lado de Gloria que todavía tiene un importante sofoco.
    Le ofrece el vaso de agua y espera a que beba, no le pasa desapercibido el temblor de sus manos al sujetar el vaso.
    Comprende su disgusto al pensar en lo que ella considera una traición en toda regla a una amiga que confía en ella ciegamente.
    -Quiero que me escuches con atención, Gloria, no debes sentirte culpable por algo que es responsabilidad sólo mía. Me gustaría que fueses sincera y me cuentes la verdad sobre el pasado de Virginia.
    No puede creer lo que escucha. Si ha pensado que va a traicionar la confianza de Virginia está muy equivocado y así se lo hace saber.
    -Lo siento, don Ricardo pero esto no le incumbe a usted, es algo que sólo Virginia puede contar.
    Por eso le está preguntando a ella. Sabe perfectamente que jamás la propia Virginia se atrevería a confesarle algo que ha mantenido celosamente oculto.
    -Gloria, por lo que he podido leer en la carta, Virginia tiene un hijo al que ni siquiera conoce, algo o alguien le impide mantener contacto con su familia y tú que te jactas de ser una hermana para ella
    ¿prefieres seguir guardado silencio?
    -Usted no puede entenderlo, don Ricardo, la vida no es siempre como nosotros queremos o nos gustaría que fuese.
    Sus palabras suenan amargas, rezuman un resentimiento que ya había presentido también en Virginia en muchas ocasiones.
    -Nuestras vidas en muchos casos las forjamos nosotros mismos, Gloria. Déjame ayudarla....por favor.
    Nunca en los años que lo conoce le ha mostrado una parte tan íntima de su ser. Siempre educado y considerado, pero en estos momentos le está abriendo su corazón y una pregunta que durante años ha rondado su mente termina abriéndose paso incapaz de contenerla por más tiempo.
    -Perdone que le pregunte esto, don Ricardo ¿Ocurrió algo entre usted y Virginia cuando ella se marchó de aquí?
    La pregunta lo pilla desprevenido y se levanta del sillón para estirar las piernas mientras medita la respuesta. No puede exigir a nadie, nada que él no esté dispuesto a dar.
    -¿No te contó nada Virginia?
    Lo sabía, algo pasó entre ellos y por mucho que insistió e insistió, no consiguió arrancárselo.
    -No...y no sería por no intentarlo, siempre pensé en algún motivo para entender su marcha pero ella se negó a satisfacer mi curiosidad.
    Si le pide sinceridad y confianza a la muchacha, se siente en la obligación de corresponderle en la misma medida.
    Evalúa las consecuencias de desnudar su alma frente a Gloria y considera que puede convertirse en una fiel aliada al ser conocedor de su fondo extremadamente sensible aunque pretenda enseñar un lado despreocupado y alegre.
    -Virginia se marchó por mi culpa....no supe administrar los tiempos y conseguí el efecto contrario a al que perseguía. Alejarla de mi lado sin dejarme un resquicio para la esperanza.
    Gloria lo mira con los ojos desorbitadamente abiertos, no ha entendido la mayoría de las cosas que ha dicho, pero algo le queda claro.
    A este hombre le gusta Virginia, como mínimo, y ella que tan lista se cree ha tenido la respuesta frente a sus narices y no ha sabido verla.


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  138. Capítulo 141.
    -¿Qué te dijo exactamente Virginia cuando se marchó la primera vez?
    Se mueve inquieta en el asiento, creyó a su amiga en cuanto a las diferencias que mantenía con don Ricardo y que según ella se recrudecieron debido a la ausencia de doña Ofelia y encontrarse sola con él en la casa
    En ningún momento consideró que hubiese habido una falta de respeto por parte de don Ricardo porque nunca demostró el más mínimo gesto de faltar el respeto a nadie, y mucho menos a una mujer.
    Tuvo que conformarse con sus confusas explicaciones respecto a su marcha y tragarse el enorme disgusto. Sí le causó perplejidad la advertencia de ambos para mentir a doña Ofelia y justificar la marcha de Virginia situándola con su familia y cuidando a su madre enferma cuando ésta goza de perfecta salud.
    -Me habló de algunas diferencias con usted y también me previno para evitar que su madre se enterase de la verdad.
    -¿Qué verdad?
    -No sé, don Ricardo, eso tendrá que explicármelo usted.
    De nuevo se encuentra ante la chica animosa y divertida, lejos queda ya la mujer dominada por el pánico minutos antes.
    -Virginia se marchó la primera vez porque supo de mis sentimientos hacía ella. La segunda fue porque se los reiteré y le propuse matrimonio, esa es la única verdad.
    ¡Valiente farisea! La exclamación espontánea de Gloria lo sorprende por su vehemente reacción ante algo que ignoraba completamente.
    -Esta muchacha es imbécil, montar tanto jaleo por una simple propuesta de matrimonio. Yo le dije que sí a mi Antonio la primera vez que me lo pidió.
    Consigue hacerlo sonreír primero, y reír abiertamente después. Opina lo mismo que ella pero en esta historia no pueden olvidarse de la otra parte involucrada.
    -Estaba en su derecho de rechazarme, Gloria.
    Puede ser, nadie está obligado a ceder ante algo con lo que no está de acuerdo y posiblemente la traumática experiencia sufrida por Virginia obró en su contra.
    -Por supuesto, don Ricardo ¿pero piensa que fue necesario cortar con todo de una forma tan radical?
    Le pareció excesivo en su momento y se lo sigue pareciendo ahora a pesar del tiempo trascurrido. Sin embargo no se arrepiente de ponerla en manos de su prima, le gusta el resultado operado en una mujer que parece haberse encontrado a sí misma.
    -Gloria.....necesito saber todo lo que rodeó a Virginia antes de venir aquí. Carolina me habló en su momento de la familia Sagasta-Bris, apellidos del niño de la fotografía que claramente no es hijo de la mujer de Moisés.
    Se queda muda por la sorpresa, encerrada en un callejón sin salida y viendo las cosas de una forma totalmente distinta.
    -¿Conoce a don Moisés?
    Lo ve fruncir el ceño, de nuevo decide ocupar el sillón frente a ella y emplearse a fondo con la muchacha, ya la tiene donde quería.
    -Sí, fue compañero mío en la universidad, de eso hace ya muchos años y la verdad es que no lo he visto mucho desde entonces. Sí mantenía mucha relación con el marido de Carolina y su mujer era muy buena amiga suya.
    Lo sabe, Pepa fue recomendada suya para entrar al servicio de doña Carolina y a su vez, ésta propició la llegada de Virginia a Madrid para trabajar con doña Ofelia.
    -¿Es Moisés Sagasta el padre del hijo de Virginia?
    Directo, sin paños calientes que a estas alturas es un ejercicio estéril que no piensa permitirse.
    -Por favor, don Ricardo....no me obligue a traicionarla.....
    -Formularé de nuevo la pregunta ¿cómo pudo permitir que le robasen su hijo y lo criase otra mujer?
    Esperaba otra cosa, la verdad y estoy muy decepcionado con su comportamiento....

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  139. Capítulo 142.
    Intenta provocar su indignación y de paso desatar su lengua, se arriesga también a que se cierre en banda y no acceda a darle información de ningún tipo.
    -Las cosas no son como usted piensa, don Ricardo. Yo entonces era muy joven y tardé en comprender la encrucijada en la que se vio inmersa Virginia.
    La culpé en un principio de todo lo sucedido, más tarde comprendí que mi rencor tenía mucho de egoísmo. Nunca antes nos habíamos separado y su marcha supuso para mí un abandono que no era capaz de perdonar.
    Pero ella nunca se olvidó de mí, luchó hasta conseguir que nos reuniéramos de nuevo aunque como dice mi madre “Poco dura la alegría en la casa del pobre”
    Nos separamos de nuevo, pero esta vez la separación no impedía vernos una vez por semana.
    No le voy a decir nada más al respecto, sólo quiero hacerle ver lo equivocado que está al juzgar tan duramente a Virginia.
    -Creo que la equivocada eres tú, Gloria ¿no comprendes que tu silencio la perjudica enormemente?
    No lo ve ella así, sólo sabe que le juró no contar nunca a nadie lo sucedido y así piensa continuar.
    -No la perjudico, simplemente me limito a respetar un juramento, don Ricardo.
    Se desespera por momentos. Le parece estar ante un muro que no puede derribar por muchos intentos que haga para hacerlo caer.
    -¿De qué tenéis miedo?
    Buena pregunta, de todo y de nada. De perder el sustento y la vida que hasta entonces había llevado tanto su familia como la de Virginia.
    Posiblemente él no pueda comprender el sacrifico y la lucha de unas familias que sólo cuentan con el trabajo de sus manos para poder subsistir.
    A él nunca le faltado nada y no pude ponerse en el lugar de los demás.
    -El miedo es relativo, don Ricardo, las causas que provocan el miedo en unas personas pueden provocar la risa en otras, es cuestión de perspectiva.
    Sabe que la indirecta iba dirigida directamente a su persona y decide cambiar de táctica esperando que esa táctica de sus frutos.
    -¿Sabes lo que pienso? Creo que sois cobardes las dos, ella por permitir que hayan destrozado su vida, y tú por permitir que esa vida permanezca destrozada.
    -Creo que en el fondo le tienes envidia y prefieres verla arrodillada antes que disfrutar de una vida feliz.
    Sus palabras consiguen el efecto deseado, se pone en pie y lo enfrenta con una dureza inusitada en la mirada.
    -¿Qué sabrá usted de mis sentimientos? Quiero a Virginia como a una hermana, y sí, tiene usted razón, su vida está destrozada y yo no estoy de acuerdo en absoluto con su forma de pensar.
    Muchas veces le he dicho que olvide el pasado y afronte de una vez por todas la dura realidad. Luego me arrepiento por ser tan dura y pienso en lo que sería de mí si me hubieran usado como lo hicieron con ella.
    Sellándole la boca con la amenaza de dejar sin trabajo y sin vivienda a un padre enfermo y tres niños pequeños ¿qué hubiese hecho usted en su caso.....huir y dejar a su familia en la más completa indefensión?
    Demasiado tarde comprende que se le ha calentado la boca, tarde para dar marcha atrás y disfrazar una realidad que a día de hoy todavía necesita de discreción y silencio.
    Se limita a regresar al sillón y él hace lo propio. Hace acopio de toda su prudencia al lanzarle la pregunta que quema sus labios.
    -¿Todavía persiste esa situación en su familia, Gloria?
    Asiente con la cabeza incapaz de pronunciar palabra alguna. Piensa en Virginia y un escalofrío la recorre por completo.
    -Espero que esto no lo repita ante nadie, mucho menos ante ella, me destrozaría el corazón si así lo hiciera, don Ricardo.

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  140. Capítulo 143.
    Consiguió arrancarle la promesa de no delatarla y entonces el relato comenzó a fluir de manera intermitente dejándolo clavado en el sillón.
    Permaneció allí durante horas tratando de digerir y asimilar la tragedia que había golpeado a la mujer de la que estaba enamorado.
    Muchas dudas quedaron despejadas en ese momento y entonces comprendió las palabras que tanto lo desconcertaron en su momento.
    “No soy la mujer que usted cree” Le dijo, ahora ya sabe la razón de sus miedos y entiende su reacción cuando le habló claramente de sus sentimientos.
    El agua de la ducha deja de correr y el silencio proveniente del baño le indica su inminente salida. Está confundido por su violenta reacción, el tema es delicado y deben tratarlo con calma.
    No permitirá que vuelva a dejarlo al margen de su vida. Estos años la ha esperado incapaz de penetrar en la coraza que ella misma se ha fabricado pero de ahora en adelante las cosas serán distintas, él hará que lo sean.
    Su figura se recorta en el marco de la puerta del baño, su cuerpo envuelto en su propio albornoz y el pelo húmedo le da una apariencia de absoluta fragilidad.
    Está pálida, tiene la misma sensación de desamparo que se adueñó de ella en los días previos a concebir a su hijo.
    Mira al hombre que se ha puesto en pie al verla abandonar el baño y puede observar en su rostro lleno de nobleza, un dolor descarnado y sin matices.
    El único hombre que le ha demostrado hasta dónde es capaz de llegar por ella y al que no ha sabido valorar. No ha sido justa con él pero todavía no es tarde para resarcirlo.
    -¿Estás más tranquila?
    Pone la mano sobre su muñeca mirando atentamente su cara, como esperando un nuevo estallido de cólera por su parte y dispuesto a parar el golpe.
    Pero no es furia lo que domina en esos momentos su mente. En su cabeza se abre paso la idea de haber perdido demasiado tiempo revolcándose en un dolor que la ha anulado como persona, y
    en ese proceso haberlo arrastrado también a él.
    Retiene la mano que rodea su muñeca y lo mira a los ojos sin pestañear. Puede percibir su desconcierto y algo muy parecido al temor.
    Pasa su mano libre por su pelo ya salpicado de algunas canas y lo acaricia lentamente hasta bajar a su cuello. Luego sustituye la mano por sus labios y lo besa en el hueco de la garganta.
    Él permanece petrificado cuando sus manos se dirigen hasta la hebilla del cinturón y entonces le impide continuar sujetándolas con las suyas.
    -¿Qué me estás haciendo, Virginia?
    Su voz es apenas un susurro contra la boca femenina y que ella se encarga de silenciar con un beso al tiempo que lo empuja en dirección a la cama.
    Caen los dos en ella y Virginia queda sentada a horcajadas sobre él, comienza a desabrochar los botones de su camisa hasta que siente que Ricardo la retira a un lado y se desnuda él mismo mientras ella lo observa sentada sobre sus talones en la cama.
    Su férrea decisión parece flaquear cuando se dispone a desprenderse del pantalón y retira la mirada provocándole una sonrisa.
    Apaga la luz y la busca en la penumbra. Le llega el olor de su gel de ducha y comienza a desatar el nudo del albornoz al tiempo que entra en contacto con su piel desnuda.

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  141. Capítulo 144.
    No encuentra resistencia en la mujer que lo recibe enlazando los brazos en su nuca. Nada parece indicarle que se trate de la misma joven encerrada en su mundo particular y al que no permitía el acceso a nadie.
    Mucho han cambiado las cosas para operar un cambio tan grande y al que tanto ha contribuido Brigitte.
    Le hubiese gustado hablar antes con ella, exponerle sus temores y sus miedos. Porque él también los tiene a pesar de su edad y su dilatada experiencia vital.
    La ama sin pararse a pensar en nada más que vivir el momento, alejando de su mente cualquier consideración que pudiese recomendar una cierta prudencia.
    Todavía la supone un sueño al despertar a la mañana siguiente y no encontrarla a su lado en la cama. La luz se filtra por las gruesas cortinas que siempre se preocupa Gloria de dejar cerradas por la noche y sospecha que ha dormido hasta horas poco habituales en él.
    El silencio es absoluto y abandona la cama en dirección al baño esperando encontrarla allí. Ni rastro, sólo queda su perfume y el albornoz blanco colgado cuidadosamente de la percha.
    Lo acerca a su cara y comprueba que está húmedo, se demora en el contacto hasta esbozar una sonrisa y mover levemente la cabeza asintiendo lentamente.
    No fue un sueño esta vez, deja correr el agua de la ducha y permanece por espacio de varios minutos bajo el agua fría.
    El silencio continúa cuando abandona el dormitorio completamente vestido y se detiene ante la puerta de la habitación de su madre.
    Empuja cuidadosamente la hoja de madera y comprueba que su prima permanece en la misma posición, ajena totalmente a nada que no sea dormir la borrachera nocturna.
    Tendrá que hablar seriamente con ella, no puede permitir su progresivo camino hacía su propia autodestrucción.
    Ya comienzan a llegarle las voces amortiguadas provenientes de la cocina y la risa estridente de Gloria se escucha con más nitidez.
    Son más de las diez de la mañana y en la casa no queda rastro alguno de la fiesta organizada la noche anterior.
    En la cocina se encuentran sentados Antonio y Gloria junto a Virginia, desayunan en animada charla hasta que su aparición parece interrumpir una conversación en la que él no tiene cabida.
    Su mirada la busca con ansiedad esperando algún signo de arrepentimiento y lo que encuentra le provoca un estremecimiento involuntario que lo retrotrae a sus años de juventud.

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  142. Capítulo 145.
    A los años en los que la sangre corría desbocada por sus venas y el futuro se abría ante él como una aventura fascinante. Así ha vuelto a sentirse cuando sus ojos risueños le han devuelto la mirada.
    Hacen ademán de incorporarse de sus sillas tanto Gloria como su marido al verlo en la puerta totalmente inmóvil, pero se encarga con celeridad de impedir la interrupción del desayuno al tiempo que experimenta cierta culpabilidad.
    -No… terminen de desayunar…..
    Pero Gloria es muy consciente de sus obligaciones y hace caso omiso a sus indicaciones, aparta la silla a un lado y alisa el delantal sobre su protuberante barriga.
    -Enseguida preparo la mesa y le sirvo el desayuno, don Ricardo.
    Virginia permanece sentada, una media sonrisa se dibuja en su cara y le confiere un aspecto travieso que no le pasa desapercibido al hombre que permanece erguido en medio de la cocina sin saber muy bien cómo salir del embrollo.
    -Está bien, Gloria, pero desayunaré aquí, no es necesario preparar la mesa en el comedor.
    La mujer asiente y se dirige hasta el banco para afanarse con el desayuno sin entrar en detalles que no son de su incumbencia.
    Bastante soponcio experimentó al buscar por toda la casa a Virginia después de encontrar sola en la cama a la señorita Brigitte.
    Pensó que dormirían juntas en la habitación de doña Ofelia pero se equivocó, más tarde cayó en la cuenta de que don Ricardo le habría cedido su cuarto y allí se encaminó, abrió la puerta con sigilo para no despertarla y respiró aliviada al encontrarla en la cama.
    La sorpresa vino después, no sólo le había cedido su dormitorio , también tuvo la gentileza de acompañarla en la cama.
    Cerró nuevamente con el mismo sigilo y aligeró el paso para regresar a la cocina y beber un vaso de agua que aplacara sus nervios.
    ¡Condenada Virginia! Ella viviendo un infierno por si don Ricardo se iba de la lengua respecto a la conversación mantenida sobre su pasado.
    Temiendo el estallido de ira que con toda seguridad dirigiría contra su persona y rezando en silencio para que no la delatara.
    Y ella durmiendo tranquilamente a su lado como si fuese lo más normal del mundo. Se alegraba, por los dos, pero especialmente porque al fin había conseguido ver cumplido don Ricardo su más preciado sueño.
    Intentó alejar de su cabeza la escena y se dedicó con ahínco a colocar en su lugar algunos de los muebles desplazados para albergar a los invitados.
    Contó con la ayuda de Antonio pero no le hizo partícipe de su descubrimiento. Todavía persistía en ella una curiosa lealtad recubierta de un pudor quizá trasnochado, pero que le impedía airear detalles tan íntimos de alguien tan querido para ella.


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  143. Capítulo 146
    Se mantuvo callada cuando ella apareció en la cocina. Tan igual y tan distinta a la Virginia que tan bien conocía aunque ahora la tenía totalmente desconcertada.
    Continúo sacando brillo a los cubiertos al mismo tiempo que los iba depositando en una gran caja de terciopelo rojo.
    Frotando enérgicamente el metal como si le fuese la vida en ello hasta que su voz, ligeramente ronca, la obligó a prestarle atención.
    -¿No tienes nada que decirme, Gloria?
    Espera su respuesta pero sin pararse frente a ella, pasa a su lado y se prepara el desayuno al igual que hacía cuando trabajaba en la casa.
    Regresa a la mesa con el tazón de leche de leche humeante y toma asiento ante el mutismo de Gloria que no parece estar dispuesta a contestar a su pregunta.
    Pero la sorprende al contestarle con otra pregunta que no consigue sorprenderla al conocerla tan a fondo.
    -Creo que eres tú la que debe darme explicaciones a mí, no ….al contrario.
    ¡Vaya! Lo sabe y no está dispuesta a que la ponga en un aprieto.
    -No sé a qué te refieres…….
    Termina de sacar brillo al último cuchillo y lo introduce en la caja para cerrar la tapa a continuación, retira la silla y se pone en pie para dirigirse a un mueble en el que coloca la caja cerrando la puerta a continuación.
    Su evidente embarazo consigue aumentar la ternura que siempre ha despertado en ella. La cojera apenas perceptible parece haberse acentuado con el aumento de peso y los remordimientos por haberla puesto en un compromiso con sus exigencias de explicaciones se le antojan abusivas e injustas.
    -Perdóname, Gloria……esta mañana me he levantado algo espesa.
    De nuevo parecen regresar las dos jovencitas de antaño, con su complicidad y su inocencia intactas, pero no quiere hacerse ilusiones….demasiado han cambiado las cosas en estos años como para intentar obviar lo evidente.
    Sabía con total seguridad que provocaría su llanto, siempre fue así desde su más tierna infancia y lo sigue siendo en la actualidad.
    Gloria ocupa de nuevo su lugar en la mesa y saca el pañuelo del bolsillo del delantal para sonarse ruidosamente la nariz enrojecida.
    Mira su tazón de leche y comienza a beber sin comer el trozo de bizcocho que ha puesto en un platito. Ha perdido el apetito de repente y espera pacientemente a que remita el acceso de llanto de Gloria.
    Cosa que sucede unos minutos más tarde dejando paso a la misma mujer animosa de siempre. No soporta bien la presión, nunca la ha soportado a pesar de dar una apariencia externa de dureza.
    -Nos has visto ¿verdad?
    La sonrisa es espontánea iluminando su cara y un hondo suspiro escapa de su pecho al tiempo que guarda definitivamente el pañuelo.
    -Creí que habías dormido con la señorita Brigitte, al no encontrarte en la habitación de doña Ofelia pensé que don Ricardo te había ofrecido la suya y por ese motivo abrí la puerta sin pararme a pensar en lo que podía encontrarme.
    -¿Cómo has sido capaz de dormir con él?
    Eso mismo se está preguntando ella en este preciso instante y la respuesta no es fácil de contestar. Lo retó y él acepto ese reto, ambos actuaron sabiendo que no se trataba de un juego.
    Porque Ricardo Valdemoro no era un hombre con el que se pudiera jugar……

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  144. Capítulo 147.
    Y ahora tiene plena constancia de ello. Aleja de su mente las perturbadoras imágenes de la noche anterior intentando satisfacer la curiosidad de Gloria que parece observarla algo escandalizada.
    -Todavía no consigo comprender cómo has podido hacer algo así, Virginia. Sabes perfectamente cuales son sus sentimientos hacia ti y dándole esperanzas de algo que no piensas cumplir no creo que sea la mejor manera de comportarte con él.
    Apura los restos de leche de su taza y busca un cigarrillo en su bolso. Medita las palabras antes de pronunciarlas porque sabe que suponen un cambio en su vida, que en modo alguno, estaba planificado.
    -¿De dónde sacas que no voy a cumplir algo que haya podido prometer? He dado muestras sobradas de ser una mujer de palabra…..
    Ella mejor que nadie puede dar fe de ello y se arrepiente de haber sido tan dura. Tiene mucho que agradecer a don Ricardo y en estos años trabajando en su casa ha desarrollado un instinto de protección hacia su persona que tiene mucho de afecto filial.
    -No tomes mis palabras al pie de la letra, Virginia. Simplemente estoy sorprendida ¿o no puedo estarlo?
    Claro que puede, posiblemente tanto como lo está ella, y con toda seguridad, el propio Ricardo.
    -No fue algo planificado ni mucho menos, Gloria. Se dieron una serie de circunstancias que hicieron posible nuestro encuentro de anoche.
    -¿Y sabes una cosa?
    Gloria la escucha manteniendo la respiración, como esperando una explicación que en el fondo de su alma ya conoce de antemano.
    -Jamás podría estar con otro hombre que no fuese él. No se alejó de mí al conocer mi pasado, al contrario, se dispuso a prestarme su ayuda de manera incondicional.
    Su voz se quiebra justo en ese instante. Los fantasmas del pasado la han perseguido sin tregua durante demasiado tiempo como para intentar ocultarlos por más tiempo.
    -Es un hombre importante, Gloria. Siempre lo sospeché….pero anoche me lo demostró de la mejor manera posible.
    -¿Llegasteis a….? Bueno…ya sabes a lo que me refiero.
    Su inocente pregunta consigue despertar su hilaridad. Apaga el cigarrillo en el cenicero y consigue sofocar las ganas de reír a carcajadas.
    -¡Pero, mujer! ¿Piensas que nos dedicamos sólo a dormir?
    La cara de Gloria vuelve a adquirir la tonalidad de la grana, Trasparente en sus emociones y en sus reacciones.
    -No sé, chica….la verdad es que me supone un ejercicio difícil el imaginarme a don Ricardo igual que lo haría con Antonio…….es tan serio y tan educado que, la verdad, me cuesta imaginarlo en esa situación.
    También a ella, pero debe reconocer que le resultó mucho más fácil de lo que suponía y los hechos se desarrollaron con una naturalidad que ahora, a la luz del día, consiguen causarle una cierta turbación.
    -Es un hombre como todos, Gloria, no sé qué le ves de distinto.
    -¿Cómo…cómo, don Moisés…?
    La simple mención a su nombre la hace palidecer, un rictus de furia consigue tensar los rasgos de su cara y la respiración parece acelerársele.
    -Lo de don Moisés no tuvo nada que ver con lo vivido anoche. Aquello fue una simple transacción y esto fue un acto de amor, tan sencillo como eso.

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  145. Capítulo 148
    ¡Tan sencillo como eso! Verdaderamente curioso escuchar esas palabras en su boca precisamente.
    Años de malvivir bordeando muchas veces la delgada línea que separa la locura de la cordura y al fin se ha convencido de que ella también puede amar.
    Algo que la llena de una inmensa alegría porque ya había perdido la esperanza de verla experimentar cualquier tipo de felicidad.
    -No sabes cómo me alegra oírte hablar así, Virginia.
    Le ha quitado un gran peso de encima, confesarle a don Ricardo los motivos por los que se vio obligada a concebir un hijo para después desprenderse de él ha sido el revulsivo necesario para enfrentarla a su miedo.
    Un miedo que ha logrado paralizarla y anularla como mujer hasta parecer una sombra huidiza y desconfiada.
    Ya se encargó Brigitte de que aprendiera a vivir de una forma distinta. Su naturaleza despierta y su gran facilidad para absorber cuantos conocimientos se ponían a su alcance fueron determinantes para hacer de ella una mujer nueva.
    Pero la herida siempre estaba ahí, marcando los tiempos de su más oculta intimidad. Impidiendo acercarse a cualquier hombre con pretensiones sentimentales y convirtiéndola en una especie rara dentro de una sociedad en la que los cánones estaban perfectamente delimitados.
    Supo y pudo zafarse de ellos con la ayuda inestimable de la mujer que guiaba todos y cada uno de sus pasos.
    Una mujer libre en todos los aspectos a excepción de sus propios demonios interiores y que muy pocas personas conocían.
    La sintonía entre las dos era perfecta por esa coincidencia en sus vidas. La diferencia residía en la franqueza de la una, frente al ocultamiento de la otra.
    Pero Brigitte sabía que sus heridas eran similares y sólo era cuestión de tiempo que confiara en ella por completo.
    La llegada de Antonio interrumpe su conversación plagada de largos silencios. Viene de trabajar en el jardín y él mismo se sirve el desayuno impidiendo que se levante su mujer.
    Toma asiento frente a ellas y las mira de forma interrogadora al percatarse de su repentino silencio.
    -¿Interrumpo algo?
    Es Virginia quien aprieta su brazo con suavidad, dándole a entender con un movimiento de cabeza que no interrumpe nada.
    -No, hablábamos de la fiesta, estuvo divertida ¿verdad?
    Asiente entre cucharadas de sopas con leche, viene con hambre porque lleva varias horas afanándose por dejar todo perfectamente organizado, como si la noche anterior no hubiera habido una importante cantidad de personas disfrutando de una fiesta.
    -¿Don Ricardo no se ha levantado aún?
    La mirada furtiva entre las dos mujeres no le pasa desapercibida pero prefiere no indagar en las causas que las mantienen tan cautelosas.
    -No se ha levantado todavía, él suele madrugar pero ayer tuvo una noche movidita y se le habrán pegado las sábanas.
    Inmediatamente recibe un golpe por debajo de la mesa, Virginia le advierte para que mantenga silencio y vuelve de nuevo la antigua complicidad.
    Los tres lo ven llegar hasta la cocina y declinar el ofrecimiento de Gloria para servirle el desayuno en el comedor.
    Ocupa un lugar al lado de Antonio y espera a que Gloria le ponga el desayuno mientras sondea el rostro ahora más serio de Virginia.

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  146. Capítulo 149
    Tanto Gloria como su marido se apresuran a dejarlos solos, se excusan en el trabajo pendiente y abandonan la cocina con celeridad.
    Curiosa la escena a la que ambos deben hacer frente. Ni el lugar, ni las circunstancias que concurren son algo que hayan vivido con anterioridad.
    Pero se equivoca Virginia si piensa que el hombre sentado frente a ella se encuentra inmerso en ningún tipo de confusión respecto a lo sucedido entre ellos.
    -Tenemos que hablar.
    Así, sin adornos. Dirigiéndose al fondo de la cuestión mientras pasa la servilleta de hilo por su boca dando por terminado el desayuno.
    -¿Ahora? Me gustaría echar un vistazo a Brigitte.
    No piensa permitir que se zafe de nuevo y su respuesta es rápida y precisa.
    -Brigitte continúa durmiendo, acompáñame a mi despacho.
    Cree detectar un tono autoritario poco habitual pero apenas es una impresión suya. Inmediatamente su voz se hace más suave y el ruego aparece de nuevo como la noche anterior.
    -Por favor……
    Abandona la mesa al mismo tiempo que lo hace él y sujeta con fuerza el bolso entre las manos para seguirlo a través del amplio recibidor y acceder al despacho sin pronunciar una sola palabra.
    Cierra la puerta a su espalda y pasa a su lado para levantar la persiana bajada y dejar entrar la luz diurna.
    Virginia ocupa uno de los dos sillones situados frente a la ventana y espera hasta que él hace lo mismo frente a ella.
    -Sabe que se hace necesaria una conversación entre ellos, en este momento es más obligada que nunca y no puede evadirse como otras veces.
    -Tú dirás….
    Lo observa aflojarse el nudo de la corbata y tiene la sensación de estar asistiendo a un cambio radical en su vida. Espera pacientemente hasta que él se pronuncie aunque sabiendo de antemano su ofrecimiento.
    -Quiero pedirte de nuevo que nos casemos……
    No se muestra sorprendida, tenía la seguridad de que se lo pediría de nuevo. Lo conoce como nadie, no en vano ha sido la persona a la que más ha dejado acercarse.
    -¿Por qué ahora, Ricardo?
    La mira, y su mirada le muestra todo el desasosiego que acumula en su interior.
    -Estoy cansado, Virginia, cansado de esperar a que te decidas a darme una respuesta afirmativa.
    Tiene razón, ella es la única culpable de la situación que viven desde hace demasiado tiempo. Culpable por no dejarlo libre de ataduras y seguir ahí, resistiéndose a prescindir de su compañía.
    Buscándolo entre la multitud en cualquier sitio en el que se encontraran. Y él esperando, siempre esperando por ella.
    -Sabes perfectamente que no hubiese insistido de no mediar lo sucedido anoche.
    No puede echarle la culpa, supo que sus actos traerían consecuencias y no se paró a pensar en ellas.
    -Lo de anoche no te obliga a nada, Ricardo, puedes creerme.
    Es entonces cuando la compostura deja paso a un hombre desconocido. Dueño de su destino y medidor de sus tiempos.
    ¡Estoy harto, Virginia! Harto de este jueguecito que te traes conmigo y no lo voy a permitir.

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  147. Capítulo 150
    -¿Piensas que estoy en edad de andar tonteando con una jovencita como tú?
    Le molesta la alusión a la diferencia de edad entre ambos, la aparente superioridad moral de la que cree estar investido y no está dispuesta a dejarlo pasar.
    -No voy a discutir contigo, Ricardo. Tú has hecho una propuesta para oficializar lo nuestro y yo te digo que no estás obligado por lo que ocurrió entre nosotros, somos personas adultas los dos.
    Esa desgana es lo que más le molesta de ella. Se arriesgó al ponerla bajo la tutela de Brigitte a que surgiera una mujer con personalidad propia y dueña de su destino. Ha sido así, pero la mujer que ahora está frente a él sigue conservando el desencanto.
    -Veo que no ha significado nada para ti, posiblemente me haya equivocado y tengas otros planes en los que yo no tenga cabida.
    Le ofenden sus palabras por lo que tienen de amargas. Todavía la considera una joven sin criterio propio y a la que debe seguir amparando como ha hecho desde que la conoció.
    -No voy metiéndome en las camas de ningún hombre, no te confundas, Ricardo. Estuve contigo porque así lo decidí.
    Lo decidió, sin contar con él para nada y sin pensar en las consecuencias devastadoras que esa decisión llevaba implícitas para un hombre enamorado.
    -¿Y dónde quedo yo, Virginia? Sé que eres una mujer joven con un futuro espléndido por delante. El error es mío al creer que alguien como tú desearía compartir su juventud conmigo.
    ¡Qué equivocado está! Jamás ha mirado a ningún hombre con los mismos ojos que a él. Era una certeza que fue tomando cuerpo en su mente lentamente hasta convencerla de que su destino estaba a su lado.
    Ahora su derrota la hiere profundamente, le duele él, es algo que sabe desde hace mucho tiempo.
    Se levanta del sillón y acude a su lado buscando explicarle las contradicciones que también la torturan a ella, se arrodilla a su lado y lo obliga a mirarla al tiempo que sujeta con fuerza sus manos.
    -A pesar de lo que has dicho no conseguirás hacerme sentir culpable. Puedes encontrar a la mujer que quieras porque eres un hombre extraordinario y yo no estoy a tu altura.
    Siente lo que dice, se considera indigna de aceptar su generoso ofrecimiento pensando únicamente en su bien.
    -Pero yo te quiero a ti, ninguna como tú, Virginia……
    La ayuda a levantarse y ella busca acomodo en sus rodillas. Lo abraza, con la misma desesperación que muchas noches abraza la almohada pensando que es el hijo arrebatado.
    Y llora, con la cara enterrada en su cuello. Él es su puerto y su refugio y sabe que en sus brazos encontrará el calor que creyó perdido para siempre.


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  148. Capítulo 151
    Y le dijo sí, cuando el otoño comenzaba a inundar el paisaje con sus colores ocres y atrás quedaba el caluroso verano.
    Casi siete años después de conocerse por vez primera y atendiendo a sus ruegos de celebrar una ceremonia sencilla en la que sólo estuviesen los más íntimos.
    En una ermita cercana a la capital y rodeados por apenas una decena de personas. Aprovecharon la ceremonia para bautizar al pequeño David que había venido al mundo dos meses atrás y ejercieron de orgullosos padrinos de la criatura.
    Virginia vistió para la ocasión un modelo diseñado por Brigitte expresamente para ella. Un vestido blanco de seda adamascada y con falda tubo hasta los pies.
    En la parte posterior de la espalda y cosida a la cintura se desplegaba una cola de dos metros rematada con un delicado bordado de plata.
    Ricardo no podía apartar sus ojos de ella. Nunca vio novia tan bella y se sintió el hombre más feliz sobre la faz de la tierra cuando el sacerdote les declaró marido y mujer.
    No discutió las razones por las que se negó a celebrar un matrimonio multitudinario, le bastaba sólo ella para ser feliz y en esos momentos le sobraban todas las personas de alrededor.
    Aún así asistieron a la comida organizada por su prima en un restaurante de Madrid e incluso fueron sorprendidos con una pequeña tarta nupcial al término de la misma.
    No asistió ningún miembro de su familia, su padre estaba en unas condiciones que le impedían viajar y necesitaba de la ayuda de su madre de forma constante.
    Sus hermanos habían abandonado ya el nido y emigraron al otro lado del océano para buscar fortuna en Argentina de la mano de un primo hermano de su padre que les aseguró que era el país de las oportunidades.
    Quedaban en el hogar familiar tan solo dos componentes. Un padre enfermo e imposibilitado y una madre dedicada en exclusiva a atender sus necesidades.
    Le trajo noticias suyas la madre de Gloria. Se desplazó a Madrid con motivo del nacimiento de su nieto y permaneció al lado de su hija por espacio de una semana.
    Adela permanecía casi igual que cuando ellas se marcharon de Las Casillas. Verla le supuso enfrentarse de nuevo con un pasado que no conseguía dejar atrás.
    Pero al mismo tiempo le supuso un baño de realidad. La realidad que nunca conseguiría abandonarla del todo.
    La pertenencia a un lugar que la ataba con lazos invisibles. Los afectos de los suyos que tan cicateramente lograron arrebatarle y el pequeño ser que habitaba durante los veranos en la casa principal.
    “Está ya hecho un hombrecito” Le confió Adela una noche después de la cena y en tanto Gloria amamantaba al pequeño.
    No se había prodigado mucho en las visitas a su futuro hogar. El trabajo en la boutique absorbía todo su tiempo y era Ricardo el encargado de visitarla en casa de Brigitte cada noche.
    Sin faltar nunca a la cita, entusiasmado y aún incrédulo porque hubiese aceptado compartir su vida con él.
    Al parecer ya no pasaban tanto tiempo en La Encomienda, el niño ya estaba escolarizado y sus estancias se limitaban en función de las vacaciones escolares del pequeño Moisés.
    “Tendrías que ver a doña Concha, esa mujer parece un ave de rapiña en todo lo concerniente al niño. Creo sinceramente que ha olvidado su nacimiento y piensa que nació de sus entrañas”
    No la consuelan las palabras de Adela. Que su hijo sea querido por otra madre que no es ella, sólo consigue aumentar su frustración.

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  149. Capítulo 152
    Le tenía reservada una sorpresa a la mañana siguiente de su boda. Un viaje, le dijo sin entrar en más detalles sobre el lugar de destino.
    Preparó el equipaje para una semana aproximadamente que era el tiempo del que ambos disponían para disfrutar su luna de miel.
    Le ayudó una repuesta Gloria cuya figura apenas recordaba que había dado a luz dos meses atrás.
    -¿Sabes dónde te llevará?
    En realidad no tenía la menor idea, por mucho que insistió para conseguir alguna pista, no consiguió que su marido soltara prenda.
    -No lo sé, Gloria, dice que quiere darme una sorpresa.
    Tampoco a ella consintió en decirle el lugar al que se dirigían. Habló con Antonio unos días antes para decirle que tuviese listo el automóvil y que sería él quien conduciría.
    -Bueno, me imagino que ya lo tendrá todo previsto, a mí tampoco me lo dijo, y eso que le pregunté para escoger la ropa más adecuada en esta época del año.
    Cierran las dos grandes maletas que permanecen sobre la cama y las dos se dirigen hasta el canasto en el que permanece el pequeño David durmiendo despreocupadamente.
    Lo echaré mucho de menos, Gloria…
    Lo sabe, su nacimiento le ha supuesto recordar momentos dolorosos, pero al mismo tiempo le ha permitido ejercer un papel que le fue negado hace ya ocho años.
    -Una semana pasa rápidamente, pronto podrás disfrutar de él.
    Salen las dos sigilosamente de la habitación y buscan a Antonio para que las ayude con las maletas. Ricardo expresó su deseo de salir pronto y no quieren hacerle esperar.
    Lo encuentran en el jardín, las primeras hojas se están desprendiendo de los árboles y es necesario recogerlas todos los días.
    Las ve en la galería y sale a su encuentro desprendiéndose de los gruesos guantes de trabajo.
    Está muy agradecido a su jefe porque le permita quedarse en la casa ahora que su hijo es tan pequeño. Don Ricardo es un conductor prudente y no es lo más aconsejable llevar un chofer de acompañante en un viaje de novios.
    -¿Ya están preparadas las maletas?
    -Sí, están en el dormitorio principal, anda con cuidado no despiertes al niño.
    Pasa junto a ellas guiñando un ojo a su mujer. Virginia siempre ha envidiado la relación de complicidad que les une, pareciera que estaban destinados a encontrarse.
    ¡Antonio!
    Vuelve sobre sus pasos al escuchar la voz de Virginia intentando parecer lo más natural posible. Espera la pregunta y tiene órdenes expresas de no rebelar ningún detalle del viaje.
    -¿Tienes idea de dónde planea llevarme mi marido?
    -No, al parecer es una sorpresa que te tiene preparada y la guarda con mucho celo.
    Agradece la falta de insistencia por su parte y pasa al interior de la casa con una ligera sonrisa en su boca. Claro que sabe de primera mano el lugar al que se dirigen. El mismo fue el encargado de hacer un plano bastante detallado de las carreteras por las que debían adentrarse para llegar al destino elegido.
    Carreteras secundarias en su mayoría, mal pavimentadas en el mejor de los casos y difíciles de encontrar en los mapas oficiales.

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  150. Capítulo 153
    El coche está listo y con las maletas perfectamente colocadas en su interior cuando Antonio pide permiso para entrar al despacho.
    -Don Ricardo, cuando quiera pueden emprender el viaje.
    Termina de colocar unos papeles y sonríe a Antonio pidiéndole un poco de tiempo con la mano. Introduce una carpeta en la caja fuerte empotrada en la pared frontal del despacho y procede a su cierre para después colocar el cuadro que oculta su ubicación.
    Bordea la mesa y tiende un sobre blanco a su empleado al tiempo que recoge la americana del sillón.
    -Le dejo dinero por si surge algún gasto imprevisto al que hacer frente durante la semana, Antonio.
    No lo tutea como sí hace con su mujer, siempre ha sido ese su tratamiento a pesar de ser ya diez los años trabajando a sus órdenes.
    -Yo….no he tenido tiempo de hablar con usted, don Ricardo…pero quiero expresarle mi alegría al verlo tan feliz.
    Parco en palabras, callado y muy discreto. Don Ricardo es consciente del esfuerzo que le supone expresarle su enhorabuena.
    Estrecha la mano que le tiende con cierta timidez y le propina un abrazo que termina por abrumarlo completamente.
    -Muchas gracias, Antonio, sé perfectamente que se alegra por mí…bueno, por los dos.
    No son necesarias más palabras entre ellos, siempre se han entendido con una simple mirada y abandonan juntos el despacho para dirigirse a la cocina donde estás esperando Gloria y Virginia acompañadas del pequeño David totalmente despierto.
    Es un bebé rollizo y sano, extraordinariamente simpático y que con toda seguridad heredará el cabello rojizo de su madre aunque en un tono más rubio.
    Se encuentra en los brazos de Virginia, mirándola con sus redondos ojos grisáceos y atento a los mimos que ésta le dedica.
    La estampa le provoca ternura , pero al mismo tiempo consigue despertarle una inmensa compasión por la que ya es su mujer.
    Se acerca hasta ellos y acaricia suavemente la mejilla del niño que le dedica una sonrisa que le desarma por completo.
    Le supuso una pequeña victoria conseguir que el nombre del pequeño fuese el que él mismo sugirió, fue el propio Antonio quien decidió inscribirlo con ese nombre desechando los otros barajados antes de su nacimiento.
    -Tenemos que irnos, Virginia.
    Se lo dice bajito, apenas un susurro en su oído pero suficiente para que ella lo escuche y devuelva el niño a su madre tras besarlo nuevamente.
    Los acompaña Antonio hasta el coche estacionado frente a la puerta principal. No permite que lo haga Gloria con el bebé, el tiempo está fresco y es conveniente extremar el cuidado con un niño tan pequeño.
    Abandonan Madrid sin apenas haber intercambiado unas cuantas palabras. El día anterior fue de un gran trasiego y no han tenido tiempo de descansar mucho.
    Ella hubiese preferido retrasar el viaje un día más pero se encontró con la oposición de su ya marido.
    No quiso contrariar a quien tantas veces había transigido respecto a sus deseos y aceptó sin protestar iniciar su viaje de novios con demasiada precipitación según su opinión.
    Observa su perfil, concentrado totalmente en la carretera de salida de la ciudad que a esas horas está bastante congestionado y prefiere no romper esa concentración hasta dejar atrás la circulación intensa y enfilar las carreteras prácticamente desiertas.

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  151. Capítulo 154
    No han tenido oportunidad de hablar. Los últimos meses han sido de mucho trabajo por su parte y ha delegado todo lo concerniente al matrimonio en manos de Ricardo.
    Algo que lejos de molestarle, ha conseguido insuflar nuevas energías en la rutina diaria y parece haberle quitado años de encima.
    -¿Será largo el viaje?
    Le contesta sin perder de vista la carretera, conducir no es algo que realice habitualmente y prefiere poner en ello los cinco sentidos.
    Sí se permite soltar una mano del volante y dar un suave apretón al hombre de su mujer para tranquilizarla.
    -Trata de dormir un poco, Virginia, nos queda mucho camino por delante.
    Decide seguir su consejo y se acomoda en el asiento buscando la postura más cómoda y no tarda en caer en un profundo sueño.
    No ha sido sincero, el viaje no es excesivamente largo pero prefiere no enfrentarse a ella antes de tiempo.
    Meditó, y mucho, la conveniencia de sorprenderla con un regreso involuntario a sus orígenes.
    Lo consultó previamente con Gloria en busca de su aprobación y descubrió sorprendido que era partidaria también de dicho regreso.
    Aportó su punto de vista mostrándole a una mujer extremadamente sensata. Le gustaría mucho que volviese a ver a su familia pero sin ocultarle nada a ella.
    Quería esa vuelta pero con la aprobación de Virginia, le aconsejó consultárselo a ella y no darle una sorpresa que con toda seguridad le provocaría un gran disgusto.
    La tranquilizó, asegurándole que desechaba la idea para más adelante y advirtiéndole que no comentase nada con ella.
    Pero continuó con la idea, con la complicidad de Antonio y de la madre de Gloria. Fue el propio Antonio el encargado de realizar el primer viaje hasta Las Casillas un mes antes y consultar con Adela la posibilidad de una visita de los recién casados.
    Trasladó todas y cada una de las cuestiones que don Ricardo le encargó y regresó a Madrid con una respuesta positiva.
    Mira el reloj y comprueba que ya son las dos del medio día. Virginia sigue durmiendo y aprovecha para echar un vistazo rápido al detallado mapa dibujado por Antonio.
    Si no fallan sus cálculos, a unos ocho kilómetros aproximadamente se encuentra una venta de carretera en la que hacer una parada y reponer fuerzas.
    Ya puede ver las llanuras inmensas que le indican la proximidad de su punto de destino. Tierras ahora de una tonalidad rojiza y en las que puede ver a los hombres arando a la espera de las lluvias del otoño.
    Reduce la velocidad para salir de la carretera hasta detener el vehículo junto a las paredes encaladas de una edificación en la que puede ver el cartel de madera suspendido por dos cadenas de hierro “ Venta Chica”
    Es la misma que Antonio le subrayó en el mapa que lleva en las manos y se dispone a despertar a su mujer justo en el momento en que ella abre los ojos.
    -¿Dónde estamos?
    Ha dormido cerca de dos horas y le cuesta enfocar las imágenes hasta lograr despejarse por completo.
    -Comeremos aquí, tenemos que desentumecer los músculos.
    La ayuda a salir del coche y comprueba que la temperatura no es tan fría como había supuesto. El cielo luce completamente azul y el sol brilla con fuerza dando los últimos coletazos del reciente verano.

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  152. Capítulo 155
    No son los únicos clientes de la Venta, otros tres hombres ocupan una mesa en la que ya han servido la comida. Ricardo puede admirar la decoración rústica de su interior que parece invitar al viajero a viajar a varios siglos atrás.
    Una mujer les sale al paso cuando los ve traspasar la puerta de entrada mientras un chico joven se encarga atender a los comensales de la mesa ocupada.
    -Bienvenidos, señores ¿Desean comer?
    Diligente, servicial, con una inflexión en su voz que inmediatamente indica a Virginia que se encuentran su tierra.
    Una forma de hablar irrepetible, la reconocería en cualquier lugar del mundo que la escuchara.
    -Eso pretendemos, señora.
    Los acompaña hasta una mesa situada junto a la ventana y espera hasta verlos acomodarse para desgranar con brevedad la comida que puede ofrecerle.
    Se decantan por unas patatas guisadas con carne y de postre eligen carne de membrillo. Dulce típico de la zona y elaborado de manera artesanal.
    No rehuye la mirada de su mujer, una mirada llena de interrogación pero a la que está dispuesto a hacer frente.
    -¿Dónde me llevas, Ricardo? Y ahora no me vengas con el factor sorpresa.
    Los interrumpe la llegada del muchacho con unos platos pequeños rebosantes de aceitunas aliñadas y berenjenas como aperitivo.
    Ricardo no piensa continuar con el secretismo, espera vencer sus reticencias y conseguir hacerla entrar en razón.
    -Virginia…..vamos a visitar a tus padres.
    Se queda paralizada, lanza una mirada temerosa a su alrededor buscando la intimidad necesaria para tratar un tema tan delicado,
    -¿Te has vuelto loco? Sabes perfectamente que no me es posible regresar a ese lugar, lo tengo terminantemente prohibido.
    Intenta calmarla sujetando sus manos con las suyas encima de la mesa. Respira profundamente tratando de insuflarle la fuerza que a él le sobra.
    -¡Escúchame! No estás en la misma situación de estos años atrás, me tienes a mí, dispuesto a todo por defender tus derechos.
    ¡Derechos! Parece mentira que un hombre tan inteligente y con tanta experiencia siga pensando que puede reparar la injusticia perpetrada contra una joven de apenas diecisiete años.
    -¡Dios mío, Ricardo! ¿De verdad piensas que puedes devolverme a mi hijo?
    Consigue callarlo. Por supuesto que es imposible revertir la situación y él lo sabe perfectamente.
    Impensable arrebatar un hijo a sus legítimos padres. Algo a lo que no se prestaría la justicia y que los Sagasti-Bris no permitirían bajo ningún concepto.
    -Sabes que no puedo devolverte al niño, Virginia, lo sé tan bien como tú, pero hablo de recuperar otras cosas….
    ¡Otras cosas! Cuántas veces fantaseó con esa posibilidad sin llegar a ver su sueño cumplido.
    -No entiendes nada, Ricardo…..volaron todos los puentes. Se aseguraron de maniatarme para imposibilitar cualquier reclamación sobre mi maternidad.
    -El niño no consta como hijo mío en ningún sitio y ellos lo saben al igual que lo sé yo, y lo sabes tú……
    La deja continuar sin interrumpirla, él piensa en recuperar la relación familiar. Ver a sus padres y zanjar una ausencia de siete años.

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  153. Capítulo 156
    Le duele constatar la fatalidad con la que habla. Puede comprobar lo asumida que tiene la pérdida de su hijo y en la que no cabe esperanza alguna de recuperarlo.
    Pero piensa sinceramente que sí puede recuperar otras cosas muy importantes e intentar dar un portazo a un pasado que la atormenta.
    -¿Y tus padres….qué me dices de tus padres, Virginia? A ellos puedes recuperarlos, pueden venir con nosotros…….
    Consigue captar su atención, obligarla a regresar al presente, a la mesa en la que se encuentran sentados y a escasos kilómetros de su menguada familia.
    Porque instantes antes la sabía muy lejos de allí. En algún lugar que sólo ella frecuenta y en él que no quiere más compañía que los recuerdos.
    La llegada de la mujer portando dos platos humeantes consigue disipar la tensión, el guiso desprende un olor intenso a comida casera.
    Y comen en silencio, situado cada cual en una trinchera diferente pero intentando acercar posiciones.
    La vida en común iniciada el día anterior les obliga a ello. Y es Ricardo el principal interesado en buscar la felicidad de su mujer.
    No lo hace por egoísmo, cree absolutamente necesaria la normalización de las relaciones familiares para encontrar el equilibrio en una vida totalmente desestabilizada.
    Dejan atrás la venta sin apenas intercambiar palabra. El automóvil enfrenta el último tramo del camino y circula por la carretera principal por espacio de una media hora hasta llegar al desvío que anuncia el nombre de La Encomienda.
    Se detiene justo en el límite. Donde termina el camino de libre paso para dar entrada a una propiedad con la advertencia de “Privada”
    Ricardo abandona el coche y se apoya en la parte delantera del automóvil. Un ligero viento arranca remolinos de polvo a la reseca tierra y su mirada sigue los pequeños embudos hasta que estos desaparecen
    Escucha el sonido de la puerta al cerrarse, sus pasos acercándose despacio hasta llegar a su altura y se ve obligado a tragar saliva para aclarar la voz al dirigirse a ella.
    -Si consideras imposible enfrentarte a este momento…lo mejor será dar la vuelta y regresar a Madrid, Virginia.
    No quiere obligarla, ha llegado a la conclusión de no poder hacer algo contra su voluntad y le ofrece la oportunidad de desandar el camino.
    Ocupa un lugar a su lado en el capó del coche. Permanece en silencio al tiempo que su mirada recorre los campos que pronto estarán listos para la siembra de cereales hasta que las preguntas salen atropelladas de su boca.
    -Me gustaría ver a mis padres, Ricardo….pero creo que los dueños de La Encomienda se sentirán atacados al verme poner aquí los pies.
    Al fin un punto de inflexión, al menos reconoce el deseo de encontrarse con los suyos aunque el miedo continúa presente, atenazándola aún más al saberse tan cerca de ellos.
    Se vuelve y la sujeta de los brazos, mirándola fijamente y ahora sí, su voz es clara y fuerte.
    -Los dueños están en Madrid, Virginia…sólo tendrás que hacer frente al administrador ¿le tienes miedo?
    Un suspiro de alivio escapa lentamente de su boca, no tiene miedo a nadie y tiene miedo a todo. Curiosa paradoja, pero es así de real.
    Sin embargo, no es el administrador precisamente al que más teme.
    -Está bien, Ricardo, quiero ver a mis padres.

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  154. Capítulo 157
    El inminente otoño se deja notar en La Casillas, tonos ocres en la tierra, las hojas de los árboles van perdiendo el color verde y presentan un color amarillento.
    A lo lejos puede ver la silueta de la casa principal y los recuerdos se recrudecen aunque tiene la sensación de estar más fuerte para enfrentar esos recuerdos. La mano de Ricardo sujeta la suya donde brilla la alianza de oro y la ayuda a salir del automóvil.
    Ocho largos años sin pisar esta tierra, Virginia toma aire al poner los pies en el suelo y sus ojos lanzan una mirada huidiza al hombre que no pierde detalle de los gestos de su cara.
    Sus palabras de aliento son interrumpidas por la exclamación de la mujer que ha acudido presurosa al escuchar el ruido del coche. Virginia ve la figura enjuta de su madre bajo el umbral de la puerta de la humilde vivienda y sus piernas parecen negarse a sostenerla.
    Tiene que ser la mano de su marido la que le sirva de apoyo y la obligue a dar los pasos que la lleven hasta la mitad del camino que le queda por recorrer. El otro tramo lo recorre su madre con las manos extendidas y presa todavía de la más absoluta incredulidad.
    El abrazo se alarga por espacio de varios minutos, Ricardo respeta el momento de intimidad entre madre e hija, manteniéndose a una discreta distancia sin querer perturbar algo que sólo les pertenece a ellas.
    El hombre no tarda en ver la estela de polvo que se acerca a toda velocidad por el camino que desciende desde la casa principal. Sin duda, alertado su conductor por la presencia de visitantes en la propiedad.
    Espera a unos metros de las dos mujeres la llegada del todo terreno y se acerca hasta el coche que frena a escasos centímetros de su cuerpo.
    Un hombre de unos cuarenta años se baja del automóvil con cara de contrariedad que parece suavizarse al comprobar la presencia impecable del desconocido. Lanza una mirada disimulada al elegante coche aparcado a escasos metros y extiende su mano a Ricardo. –Buenos días, señor, soy Eufemiano, el administrador de la finca ¿buscaba a alguien?
    -Buenos días, soy Ricardo Valdemoro, en realidad…vengo acompañando a mi esposa para visitar a sus padres.
    El desconcierto es notorio en el administrador, sus ojos se desvían hasta las dos mujeres que permanecen todavía abrazadas y que desprenden el abrazo en cuanto se percatan de su presencia.
    Eufemiano camina unos pasos ante quedar frente a una pálida Virginia y entonces las palabras surgen sin ningún tipo de educación. -¿Tú no tienes prohibida la entrada en esta finca?
    El silencio es tenso durante unos segundos, Lucia sujeta la mano de su hija con fuerza y Ricardo comienza a comprender muchas de las cosas que hasta ese momento le habían parecido excesivas.
    Sigue al hombre y su voz suena clara y precisa a su espalda. –Cuando se dirija a mi esposa, hágalo con el máximo respeto, se lo ruego.
    No le engañan las respetuosas palabras, Eufemiano sabe distinguir perfectamente a un hombre colérico, de otro que mantiene la calma.
    El hombre que le habla a su espalda parece masticar sus palabras, la amenaza latente no se le ha pasado por alto y se vuelve en su dirección con un cierto tono afectado.
    -Discúlpeme, señor Valdemoro…creo que no es usted conocedor de la situación…
    No le permite continuar, su respuesta es rápida y precisa al dirigirse al administrador.

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  155. Capítulo 158
    -El que no es conocedor de la situación es usted, señor mío. Mi esposa ha venido a visitar a sus padres y eso es lo que hará.
    Eufemiano parece calibrar al oponente que tiene frente a sí. En ausencia de los dueños, todo lo relativo a la finca recae en sus manos y el inesperado encuentro con la muchacha a la que no había vuelto a ver desde hacía años, se le antoja algo que escapa a sus funciones.
    Jamás pensó que se vería en semejante brete, demasiado tranquilas las aguas hasta este momento. Decide cambiar de táctica y no exponerse de forma inútil, los dueños dejaron la propiedad quince días atrás y no espera su visita por el momento.
    Evalúa la situación y llega a una conclusión que impida un desenlace traumático para ambas partes. –Acompáñeme un momento, señor Valdemoro.
    Ricardo le pide unos minutos y se acerca hasta las dos mujeres que permanecen totalmente inmóviles. Saluda a la madre de su mujer con un cortés movimiento de cabeza y sus palabras consiguen tranquilizarlas a las dos. –Mucho gusto, señora.
    Virginia…acompaña a casa a tu madre, yo daré un paseo con el administrador y trataré de llegar a un acuerdo con él.
    Ninguna de las dos replica, las ve dirigirse hasta la puerta de entrada y se da la vuelta en dirección del hombre que le espera apoyado en un lateral del todo terreno.
    Rechaza el cigarrillo que le ofrece y espera a que comience a hablar prestándole toda su atención. –Usted dirá, don Eufemiano.
    El hombre carraspea nervioso sin saber muy bien a qué atenerse respecto a la inesperada visita. –Verá, señor Valdemoro…no sé lo que su esposa ha podido contarle respecto a la prohibición que tiene de poner los pies en este lugar.
    Ricardo no se anda con disimulos, mucho tuvo que reflexionar antes de dar el paso definitivo para normalizar las relaciones entre Virginia y sus padres. No está dispuesto a permitir a nadie que humille nunca más a la mujer que lo es todo para él.
    -Tengo pleno conocimiento de lo sucedido, estoy al corriente de la naturaleza de esa prohibición de la que usted habla.
    El administrador se muestra sorprendido, no creía que la muchacha hubiese tenido el suficiente valor para confesar algo que parecía enterrado para siempre. – ¿Sabe lo del niño…?
    No elude el tema, Ricardo asiente afirmativamente con la cabeza y sigue la mirada un tanto incómoda del administrador, una mirada que se pierde en la lejanía, se remonta varios años atrás y rememora el momento en el que un ufano, don Moisés, le mostraba orgulloso a su hijo.
    “Al fin, Eufemiano, dios tuvo a bien concederme mi anhelo más ferviente”
    Sospechó desde el primer momento de las oscuras intenciones de doña Concha. Si pensó engañarlo en algún momento, se equivocó de plano. Él ayudó, sí, no le quedaba más remedio si quería salvaguardar su puesto de trabajo.
    Algo que no quería decir que fuese tonto, calló, como hicieron todos los demás y siguió el pulso de la vida.
    -No quiero problemas, señor Valdemoro, si los Sagasti-Bis se enteran de la visita de Virginia, le aseguro que envían a la guardia civil inmediatamente.
    Ricardo esboza una triste sonrisa, mira socarronamente al hombre y lo invita a tomar una decisión. –Avíseles, don Eufemiano, dígales que ella está aquí en compañía de su marido.
    El desconcierto impide hablar en un primer momento al administrador, no sabe discernir con exactitud si su interlocutor, habla en serio o se está burlando de él.

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  156. Capítulo 159
    -¿Está hablando en serio, señor Valdemoro?
    Ricardo sujeta una pequeña rama entre sus manos, debe haberse desprendido de alguno de los árboles y se dedica a desnudarla de sus hojas al tiempo que su mirada se pierde en el infinito. Nada le gustaría más, que enfrentar a los causantes del daño inflingido a su mujer.
    Vuelve a poner toda su atención en el hombre que lo observa expectante. –Por supuesto que hablo en serio ¿Acaso me ha visto trazas de andarme con bromas?
    No, el administrador reconoce que no es esa la impresión que ha tenido al escucharlo hablar. No se enfrenta a los influenciables trabajadores que tiene bajo sus órdenes, tampoco lo hace a alguien limitado en cuanto a su formación y preparación.
    Intuye el peligro soterrado bajo la apariencia de falsa educada contención. –Tengo indicaciones precisas de informar a los dueños en caso de producirse la situación que hoy se ha dado, señor Valdemoro.
    -Y yo le repito que lo haga, don Eufemiano. Tenemos planes de permanecer unos días visitando a los padres de mi mujer y una cosa le voy a decir…no quiero verlo merodeando a nuestro alrededor.
    Avise a quien tenga que hacerlo y ya daré yo las explicaciones pertinentes a quien tenga que darlas, que no es usted, por cierto.
    Decide dar por terminada la conversación, no piensa perder un minuto más de su tiempo en discusiones estériles. –Tendrá que disculparme, mi esposa me espera.
    Lo deja marchar, el hombre sube al vehículo y regresa por el camino de tierra en dirección a la casa principal, barrunta la decisión que debe tomar sin llegar a una conclusión clara.
    Ricardo acorta la distancia hasta la vivienda pulcramente encalada, retira una cortina de tela de saco que cubre la puerta de madera y solicita permiso para entrar.
    Encuentra a madre e hija sentadas una al lado de la otra, en un sillón de madera situado al lado de la chimenea puede ver al padre de su mujer, permanece con la mirada ausente de quien ya no espera nada de la vida.
    Su cuerpo rígido y retorcido le provoca una viva impresión, comprende de inmediato su estado casi vegetativo y experimenta la misma amargura que rige la vida de su mujer desde el mismo momento en el que la conoció.
    La vivienda está limpia y en orden dentro de su extrema humildad, la mujer abandona la silla en la que estaba sentada y le ofrece el asiento al lado de su hija. –Siéntese, don Ricardo, haga el favor….
    Declina su ofrecimiento y se apresura para que la mujer siga sentada en el mismo lugar en el que estaba cuando él entró a la casa. –No, doña Lucía, siga usted ahí.
    Los ojos de Virginia le miran suplicantes, tiene miedo de saber y al mismo tiempo, está deseando conocer el resultado de su conversación con el administrador.
    Es su madre la que pregunta en lugar de la hija, su voz es un reflejo perfecto de su vida, de volumen bajo y cierta servidumbre. -¿Qué le ha dicho don Eufemiano?
    Ricardo aclara su voz antes de contestar, lanza una mirada furtiva al hombre sentado en el sillón y comprende que puede hablar sin temor a perjudicarlo, el gesto de su cara es el mismo que posiblemente tiene desde hace años. –No se preocupe…amenazó con avisar a sus jefes, aunque no tengo muy claro que lo haga.
    El silencio sobrevuela la pequeña habitación, demasiadas emociones en tan corto espacio de tiempo.
    -¿Por qué piensas que no lo hará, Ricardo?
    La pregunta de su mujer tiene mucho de curiosidad, pero a él no logra engañarlo. El miedo latente parece haber regresado a su ánimo.

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  157. Capítulo 160
    Ricardo……su nombre en boca de la humilde mujer le suena a música celestial. Reprime una sonrisa y sabe que es bienvenido a la familia de su mujer.
    Es una sospecha, señora, creo que el administrador prefiere evitar conflictos y no pondrá en conocimiento de sus jefes la visita de Virginia.
    Deja de lado el espinoso asunto y se centra en el estado del cabeza de familia, su mirada regresa al hombre de mirada ausente y cuerpo rígido que permanece en completo silencio a tan solo un metro de ellos.
    -¿No puede oírnos su marido, doña Lucía?
    La pregunta de su yerno la devuelve a la realidad, abandona la silla en la que permanecía sentada y se acerca hasta el sillón. Pasa por enésima vez el suave pañuelo por la boca de su marido y limpia el hilillo de saliva que mana de forma continúa.
    -Pascual hace ya mucho tiempo que está así, no creo que reconozca a nadie.
    Acomoda una de las almohadas bajo su cuerpo y trata de enderezarlo en el sillón. Su mirada refleja desolación al dirigirse de nuevo a ellos. -Lo levantamos todos los días de la cama, tanto tiempo acostado le produce llagas, me ayuda Adela y entre las dos nos arreglamos muy bien.
    Virginia parece haber recuperado el aliento, puede observar una cierta relajación en su cara y alivio por estar al fin al lado de los suyos. -¿Y los chicos, madre?
    La pregunta de su hija logra arrancar una sonrisa esperanzada en la mujer, busca con manos nerviosas dentro de una caja de madera y le hace entrega un fajo con cuatro o cinco cartas atadas con un cordón azul.
    -Están bien, hija, los tres están trabajando y les gusta mucho la Argentina. Dicen que en cuanto reúnan unos ahorros dentro de algunos años, volverán de nuevo a España.
    Virginia no puede evitar la emoción, demasiados años lejos de ellos, se han convertido en hombres sin estar a su lado.
    Ricardo la deja leyendo las cartas y le anuncia que va a recoger las maletas al coche, lo acompaña su suegra para indicarle el lugar en el que debe dejarlas.
    Le extraña a Lucía que no haya hecho aparición Adela, le gusta echar una cabezada después de comer y posiblemente el sonido del coche no ha conseguido interrumpir su sueño.
    Algo que ya está solucionado, Adela retira en esos momentos la cortina de la puerta de su casa y asoma curiosa la cara entre la tela, no reconoce el elegante automóvil hasta que cae en la cuenta de quien puede ser.
    Acorta con pasos rápidos la distancia que los separa y se planta ante ellos al tiempo que arregla su cabello en un gesto de coquetería.
    Estrecha la mano que le ofrece y recuerda los días pasados en Madrid cuando su hija dio a luz. –Bienvenido, don Ricardo ¿cómo quedaron mi hija y mi nieto?
    -Están bien, el niño ha engordado una barbaridad, se cría perfectamente.
    Lucía da por terminados los saludos y ayuda con una de las maletas ante las protestas de su yerno, regresan a la casa seguidos por Adela y lo conduce al cuarto de los muchachos para depositar el equipaje.
    Le muestra las dos camas pequeñas en las que ellos dormirán y le pide que deje las maletas sobre una de ellas.
    Desde fuera les llegan las exclamaciones de Adela al encontrarse de nuevo con Virginia y por primera vez desde hace ya muchos años, la mujer puede deshacerse del miedo que ha sido su más impenitente compañero.

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  158. Capítulo 161
    Curiosa sensación de protección que no experimentaba desde antes de tener su marido el accidente. Hoy, con la presencia del marido de su hija en la casa, esa protección parece haber vuelto a su vida.
    Encuentran a Virginia y Adela en animada conversación, una conversación centrada en el pequeño David y en sus primeros meses de vida.
    Callan las dos al verlos salir de la habitación y Virginia se disculpa para proceder a sacar la ropa de las maletas. Se lo impide su madre con un suave gesto de su mano que presiona el brazo de su hija. –Déjalo, ya lo haré yo, acompaña a tu marido a dar un paseo.
    Ricardo agradece la iniciativa de su suegra, le apetece comprobar el estado de ánimo de su mujer, poder sondearla respecto a las consecuencias que el regreso ha provocado en ella.
    La tarde de principios de otoño ofrece una plácida calma, el molesto viento que los recibió a su llegada ha amainado y la suave temperatura invita a disfrutar de la tranquilidad que se respira en el lugar.
    Ricardo se deja guiar por la mano de Virginia que permanece inmersa en sus propios pensamientos. Se alejan de Las Casillas hasta llegar a los cañaverales, lugar en el que se reunían Gloria y ella durante las tardes de verano y soñaban mirando el cielo profundamente azul, fantaseaban con abandonar estas tierras encaramadas en alguna de las blancas nubes que a veces aparecían como suspendidas en el cielo, como grandes masas de algodón.
    Ninguna de ellas pudo siquiera sospechar del cambio radical que sufrirían en sus propias carnes en un corto espacio de tiempo.
    Lo anima a sentarse en una de las piedras y ella lo hace a su lado, se alegra de haber dado el paso y romper con las cadenas que la mantenían alejada de los suyos.
    La voz profunda de su marido consigue hacerla volver a la realidad. -¿Te arrepientes?
    Lo mira, con la misma mirada huidiza de la primera vez que la vio y sabe que en el fondo de la sofisticada mujer en que se está convirtiendo, sigue viviendo la niña que un día abandonó este lugar en contra de su voluntad.
    -No…no me arrepiento, al contrario, estoy feliz de haber seguido tu consejo, Ricardo.
    Él le propina una palmada cariñosa en una de sus piernas, observa sus ojos soñadores en los que puede apreciar un brillo especial y da de nuevo gracias al destino que le ha permitido llevar a cabo el más íntimo de sus deseos.
    -Me alegra verte feliz, Virginia, era necesaria esta visita, nadie puede ser obligado a permanecer lejos de su familia.
    Ella le devuelve la palmada, sabe de su empeño en satisfacer todos y cada uno de sus deseos y se lo agradece como nunca antes había agradecido nada a nadie. -¿Piensas que Eufemiano no comunicará nada a los Sagasta-Bris?
    Esa es su principal preocupación y él lo sabe. –Tranquilízate, me ha parecido un hombre que rehuye la confrontación y no creo que quiera montar un escándalo.
    No lo ve ella tan fácil, conoce perfectamente la situación y el administrador no estará dispuesto a jugarse su puesto de trabajo. –Te veo demasiado confiado, Ricardo, esta gente sabe perfectamente el terreno que pisa.
    Lo ve levantarse del asiento y andar unos pasos con aspecto distraído, se vuelve de nuevo hacia ella y la inflexión de su voz le da cuenta de su temperamento.-Espero que no me busquen, Virginia, en caso de hacerlo, ten la completa seguridad de que me encontrarán. No estás sola, nada más lejos de la realidad.

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  159. Capítulo 162
    Virginia también abandona la piedra en la que habían tomado asiento, se acerca hasta él y lo obliga a mostrarle la cara. No le gusta verlo furioso, y por la inflexión de su voz unos momentos antes, lo está.
    -Se perfectamente que no estoy sola, Ricardo, me lo has demostrado muchas veces.
    Él parece reaccionar a su contacto, no rehuye la mirada de su mujer y la sujeta de los brazos para que escuche sus palabras con atención. –Por supuesto que no estás sola, no quiero que estos días se vea enturbiada tu tranquilidad por las amenazas de ese sujeto, Virginia.
    Difícil se le antoja conseguir esa tranquilidad, tiene la seguridad de enfrentarse a un problema serio si don Eufemiano pone en conocimiento de don Moisés su presencia en La Encomienda.
    Intenta zafarse de la mano de su marido, continuar caminando y apartar el tema por unas horas, prefiere no pensar, disfrutar de estos parajes en los que transcurrieron los primeros años de su vida.
    La voz de Ricardo la detiene en su intento, suena fuerte, convincente. –Les haré pagar lo que hicieron contigo, Virginia.
    Está tenso, la rigidez de su mandíbula lo demuestra claramente. –No quiero venganza, Ricardo, tampoco quiero que te enfrentes a ellos.
    -¿Por qué? La pregunta de su marido le hace reflexionar y piensa en aplacar la furia que con toda seguridad ha despertado la visita de don Eufemiano con su actitud de clara suficiencia.
    -¿Has visto el estado de mi padre, Ricardo? No puedo permitir que ahora se monte un escándalo, tanto él como mi madre pertenecen a esta tierra, éste es su lugar natural, abandonarlo supondría una muerte lenta.
    Las palabras llenas de amargura consiguen erizarle el vello de sus brazos. Ricardo por fin comienza a comprender la verdadera dimensión de la tragedia que ha asolado la desdichada vida de su mujer.
    Ha situado el bienestar de su familia por encima del suyo propio. A estas alturas no está dispuesta a echar por tierra ese esfuerzo hercúleo que durante años la ha mantenido con vida.
    Consigue tranquilizarla con un gesto de su mano, recorre el contorno de su barbilla y la besa levemente en los labios. –Tienes razón, Virginia, creo que subiré a la casa para hablar tranquilamente con el administrador.
    Ataja la protesta de su mujer presionando suavemente sus labios con uno de sus dedos y le sonríe distendidamente.- No te alarmes…pienso que es lo mejor para todos, poner las cartas boca arriba y saber lo que tiene pensado hacer.
    No lo contradice, no podrá mantener la calma con la amenaza latente sobre su cabeza durante estos días. Vuelve sola a la casa y le deja ir por el camino que conduce directamente a la casa principal.
    Ricardo recorre el kilómetro largo que separa las dos construcciones. Intenta mantener bajo control la ira que por momentos nubla su razón para conseguir un estado más sosegado.
    Observa los cuidados jardines, rodeados por un muro de aproximadamente un metro de altura. La edificación es antigua, perfectamente conservada y de grandes dimensiones.
    La mujer sale apresuradamente por una de las puertas laterales, seca sus manos en el delantal y mira con curiosidad al recién llegado. -¿Buscaba a alguien, señor?
    -Buenos días, señora, ¿se encuentra en la casa don Eufemiano?
    La mujer asiente con la cabeza, parece evaluar al hombre parado frente a ella y le indica con la mano las escaleras de acceso a la puerta principal.

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